martes, 10 de febrero de 2015

Peaky Blinders (2ª temporada): Mafia, violencia y el derby de Epsom



Dos temporadas y una docena de capítulos en total, además de una tercera ya confirmada, hace de esta serie una de las grandes aportaciones de la BBC al mundo televisivo, centrada en la ciudad de Birmingham en los finales de los años diez y primeros veinte del siglo pasado, de la mano de uno de esos personajes canallas que se terminan quedando en la memoria, Tommy Shelby.


Líder una familia convertida en un auténtico sindicato del crimen, que en la primera temporada lucha con denuedo por hacerse un hueco en las calles de su ciudad, a la vuelta de las trincheras de la Primera Guerra Mundial, y que en la segunda busca la oportunidad para expandirse, al modo de una empresa cualquiera de éxito, y poner sus tentáculos en la ciudad de Londres.


Una ciudad en la que la atmósfera es distinta, con  judíos e italianos disputándose el control de los clubs, de las apuestas, del alcohol y de todo aquello que de ganancias rápidas, con conexiones con policías corruptos, y con la alargada y sombría sombra del IRA, en lo que supone una de las aportaciones más interesantes de la serie en esta segunda campaña, y que justifica la presencia del archienemigo de los Shelby, el agente de la Corona, Chester Campbell, un hombre de comportamiento aparentemente intachable, pero que en su interior alberga algo más que sombras, y que nos deja algunos de los momentos más desasosegantes de la serie.


Una segunda temporada que da comienzo con la explicación del final de la primera, un disparo en una estación de tren, una rubia que camina entre la niebla, y un hombre tirado en el suelo sufriendo dolor. A continuación, dos mujeres caminan por una calle, dejan un paquete en la puerta del Garrison, y una explosión sacude el barrio. Luego un funeral. Con esos tres mimbres ya tenemos el lanzamiento de una temporada trepidante, repleta de acción y mucho rock y heavy metal para subrayar la violencia, la agresividad permanente de un mundo cuyas costuras están empezando a saltar por los aires, mientras una nueva época intenta abrirse paso.


Tommy Shelby las ve de todos los colores en esta temporada, empeñado como está en asegurar la supervivencia de su familia, incluso a riesgo de la suya propia, obligado a moverse en terrenos resbaladizos, fuera de su ambiente natural y la violencia será insuficiente para salir con los menos arañazos posibles de conspiraciones que tienen como protagonista al propio ministro de la Guerra, Winston Churchill. Situación que a buen seguro tendrá nueva presencia en la ya anunciada tercera temporada, al lado de un más que interesante duelo femenino abierto en el capítulo final.

martes, 3 de febrero de 2015

Fargo: humor negro bajo cero



Hablo de Fargo la serie y no de Fargo la película, aunque es prácticamente imposible hablar de la primera sin tener en mente a la segunda, lo que no excluye para nada que la serie se pueda disfrutar en toda su intensidad sin necesidad de haber visto la película, pero no es menos cierto, que quienes hayan visto la película de los hermanos Coen seguro que disfrutarán un poco más de la serie.


Hasta ahí la simbiosis entre ambas obras aún con el vuelo particular seguido por la serie, porque si bien la serie tiene algunos puntos en común con su hermana fílmica, se trata de un producto original, con personalidad propia superadas las sospechas iniciales que apuntaban hacia una suerte de remake destinado al público televisivo.


Bendecida por crítica y público, la cadena FX ha confirmado una segunda temporada basada en una historia que no tiene nada de real, salvo el frío de una Minnesota profunda, de un pueblo en medio de un páramo blanco bajo el cual discurre como un caudal de lava, la maldad propia y ajena en un lugar de esos nacidos para que nunca pase nada, pero que cuando algo ocurre llega a consecuencias inimaginables, como si la explosión de una olla expres se tratara.


Explosión causada en gran medida por la estupidez humana, capaz como sabemos de alcanzar grados infinitos, y de unas malditas casualidades engranadas de modo fatídico y que van precipitando los acontecimientos a un ritmo pausado y, tal vez por eso, de mayor crueldad. Eso combinado con buenas dosis de humor negro, nos hace tener la sensación de que lo estamos viendo no es real, sin embargo, si nos paramos un poco a pensar bien podría tratarse de una historia totalmente anclada en la realidad de cada uno.


Como en toda buena historia de crímenes el malvado es una pieza clave, y esta vez Fargo nos deja a uno de esos malos antológicos, al que da vida un gran Billy Bob Thorton, que junto con el malo malísimo de The Shadow Line, son dos de los más grandes personajes siniestros de los últimos años, al menos en el formato televisivo. Un malo por un lado y un estúpido recalcitrante por otro, Lester Nygaard, interpretado por Martin Freeman (el doctor Watson de la serie Sherlock), aplastado por sus complejos de inferioridad, un trabajo aburrido en grado sumo (es vendedor de seguros), y una esposa que no deja de recordarle lo inútil de su existencia.


Nygaard llegará a las más altas cumbres de la inhumanidad para remontarse como un ser triunfador, seguro de sí mismo hasta que, ay, esa estulticia genética vuelva a salirle por los poros y vuelva a poner en marcha una tragedia que parecía ya cosa del pasado, hasta desembocar en un estúpido final, remate último de una estulticia galopante, capaz de alcanzar, a excepción de la mujer policía única persona sensata e inteligente de la serie al menos entre los personajes relevantes, a todo el mundo hasta niveles caricaturescos.

miércoles, 28 de enero de 2015

Sonny Stitt: “Sólo pretendo que la gente sepa que el jazz es algo maravilloso”



Saxofonista en la línea de Charlie Parker y de Lester Young, Sony Stitt (Boston, 1924 – Washington, 1982), parecía predestinado para ser músico después de nacer en el seno de una familia en la que todos sus miembros tenían relación con la música, desde su padre compositor y profesor, su madre pianista, lo mismo que su hermano y sus hermanas cantantes. Así no es extraño que con siete años empezara a tocar el clarinete para luego pasarse, de forma definitiva al saxo tenor y alto, fundamentalmente, y también el barítono.

