miércoles, 29 de diciembre de 2010

Luther



En este caso vuelvo la vista al mundo de la televisión después de haber aprovechado las navidades, entre otras cosas, para ver los seis capítulos que componen la que me parece la mejor serie policiaca que he visto en mucho tiempo.

El novelista Neil Cross firma los seis capítulos realizados por la BBC, a lo largo de los cuales vamos siguiendo dos cosas, por un lado, la captura del correspondiente asesino y, por otro, los intrincados caminos por los que discurre la vida personal de Luther que terminará mezclándose con la profesional y que dará lugar a una trama dramática de bastante potencia.

Una serie que camina al revés de las demás, es decir, en Luther (Idris Elba) enseguida sabemos quien es el asesino y el guión se centra más en los retorcidos vericuetos que tendrá que recorrer el inspector jefe Luther para dar caza al más que retorcido asesino. Un camino que le llevará a cruzarse con Alice Morgan (Ruth Wilson), una chica muy inteligente incapaz de empatizar con sus semejantes y que se convertirá en el lado oscuro de Luther.





El primer capítulo tiene un inicio impactante con Luther persiguiendo a un asesino de niñas que se queda colgado sobre el vacío mientras sus manos se aferran desesperadamente a una barra de hierro, situación que Luther no duda en aprovechar para sacarle donde está la niña que tiene secuestrada. Lo que ocurre a continuación marcará mucho del devenir posterior de la serie.

El protagonista está acostumbrado a caminar por la zona de sombras de la ley, no duda en tender una trampa o en forzar las situaciones para dar con el paradero del asesino, y en eso, como reconocen desde la propia BBC, el personaje tiene algo de Sherlock Holmes, mientras que, por otro lado, el recuerdo de Colombo también se encuentra.



Son seis capítulos que se abren y se cierran, con el hilo conductor de Luther que nos mantienen en vilo, nos hace pensar sobre si es lícito cruzar algunos umbrales para evitar un mal mayor, y en el valor de la justicia y del amor, que son las dos bases morales del personaje. Precisamente la amistad y los límites difusos por los que se mueve, terminarán desencadenando una tormenta de fuertes consecuencias para todos los que tiene a su alrededor, y ahí sólo tendrá la compañía de Alice Morgan.

Una serie rodada en Londres fundamentalmente, que tiene una gran factura y en la que destacan con luz propia las actuaciones de los actores, tanto de los principales como de los secundarios, y eso unido a guiones bastante briosos, con algún bache supongo que inevitable, hacen de Luther una serie imprescindible para todos los aficionados al género.

La cadena británica ya ha anunciado que en 2011 tendrá listos dos episodios de dos horas de duración cada uno para resolver ese final abierto con el que nos ha dejado la primera temporada.

domingo, 26 de diciembre de 2010

Antony Gormley (Londres, Reino Unido, 1950)


No es baladí el hecho de que este escultor británico antes de dedicarse de lleno al mundo del arte, pasara por estudios de Antropología, Arqueología, e Historia de Arte, además de pasar tres años en India y Sri Lanka introduciéndose en los misterios de la meditación budista.

Y es que todo eso aparece reflejado en esos trasuntos de seres humanos levantados en hierro, plomo o un tipo de resina, que forman la parte más visible de la obra de Antony Gormley. Unos personajes que en ocasiones se aparecen a los transeúntes, como el caso de obras diseñadas para Londres o Nueva York, a pie de calle, hieráticos, de presencia rotunda, asomados incluso a los aleros de los tejados dejando la ciudad a sus pies como kurois que hubieran salido de una excavación en la Grecia arcaica.


Son “formas corpóreas que son a la vez figurativas y abstractas, reales e imaginarias, sólidas y etéreas”, como bien se puede leer en arteselección, y con las que Gormley quiere que nos relacionemos, que las miremos, las rodeemos, establezcamos un vínculo con ellas porque, al fin y al cabo, pretenden ser representaciones de humanos vistos desde dentro, es decir, la idea que del ser humano tiene el artista en su interior en una suerte de presencia externa de una imagen interna.

