martes, 26 de abril de 2011

Gonzalo Rojas

El pasado 25 de abril moría en Santiago el poeta chileno Gonzalo Rojas que en 2003 había recibido el Premio Cervantes de Literatura, un premio que se venía a unir a la larga lista de distinciones que logró Rojas a lo largo de su vida.

Latín y jazz


Leo en un mismo aire a mi Catulo y oigo a Louis Armstrong, lo reoigo

en la improvisación del cielo, vuelan los ángeles
en el latín augusto de Roma con las trompetas libérrimas, lentísimas,

en un acorde ya sin tiempo, en un zumbido

de arterias y de pétalos para irme en el torrente con las olas

que salen de esta silla, de esta mesa de tabla, de esta materia

que somos yo y mi cuerpo en el minuto de este azar

en que amarro la ventolera de estas sílabas.

Es el parto, lo abierto de lo sonoro, el resplandor

del movimiento, loco el círculo de los sentidos, lo súbito
de este aroma áspero a sangre de sacrificio: Roma
y África, la opulencia y el látigo, la fascinación
del ocio y el golpe amargo de los remos, el frenesí
y el infortunio de los imperios, vaticinio
o estertor: éste es el jazz,
el éxtasis
antes del derrumbe, Armstrong; éste es el éxtasis,
Catulo mío,

¡Tánatos!

*****

Los cómplices

Te decía en la carta
que juntar cuatro versos
no era tener el pasaporte a la felicidad
timbrado en el bolsillo,
y otras cosas más o menos serias
como dándote a entender
que desde antiguamente soy tu cómplice
cuando bajas a los arsenales de la noche
y pones toda tu alma
y la respiración
perfectamente controlada,
por mantener en pie tus rebeliones
tus milicias secretas
a costa de ese tiempo perdido
en comerte las uñas, en mantener a raya
tus palpitaciones
en golpearte el pecho por los malos sueños,
y no sé cuántas cosas más
que, francamente, te gastan la salud
cuando en el fondo
sabes que estoy contigo
aunque no te vea
ni tome desayuno en tu mesa
ni mi cabeza amanezca en tu pecho
como un niño con frío,
y eso no necesita escribirse.

*****

Muchachas

Desde mi infancia vengo mirándolas, oliéndolas,

gustándolas, palpándolas, oyéndolas llorar,
reír, dormir, vivir;
fealdad y belleza devorándose, azote
del planeta, una ráfaga
de arcángel y de hiena
que nos alumbra y enamora,
y nos trastorna al mediodía, al golpe
de un íntimo y riente chorro ardiente.

domingo, 24 de abril de 2011

Ajami (Scandar Copti y Yaron Shani, 2009)



Un árabe israelí, Copti, y un judío, Shani, reunieron sus talentos para firmar esta película que recibe el nombre de uno de los barrios más difíciles de la ciudad de Jaffa, próxima a Tel Aviv. En ese barrio conviven judíos, musulmanes y judíos en un precario equilibrio en el que la violencia puede golpear a cualquiera en cualquier momento.

El acierto a la hora de contarnos la historia de los distintos personajes, a los que dan habitantes del barrio normales y corrientes, es la de ofrecernos sus vidas de forma descarnada, de una forma casi hiperrealista y alejada de lo que podría ser una película política que tuviera el trasfondo del conflicto palestino como motivación.

Aquí no se trata de eso, se trata de llevarnos por los callejones del barrio, por las zonas mal iluminadas de una geografía habitada por personas que, sin darse cuenta y sin ser responsables de ello, se ven envueltos en situaciones que les colocaran en un borde muy fino en el que se masca la tragedia. ¿Qué culpa tiene Omar de que su tío haya disparado a un miembro de un clan mafioso? ¿Acaso Malik tiene la culpa de la enfermedad de su madre? ¿Tiene algo que ver Dando en la desaparición de su hermano?


La respuesta a todas las preguntas es claramente negativa (una vez vista la película, claro está), pero esos acontecimientos van a ser determinantes para generar una confluencia que solo puede desembocar en tragedia. Tal es así que el crítico del New York Times, A. O. Scott, afirma que muy bien “podríamos estar en Los Ángeles de Colors o de Boyz n the hood, el Baltimore de The Wire o el Río de Janeiro de Ciudad de Dios”.

Los directores optaron por una estructura dividida en capítulos, de tal modo que la historia se nos va ofreciendo fragmentada, a saltos, y solo al final podremos encajar todas las piezas de un puzzle que nos deja con un poso de desesperanza después de haber dado un paseo por todas las complejidades de las que somos capaces los seres humanos.


