Sigur Ros. Staralfur
Ni que decir tiene que cuando pasaba algo en la sala no se podía oír el reloj, y era como si no existiera; pero cuando todo volvía a estar en silencio y los huéspedes se habían marchado y ya se había acabado de recoger la mesa y la puerta estaba cerrada otra vez, entonces volvía a empezar, y no permitía que nada lo distrajera; y si uno escuchaba con suficiente atención, a veces llegaba entre sus sonidos como la nota de una canción, o algo así como un eco.
¿Cómo pudo llegar a ocurrírseme que dentro del reloj vivía un bicho raro, que era nada menos que la eternidad? Fuera como fuese, un día se me vino a la cabeza la idea de que con su tictac decía una palabra, una palabra de cuatro sílabas acentuada en las pares, era “etér-nidád, etér-nidád”. ¿Conocía yo la palabra en esa época?
Era curioso que pudiera descubrir la eternidad de esa forma tan peculiar, mucho antes de saber qué era la eternidad, o incluso antes de aprender la famosa frase de que todos los hombres son mortales, sí, justo cuando vivía en la eternidad. Era como si un pez descubriera de repente el agua en la que estaba nadando. Se lo mencioné a mi abuelo en una ocasión en que estábamos los dos solos en el cuarto de estar.
- Abuelo, ¿tú comprendes al reloj? –le dije.
- Aquí, a este reloj lo conocemos sólo muy por encima –respondió-. Sólo sabemos que señala los días y las horas, y hasta los segundos. Pero el tío abuelo de tu abuela, que fue el dueño del reloj durante sesenta y cinco años, me dijo un día que, al decir de su anterior propietario, antes señalaba también las fases de la luna, hasta que le metió mano un relojero. Los viejos de la familia de tu abuela aseguraban que el reloj era capaz de predecir bodas y defunciones. Pero yo de eso no me creo nada más que un poquito, chaval.
Entonces le digo yo:
- ¿Por qué está el reloj diciendo etér-nidád, éter-nidád, etér-nidád?
- Debes de haber oído mal, chaval –dijo mi abuelo.
- ¿Entonces no existe la eternidad? –pregunté.
- Sólo como se dice en las oraciones que reza tu abuela por las noches, y en mi devocionario de los domingos, chaval.
- Oye, abuelito –dije entonces-: ¿La eternidad es un bicho?
- No me vengas con barbaridades, chaval –dijo el abuelo.
- Oye, abuelito, ¿los demás relojes tienen algo de especial, como el nuestro?
- No –dijo mi abuelo-, nuestro reloj marcha bien. Y eso es porque hace mucho que no dejamos al relojero ni mirarlo. Nunca ha habido relojero alguno que comprendiera a este reloj. Si yo mismo no soy capaz de arreglarlo, se lo encargo a algún chapucero; los chapuceros son lo mejor para estas cosas.
¿Cómo pudo llegar a ocurrírseme que dentro del reloj vivía un bicho raro, que era nada menos que la eternidad? Fuera como fuese, un día se me vino a la cabeza la idea de que con su tictac decía una palabra, una palabra de cuatro sílabas acentuada en las pares, era “etér-nidád, etér-nidád”. ¿Conocía yo la palabra en esa época?
Era curioso que pudiera descubrir la eternidad de esa forma tan peculiar, mucho antes de saber qué era la eternidad, o incluso antes de aprender la famosa frase de que todos los hombres son mortales, sí, justo cuando vivía en la eternidad. Era como si un pez descubriera de repente el agua en la que estaba nadando. Se lo mencioné a mi abuelo en una ocasión en que estábamos los dos solos en el cuarto de estar.
- Abuelo, ¿tú comprendes al reloj? –le dije.
- Aquí, a este reloj lo conocemos sólo muy por encima –respondió-. Sólo sabemos que señala los días y las horas, y hasta los segundos. Pero el tío abuelo de tu abuela, que fue el dueño del reloj durante sesenta y cinco años, me dijo un día que, al decir de su anterior propietario, antes señalaba también las fases de la luna, hasta que le metió mano un relojero. Los viejos de la familia de tu abuela aseguraban que el reloj era capaz de predecir bodas y defunciones. Pero yo de eso no me creo nada más que un poquito, chaval.
Entonces le digo yo:
- ¿Por qué está el reloj diciendo etér-nidád, éter-nidád, etér-nidád?
- Debes de haber oído mal, chaval –dijo mi abuelo.
- ¿Entonces no existe la eternidad? –pregunté.
- Sólo como se dice en las oraciones que reza tu abuela por las noches, y en mi devocionario de los domingos, chaval.
- Oye, abuelito –dije entonces-: ¿La eternidad es un bicho?
- No me vengas con barbaridades, chaval –dijo el abuelo.
- Oye, abuelito, ¿los demás relojes tienen algo de especial, como el nuestro?
- No –dijo mi abuelo-, nuestro reloj marcha bien. Y eso es porque hace mucho que no dejamos al relojero ni mirarlo. Nunca ha habido relojero alguno que comprendiera a este reloj. Si yo mismo no soy capaz de arreglarlo, se lo encargo a algún chapucero; los chapuceros son lo mejor para estas cosas.