Estamos ante uno de los músicos más prolíficos de la historia con más de un centenar de grabaciones y un repertorio de unas 300 canciones, e infinidad de sesiones, tantas que de muchas perderá hasta el recuerdo. Eso no impidió que un crítico musical lo definiera como un “lobo solitario", por su devoción por el jazz y sus constantes giras.


Un músico que decía que el jazz era jazz, que no albergaba un sentimiento especial en relación a otras músicas, porque la parte espiritual siempre está presente, pero que sí se negaba con tozudez a olvidar que el origen del jazz estaba vinculado a la esclavitud, y aunque reconocía que había muchos músicos querían olvidar eso, Stitt siempre fue algo que tuvo presente.


Como muchos otros músicos tuvo problemas con la heroína y con el alcohol, y tal vez por ello dejó escrito: “Los músicos no somos unos pervertidos, consumidores de drogas, o caracteres difíciles, y espero que la gente comprenda que todos somos humanos, y hay errores que se pueden cometer. Pero cuando un hombre o una mujer que ha cometido un error, lo soluciona, hay que darle crédito”.


Con su música quería crear una sensación agradable, amigable, hasta para los gatos, teniendo claro que cada uno tiene su propia manera de interpretar y vivir la música, porque “no le puedes decir a nadie cómo tiene que vivir, cómo tiene que tocar, o qué es lo que tiene que sentir”.

A todo esto todavía no he dicho en qué estilo musical se enmarca Sony Stitt. Pues bien, decir que lo suyo, principalmente, era el bop, el hard bop y el soul jazz, aunque en sus grabaciones nos podemos encontrar con otros estilos, aunque menos representados que los que he citado. A lo largo de su carrera tocará, en los años 40, con la orquesta de Tiny Bradshaw, y en 1945, con la de Billy Eckstine, para luego unirse a figuras como Genne Ammons y Dexter Gordon, o Dizzy Gillespie, y, en una medida menor, con Miles Davis, entre otros.

Más información: Wikipedia [en], Verve Music, Sonny Stitt.

lunes, 26 de enero de 2015

Deadwood, Maquiavelo en el Oeste




Una ciudad real es la que da nombre a esta serie, cuyo arranque se sitúa después de la derrota del arrogante Custer y su Séptimo de Caballería, después del enésimo engaño del hombre blanco a las naciones indias, que tenían en las Montañas Negras (Black Hills) una zona sagrada, profanada de forma inmisericorde en cuanto se corrió la voz de la existencia de oro en sus ríos y entrañas. Eso provocó la ruptura del pacto con los indios, el inicio de una nueva guerra, y la llegada de un aluvión de aventureros, fulleros, comerciantes sin escrúpulos, asesinos varios y proxenetas de toda especie.


Todos ellos aparecen junto con personajes reales que también pisaron sus calles como Wild Bill Hickok, Wyatt Earp o Calamity Jane (Juanita Calamidad), a los que también se hace aparecer en la serie con mayor o menor importancia. Con todo se forma un barro del que sale en todo su sucio esplendor Deadwood, auténtico poblado sin ley, donde la vida no vale nada y un día estás muerto, tu cuerpo devorado por los cerdos del chino Wu, y tu memoria se deshace como un azucarillo.


Barro físico y barro moral en el se rebozan todos los personajes en mayor o en menor medida, porque incluso los más impolutos se verán obligados a chapotear como los demás, con la cabeza fuera, eso sí, pero inmersos en la decadencia moral de una ciudad en la que sólo impera la ley del cacique de turno. Eso hasta que se abre la puerta a la integración de la ciudad en uno de los estados, concretamente en Dakota del Sur, lo que hace aparecer a las sanguijuelas de la ciudad, de los ladrones de cuello blanco.


La riqueza de la zona va a atraer a un pez muy gordo que amenaza con tragarse con sus fauces, y grupo de pistoleros mediante, a toda la ciudad, pero no sin una resistencia formada por antiguos enemigos ahora convertidos en aliados a la fuerza y, de repente, los personajes más amorales ahora no nos lo parecen tanto, e incluso empiezan a hacerse un hueco en las preferencias de un espectador que poco antes se estaba horrorizando con sus crímenes fríos, despiadados, sin ningún sentimiento de por medio.


Por la serie van pasando hombres y mujeres y sus vicios, sus lados oscuros, sus miserias, sus adicciones, en medio de unos diálogos fantásticos, una ambientación hecha a base de decorados de verdad y no de recreaciones por ordenador, con una pléyade de actores que rayan a un nivel muy alto, y con un desarrollo dramático que hace que perderse un minuto suponga perderse algo importante, porque estamos ante una serie que no da descanso al espectador, y que hubiera merecido un final mejor a sus tres espléndidas temporadas.


Tan buenas que no merecieron el cierre apresurado impuesto por la HBO, después de ver como la serie no lograba las audiencias que sin duda merecía, y de no cumplir con el compromiso de hacer una película, que pusiera el broche definitivo a uno de esos monumentos televisivos que nos hacen reafirmarnos en que otra televisión es posible.