Figuras que si bien en ocasiones tienen una corporeidad manifiesta, en otros casos aparecen definidas por medio de varillas muy finas, soldadas entre sí, que les dan un aspecto enormemente frágil en unos casos, mientras que en otro parecen estar explosionando. Se genera así un triángulo entre sujeto, objeto y espacio en el que el artista investiga acerca de cómo nos movemos, cómo nos relacionamos con el espacio, con las personas que nos rodean y, en última instancia, con nosotros mismos.


Ramón Esparza escribe: “La reflexión sobre la condición humana, la relación entre escultura y arquitectura y los espacios que genera, la preocupación por una trascendencia laica y los ecos de su formación en antropología y arqueología. La de Gormley es una escultura que gira alrededor del concepto de límite -los del cuerpo, los del espacio en el que se muestran sus esculturas- y su ruptura: la explosión y la implosión.”

Otras veces de las figuras lo único que nos llega es la huella que han dejado sobre montones de pan de molde, como si se tratara de un hallazgo arqueológico, y esa huella de una presencia que ya no es no puede por menos que hacernos pensar sobre la fragilidad de nuestra existencia y de nuestra presencia en el mundo.

“Pienso en el cuerpo como un objeto, no como un lugar. Trato de evocar lo que significa vivir en el otro lado de la apariencia, detrás de nuestras caras, en el interior de nuestras pieles”. “Mis trabajos aceptan su propia redundancia y su silencio. Son, simplemente, recuerdos”. Dos frases del propio artista con las que cierro este artículo.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Stephan Balkenhol (Fritzlar, Hesse, Alemania, 1957)



Peculiar escultor alemán que tiene en la madera el material fundamental de su trabajo, que le sirve para dar forma a personajes humanos sobre todo, pero también a animales y elementos vegetales, que nos llaman la atención por la presencia que manifiestan, y por el hecho de que podemos apreciar las huellas de un tallado fuerte, duro, que, en ocasiones, da la sensación de haberse parado en el mismo instante en el que la figura ya había cobrado toda su presencia y ya no se trabaja más sobre ella.

Balkenhol fue discípulo del escultor minimalista alemán Ulrich Rükriem (Düsseldorf, 1928), influencia que nuestro artista de hoy reconoce abiertamente. “Su forma de tratar el material y de concebir el espacio supuso una gran influencia en mi obra y pienso que alguno de sus credos estéticos se han convertido en parte de mi trabajo aunque de manera diferente”, le dice a David Barro en una entrevista en 2001.



El elemento más definitorio de la producción artística de Balkenhol, además del uso de la madera, son esas figuras masculinas y femeninas, trabajadas a diferentes escalas desde la minúscula hasta la monumental, de apariencia real (no son retratos) coloreadas al acrílico que nos miran desde sus pedestales de una manera fría, lejana, sin expresividad pero con una mirada que notamos que nos sigue, que se fija en nosotros de una forma que no deja de ser inquietante, como si alguien estuviera espiando todos nuestros movimientos.

Escribe Fernando Castro en su artículo Madera de guasón (sobre Stephan Balkenhol), que el escultor “utiliza la madera sin apelar a un simbolismo trascendente, como un material que le permite actuar de forma directa, manteniéndolo como algo rudo que él somete a la policromía”.



Más adelante, añade: "No cabe duda de que las obsesiones imaginarias de Balkenhol son las de la figura y el retrato. Sus cabezas y personajes nos devuelven la mirada, imponen presencias extrañas que, aun- que surgen de una voluntad lúdica, tienen un aspecto grave. Este creador parte de personas corrientes que recupera del centro del bloque de madera, las colorea y, sobre todo, parece fijar, como hiciera Giacometti, un enorme interés en los ojos, pintados minuciosamente.”

Son figuras que nos dicen que tienen toda la vida por delante para seguir viendo como las cosas les pasan por delante, y de las que no podemos esperar ninguna ayuda, ningún mensaje de consuelo, ensimismadas como están en su mundo, en una historia que no está escrita, que no esconde ninguna clave. Sin embargo, las miramos, las volvemos a mirar y nos extrañamos, algo tiene que haber detrás y el enigma sigue vivo, nos interpela y nos descoloca porque la respuesta no termina de salir, de cobrar forma.


