martes, 31 de julio de 2007

Ángeles Caso

El arte es un privilegio del que sólo gozamos, entre las especies animales que nos acompañan en el dominio del planeta, los seres humanos, capaces -o culpables- desde la expulsión de Paraíso, de inventarnos una manera de existir que alcanza mucho más lejos, infinitamente más lejos, que la pura acción de sobrevivir, comer, refugiarse, reproducirse… Es una rara forma de comunicación, y lo es en tres sentidos diferentes y concéntricos, como círculos de tamaño creciente: comunicación hacia el interior de nosotros mismos, hacia los otros y hacia el universo. El artista –el músico, el poeta, el plástico, hasta el geómetra arquitecto- bucea dentro de su alma, y luego dentro del al alma de los otros, y luego aun dentro del alma del mundo, iluminando lo que le rodea con una lámpara débil y vacilante, dejándose en el esfuerzo los ojos. Y después lanza todo lo que ha encontrado ante los demás, lo expone ante los demás como una vía de conocimiento supremo, lo deposita a los pies de los otros, para que ellos extiendan por un momento las manos y las manos se toquen: toda la belleza y también todo el horror que forman parte de la vida. El artista trabaja con lo invisible: el aire, la luz, la oscuridad, el reflejo del cielo y el infierno, el misterio, la palabra cargada de sentido, el sinsentido, la perfección y la perversión, los sueños, las conexiones más profundas y secretas de nuestras secretas neuronas, el delgadísimo hilo que une el macrocosmos y el microcosmos… El arte le habla a eso que llamamos espíritu, y alimenta un ansia confusa que nunca está del todo satisfecha, pero que no tiene nada que ver con el hambre, el frío y la sed y el puro malestar o bienestar de la materia.

Extracto del artículo Cocinar en Kassel, publicado por Ángeles Caso en la revista Magazine.

viernes, 27 de julio de 2007

Ángel Petisme

Blowin’in the cierzo

Si Dylan fuese maño
sabría que no quedan respuestas en el viento,
que el viento aúlla como un perro rabioso,
y enloquece y gobierna a este pueblo;
sería sordo de narices y más seco
y marciano de lo que es. ¡Que ya le vale!
Hablaría del mar en todas sus baladas,
sabría que el desengaño
es el estadio natural del hombre,
y que para reírnos
tenemos que hacer daño,
como buenos somardas*.

Si Dylan fuese maño sería anarquista
y no tendría todos esos problemas con Dios;
iría más al grano y dejaría de enmarañarse
en cielos de diamante;
bebería hasta derrumbarse,
- sin quitarse la armónica de los labios -,
de ese cáliz amargo y saturnal…

Si Dylan fuese maño
no tendría donde caerse muerto,
nadie le grabaría esos discos tan duros
donde las cucarachas se tiran de los pelos,
el señor pandereta convoca al huracán,
y la tinta invisible
se hace charco de sangre.

Pero claro, si Dylan fuese maño
otro gallo nos cantaría
por estos secarrales del demonio,
y a lo mejor aparecíamos en los mapas de América,
(y no en los catalanes),
y alguien dinamitaba esas puertas del cielo
para que no nos diesen por el culo
del mundo.

Para salir del “cierzo tremens”
de la forma más digna – es decir como pueda –
maúllan en mis pozos los versos de otro Dylan*:

“Ando solo en una multitud de amores,
que la música salve los restos de la noche”.

*Somarda: socarrón, ironía que te abrasa por dentro.
*Dylan Thomas




Aragoneses 2

Cuentan que Buñuel en el 61,
cuando le dieron la Palma de Oro en Cannes
por Viridiana
volvió a Zaragoza y a Calanda unos días.

En el Paseo Independencia
un señor, al que Buñuel parecía conocer,
se paró a saludar diciéndole:
Don Luis, la última película suya,
Flojita, eh, flojica…

Salmones

Igual que los salmones que un día regresan
desde el mar al regato en que nacieron,
así yo rebobino días, fuegos, ciudades,
que moldearon mi rostro con su batir,
y voy como los cuerpos imantados
hacia la aurora de mi reino de polvo.

