Alcanzar la
edad de 16 años fue determinante en el devenir vital de este artista alemán
nacido en la localidad de Rheydt en 1969. Con esa edad sufrió el fallecimiento
de su padre y vio como se le organizaba su primera exposición individual en
Mönchengaldbach, al mismo tiempo que daba comienzo a una obra sobre la que
todavía hoy está trabajando.
La faceta
artística de Schneider está marcada por su obsesión por los interiores, que
termina por transformar en una suerte de escultura tridimensional transitable
por lo espectadores, que terminan viviendo una serie de emociones
contradictorias en las que el miedo es de las más importantes. Y ello es así
por la construcción de habitaciones en el interior de las salas de
exposiciones, modificando el espacio interior de los museos, creando nuevos
espacios capaces de alterar la percepción espacial del visitante.
Precisamente
con 16 años empezó a trabajar sobre su casa natal en Rheydt, interviniendo en
su interior, construyendo habitaciones dentro de otras habitaciones, espacios
que se convierten, en algunos casos, en inaccesibles, habitaciones en las que
por una ventana se siente la entrada del aire mientras que por otra luce un sol
espléndido, gracias al uso de distintos aparatos para crear diferentes
condiciones climáticas.
Lugares en los
que hay personas simulando acciones concretas, o en los que se puede encontrar
al propio artista ejerciendo al modo de anfitrión en una casa cuyas
habitaciones se mueven, donde se entra por la puerta situada en un lado y
cuando se quiere salir uno se da cuenta de que ha cambiado de ubicación.
Otras veces se
desplaza hasta la famosa playa de Bondi Beach, en Australia, para ubicar una
serie de 21 celdas delimitadas por paneles de metacrilato, todas exactamente
iguales para reflexionar sobre la uniformidad occidental actual. Otras veces
llevará al interior de los museos una recreación de los espacios de la prisión
de Guantánamo, pensados para ejercer una presión psicológica sobre los presos,
sin que queden marcas externas propias de una tortura física, sustituida ahora
por una tortura psicológica igualmente cruel.
Obras no
exentas de polémica como en el caso de aquella que planteó para hacer una
habitación en el interior de un museo, y en la que pretendía que se pudiera
observar la muerte de una persona, como una forma de desdramatizar ese momento
vital y como muestra, según el artista, de enseñar la belleza de ese momento. Una
pretensión que le valió la crítica de todos los sectores políticos alemanes,
amén de una larga colección de amenazas de muerte. Eso no fue óbice para que en
otras obras aparezcan fallecidos simulados en otras obras suyas.
Más información: El Cultural, The Guardian [en], Art Gallery [en], Frieze Magazine [en].
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