Son figuras que uno llamaría del desconsuelo, de una soledad hierática, impasibles ante lo que las rodea y ante nuestras paupérrimas preguntas de simples mortales. Ellas están en otro lugar, en otro momento, tal vez, situados por encima de nuestras mezquindades, de nuestro anonimato transmutado en ansias de inmortalidad.

viernes, 17 de diciembre de 2010

Calentamiento local

Hoy rompo totalmente la dinámica de este blog, e incluyo un video muy divertido de la plataforma Ted.com, en la que se alerta, especialmente a los hombres, de los peligros del blogging relacionado con un calentamiento local. Yo me he divertido mucho escuchándolo, y espero que vosotros también. Tiene opción para ver subtítulos en español.

Para empezar el fin de semana con una sonrisa.

martes, 14 de diciembre de 2010

Cheri Samba (Kinto M’Vuila, República Democrática del Congo, 1956)


“Cheri Samba. Artista popular”. Así firma sus obras uno de los artistas más cotizados del continente africano, que se asoma regularmente a los grandes espacios expositivos mundiales e incluso ha estado presente en una edición de la Bienal de Venecia. Un artista prácticamente autodidacta que con 16 años decidió dejar la granja familiar, para irse a la capital del país Kinshasa para iniciar su carrera artística.


Nacido en el seno de una familia en la que su madre se ocupaba de la granja, mientras que su padre era fabricante de escopetas de caza, ya cuando le tocaba cuidar el ganado iba dibujando en la arena a los animales. El interés de su padre por tenerle como ayudante en la herrería, le hacía esconder sus dibujos y tareas del colegio para dedicarse a ellas por la noche.


Ya en la capital congolesa, a la que llega en 1972, empezará a buscar su hueco como artista callejero, pintando escenas del mercado, de locales de prostitución, y empezará a dejar ver su crítica acerca del poder y de la corrupción en la que está sumida el continente también gracias a la inestimable colaboración de los países occidentales que tampoco se escapan de su acerado pincel.


Esa clave de crítica política y social es una constante en las obras de Cheri Samba, que tienen un cierto aire naive y con el sello característico de la introducción de textos en linga y en francés, un aspecto que Samba empezó a desarrollar, como él mismo ha reconocido alguna vez, como un truco para hacer que la gente se parara más tiempo delante de sus obras y les prestara más atención.


Atención que empezó a llamar muy pronto, en 1975, cuando al abrir su estudio en la capital congoleña decoró una de sus paredes con un mural alusivo a la guerra entre dos grupos étnicos del país, y que generó un gran interés entre la gente llegando a provocarse atascos de tráfico para poder verlo, lo que le supuso a nuestro artista la detención por parte de la policía acusado de no respetar la historia del país.


Samba desarrolla una pintura totalmente arraigada en la vida cotidiana de su país, en lo que le rodea, lo que explica también el uso de los colores vivos que definen su obra, a la que da, asimismo, un componente educativo relacionado, por ejemplo, con la prevención del sida. Es un artista que considera que el arte tiene que llamar a la conciencia de las personas, y en alguna ocasión ha dicho que su obra no está insertada en ningún mundo simbólico o de creencias populares, sino que sale directamente de la realidad.


Es evidente en sus cuadros la herencia que tiene de sus primeros tiempos como ilustrador y dibujante de una tira cómica para un periódico local, así como la sensación de que estamos ante un dibujo animado, o una suerte de cómic con el que intenta hacernos llegar sus preocupaciones sociales, sus ideas sociales y políticas.

domingo, 12 de diciembre de 2010

Remedios Varo (Anglès, Gerona, España, 1908 – Ciudad de México, 1963)


Fue su padre, un ingeniero librepensador quien en contra del criterio de su muy religiosa esposa, quien animó a su hija, al ver la facilidad que tenía para el dibujo, para que intentara el ingreso en la madrileña Academia de San Fernando en el año 1924. Al conseguir que la admitieran en esa prestigiosa escuela, Remedios Varo se convirtió en una de las pocas mujeres en estudiar en ella.