Y aunque sé que la burla y el rechinar de dientes
me esperan con sudarios al llegar,
sigo contracorriente, con los brazos en cruz,
rebobinando todos mis latidos.

Radiografía

La radiografía ha delatado mi debilidad.

Doctor, no es bueno que el hombre esté solo,
y todas las noches, en sueños me extirpo una costilla
para crear, a mi imagen y semejanza, a esa dulce mujer,
compañera de juegos, hueso de mis huesos y carne de mi carne,
que me tienda una mano al árbol de la vida,
y comiendo de él vivamos para siempre,
desnudos y sin tener que trabajar, en el Edén…

En vano. Porque en sueños, doctor, modelo mal el barro.

jueves, 26 de julio de 2007

Un lazareto

La posesión de la verdad no es menos peligrosa que la de dinamita o titadyne. La serie funciona así: posesión de la verdad-imposición de la verdad-violencia. De una vez por todas habría que dividir a la humanidad entre poseedores y no poseedores de la verdad. A los primeros podría dárseles un continente entero, rodeado de un cordón sanitario, para que allí diriman sus cuitas. El territorio estaría dividido en varios círculos concéntricos. En el núcleo irían los poseedores de verdad más radicales, como talibanes, etarras, ayatolás, dictadores marxista-leninistas, etcétera. En el último círculo irían los poseedores de verdad más benévolos, como los rectores del FMI y los de la Secretaría para la Doctrina de la Fe. Haciendo una buena criba, es posible que los poseedores de la verdad no sean tantos como parecen, y al final baste con darles una isla de mediano tamaño, a ser posible volcánica.

Pedro de Silva

Publicado en el periódico La Nueva España el martes 24 de junio de 2007.

martes, 24 de julio de 2007

Fría noche mágica

Noches Mágicas. Poesía, danza y tango, nos dieron la mano para que nos dejáramos llevar, para cruzar la oscuridad sin tener miedo, cruzar senderos ocultos iluminados por una noche de luna tímida y lejana, arrullados por los sonidos del agua en medio del oasis verde.

Poesía pegada a la vida, áspera como la existencia, alegre a ratos en medio de la pradera regada de rocío y de frío. Escenario de voces de colores donde el señor de la noche siente golpes de mar, mientras un tranvía verde deja a un peatón solitario sobre un asfalto azul y gris y la lluvia provoca guerras incruentas de paraguas sobre la pradera. Dos voces, dos, diferentes, complementarias, poesía convertida en canción.

La aurora boreal vio llegar los cuerpos en una lejanía de agua, reflejos de plata oscura rotos por la barca del ángel negro llegando a la orilla de lo terrenal. Dos mundos opuestos, universos que no se mezclan, se rozan, se presienten, reales, perceptibles, vivos. Dibujos en el aire de la noche, en un quehacer distorsionador de dualidades que rompieron el azar de lo cotidiano con humor, con cariño, con la unión de unos cuerpos vestidos para el amor. Universos fundidos en una única realidad resumida en una duda de brevedad minimalista sin resolución posible.

La rionda vio como el siglo XX fue puro cambalache de amor y desamor, de amistad y de derrota, de humo y alcohol en lugares de moral displicente con Mozart y Piazzola caminando juntos de la mano de un tango elevado por volutas de humo y mecidos en un proceloso mar de músicas casi posibles. La promesa de volver cuando 20 años no son nada, transporta más allá de los océanos y de las culturas, y los cuerpos escapan mientras se funden. Y la noche sigue fría y a la luz de una tímida vela.

Y todo eso en el Jardín Botánico Atlántico de Gijón. Noche de frío y de magia.

miércoles, 18 de julio de 2007

Deseando amar (In the mood for love, Wong Kar-Wai, 2000)

Esos tiempos pasaron. Todo lo que había entonces desapareció.

