miércoles, 6 de junio de 2007

Caricias (Sergi Belbel)

Chica: Había soñado todo esto hace un par de días. Pero era diferente. El sueño era diferente, pero no tanto. Decidíamos romper nuestra relación, se veía venir. Me decías que tu mujer lo sabía. Curiosamente, también estábamos en una estación. Pero eras tú quien tenía que coger el tren. Recuerdo que me insultabas. Más o menos como acabas de hacerlo ahora. Pero lo que recuerdo mejor era lo que yo te decía. Te lo decía gritando, en medio del ruido y rodeada de gente, viajeros con maletas, vendedores de periódicos, revisores, maquinistas, y sobre todo... barrenderos vestidos con nomos de color amarillo (había muchos, muchísimos, miles y miles de barrenderos fosforescentes escuchando boquiabiertos mis palabras, delante de nosotros, sentados en el suelo de la estación, con las escobas a los pies). Yo estaba furiosa pero lúcida. Te decía que las desgracias no son fruto de la casualidad. Los hombres tenéis una peligrosa tendencia a creer que sí. Las mujeres no. yo no. Yo soy una mujer. Y te acusaba. A gritos. Yo te acusaba a ti delante de todos. Tú, el culpable. De todo. Absolutamente todo. Todas tus desgracias: histeria de tu mujer, principio de impotencia, desequilibrio de tu hijo pequeño. Y sobre todo: la muerte de tu hijo mayor. Sí. Tú, el culpable. El único culpable. Y todos me aplaudían. Todos me ovacionaban. Luego, te levantabas y te ibas. Solo. Cogías el tren. Solo, Y descarrilaba. Y veíamos cómo descarrilaba el tren contigo dentro, sólo contigo. Y todos gritaban de alegría. Y yo gritaba de alegría. Y lo celebraba. Y lo celebrábamos. Cuando me desperté, quise creer que se trataba de una pesadilla. Ahora sé que no fue más que una simple premonición. Me voy. No quiero que se escape el tren. ¿No dices nada? ¿Por qué no dices nada?...

Chico: Estoy en blanco. Me he quedado en blanco. En blanco. Te he hecho una pregunta y no me has respondido. No sé cómo nos puede gustar tanto perder el tiempo de esta manera. Me llamas, me llamas, me llamas casi cada día y me repites siempre lo mismo: que vaya a verte, que vaya a verte; ya sé que eres la mejor cocinera del mundo, no lo dudo, no lo he dudado nunca; si supieras la propaganda que hago de ti por ahí, no creerías que lo que digo de ti son palabras mías. Y yo hago alguna concesión y vengo a verte; pero no sé por qué me quede aquí tanto tiempo, quizá por masoquismo, ¿sabes lo que significa?, sí, seguro que sí, seguro que si saber lo que significa sádico, sabrás también lo que significa masoquista; no, no, no te asustes, me he quedado en blanco porque no sé por qué algo está impidiendo que me vaya de aquí sin que antes me hayas respondido; espero tu respuesta de la misma manera que esperabas ansiosamente, desesperadamente mi pregunta (sabes disimular pero te conozco); y tengo que aguantar toda una cena insoportable - buenísima, no digo que no -, pero lenta y pesada, llena de discursos vanos, vacíos... Nos podemos ahorrar la molestia, a partir de hoy, hazme caso; eso de quedarme en blanco, mamá, no me gusta, me pone enfermo; te digo que me hagas un café y no me lo haces, y el tiempo se estira y todo es inútil, porque en realidad estás esperando y yo estoy esperando y esperar cansa y pone enfermo y todo se detiene y nos hace daño y nos echa a perder. Por eso, esta vez no desvíes la respuesta ni te hagas la sorda, porque quiero irme de aquí cuanto antes, mamá, y no preocupes: volveré, volveré otro día, quizá otra semana, quizá otro año, porque soy tu hijo. Cuánto quieres.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Incomunicacion, sentimiento de soledad, incapacidad de transmitir sentimientos, necesidad de sentirse querido...

Alfredo dijo...

Has puesto el dedo en la llaga de la relaciones contemporáneas. Todas esas situaciones las vemos y vivimos casi a diario y en eso se fija esta obra de Belbel.

Sobre todo tenemos necesidad de sentirnos queridos y de querer, hacernos entender y entender a los demás. Son cuestiones que se retroalimentan y que tienen que ir en ambas direcciones.

Gracias.