“Yo recuerdo que quería llegar al no-arte, no-connotativo, no-antropomórfico, no-geométrico, no, nada; todo pero de otro tipo, otra visión, otra clase… Yo estaba verdaderamente trabajando para llegar a lo no-antropomórfico, no geométrico, no-no…” (Eva Hesse)
Un tumor cerebral truncó la carrera de esta artista nacida en Alemania, pero que llegó a los Estados Unidos con tres años de edad, después de que su familia abandonara la Alemania nazi por su condición de judíos. Eva Hesse apenas si tuvo 10 años para desarrollar una obra que causó una profunda huella y que la colocaron en un nivel parejo al de Robert Morris, Bruce Nauman, o Richard Serra.
Su trayectoria artística se inició de la mano del dibujo y la pintura, hasta que en 1964 viaja, junto con su marido, el escultor Tom Doyle, a la ciudad alemana de Düsseldorf, donde empezará a trabajar en el mundo de la escultura y las instalaciones, camino en el que ahondará a su regreso al año siguiente, a los Estados Unidos y de su separación matrimonial.
Las etiquetas que los expertos colocan a la obra de Hesse, van desde el postminimalismo, el conceptual e incluso la abstracción excéntrica, por el uso que hace de materiales como el látex, la fibra de vidrio y el plástico, cuerdas, materiales de deshecho, con los que elabora unas obras en las que busca materializar “mi idea de absurdidad y sentimiento extremo”, como afirmaba la propia artista.
Una obra que durante años se analizó en clave vital, siguiendo los intrincados caminos de una existencia marcada por la huída de Alemania y la pérdida de gran parte de su familia en los campos de exterminio, o el suicidio de su propia madre. Análisis que artículos publicados después de su muerte, como es el caso de Barbara Rose que en un artículo dedicado a Hesse decía de ella que era una “hermosa y valiente mujer que produjo en pocos años una de las más imponentemente originales obras del reciente arte norteamericano” (A Special Woman, Her Surprise Art, Revista Vogue, 1973)
El caso es que Eva Hesse ha dejado para la posteridad una obra que, como escribe José Miguel G. Cortés, se mueve “al borde de cualquier ilusión de integridad, perfección o sentido de permanencia”. Una obra en la que se combinan los materiales duros y blandos destacando las cualidades sensuales del material en unas obras de enorme sensibilidad, vigorosas en su aparente fragilidad, y que imponen sus formas al espectador.
De ella se ha escrito que “hizo su propio camino con extraordinarias sensibilidad y libertad, pasando de las formas geométricas a las biomórficas, evocando sutilmente lo irracional y lo orgánico, lo industrial y lo erótico”.
“Pongo mi mano a prueba en los contrastes más absurdos y extremos. Siempre me ha resultado más interesante que hacer algo normal con la altura y las medidas adecuadas” (Eva Hesse)