El título original de esta delicada película es Fa yeung nin wa, es decir, La magnificencia de los años pasa como las flores. Un título que al igual que las citas del escritor Leu Yee-Chang que aparecen en la película y que recojo al inicio y al final de este comentario, nos desvela que el tiempo y su lento pero inexorable discurrir va a ser uno de los marcos en los que se desarrolle esta película de extrema y casi palpable sensibilidad hecha de pequeños detalles, de silencios, de miradas, de sutiles contactos físicos entre dos personajes que apenas si se hablan pero que se lo dicen todo. Belleza tan sutil y frágil como la de una flor.

El director nos muestra a través de elementos que no cambian (hay muchas escenas que son prácticamente idénticas, la música se repite constantemente, algunos de los escenarios…) una relación y unas vidas que, sin embargo, si cambian en lo que es una fusión que alcanza las más altas cimas de la belleza artística combinando maravillosamente la estética con la expresión contenida de unos sentimientos que van pasando de la solidaridad, a la amistad y, finalmente, a un amor que no puede ser.


Los protagonistas son Chow Mo-Wang (Tony Leung), periodista, y Li-Zhen (secretaria), a quienes la casualidad convierte en vecinos al mudarse a una pensión en la ciudad de Hong Kong en los años 60. Los dos están casados con personas que viajan mucho debido a su trabajo, el hecho de descubrir que sus respectivas parejas son amantes, les convertirá en camaradas a la fuerza, para pasar a la amistad y al amor. Parejas que se hurtan a un espectador que nunca las llegará a conocer, obligándole a fijarse exclusivamente en los dos protagonistas y en esa historia de callejones, de lluvia, de luces que más parece que arrojan oscuridad, de pasillos estrechos y ambientes, en definitiva, tan claustrofóbicos como la propia relación.

Una relación compleja y hasta cierto punto atormentada, en el ambiente opresivo de una pensión decadente en la que la soledad se palpa en las descarnadas paredes de las escaleras o de los pasillos, y en la que construir un secreto doloroso por contenido, donde crece una pasión que nunca llega al exhibicionismo ni al exceso, ni físico ni sentimental, porque los protagonistas nunca hablan con claridad de lo que les ocurre y cuando lo hacen siempre es por medio de miradas, pequeños gestos en ocasiones casi imperceptibles, de tal forma que somos los espectadores los que tenemos que terminar por dar forma a las piezas del rompecabezas para tener una idea clara de que es lo que está ocurriendo.


Los protagonistas “guardan silencio y eso es lo más importante”, dirá el director en una entrevista. Ellos callan mientras el secreto empieza a hacerse demasiado grande, hasta que los vecinos se empiezan a percatar de lo que ocurre y ellos intentan convencerse mutuamente de que su amor no puede ser, aunque en el fondo los dos desean que pueda serlo. Es precisamente ese ritmo contenido, la sensación de frustración que nos hace llegar el director, lo que hace que el espectador se identifique con la historia mucho más que esas otras historias condenadas a terminar bien, esos happy end que hacen que el espectador salga reconfortado de la sala pensando que el amor todo lo puede.

La belleza de un amor que se mece al ritmo de un Nat King Cole cantando Quizás, quizás, quizás, mientras el tiempo pasa inexorable para una historia de amor sin sexo pero no por ello menos apasionada.

Él recuerda esa época pasada como si mirase a través de un cristal cubierto de polvo, el pasado es algo que puede ver, pero no tocar. Y todo cuando ve está borroso y confuso.

martes, 17 de julio de 2007

Toli Morilla



Señor de la nueche

Señor compañeru. Señor de la nueche. / Fai que vuelva la cara / Quien nun quiso mirame. // Que los sos güeyos me gueten / Sosteníos y azules / Per detrás de la barra. // Que pregunte’l mio nome / Y s’arime mui sele / a pidime tabaco. // Si quier más quedar, / Fai que toos marchen / Y esti bar se despueble / Pa dexanos solos / Cola canción más lenta. // Si decide marchar, / Que la lluna disponga / La so lluz nel nuesu besu / Y que sepan les casi / Tamién dexanos solos. // Señor compañeru, Señor de la nueche / Fai que nun cante’l gallu / Que se retrase’l día // Y que duren les sombres / El tiempu necesariu. // El tiempo qu’ella tarde en decidise.