Algo de ese racionalismo matemático de los diseños de su padre, y el misticismo de su madre, se dan la mano en la obra posterior de Varo, para entrar a formar parte de un universo creativo muy definido, que entronca con las raíces del surrealismo junto a elementos mistéricos procedentes de la alquimia, el tarot o la cábala, sin dejar de lado el estudio de la naturaleza.


Con su primer marido, Gerardo Lizárraga, al que había conocido en la academia, hará un primer viaje a París que durará un año. Con ser importante esa estancia en su obra, lo es aún más la que hará con el poeta Benjamín Peret, después de haberse divorciado de su marido, y en plena guerra civil española. En esa segunda estancia entrará en contacto con el grupo surrealista francés que dirige André Breton, y conocerá a Miró, Arp, o Paul Eluard, entre otros, e incluyendo a la pintora Leonor Carrington, con la que desarrollará una profunda amistad.

En 1941, con el yugo nazi sojuzgando Francia, el gobierno de Vichy recluirá a Peret y a Varo en un campo de concentración, del que lograrán salir rumbo a México, país que ya se convertirá en su lugar de residencia permanente y donde desarrollará toda su fuerza como pintora.


Eso será también gracias a su segundo marido, el refugiado político austriaco, Walter Gruen, quien la anima a dejar su faceta de ilustradora y cartelista publicitaria, para dedicarse de lleno al mundo de la pintura que ya no abandonará hasta su prematuro fallecimiento, por un paro cardiaco, en 1963.

En la obra pictórica de Remedios Varo, a la que se considera como una de las grandes representantes del surrealismo mexicano tardío, nos encontramos con elementos que nos suenan, que en nuestra mente hacen resonar ecos de algo visto en alguna parte, pero que se nos escapa, no terminamos de asociarlo a ninguna imagen fija. Y es que los ecos de Brueghel, de El Bosco, de Giotto, y, claro está, de los surrealistas, se pueden escuchar de una forma muy clara.

Como me parece a mí que Josefa Zambrano Espinoza, en el artículo Lo mágico, enigmático y místico en el arte de Remedios Varo, lo dice mucho mejor que yo, le tomo prestado este párrafo: “El lenguaje visual de Remedios Varo ilumina con su color y su magia la posibilidad de acceder a una realidad más allá de la cotidiana; de transportarse a fantásticos mundos en los cuales los hombres se transmutan en gatos, porque de ellos será el paraíso; las mujeres viajan en extrañas barcas o alimentan con puré de estrellas a la luna o reciben llamadas para ascender a otros planos de la existencia; los juglares hacen malabarismos con la piedra filosofal; las naturalezas muertas resucitan y en las nubes la Jerusalén celestial gira sin detener jamás su movimiento.”

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Bernhard Heisig (Breslau, Alemania, 1925 - Strodehne, Alemania, 2011)


El artista al que me quiero acercar con este artículo pasa por ser uno de los tres pintores de referencia de la antigua Alemania Oriental. Un personaje marcado por el contexto histórico que le tocó vivir, y que muy pronto dio muestras de un gran talento para el dibujo y la pintura, incluso antes de saber leer o escribir. Tanto es así que su padre, también pintor, se vio imposibilitado de enseñarle grandes cosas, ya que los progresos de su hijo iban más allá de sus conocimientos.

Progresión artística que se vio truncada por la Segunda Guerra Mundial, y después de ingresar en las SS con 17 años, algo que él nunca ha negado, combatió enrolado en una unidad de tanques en la batalla de las Ardenas, y en la defensa de la ciudad de Breslau frente al ejército soviético. Fue herido en varias ocasiones y sufrió internamiento en un campo de prisioneros ruso.


