Dentro de la programación de danza del gijonés Teatro Jovellanos, el pasado día 28, se pudo ver la que fue la última coreografía de Antonio Gades, y que no es otra que la traslación al lenguaje de la danza de la historia de Fuenteovejuna, ese pueblo cordobés que durante el reinado de los Reyes Católicos se levantó contra los abusos del comendador, y que narró de forma tan genial Lope de Vega.
La obra se estrenó en la Ópera Carlo Felice de la ciudad italiana de Génova en diciembre de 1994, y al año siguiente se pudo ver en el Teatro de La Maestranza en Sevilla, y ahora la Fundación Antonio Gades, de la mano de la directora artística Stella Araúzo, que formaba parte del elenco de bailarines de esta obra en 1994, ha recuperado la coreografía original.
Un montaje que transcurre sin interrupciones, con un ritmo fluido, con las transiciones ocurriendo de una forma natural, sin estridencias, donde todo ocurre con naturalidad, con sencillez al servicio de una historia de fuertes sentimientos en la que nos encontramos con el amor, con la rabia, la fuerza, la rebeldía, también con la resignación y con una gran solidaridad entre los miembros de un pueblo que deciden poner fin, todos a una, a los abusos.
Y en eso las mujeres tienen un papel fundamental, ya que son ellas las que impulsan a todo el pueblo a actuar, a no permanecer impasibles ante un comendador canalla que piensa que es omnipotente y que los campesinos sólo tienen que obedecer y resignarse.
Cada estampa tiene su propia música, y así nos encontramos con canciones de trabajo, con jotas, guitarras andaluzas, percusiones, la música de Modest Mussorgsky o el romance asturiano Ay un galán de esta villa. Músicas y ritmos de distintas esquinas de este país para acompañar a unos bailarines que rayan a gran altura, algo especialmente palpable en los cuatro protagonistas principales: Cristina Carnero (Laurencia), Ángel Gil (Frondoso), Alberto Ferrero (Alcalde) y Joaquín Mulero (Comendador).
La única pega vino por la parte de uno de los cantaores que no tenía la garganta en perfectas condiciones, y dejó escapar unos gallos espantosos, poniendo el único lugar a una obra por lo demás redonda y llena de grandes momentos, como las estampas que nos regalaron a los espectadores a modo de saludo, con los bailarines componiendo una suerte de fotografías fijas de algunos de los momentos cumbre de la historia.
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