(Señor compañero, Señor de la noche. / Haz que vuelva su rostro / Quien no quiere mirarme / Que sus ojos me busquen / Sostenidos y azules / Por detrás de la barra // Que pregunte mi nombre / Y se acerque despacio / A pedirme tabaco // Si prefiere quedarse / Haz que todos se vayan / Y este bar se despueble / Para dejarnos solos / Con la canción más lenta // Si decide marcharse / Que la luna disponga / Su luz en nuestro beso / Y que las calles sepan / También dejarnos solos // Señor compañero, Señor de la noche / Haz que no cante el gallo / Que se retrase el día / Y que duren las sombras / El tiempo necesario // El tiempo que ella tarde en decidirse)

Luis García Montero. Cantar de brujería. XXVII Selmana de les Lletres.

Agua

Préstenme les casi moyaes / Les llargues avenides / Con árboles de fuera cayedizo / Préstenme les tiendes pequeñines / En peligru d’estinción / Los homes y muyeres / Que paseen solitarios / Mientres orbaya selemente / Y en silenciu / El cielo gris y les fontes cantarines / Les faroles que s’apaguen / Pa volver lluéu a prendese / Préstame como güelen les casi moyaes / Inda más en branu, inda más / Los paragües que lleva’l aire / -esto si que me presta- / El mar encabritáu / El riu onde nadie se baña dos veces / La xente que mira detrás de les ventanes / Minetras llueve, llueve, y nun para / Los páxaros entumbíos entre les rames / Y los autobuses en metá la truena / Préstame la paz / Después de la tormenta / La calma ya’l silenciu / De la tierra bautizao.

(Me gustan las calles mojadas / Las largas avenidas / Con árboles de hoja caduca / Me gustan las tiendas pequeñas / En peligro de extinción / Los hombres y mujeres / Que pasean solitarios / Mientras llovizna suavemente / Y en silencio / El cielo gris y las fuentes cantarinas / Las farolas que se apagan / Para volver pronto a encenderse / Me gusta como huelen las calles mojadas / Todavía más en verano, aún más / Los paraguas que lleva el aire / -esto si que me gusta- / El mar encabritado / El río donde naide se baña dos veces / La gente que mira detrás de las ventanas / Mientras llueve, llueve y no para / Los pájaros encorvados entre las ramas / Y los autobuses en mitad de la tormenta / La calma y el silencio / De la tierra bautizada)

Elías Veiga. Ed. Trabe. La tierra fonda.

Cuando naide lo ve

Sé que lo sabes / La vida ye infiel / Va dexando clavos / Espetaos en la piel / Cuando naide lo ve // Sé que la historia / Nun te recordará / Por eso guardo’l to nome / Nuna caxa de cristal / Cuando naide lo ve // Cuando naide lo ve / Ya nun sirve mentir // Se qu’esta nueche / Traerá llunes de fiel / Tolos deseyos / De Fausto nun pincel / Cuando naide lo ve // Tantu deseyu / Esmoleciendo’l to coral / Secando l’alma / Como la fonte que secó / Cuando naide lo ve.

(Sé que lo sabes / La vida es infiel / Va dejando clavos / Clavados en la piel / Cuando nadie lo ve // Sé que la historia / No te recordará / Por eso guardo tu nombre / En una caja de cristal / Cuando nadie lo ve // Cuando nadie lo ve / Ya no sirve mentir // Sé que esta noche / Traerá lunas de hiel / Todos los deseos / De Fausto en un pincel / Cuando nadie lo ve // Tanto deseo / Desasosegando tu corazón / Secando el alma / Como la fuente que secó / Cuando nadie lo ve)

Morilla.

