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Calle Corrientes, 1936. |
Cuando en 2012 fallecía el
argentino
Horacio Coppola, la ciudad de Buenos Aires, esa que en la película de
Hernán Gaffet
Ciudad en celo, se discutía si era femenina o masculina, se
quedaban huérfanas de uno de sus más insistentes paseantes desde que viera la
luz allá por el año 1906. Paseos en los que muchas veces le acompañaba Jorge
Luis Borges, y juntos contribuyeron a crear, cada uno a su manera, la leyenda
de la ciudad porteña.
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Villa Miseria sobre el riachuelo, 1936. |
O si leyenda se considera una
expresión exagerada, podemos acordar que ayudaron a trasladar a aquellos que no
tenemos el placer de conocerla más que a través de relatos, fotografías,
películas o informaciones
periodísticas, la magia, el espíritu que anima las calles de una urbe
construida en una sucesión de capas arqueológicas, tantas como la diversidad de
los habitantes, autóctonos o emigrantes, que la han marcado con un sello
distintivo.
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Vista bajo un puente ferroviario, 1936. |
Como tantas veces ocurre, Horacio
Coppola, después de haber sido introducido en el mundo de la fotografía por uno
de sus hermanos mayores, recorrió Europa para luego volver para apoderarse de
forma definitiva de las calles, las aceras, del ritmo trepidante de la urbe
sobre la que posa una mirada muy particular, autodidacta, innovadora,
vanguardista.
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Calle Corrientes al 3000, 1936. |
Una mirada deudora también de las
enseñanzas emanadas de la Bauhaus alemana, institución que conoció en su sede
berlinesa en los años 30 y a la que sería su primera mujer, la también
fotógrafa Grete Stern. El ascenso del nazismo y la atmosfera asfixiante que
trajo consigo, le llevó a viajar a París y a Londres antes de regresar a Buenos
Aires.
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Londres, 1934. |
"En Londres disfruté como
pocas veces de mi costumbre de pasear por las ciudades de noche. Me gusta
caminar cuando cae el sol, me gustan los personajes que aparecen, las escenas que
se arman; la vida que adquiere entonces la ciudad me parece siempre digna de
ser vivida."
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Nocturno. Avenida Costanera, 1936. |
La noche, la niebla, elementos
que introducen cambios dramáticos en las condiciones no solo climáticas sino de
las propias calles, de la misma ciudad que, por un lado, se aletarga, mientras
que, por otro, cobra una nueva vida que se da cita en los rincones, en las
esquinas definidas por fachadas de cafés, de puertas iluminadas con luces
prometedoras de no se sabe qué otra clase de penumbras.
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Bartolomé Mitre y Montevideo, 1936. |
"Cada vez que estaba en mi
casa y veía que afuera todo se volvía brumoso, me abrigaba y salía. Adoro la
niebla y no tanto como experiencia óptica, sino como fenómeno generador de
atmósfera: uno se va internando en una materia extraña, los sonidos y el
entorno se opacan, y entonces empieza a sentirse solo, aislado. Pero no hay en
ello nada de temor ni de nostalgia, es como caminar sin paisaje."
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Calle Corrientes, 1936. |
Cuando al final de su vida un
periodista quiso saber qué era lo que hacía feliz a Horacio Coppola, el dijo:
“ver”. A la vista de sus fotografías no cabe más que sospechar que Coppola fue
un hombre inmensamente feliz.
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