Después de dos
excelentes temporadas, de las que ya me he ocupado aquí y aquí, tenía muchas
ganas de ver la tercera campaña de esta atípica serie de espías ambientada en
los Estados Unidos en plena guerra fría. Entramos esta vez en los años 80,
marcados por la presidencia de Ronald Reagan y los conflictos de Afganistán, en
pleno auge, y del apartheid surafricano, dos paisajes muy presentes en el
trasfondo de lo que ocurre en esta tercera temporada.
Digo
trasfondo, porque lo realmente importante ahora es la peripecia vital de unos
personajes, ya sean los espías rusos ya sean los agentes o trabajadores del
FBI, acostumbrados a vivir en la mentira, en el disimulo constante, en mantener
varias vidas paralelas a la vez, mientras el mundo va cambiando a su alrededor
de forma inexorable e implacable.
En esta
temporada los sentimientos son más profundos o se colocan más a flor de piel,
según se mire, las mentiras se convierten en un sobrepeso difícilmente aguantable,
y lo que antes eran caracteres monolíticos, personajes con las ideas claras de
lo que tenían que hacer, entran ahora en esa ancha franja de grises en la que
las convicciones de ponen en juego, y lo que hasta ese momento eran cimientos
sólidos, se empiezan a resquebrajar y cada misión será más costosa, en términos
sentimentales, que nunca.
La familia de
Elizabeth y Philip, va cumpliendo años, especialmente una espabilada Paige que
busca refugio en la religión y empezará a hacer preguntas embarazosas, desde su
adolescencia inteligente que le hace percibir algo extraño en su entorno. Eso
colocará a sus padres en una situación desconocida para ellos, acostumbrados
como están a tener las riendas firmemente cogidas, y su mundo familiar se
empezará a tambalear de la misma manera que lo están haciendo los cimientos de
la URSS, aunque de esto último aún no se está dando cuenta nadie.
Stan, el
agente del FBI, también vivirá esa contradicción hasta llegar al punto de no
retorno, mientras que Martha también vivirá su momento epifánico al descubrir
que los fundamentos emocionales de su vida se tambalean también de un modo
dramático.
Cuando los
secretos dejan de serlo hay que afrontar la consecuencia de los mismos, y cada
uno de los personajes lo hará de una forma diferente y al mismo tiempo
coincidente, porque para afrontar las consecuencias de los actos de cada uno, o
de los procesos de autoengaño con los que, en ocasiones, nos empeñamos en dar
(sin) sentido a la propia existencia, sólo nos queda la sinceridad, dejar caer
las caretas al suelo y mostrarnos en toda nuestra desnudez sentimental y
esperar acontecimientos, porque esa decisión también traerá consigo
consecuencias. Para descubrirlas tendremos que esperar a la cuarta temporada.
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