Nacido
pocos meses después del final de la Segunda Guerra Mundial, Anselm Kiefer (Donaueschingen,
1945), creció en medio de las ruinas de un país empeñado en marcar ese año como
el punto cero del renacimiento de una nación dividida, y en dejar debajo de los
escombros todo recuerdo del pasado más cercano, de ese maldito pasado que se
quiso olvidar como si nunca hubiera existido.
Sobre
ese paisaje de ruina construye Kiefer su complejo universo artístico, empeñado
desde muy pronto en luchar contra ese olvido voluntario de sus compatriotas, lo
que le llevó a ser uno de los artistas más provocadores de la escena artística
germana. Ya en 1969 realiza una serie fotográfica en diferentes ubicaciones
europeas, vestido con ropas paramilitares e imitando posturas propias de Hitler
delante de lugares históricos del continente.
Una
puesta de largo artística después de que abandonara los estudios de leyes y un
poco antes de empezar a estudiar de forma informal con el gran Joseph Beauys
entre 1970 y 1972 y empezar a desarrollar un recorrido artístico que el crítico
Fernando Castro ha definido como “caminos pictóricos tortuosos, que van del
sujeto histórico de la mitología nibelunga a la catástrofe nacionalsocialista”.
Y es
que la historia, la mitología, la religión, la catástrofe, la melancolía, son
algunas líneas maestras que marcan las coordenadas artísticas de Keifer,
preocupado por establecer una diálogo entre civilización e historia una
conversación en la que el desastre se ha convertido en demasiadas ocasiones en
protagonista, un desastre que Kiefer pudo ver en su infancia y que sigue ahí.
Para
Kiefer no existe una verdad absoluta, sino distintas interpretaciones de la
misma, y por ahí empieza su cuestionamiento acerca de todo y su particular
reflexión en torno al lugar que ocupamos los seres humanos en el cosmos, y como
elementos como la literatura, la mitología, la identidad y los lugares que
construimos se relacionan entre sí de formas complejas.
Complejidad
que Kiefer traslada a sus obras pictóricas, pero también escultóricas, mediante
la utilización de materiales como plomo, alambre, paja, yeso, ceniza, polvo o
girasoles. La idea de fondo es la de romper con los tabúes existentes, en el
caso alemán, con su pasado reciente reflexionando sobre la herencia y la
identidad.
En su
obra también está de fondo el pensamiento de algunas de las figuras más
destacadas de la filosofía, la literatura o la música germanas. Figuras como
las de Richard Wagner, los poemas del judío rumano Paul Celan superviviente
milagroso del Holocausto, con el que comparte, tal y como afirma Germano
Celant, comisario de una exposición sobre este artista en el Guggenheim Bilbao:
“el sentimiento de pérdida y melancolía, y la convicción de que la memoria debe preservarse como único modo de asimilar
los traumas de la historia del hombre”.
Más información: Gagosian, Museo de Arte Contemporáneo, Museo Reina Sofía, Guggenheim Bilbao, MET Museum.
2 comentarios:
Alfredo, interesante la técnica que emplea Anselm Kiefer para crear sus obras. Me gustan sus gruesas capas de empaste y una paleta de color muy reducida, tres, dos colores, él los trabaja con diferentes grados de intensidad, tono sobre tono, y muy agrisados.
Amselm Kiefer me ha llevado esta noche a Joseph Beuys, también muy interesante, otra entrada tuya.
Feliz fin de semana.
Un abrazo!.-
Efectivemente es fantástico ver como con una paleta tan reducida consigue dar tantos matices a sus obras. Otro más para mi particular galería de imprescindibles.
Un beso!
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