Es cosa demasiado conocida, como para que sea necesario recordarla otra vez que, de acuerdo con la antigua escala de valores de los islandeses, la Biblia tiene un valor de una vaca, de las que paren a principios de otoño; o bien el equivalente a seis ovejas paridas y de buena lana. Este valor figura en la página de títulos de la Biblia que fue impresa en algún lugar perdido de las montañas del norte del país el año de 1584, y como es bien sabido, los islandeses jamás han confiado en ninguna otra Biblia; esta Biblia está decorada con artísticas viñetas y grabados, tiene el peso de casi seis libras y forma de caja de uvas pasas. Siempre ha habido un ejemplar de este libro en las mejores iglesias de Islandia.
Antes de dejar de hablar de los méritos de Runólfur Jónsson, no puedo menos que señalar un detalle de su fama que es el que con mayor probabilidad hará que su nombre perviva en la historia; y es que aquel magnífico compañero de mis noches, y hermano adoptivo mío, fue uno de los primeros en ser atropellados por un automóvil; tenía ya cerca de los ochenta años de edad. Y se debió a que, cuando iba con la copa encima, tenía la costumbre de caminar por el medio de la calle, haciendo al mismo tiempo una serie de cosas distintas: blandía una botella, cantaba, charlaba y reía; y siempre iba seguido por una abigarrada tropa de borrachos, vagabundos, perros callejeros, caballos sin dueño y ciclistas; éstos últimos acababan de aparecer, y eran daneses. Los automóviles le preocupaban tanto como una lata cualquiera que encontrase rodando por la calle. Así que si llegase a suceder la gran desgracia de que Runólfur, pariente del Konferensrad, no volviese a asomar por este libro un día cualquiera, y que hasta yo mismo me olvidase de señalar el momento de su desaparición, será porque mi hermano adoptivo pereció bajo las ruedas del primer automóvil llegado a Islandia.
Antes de dejar de hablar de los méritos de Runólfur Jónsson, no puedo menos que señalar un detalle de su fama que es el que con mayor probabilidad hará que su nombre perviva en la historia; y es que aquel magnífico compañero de mis noches, y hermano adoptivo mío, fue uno de los primeros en ser atropellados por un automóvil; tenía ya cerca de los ochenta años de edad. Y se debió a que, cuando iba con la copa encima, tenía la costumbre de caminar por el medio de la calle, haciendo al mismo tiempo una serie de cosas distintas: blandía una botella, cantaba, charlaba y reía; y siempre iba seguido por una abigarrada tropa de borrachos, vagabundos, perros callejeros, caballos sin dueño y ciclistas; éstos últimos acababan de aparecer, y eran daneses. Los automóviles le preocupaban tanto como una lata cualquiera que encontrase rodando por la calle. Así que si llegase a suceder la gran desgracia de que Runólfur, pariente del Konferensrad, no volviese a asomar por este libro un día cualquiera, y que hasta yo mismo me olvidase de señalar el momento de su desaparición, será porque mi hermano adoptivo pereció bajo las ruedas del primer automóvil llegado a Islandia.
Sigur Ros. Svenf-g-englar
3 comentarios:
.......... LA verdad es que los dos últimos párrafos no los terminé de leer...je! :S ¡no te enojes!..es que quedé atrapada con el abuelo... que no supo responde... ¿qué es la eternidad?...y si era un bicho??......¿Qué habrá sio de aquel reloj.........? ja!.....Me gustó ese texto.............
y Me regustaron esos videos!! el Nombre de la q canta es ese q está ahí? Sigur Ros??.....
Asturiano... y te pido una cosa...por favor!...he?? je.... si me podías pasar la frase esa que enías antes.. que siempre me decía "la tengo q copiar" "la tengo q copiar..." y........ya la sacaste! jejee...todo bien y si no es mucha molestia! Disculpá!
HA! y contarte q tengo la peli "Carta de una mujer desconocida"......mmmm........¿Ya te conté?....bueno pero todavía no la ví! je... ya te contaré! besotess!!;) Y GRACIAS! :)
No te preocupes por no haber leído el último párrafo, va a seguir ahí por si algún día lo quieres leer. Una de las definiciones de libro que más me gustan es aquella que dice: Un libro abierto es un maestro que enseña; roto un corazón que llora; cerrado, un amigo que espera.
Así que ahí se va a quedar esperando por tí y por cualquier otra persona que se pase por aquí y se pare un momentito.
La frase que me pides, más que frase son cuatro versos, que tengo que confesar con un cierto pudor, que son de composición propia. Con gusto te los incluyo aquí:
Ahora que falla la luz de la razón
y los fuegos arden en el mar,
ahora, en este tiempo de confusión
tengo necesidad de tu compañía.
Bien que hayas encontrado la peli, seguro que la vas a disfrutar un montón. Por supuesto, espero que me digas tus impresiones cuando la veas.
Un abrazo otoñal! :)
Se me había olvidado. El músico es efectivamente Sigur Ros, y es, como el escritor, islandés y por eso lo escogí. Además, su música es tremendamente evocadora y de esas que hay que pararse a escuchar y soñar.
Un beso!
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