Ópera prima de este actor que
únicamente había rodado un corto como director, para dejarnos una más que
apreciable película sobre lo que el propio Buscemi reconoció que podía haber
sido su trayectoria vital si no hubiera salido de Long Island para dedicarse al
mundo de la interpretación, unos estudios en el Actors Studio que compaginó con
su trabajo como Bombero.
El caso es que después de empezar
en 1989 a trabajar en el guión, el resultado final es un paisaje humano bañado
en alcohol, una suerte de anti Cheers, ese bar amable, concebido como un
refugio amistoso de una clientela de habituales. En este caso el bar que da
nombre a la película, tiene sus fijos acodados en la barra sin otra finalidad
que beber, un afición que es causa de sus problemas (matrimonios rotos,
relaciones problemáticas, desempleo).
A través de varios personajes,
algunos interpretados por el padre, el hermano y el hijo del propio Buscemi, lo
que hace que la película sea algo muy familiar, traza un caleidoscopio de
alcohólicos que ocultan en las tinieblas del bar el panorama desolador de sus
propias existencias. Empresarios, madres, desempleados, jubilados, parejas,
todos ellos soldados a la barra de un bar mientras la vida es lo que ocurre a
su alrededor.
Sobre este panorama desolador,
Buscemi no se ceba en los detalles dramáticos de las situaciones personales de
sus personajes, sino que a través de cosas pequeñas, de las relaciones que se
plantean entre ellos, vamos descubriendo la verdad que se oculta detrás de la
mayoría de ellos, porque los hay que únicamente miran a lo lejos mientras
apuran su bebida.
Buscemi con una dirección
sencilla deja que las cosas sigan su propio ritmo, vayan pasando sin forzar
nada, todo va fluyendo con el ritmo vital marcado por el alcohol y, en menor
medida, por las drogas, fruto de un profundo conocimiento del comportamiento
humano, un análisis no exento de humor negro para dibujar el panorama oscuro
del alcoholismo y la angustia del adicto.