Esta alemana
nacida en Darmstadt en 1912, probablemente sea la primera fotógrafa profesional
argentina, capaz de crear una escuela de fotografía en el país y de proyectar
su influencia en generaciones posteriores. Llegó al país procedente de una
Alemania derrotada en la Primera Guerra Mundial, en 1926 de la mano de sus
padres.
Su padre había
sido herido en la guerra de tal forma que no pudo continuar con su trabajo como
violinista, y ante la mala situación que se estaba viviendo en el continente,
se embarcó con su familia rumbo al cono sur y recalar en la Argentina. Allí,
Annemarie empezó a interesarse por la fotografía de la mano de su tío, y
convertir esa afición en una profesión que la llevará a ser una profesional muy
reconocida.
Eso a partir
de los años 30 como una mujer con una personalidad rompedora para los esquemas
de ese momento, y no solo por su forma de fotografiar sino por su propia
actitud vital traducida, por ejemplo, en un constante uso de pantalones, una
prensa considerada como escandalosa para una mujer en los años 30.
Una mujer cuya
carrera creció al albur del esplendor del cine argentino de la época y de la
radio, lo que puso delante de su cámara a todas las estrellas del celuloide del
país, incluyendo a una incipiente actriz que respondería al nombre de Eva
Perón, una chica que Annemarie cuando la conoció definió como vulgar.
La
preocupación fundamental de Annemarie en sus retratos fue la de extraer de las
personas que se ponían ante su cámara, su auténtica personalidad, de hacerles
contar a través de la imagen aquello que no se puede contar con palabras, sin
dejar de lado la necesidad de atender las demandas de las revistas ilustradas
argentinas que querían resaltar el glamour de esas estrellas del cine, el
teatro o la danza.
Fotografías
muchas de ellas que huyen de lo convencional y entran de lleno en el terreno de
la experimentación, buscando esa belleza que se esconde en la luz, en un
reflejo, en una sombra, en un cuerpo, porque Annemarie también levantó el
escándalo con sus fotografías de cuerpos desnudos, incluyendo el de su propia
hija.
Una forma de
mirar la de Annemarie alejada del mecanicismo fotográfico, en búsqueda de una
nueva libertad dentro de un trabajo al que se vinculó, en primera instancia,
por la necesidad de trabajar y de ayudar a su familia, y que luego pasó a ser
un territorio de expresión, de experimentación, de mirada hasta cierto punto
subversiva.
“De pronto arranca una sonrisa burlona en los
espectadores, que vuelven a ver a Heinrich, en la imaginación, desafiante y
díscola, incluso sin saberlo, saliendo de detrás del mostrador de su estudio
con los pantalones subversivos, dispuesta a mirarse en el mundo y a quebrar la
mirada” (El País).
No hay comentarios:
Publicar un comentario