La arqueología es, entre otras
muchas cosas, un territorio firmemente asentado en el mundo de la memoria, del
recuerdo que perdura y traspasa eras geológicas y temporales, a la espera de
que alguien convierta ese recuerdo, esa memoria, en un territorio fértil, vivo
y capaz de hacer reverdecer su legado.
Algo de eso está implícito en las
comunidades que diseña Charles Simmonds, para su mítica estirpe de los “hombres
pequeños”, pequeñas construcciones que recuerdan los poblados de adobe
construidos por las comunidades de indios del suroeste de los Estados Unidos,
en el interior de grandes oquedades montañosas. Otras veces serán ciudades flotantes, piezas de cerámica, otras veces saliendo de las pareces o colgadas de los techos de las galerías, o vídeos en los que vemos al artista emerger al modo de un Gulliver contemporáneo mientras sobre su cuerpo se sostienen en equilibrio precario alguno de esos pequeños mundos.
Pequeños microcosmos nacidos con
fecha de caducidad, no en vano los ubica en espacios degradados, a punto de ser
derribados en unos casos, o en oquedades en muros de la gran ciudad en la que
la escala humana se ha perdido por completo, casi como si quisiera que nos
paráramos, mirásemos, y nos pusiéramos a la altura de esa “gente pequeña”, que
no somos más que nosotros mismos al lado de los mastodónticos edificios y
avenidas interminables en las que la escala humana hace mucho tiempo que ha
desaparecido.
Repisas de ventanas, chimeneas,
oquedades varias, interiores de viviendas, son los lugares en los que Simmonds
empezó a construir sus miniciudades, mini poblaciones que luego han dado el
salto hasta las salas de exposiciones, a las grandes instituciones museísticas
con las que dialogan, a lo mejor hasta discuten, desde su aparente
insignificancia con todo ese pesado legado cultural, muchas veces salido
gracias a la arqueología que ahora parece querer homenajear.
Son minilugares, minitopografías
como decía antes nacidas con fecha de caducidad, como señala el propio artista
cuando dice que “la energía la siento en el momento de su construcción, pero
una vez que las he construido dejan de interesarme. Cuando la gente intenta
protegerlas es triste ver como, en ocasiones, ese acto las rompe, pero la
destrucción también puede ser un acto creativo. Es la realidad”.
Son trabajos en los que Simmonds
deja una impronta de aire primitivo, nostálgico y de una cualidad sencilla, que
no simple, al modo de testimonios de un mundo apócrifo. Con ser los trabajos
más conocidos de Simmonds, su corpus artístico también está formado por
instalaciones, esculturas y video.
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