El lugar en el que naces y creces viene a determinar de una manera muy fuerte quien eres, qué oportunidades vas a poder tener en la vida y si vas a poder desarrollarte dentro de unos márgenes de seguridad aceptables. En Ajami el clima de violencia, de inestabilidad social hace que toda parezca que está a punto de estallar llevándose a cualquiera que pille por delante, sin importar si es un niño, un adolescente, un adulto o un mayor, ni siquiera distingue entre religiones o creencias del tipo que sean.


El drama les afecta a todos por igual y los círculos se cierran sin remisión, en un mundo en el que todo es frágil y la existencia humana es lo más frágil de todo. Con un tono que a veces parece de documental, Copti y Shani nos dejan una gran película sin maniqueísmos, sin puntos de vista enfrentados, solo (y no es poco) un puñado de personajes a los que sus problemas les devienen demasiado grandes y fragmentos de vidas llenos de aristas. Ya depende de cada uno si se quiere dejar arañar o no por esta película.

martes, 19 de abril de 2011

La ola (Die welle, Denis Gansel, 2008)



En el año 1967, en la Cubberley High School de la localidad californiana de Palo Alto, el profesor de historia Ron Jones se propuso hacer un experimento para hacer entender a sus alumnos el funcionamiento de los mecanismos que conducen a una sociedad a convertirse en totalitaria, en respuesta a una serie de preguntas que sus alumnos le habían planteado acerca del holocausto y la posición que la sociedad germana de aquellos años había adoptado al respecto.

El experimento duró cinco días, a lo largo de las cuales el movimiento al que se le dio el nombre de La Tercera Ola (The Third Wave), alcanzó unas cotas que obligaron al profesor a parar ese experimento al ver que se le iba de las manos. Sobre ello, en 1981, el escritor Morton Rhue escribió una novela con el mismo título.


Ahí está el origen de la película de este cineasta alemán que ya había desgranado algunos de los entresijos de las formas de inculcar el nazismo en los jóvenes en su obra Napola (2004), en la que nos mostraba la crueldad que se aplicaba a los chavales en esas escuelas dirigidas a formar a las futuras élites del Reich de los Mil Años.

Esta vez, Gansel da voz a un profesor de pasado anarquista (cinco años de comuna en Berlín) y que va a clase ataviado con camisetas de los Ramones, al que le toca dar clase durante una semana acerca de la autocracia. Ante el escepticismo que muestran sus alumnos acerca de un posible resurgimiento de fórmulas totalitarias en una Alemania vacunada tras la Segunda Guerra Mundial, decide demostrarles lo equivocados que están.


A lo largo de los días de clase el grupo, de la mano de su profesor, va dando pasos hacia la conformación de un grupo, La ola, en el que se eliminan los signos de la identidad individual, se da voz a todo el mundo y se va convirtiendo en una familia en la que se hace cualquier cosa por uno de los suyos y los demás son seres extraños, especialmente aquellos (dos chicas) que se dan cuenta de la deriva que toma la situación y deciden plantarles cara.

Los de fuera son los enemigos y cualquier cosa que les pase está justificada porque no pertenecen al grupo, y el mensaje y la estética que van adoptando consiguen atraer a más jóvenes e incluso la dirección del centro, viendo la nueva disciplina de los chicos, no duda en apoyar.


Como dice el propio director “el sistema fascista es tan pernicioso psicológicamente que fácilmente puede generarse en cualquier otro sitio y momento”. Gansel mira a la cara a los mecanismos que favorecen el nacimiento de los grupos neonazis (igualmente aplicables a cualquier otra ideología de corte radical) y nos deja ese poso de inquietud ante un virus que parece que solo está esperando a que se den las condiciones necesarias para expandirse como una pandemia.

“Más aún, y es ahí donde la cinta hace más daño, en un contexto sociopolítico tan degradado como el actual en el que, qué miedo, se dan casi todos los requisitos históricos (crisis económica, perspectivas laborales bajo cero, emigración masiva, crisis en la identidad nacional...) que sostienen el surgimiento de las utopías totalitarias” tal y como se puede leer en la web del periódico 20 minutos.

domingo, 17 de abril de 2011

Klezmer: la música del alma judía



Desde unas músicas directamente relacionadas con la religión judaica, sus ritos y fiestas (bodas, circuncisión…) hasta llegar al siglo XXI en el que es posible encontrar a esas melodías entremezcladas con el jazz, el rock, el rap y cualquier otra música contemporánea, el klezmer ha hecho un largo camino.

