“Todo lo que hace referencia al placer es gozosamente calificado de inmoral. Para los moralistas, sólo el sufrimiento es moral. En las religiones hay ayunos, cuaresmas y ramadanes. Estoy en contra de todas ellas -la católica, la islámica y la neoliberal- porque, al defender valores absolutos, acaban siendo totalitarias.” (La gula: reflexiones de un robinsón ante un bacalao. Manuel Vázquez Montalbán)
José Carvalho Tourón. Ese es el nombre completo de Pepe Carvalho, un detective nacido de la fértil imaginación de Manuel Vázquez Montalbán y uno de los personajes más poliédricos que uno se pueda echar a la cara. Gallego, ex agente de la CIA, ex comunista, gastrónomo, quemalibros, escéptico, sentimental, para quien la gastronomía y el sexo son las dos cosas más serias que existen en la vida, son algunos de los parámetros que nos sirven para acercarnos hasta este personaje de ficción que ha terminado por convertirse en alguien casi real, ya que, como afirmaba su autor, “mucha gente me habla de él y no han leído ninguna novela de la serie”.
Desde el punto de vista gastronómico, Pepe Carvalho es un personaje de plato hondo, de gusto ecléctico, siempre con el subconsciente de la memoria de su infancia rural como guía, especialmente encarnada en su abuela, doña Francisca Pérez Larios. Una memoria anclada en el paladar y en las experiencias sensoriales de una infancia gallega, cóctel de donde saca una actitud hedonista ante la comida, con base fundamental en los saberes milenarios y en los sabores contundentes de la cocina popular. De ahí que algunos de sus platos favoritos sean: chorizo a la sidra, arroz a banda, patatas a la riojana, fabada, bacalao al pil-pil, entre otros. A pesar de ser un devorador compulsivo o, precisamente por ello, son muy escasas las referencias que hace a los postres, porque es un hombre de platos hondos, de paladar con un cierto primitivismo, refinado en parte con el paso de las novelas, alejado de las sutilezas que se dan cita en un buen postre.
“Hay que beber para recordar y comer para olvidar”, es la cita que utiliza Carvalho, alter ego culinario de su creador, para referirse a su afición gastronómica, en la que no cabe en absoluto la sentencia de su ayudante Biscuter para quien “comer fuera de casa estropea el estómago”.
Una afición la que siente Carvalho, absolutamente personal e intransferible para todos aquellos que no comulgan de esta religión, capaz de llevarle al altar de su cocina en Vallvidrera a altas horas de la madrugada, para llevar adelante el misterio sólo apreciable por espíritus alejados del todo de la obsesión por los cuerpos desnatados y descafeinados, miembros de la secta de la nueva dietética, los cuerpos Danone y modelos anoréxicas.
Acto de cocinar que también tiene mucho que ver con la terapia, con poner freno a las neurosis y las obsesiones que todos llevamos dentro y que intentamos demonizar como buenamente podemos. Eso se lo reconoce el gestor, abogado y amigo de nuestro detective, Enric Fuster cuando le dice: “Cada vez que me invitas a cenar, en realidad te estás desafiando a cocinar, y cuando tú cocinas es que estás neurótico, obsesionado por algo que no digieres bien” (El laberinto griego). Algo a lo que muy podría responder el detective con aquello de que: “El gastronómico es el único saber inocente, la única forma de cultura que merece la pena respetar”, frase que le sirve de motivación para sacralizar el arte de los fogones, de elevar la cocina al nivel de metáfora cultural, ya que mediante ese proceso se convierte un acto de brutal asesinato, tanto de animales como de plantas, en acto de cultura, en acto socialmente admitido, que Carvalho siempre busca compartir para transformar lo que podría ser un acto onanista de simple alimentación en un acto de comunicación y de reconocimiento mutuo ya que “ningún ser humano indiferente ante la comida es digno de confianza.” (Tatuaje) Cocina como forma de conocimiento.
Pero comer también es un acto de memoria, de recuerdo de pasados festines y de vivencias biográficas de esas que dejan regustos amargos en el paladar de la memoria. Eso último le ocurre con la tortilla de patata, plato de hondas raíces populares que le retrotrae a sus tiempos en la prisión de Lérida y a aquellas patatas carcelarias fritas en un aceite de procedencia más que desconocida, tortilla hecha vuelta y vuelta y cruda por dentro. Cada vez que Pepe Carvalho se come una tortilla vuelve a la cárcel.
Ejercicio y dieta a base de caldo vegetal con alguna hierba para el almuerzo, que se convierte a la hora de la cena en un vaso de jugo de fruta o zanahoria, todo regado con dos o tres litros de agua, eso sí, la más pura y mineral, todo ello amenizado con momentos de solaz ante el televisor para ver algún programa de gastronomía vegetariana para ver recetas como las de las berenjenas al estragón: Se ponen las berenjenas y los tomates cortados a trozos en una cacerola. Se les añade el zumo de limón, dos aceitunas picadas, una cucharadita de estragón. Se cuece tapado una hora. Listo para degustar.
Así las cosas no es extraño que Pepe salga del establecimiento (El Balneario) con la mirada puesta en las sepias con habas tiernas, ensalada de angulas, crépes de pie de cerdo con alioli y salsa rubia, dorada horneada entre hierbas mediterráneas, ciervo, bacalao, arroces negros y buen vino, porque había conseguido dejar inmaculado a su hígado, pero su cerebro estaba poco menos que arruinado y recuperar así todo su instinto sensorial. La situación había llegado a estar tan al límite que el detective se emociona hasta las lágrimas durante su estancia en Faber & Faber, que así se llamaba el establecimiento, cuando consigue romper la dieta gracias a una cucharada de papilla de manzana y a la que compara con la conmoción que sintió el primate al descubrir la cocina y abandonar los cocos.
Extracto de un artículo propio publicado en el número 3 de Hesperya, revista de los alumnos de Filología de la Universidad de Oviedo, páginas 22-23.
1 comentario:
Me parece fantástico tener en cuenta Carvalho en el ciclo de cine en la Semana Negra de Barcelona. Es un material fundamental.
Para continuar con Carvalho y con Vázquez Montalbán os sugiero el libro recien editado:
"Manuel Vázquez Montalbán desde la memoria" (José Manuel López Abiada/Augusta López Bernasochi/Michèle Oehrli, Edit. 2010) Editorial Verbum, Madrid.
Trata muchos aspectos del autor y también hace el recorrido por el Raval de la ciudad de Barcelona de la mano de Carvaho, por ejemplo en "El Barrio Chino de Manuel Vázquez Montalbán" de Celia Romea
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