Finalizado el conflicto, logrará que en 1951 lo admitan en la escuela de arte de Leipzig, en la que será sucesivamente maestro, tutor y rector, hasta que el presidente de la República Democrática Alemana, cuando Heisig tenía 36 años, lo aparte de ese trabajo por no ajustarse a las pautas del realismo socialista que por aquel entonces imperaba en el país.

Sin embargo, años más tarde, Erich Honecker, el que sería con el paso de los años el último presidente comunista del país, le repondrá en su puesto y recibirá diversos premios y distinciones en su país. Con la caída del muro, se acusó a Heisig de haber sido informador de la Stasi (policía secreta germano oriental), algo que él siempre ha negado. Helmut Schmidt, canciller de la por entonces República Federal de Alemania, le encargara un retrato suyo en 1986.


De la misma manera que las experiencias durante la Primera Guerra Mundial, marcaron la obra de muchos de los pintores expresionistas alemanes, la pintura de Heisig también refleja ese mundo. De hecho, en alguna ocasión el propio pintor ha reconocido que “lo único que puedo pintar bien es la ira”; esa ira que le quedó dentro cuando vio como su ciudad, Breslau, era martirizada durante tres meses por una decisión incomprensible, una de tantas, de Hitler.

Una experiencia bélica que le llevará a introducirse por los caminos de una pintura que tiene mucho en común con El Bosco, Brueghel, Dix, Beckman o Grosz, una suerte de expresionismo con el que quiere llamar la atención de las personas acerca de la realidad en la que vivimos. Con ello realiza unas obras, en ocasiones auténticos murales, en las que el ruido, la cacofonía, los personajes atormentados, soldados que siguen disparando inútilmente, viejos judíos caminando por calles oscuras llevando la vida y la humillación a cuestas.


Son obras en las que podemos oír los gritos, la angustia, el miedo reflejado en unos rostros convertidos en máscaras horribles, llamas que rompen la oscuridad de la noche con su camino de muerte, personas que lloran histéricas, llenas de soflamas patrióticas, de eslóganes en una sinfonía de ruido y de desolación.

Eso a través de composiciones abigarradas, de pincelada poderosa, para plantarnos delante de nuestras narices toda una serie de verdades incómodas (que verdad no lo es), dejando de nuestra mano el escucharlas o no, pero su eco ahí está.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Peter Fischli y David Weiss (Zurich, 1952 y Zurich, 1946, Suiza)


Hijos de la tradición dadaísta, estos dos artistas suizos, nacidos en la misma ciudad, tienen en el sentido del humor y en una cierta subversión de lo cotidiano, algunas de las claves que permiten acercarse a unas obras con las que únicamente quieren dejar preguntas en al aire, dejando la responsabilidad de dar respuesta, si ello es posible, a los enigmas planteados en manos del espectador.

La presentación en la sociedad artística de estos dos artistas, fue en 1979, año en el que hicieron su Wurst Series, una serie de fotografías de salchichas, que ya empezaban a mostrar la frescura y el desenfado definitorio de toda la trayectoria posterior de una pareja que utiliza medios muy diversos (cine, fotografía, escultura) para dar rienda suelta a su creatividad.


Dos años más tarde, en la ciudad de Los Ángeles, rodaron la que sería su primera película, La mínima resistencia, en la que tomaron carta de naturaleza los personajes del Oso y de la Rata, que serían los protagonistas también de El camino correcto (1983), rodada en las montañas suizas y de Oso y Rata (2008), rodada en el Palazzo Litta de Milán, un edificio del siglo XVIII. Un trilogía dedicada a la civilización, la naturaleza y la alta cultura.

“Fischli & Weiss celebran lo normal. Placeres normales, temores normales, maravillas e irritaciones normales. Aburrimiento normal. Toda esta normalidad me está crispando los nervios. El que su obra sea tan benigna es una trampa en sí misma”, escribe muy bien Adrian Searle.

Y es que la obra de estos suizos trata precisamente sobre eso, sobre la vida, sobre una cotidianidad a la que ellos dan trascendencia artística con un gran sentido del humor, y con una divertida crítica hacia lo que nos rodea y también hacia la obra de arte, y el papel del espectador al que se le hace pensar si todo lo que se le pone delante bajo la categoría de arte, lo es realmente.


