“El día 2 de octubre de 2008, el día de mi cumpleaños, ya era plenamente consciente de que había perdido todo lo que amaba o había amado. Estaba asustada, furiosa y triste. Prácticamente había dejado de leer y escribir. Ese mismo día, me apunté a un gimnasio, uno de esos lugares de los que siempre había echado pestes, buscando algún tipo de contradicción. Y allí empezó La Casa de la Fuerza. Descubrí que la extenuación física me ayudaba a soportar la derrota espiritual. Me agotaba. Eran ejercicios de preparación para la solead. Eran ejercicios de no-sentimientos para aniquilar el exceso de sentimientos. Pero poco a poco la soledad se impuso violentamente a la fuerza, y a partir de ahí la pelea entre la soledad la fuerza fue salvaje. De modo que la fuerza me permitió ahondar en la fragilidad, la imperfección, la debilidad y la vulnerabilidad” (Angélica Lidell)
Me declaro absolutamente incapaz de trasladar en palabras la complejidad visual que da forma a La Casa de la Fuerza, el último montaje de la directora teatral, dramaturga y actriz, Angélica Lidell, cuyo estreno absoluto tuvo lugar en el teatro de La Laboral (Gijón), los pasados días 16 y 17 de este mes de octubre.
Una obra que tiene casi cinco horas de duración a lo que hay que añadir dos descansos, que nos hizo abandonar el teatro pasadas las dos de la madrugada. A lo largo de todo ese tiempo, asistimos a una obra dividida en tres partes, en las que la soledad, la debilidad, la fragilidad, las rutinas que desprecian sistemáticamente a la mujer, la humillación, la frustración, se nos hacen presentes con un estilo expresionista, que no ahorra ningún detalle al espectador, con un tono duro, directo, imposible de ignorar.
Angélica Lidell se somete a sí misma y a sus dos principales compañeras de escena, a un más que intenso trabajo físico (pesas, planchas, traslado de sofás, descarga de sacos de carbón…) que nos ayuda a entender la angustia de unas mujeres que encuentran en ese desahogo físico la manera de mantener a raya su soledad, de no pensar en la existencia, en la vida entendida como “ese lugar donde no vamos a dejar más rastro que el de una oruga aplastada por un camino, y aún así el amor fracasa, la inteligencia fracasa, y nos destrozamos los unos a los otros, por cobardía, y humillamos y somos humillados, hasta el final”, como dice la propia Lidell.
En relación a este montaje la autora afirmaba en una entrevista en la revista teatral Artezblai lo siguiente: “Hay un espacio poético que se rige por las leyes de la transgresión, es decir, por las leyes del sacrificio, por esas leyes distintas a las leyes sociales, la transgresión es la transformación de lo excluido, de lo marginado, de lo reprimido por las normas sociales. El sacrificio trágico, en un escenario, es la transformación de las pasiones en algo bello. Es este sacrificio el que luego revierte en conocimiento, en revelación del alma humana. En el escenario estamos como si hubiera una matanza suspendida sobre nuestras cabezas.”
Deja para el pieza final el feminicidio que se está produciendo en algunas ciudades mexicanas como el caso de Ciudad Juárez o Chihuahua, a través de las voces de tres actrices mexicanas que nos aproximan una realidad brutal, sin sentido, y que es la expresión máxima de la humillación diaria a la que somete a muchas mujeres en todos los lugares del mundo. Y es que México está muy presente en este montaje desde un inicio en el que no pude por menos que pensar en la obra de Frida Kahlo, al mariachi que toca en directo y otras referencias que se van combinando con las europeas.
En medio de todo el panorama desolador que nos deja La Casa de la Fuerza, brilla con una intensidad grandiosa el cellista Pau de Nut, poseedor de una voz extraordinaria y que con eso y su cello nos dejó un repertorio de canciones interpretadas de una forma inolvidable.
Después de casi cinco horas lanzándonos golpes inmisericordes al plexo solar, llega la frase con la que se cierra la obra y que ya nos deja absolutamente noqueados, lanzados sobre la lona sin toalla que arrojar al suelo: “Tanto amar para morir solo”.
Fin de la función. Público en pie. La ovación es larga y sincera. Absolutamente merecida.
9 comentarios:
por todo lo que contás
por las palabras tan precisas
sobre el arte
es una obra para ver...y lo
más extraordinario es que lo releo
y más ganas de poder participar como espectador de lo que parece
un momento realmente instranferible.
saludos alfredo
Sí que lo es. Una obra que te lleva a visitar los límites de muchas cosas, empezando por los físicos.
Un abrazo!!
Después de leer que fueron 5 horas!!! me admiro de tu fortaleza y de los otros espectadores y de lo bueno que debe ser el espectáculo para que todavía lo aplaudan de pie. Cuánto sufrimiento expresado, trasmite tu crónica, impactante, desgarrador, lo que al hombre le hace falta en última instancia es sentirse querido, valorado, y cada vez lo siente menos y por supuesto casi todas las veces porque así se lo hacen sentir. Sin duda el trabajo físico ayuda mucho en situaciones dolorosas espiritualmente,pero a este extremo.... debe ser desgarrador.
Me quedo con ganas de oir el cello...
Besos.
Muy interesante Alfredo. Me imagino que al final de la función estaríais todos agotados.
Un abrazo.
PD. Si tienes un rato pásate por mi blog, tengo una sorpresa que creo que te va a gustar.
CAS: Fue un auténtico maratón sobre todo para las actrices, pero también para los espectadores que nos cansamos con ellas, nos angustiamos con ellas, sufrimos con ellas. Y Pau nos dejó momentos impresionantes.
Buena semana!!
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LUCÍA: Cansados pero mucho menos que las actuantes, que hacen un trabajo físico increíble. Volvería a repetir.
Un abrazo!!
Gracias por tus palabras.
p.
De nada. A vosotros por el trabajo que habéis hecho. Es fantástico.
Saludos!!
me encantaría verla! debe ser impresionante, eso sí, creo que saldría hecha polvo (emocionalmente hablando...). gracias por compartirlo ;)
Es una obra que no es cómoda desde ningún punto de vista, pero precisamente por eso tiene tanto de interesante.
Un abrazo!!
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