Disneylandia es presentada como imaginaria con la finalidad de hacer creer que el resto es real, mientras que cuanto la rodea, Los Ángeles, América entera, no es ya real, sino perteneciente al orden de lo hiperreal y de la simulación. No se trata de una interpretación falsa de la realidad (la ideología), sino de ocultar que la realidad ya no es la realidad y, por tanto, de salvar el principio de realidad. (La precesión de los simulacros)
Estamos en un mundo en el que la representación de la realidad ya ha superado al referente en el que estaba su razón de ser, sin que esa realidad virtual signifique artificialidad o imitación de la realidad, sino que es un simulacro, un nuevo mapa topográfico de ese entorno que nosotros percibimos falsamente como real, mientras el ruido continuo que se genera a nuestro alrededor desde distintos ámbitos (mediáticos, políticos, culturales…) es lo que nos impide darnos cuenta de esa situación para seguir inmersos en una realidad simulada.
Antaño, el rey debía morir (también el dios) y en ello residía su fuerza. En la actualidad, el líder se afana miserablemente en la comedia de su muerte a fin de preservar la gracia del poder. Sin embargo, esta gracia se ha perdido ya.
Buscar sangre fresca en la propia muerte, relanzar el ciclo a través del espejo de la crisis, de la negatividad y del antipoder, es la única solución-coartada de todo poder, de toda institución que intente romper el círculo vicioso de su irresponsabilidad y de su inexistencia fundamental, de su estar de vuelta y de su estar ya muerto. (La precesión de los simulacros)
Ese pensamiento le llevó a negar que la primera guerra del Golfo no fue algo real para la gran mayoría de personas, ya que mientras los combates fueron reales para los que estuvieron involucrados de forma directa en ellos, para el resto, para los que la siguieron por televisión (se llegó a decir que fue la primera guerra transmitida en directo) lo que vivieron fue una simulación de esa realidad, una realidad virtual.
Ese silencio es insoportable. Es la incógnita de la ecuación política, la incógnita que anula todas las ecuaciones políticas. Todo el mundo le pregunta, pero jamás en tanto que silencio, siempre para hacerla hablar. Ahora bien, el poder de inercia de las masas es insondable: literalmente ningún sondeo lo hará aparecer, puesto que están ahí para borrarlo. Silencio que hace bascular a lo político y a lo social en la hiperrealidad que le conocemos. Pues si lo político busca captar las masas en una cámara de eco y de simulación social (los media, la información), son las masas en retorno las que se convierten en la cámara de eco y de simulación gigantesca de lo social. No hubo jamás manipulación. La partida se jugó por ambas partes, con las mismas armas, y nadie sabría decir quién ha ganado hoy en día: La simulación ejercida por el poder sobre las masas o la simulación inversa tendida por las masas al poder que se sume en ellas. (A la sombra de las mayorías silenciosas)
Hay que partir, pues, de este axioma: Beaubourg [se refiere al centro Charles Pompidou de París] es un monumento de disuasión cultural. Es un escenario museístico que sólo sirve para salvar la ficción humanista de la cultura, se lleva a cabo un verdadero asesinato de ésta, y a lo que en realidad son convidadas las masas es al cortejo fúnebre de la cultura.
Y las masas acuden. Es la suprema ironía del Beaubourg: las masas se vuelcan no porque les crezca la saliva ante una cultura que las viene frustrando siglo tras siglo, sino porque por primera vez tienen ocasión de participar multitudinariamente en el inmenso trabajo de enterrar una cultura que en el fondo siempre han detestado. (El efecto Beaubourg)
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La muerte de un filósofo es, quiérase que no, la muerte de una idea. No porque no pueda perdurar su pensamiento a través de los libros o de la palabra de los otros, sino porque con él desaparece el valor moral de ese concepto, el testimonio de que es posible afirmarlo y defenderlo como forma de ser. Los familiares y los amigos llorarán al difunto con la lógica tristeza ante la pérdida humana. Al resto se nos debería encoger melancólicamente el corazón porque la muerte del filósofo supone que una de las puertas mejor guardadas de la fortaleza del saber ha quedado abierta y a merced del asalto de los bárbaros cuya atroz silueta se insinúa ya por el horizonte. (Josep M. Català, Universidad Autónoma de Barcelona)