En la web masdearte se puede leer: “Sin embargo, a pesar de las diversas vías de comunicación que han empleado y los temas tratados, el público siempre experimenta una mezcla de estupefacción seguida de reflexión. Rozando algunas ocasiones el absurdo, lo más anodino y corriente de la vida queda aquí captado, en una suerte de intento de legitimación donde se cuestiona no sólo lo que ha llegado a ser el arte hoy, sino también, nuestro papel como espectadores al aceptar todo lo que se nos presenta.”

En una entrevista aparecida en el periódico El País, y que firma Javier Hontoria, el propio David Weiss explica que “nuestro trabajo es una invitación a la especulación. Si quisiéramos dar pistas concretas lo haríamos, pero preferimos invitar al espectador a introducirse en algo y que llegue hasta donde quiera. Todas las fases son válidas”.

martes, 30 de noviembre de 2010

Eva al desnudo (All about Eve, Joseph Leo Mankiewicz, 1950)

Seguramente todos los aficionados al cine clásico dan, y damos, las gracias por el hecho de que en el camino de Mankiewicz que parecía ir dirigido hacia el mundo de la medicina, se cruzara el cine expresionista alemán que se empezó a gestar y luego a desarrollar, durante los años de entreguerras. Ese cruce de caminos nos permite hoy disfrutar de algunas grandes obras maestras del séptimo arte, como es esta Eva al desnudo.

Un clásico en estado puro en el que el director alemán traza un panorama absolutamente mordaz, sincero, despiadado de lo que ocurre fuera de las luces y de la magia del teatro, de lo que se esconde entre bambalinas, un mundo en el que conviven las traiciones, las puñaladas, y donde nadie es lo que parece ser.


La historia, basada en una real ocurrida en los años 40, se inicia con una actriz recibiendo un importante premio teatral, y a partir de ahí se inicia un largo flashback de la mano de un crítico teatral, al que da vida George Sanders quien conseguiría el Oscar al mejor secundario por ese papel, que es el encargado de ir dirigiendo la mirada del espectador para conocer cómo se ha llegado hasta ese punto en la historia.

Un relato en el que el protagonismo más importante recae en Bette Davis (Margo Channing), que encarna a una veterana actriz de 40 años que ve como tiene que interpretar a personajes más jóvenes que ella, y eso le lleva a reflexionar acerca de que su final como actriz principal está llegando a su fin, y Anne Baxter (Eve Harrington), una joven obsesionada con Margo, y que empieza siendo una “mosquita muerta” para ir mostrando progresivamente un estadio de maldad que la lleva a manipular a todo el que la rodea para lograr su objetivo, que no es otro que sustituir a Margo en las preferencias del público.


Sólo el cínico crítico teatral será capaz de atravesar la red de mentiras y falsedades que teje Eve, para llegar a descubrir a la auténtica persona que se esconde debajo de la actuación magistral que Eve hace todos los días lejos de los escenarios. La magnífica interpretación de Bette Davis y de Anne Baxter, las hizo competir por el Oscar a la mejor actriz, algo que finalmente no consiguió ninguna de las dos. Decir que la película consiguió ese año un total de 14 nominaciones, algo que sólo ha podido repetir Titanic, y Eva al desnudo se llevó finalmente seis estatuillas.

Los duelos interpretativos entre ambas contendientes principales, alcanzan momentos realmente sublimes, apoyadas en unos diálogos que se convierten en auténticos ejercicios de esgrima verbal, con momentos de mucha brillantez y frases de esas que no se olvidan.


Una historia sobre las miserias que se ocultan detrás de los oropeles del aplauso del público, de las luchas fratricidas, y de la complejidad psicológica a la que puede llegar el ser humano con tal de conseguir aquello que se propone, aunque eso suponga quedarse en soledad con la única compañía de la propia frialdad, de un cinismo que hace que, como dice el crítico teatral Addison, les convierte en personas a las que no se puede amar y que, al mismo tiempo, son incapaces de querer a nadie. Ese es el precio, y no es barato.