lunes, 18 de febrero de 2008

Stalingrado (Stalingrad, Joseph Vilsmaier, 1992)


- ¿Me permite el alférez una pregunta?
- Sí.
- ¿Es la primera vez que vas al frente?
- Siempre hay una primera vez.
- Le hago una apuesta: yo sobreviviré, usted no.
- ¿Y? ¿Qué apuesta?
- ¿Con usted? Dos cajas de agua.
- Bien.

- ¿En qué piensas?
- En anda. Si te pones a pensar aquí, te vuelves loco. Así que no pienso. Hay un botón aquí en la oreja, gíralo y ya no piensas.
- (Llora) Perdón.
- Es buena señal que aún puedas llorar. El motor funciona sólo su está bien engrasado. ¿Cómo te llamas?
- Müller.
- Hay unos cuantos Müller. Por lo menos hasta el próximo ataque.

- No hay nada que hacer. ¿Por qué no capituláis?
- Tú sabes lo que nos esperaría.
- ¿No es lo que merecemos?
- No soy nazi, Otto.
- No, sois mucho peores, oficiales de mierda. Habéis colaborado, aunque sabíais con quien tratabais. Te lo dije ya entonces, en Brest-Litovsk, Herman.

- Si sobrevivo al ataque perdonaré a mi mujer. Yo he hecho creer a mi mujer que estoy muerto. Es lo mejor, creedme.
- Pero, volveremos a casa… algún día.
- ¿Y qué? Voy a contaron una historia navideña. Hoy hace un año que estuve por última vez en casa. Vacaciones de Navidad por haberme cargado tres tanques. Mi mujer y mis hijos estaban en la estación. Me parecieron extraños. Ella intentó entenderme. Cuanto más me comprendía, más la odiaba. Y me fui. Me emborraché, no se me ocurría otra cosa que hacer. Mi mujer no se opuso a que me largara al día siguiente. Sólo mis hijos. Llegué a tiempo para una nueva gran ofensiva de los rusos, y por fin me sentí en casa.

- No quiso pedir cuentas a nadie. Fuisteis buenos soldados hasta que decidisteis sobrevivir (…) No te engañes, tú menos que nadie: siempre seréis soldados. Vuestro hogar es la guerra.
- Tú estás muerto. Sueño que me matan cada noche desde hace dos años. La carne se despoja de los huesos y se cuela entre las piedras. ¿Y sabes lo que pasa después? Vuelvo a recomponerme trozo a trozo. Todas las noches. Y ninguno de vosotros me matará, ninguno.

- No quiero morir.
- ¿Sabes qué, Hans? En casa, si mueres en la guerra incluso se sienten orgullosos de ti. Algo es algo ¿no? ¿Liberia? Yo no voy. Frío ya tengo bastante.

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