Temas del disco Entropía: Midida del desorde d’un sistema. Medida de l’incertidume esistente nun mecigayu mensaxes de los que va recibise ún namás.
Tendencia natural que conduz al estropicio de les coses.

Medida del desorden de un sistema. Medida de la incertidumbre existente ante un conjunto de mensajes de los cuales se va a recibir uno solo.
Tendencia natural que conduce al deterioro de las cosas.


viernes, 13 de julio de 2007

Blas de Otero

Igual que vosotros

Desesperadamente busco y busco
un algo, qué sé yo qué, misterioso,
capaz de comprender esta agonía
que me hiela, no sé con qué, los ojos.

Desesperadamente, despertando
sombras que yacen, muertos que conozco,
simas de sueño, busco y busco un algo,
qué sé yo dónde, si supieseis cómo.

A veces me figuro que ya siento,
qué sé yo qué, que lo alzo ya y lo toco,
que tiene corazón y que está vivo,
no sé en qué sangre o red, como un pez rojo.

Desesperadamente, le retengo,
cierro el puño, apretando al aire sólo...
Desesperadamente, sigo y sigo
buscando, sin saber por qué, en lo hondo.

He levantado piedras frías, faldas
tibias, rosas, azules, de otros tonos,
y allí no había más que sombra y miedo,
no sé de qué, y un hueco silencioso.

alcé la frente al cielo: lo miré
y me quedé, ¡por qué oh Dios!, dudoso:
dudando entre quién sabe, si supiera
qué sé yo qué, de nada ya y de todo.

Desesperadamente, esa es la cosa.
Cada vez más sin causa y más absorto
qué sé yo en qué, sin qué, oh Dios, buscando
lo mismo, igual, oh hombres, que vosotros.

A la inmensa mayoría

Aquí tenéis, en cato y lama, al hombre
aquel que amó, vivió, murió por dentro
y un buen día bajó a la calle: entonces
comprendió: y rompió todos sus versos.

Así es, así fue. Salió una noche
echando espuma por los ojos, ebrio
de amor, huyendo sin saber adónde:
a donde el aire no apestase a muerto.

tiendas de paz, brizados pabellones,
eran sus brazos, como llama al aviento;
olas de sangre contra el pecho, enormes
olas de odio, ved, por todo el cuerpo.

¡Aquí! ¡Llegad! ¡Ay! Ángeles atroces
en vuelo horizontal cruzan el cielo;
horribles peces de metal recorren
las espaldas del mar, de puerto a puerto.

Yo doy todos mis versos por un hombre
en paz. Aquí tenéis, en carne y hueso,
mi última voluntad. Bilbao, a once
de abril, cincuenta y uno.

El mar

Lo primero que vieron mis ojos fue el mar: violentamente, como siempre estuvo el Cantábrico ante mí, airado, refunfuñando y dándome la razón a regañadientes.
Pasaron muchos árboles y meses y estaciones, al fin me hallé en el límite de Tarragona con el Mediterráneo, parado en el andén, mirándome a las manos, tan distinto de como lo vi en la guerra, tres veces más cruel y siempre mirándome, parado, a las manos.
Más tarde bajé a los mares de China, jadeantes de nocturno marfil, según hice constar en una angosta callejuela de Pekín. Sin más, salté hacia el Báltico, yo pisaba su lisa espalda de lámina indiscutiblemente fría, restos estalinistas, trizadas cruces nazis.
Ahora, esta tarde, golpean las olas en la memoria, olas redondas, locas, con coronas de tela, mientras el mar Caribe se abre a mi vista limpio como un cristal donde hubiese caído esa asquerosa mosca del consabido buque norteamericano.

jueves, 12 de julio de 2007

Fedra (Miguel de Unamuno)

Monólogo de Fedra

(Fedra está semitumbada a cierta distancia de una sombra inmóvil que se intuye, y que es la de Eustaquia. En algunos momentos, Fedra se dirigirá a ella, en otros la rechazará o simplemente hablará para sí.)

