Si
la película de los hermanos Coen es un peliculón, si la primera temporada de la
serie fue realmente buena, la segunda temporada no sólo se pone a la altura
sino que se coloca en su propio pedestal por motivos propios, y es que estamos
ante una serie con mayúsculas, ante diez episodios inolvidables (para mí
especialmente el penúltimo), en el que asistimos a un drama de cocción lenta
que estalla con la virulencia de la explosión de una olla exprés.
No
podía ser de otra forma, después de que un atropello de lo más chusco termine
degenerando en un auténtico baile en el que las muertes se van sucediendo con
regularidad pasmosa, mientras los personajes intentan entender qué es lo que
está ocurriendo a su alrededor, entremezclado como está todo hasta el punto de
que nadie sabe por dónde le va a llegar la siguiente amenaza que puede ser la
última.
La
lucha entre clanes mafiosos, casi podríamos decir entre la empresa familiar y
la gran corporación (magnífico ver a uno de los asesinos convertido en poco
menos que un ejecutivo del crimen), entre los valores familiares y los
meramente comerciales. Mentiría si dijera que esta segunda temporada va sólo de
eso, va de mucho más, va de valores familiares sí, pero también de ambición, de
ganas de romper con una rutina asfixiante, de la vida en definitiva.
Por
los planos de Fargo pasan todas las flaquezas humanas y algunas de sus
fortalezas, en medio de un paisaje de invierno en el que hace frío
meteorológico y sentimental, en el que todo va transcurriendo lentamente y no
sin dosis de humor, hacia la tragedia, porque ya desde el inicio de la serie el
espectador sabe que aquello no puede terminar bien, no va a haber un final
feliz, porque todo el mundo merece el destino que sabemos que le espera.
Esa
cocción lenta pero inexorable, con grandes dosis de ironía, unos diálogos
antológicos, unos personajes muy bien trabajados por los respectivos actores,
un uso de la cámara con mucha inteligencia, y la potencia del paisaje que
acompaña a la historia, forman un conjunto inolvidable, perfecto para atrapar
al espectador desde el primer minuto hasta el último.
Una
historia en la cual a todos los personajes la realidad se les va de las manos,
se desorientan, no saben muy bien donde están los límites o por dónde les va a
llegar la siguiente amenaza externa, donde matar se convierte en una
herramienta de supervivencia, la única posible en medio de una violencia fría,
desapasionada, resignada, disfrazada de profesionalidad cuando no es más que
una carnicería, un concepto éste último que tendrá su importancia en varios
momentos del desarrollo de la historia.
Son
personajes todos ellos que ven como su mundo cambia de forma dramática a pesar
suyo, incluso cuando lo único que se pretende es una mejora personal aunque por
el camino equivocado, donde las pequeñas cosas cobran una relevancia inesperada
y dramática. Una navegación a los rincones más recónditos de la condición
humana.
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