Nacido en esa ciudad en aquel entonces, prusiana, y que después de la Segunda Guerra Mundial pasó a ser territorio primero soviético y luego ruso, Hans Josepsohn ha desarrollado toda su carrera artística en Suiza, país al que llegó en 1938 después de que un año antes hubiera viajado hasta Florencia para estudiar arte, pero debido a sus orígenes judíos y a la situación política que se estaba generando en los países fascistas, optó por la seguridad suiza aún a costa de no volver a ver nunca más a sus padres.
En el país helvético, más concretamente en la ciudad de Zurich, tiene instalado este escultor su cuartel general, en el que ha venido desarrollando una obra que sólo a partir de los años 90 y con más fuerza en el nuevo siglo, ha entrado de lleno en el panorama artístico mundial con exposiciones en algunos de los principales museos europeos y estadounidenses.
Josephsohn utiliza para su trabajo un material formado por la mezcla de barro y arena o cemento que al secar se endurece, para reproducir el cuerpo humano pero no de una forma convencional, si no siguiendo unas formas que aproximan sus obras a la prehistoria o los relieves grecorromanos, en pequeñas piezas que reproducen cabezas o torsos y, en el caso de obras de mayor tamaño, personajes recostados, a la antigua.
Para su realización se inspira en personas de su entorno familiar o de amistades, pero eso no supone que realice retratos, sino que está más interesado en reflejar el volumen de la figura humana y su relación con el espacio. Son representaciones en las que sus figuras aparecen sentadas, reclinadas, es decir, en posturas sencillas, simples y en las que deja impresas las huellas de sus manos en el modelado, como pistas del proceso creativo que le anima.
Figuras a pequeña escala lo que les da un aire íntimo, y que, en ocasiones, no llegan a concretarse como tales y simplemente se quedan en la insinuación, en el bloque del que parecen querer salir y del que nunca saldrán ya lo que las deja en un terreno abstracto. En la reseña que hizo John Paul Stonard en la revista ArtForum de una exposición de Josephsohn, afirma que las figuras del suizo parecen “personificaciones de la estupidez humana, cómicamente vulnerables”, al mismo tiempo que las define como un símbolo de la memoria relacionados con acontecimientos personales convertidos en mitos.
Por su parte, Ken Johnson, en el New York Times, escribió en 2006, que las esculturas de Josephsohn son un “portentoso recuerdo del existencialismo europeo de los años 50”.
3 comentarios:
Seguimos aprendiendo.
Tus artículos son siempre muy interesantes.
Abrazos
Y yo agradecido de encontrar a personas con las que poder compartirlo. Gracias.
Un abrazo!!
Gracias por este esclarecedor texto sobre Hans Josephsohn...!
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