Ya veo acabarse esta tortura… No podía vivir más. Había creado un infierno. (Se incorpora.) Los dos enfrentados… Yo sé que ahora vendrá (Convulsa.) Pedro consentirá que venga a darme el último beso. Y él… ¿me perdonará? Vendrá… y ahora no quiero morir porque va a venir. (Crece en su inquietud.) Quiero estar con él, vivir con él, juntos… (Sobre la frase se irá derrumbando.) No en su cuarto, sobre su cama, donde he llorado su ausencia. (Pausa. Cambia a un tono grave de voz. Reflexiva.) El diablo te empuja, te envuelve y te hace gozar con tu desgracia. ¿Qué hacías tú llorando sobre el lecho vacío de tu hijo…? (Tras una pausa, nerviosa, mientras se retuerce los dedos de las manos.) No, el diablo me observa. Un diablo vigilante, al acecho, un diablo de la guarda… y yo le reconocí inmediatamente. (Suelta sus manos y se pone en pie.) Es ese terrible Marcelo. Me atravesaba con su mirada, lo sabía todo desde el principio, y jugaba a arrebatarme a mi hijo y a entregárselo… Hipólito. (Avanza con la mirada fija en la sombra de Eustaquia.) Y jugaba conmigo, con todos. Pero ahora ha terminado su juego. (Sin dejar de mirarla comienza a retroceder hasta dejarse caer sentada al final de la frase.) Un juego que yo sé, Eustaquia, conocías desde siempre, desde el principio del tiempo. (Tras una pausa deja caer su cuerpo.) Todo termina, Eustaquia…, y me corresponde a mí acabar la partida, con una última carta que pondré sobre la mesa… (Deja correr las manos sobre su rostro y cuello.) ¡Pero sólo cuando me lleve su beso, su último beso! Y esta carta que rompe el juego se la darás a Pedro. (Se incorpora.) ¿Lo prometes, lo juras Eustaquia? (Con la mirada perdida, su voz se debilita y su forma de decir adquiere un tono infantil. Suenan acompañando al texto las notas agudas de un piano que describen la melodía obsesiva de una caja de música.) Sólo así podré ser perdonada. Necesito que me perdonen. He sido una chiquilla… como una niña. Y quiero, Eustaquia, que todo sea como en mi niñez en aquel colegio de monjas. Y siento que me estoy haciendo niña… una niña que se ha portado mal… Y si me arrepiento se podrán abrazar padre e hijo sobre mi recuerdo…; e iré al cielo que imaginaba de colores azules y blancos…, y cuando llegue allí me mirarán todos, me rodearán lentamente…, y vendrá la Virgen y su Hijo… (Tras una breve pausa su voz se torna grave, y se pregunta extrañada.) ¿Mi hijo?... y me perdonarán todo, todo… (Otra vez una breve pausa. Su voz se va quebrando.) … hasta mi último crimen, el de mi muerte.

(A partir de esa frase se establece un diálogo entre las dos Fedras.)

Pero esto que has hecho Fedra es un pecado muy grande.
¡Es un sacrificio!...
Sacrificio hubiera sido decir la verdad, toda la verdad…
Sin muerte no hay sacrificio…
Pero la muerte es de Dios…
¡Dios me la ha mandado!...
Eso es una blasfemia, Fedra…

(Se levanta y avanza lentamente hacia la embocadura con la mirada cada vez más perdida.)

Él, el Hijo, se dejó también matar. Me perdonará… ¿verdad? Tengo mucho frío, Eustaquia, y se me cierran los ojos… Sólo veo colores azules y blancos… los del cielo. Llévame a la cama, Eustaquia, llévame. Pero antes de dormirme vendrá a darme el último beso, ¿verdad? Vendrá Hipólito y me dará un beso…