Klezmer es una palabra que está formada por “kley” (instrumento) y “zemer” (cantar), aunque el peso fundamental lo tiene lo instrumental, y se utiliza para designar a un tipo de música que se desarrolló en la Europa Oriental a cargo de unos músicos a los que se llamó klezmorim. Músicos que, al menos, empiezan su andadura en el siglo XV en un camino que les llevaría desde una baja consideración social hasta convertirse en figuras de referencia en sus respectivas comunidades.

Música que se va desarrollando en los pueblos y ghettos a lo largo del siglo XIX, transmitida primero de padres a hijos, siempre entre varones, con melodías que se aprendían de oído y que no eran anotadas en ninguna partitura, a lo que se añadía un importante componente improvisatorio que constituye una de las señas de identidad de esta música todavía hoy en día.

Los estudiosos de esta música señalan a la región polaca de Galizia como la cuna de estos ritmos y desde ahí se expandirán hacia Ucrania y hacia otros países como Alemania o Moldavia. Música que, por lo general, tenía en el clarinete y el violín los instrumentos fundamentales. Joachim Stutchewsky (citado por Jorge Luis Rozemblum en su artículo Klezmer: Música espiritual de Ashkenaz) dice que , "la cuna de la música klezmer no está en las cortes de los nobles, ni en los salones de los aristócratas y ricos, ni en las aulas junto al piano y, por supuesto, que tampoco lo está en las partituras".



Para el desarrollo de la música klezmer va a ser determinante el fundador de la corriente judaica llamada jasidismo, el rabino Baal Shem Toy, que valoraba la música y el baile como formas de llegar al gozo divino. Antes, la música se circunscribía a ceremonias alegres y de ahí que esta música tenga un pulso vital, una alegría muy destacadas transmitidas por unos músicos conocidos con el término klezmorim que pasaron de ser músicos ocasionales y de ocupar un muy bajo lugar en la escala de consideración social, a llevar su música a las salas de conciertos.

Josef Gusikov a ser el primer músico klezmer en ofrecer su música en un concierto y al que Mendelssohn no dudó en calificar de “genio”. A pesar de las persecuciones y pogromos que sufrió el pueblo judío a lo largo del siglo XIX, la música siguió floreciendo y expandiéndose hasta la llegada del nazismo en Alemania y del comunismo en Rusia y los posteriores acontecimientos de rabiosas persecuciones y los campos de exterminio.

Eso provocó una importante diáspora y una casi total desaparición de la música klezmer de su solar original durante la década de los años 50. Habrá que esperar a los años 70 hasta que, poco a poco, esta música volviera a salir del olvido de la mano de las comunidades judías asentadas en otros países como los Estados Unidos. Recuperación que ha sido enormemente fructífera y hoy el panorama de la música klezmer ya no está solo en las ceremonias tradicionales sino que está, por derecho propio, en todos los escenarios formando parte de eso que se viene dando en llamar músicas del mundo.

martes, 12 de abril de 2011

Giacomo Manzù (Bérgamo, 1908 - Roma, 1991)


Escultor italiano nacido Giacomo Manzoni, es una figuras más importantes en el renacimiento de la escultura transalpina en los años de la postguerra mundial. Undécimo hijo de una familia en la que el padre ejercía el oficio de zapatero además de ser sacristán en el convento de san Benedetto, tuvo que ponerse pronto a trabajar.

Tan pronto que a los diez años ya trabajaba en talleres de talla, un contacto temprano con la creatividad que será fundamental en su desarrollo artístico posterior que tiene mucho de autodidacta. En el transcurso de su servicio militar asistió a algunas clases en la Academia Cignaroli y al término de su etapa como soldado, en 1929, ya se dedicará por entero a la escultura.

Unos inicios que estarán marcados por la influencia de artistas como Donatello, para una escultura que tiene un marcado carácter geométrico, hasta derivar por otros caminos que le llevarán a ser considerado como el escultor de la sensualidad. De aquellas cabezas iniciales a las figuras de mujeres y niñas sentadas en sillas y de grandes dimensiones, el camino de Manzú irá pasando por una serie de jalones.

Su militancia comunista no le impidió tener fluidas relaciones con el Vaticano, e incluso ser amigo personal del papa Juan XXIII, quien sorprendió a todo el mundo cuando eligió a Manzú como el autor de su busto. De ese encargo y de las horas de posado surgiría la amistad. En la Basílica de San Pedro se puede ver su Puerta de la Muerte.

Como se puede leer en la web del Museo Carlo Bilotti, en el año 1939 empezaría a realizar una serie de “bajorrelieves de bronce inspirados en temas religiosos, el Descendimiento y las Crucifixiones, en las que, a través de la simbología del sacrificio de Cristo, evocaba los horrores de la guerra y la violencia del régimen fascista” y en los setenta “volvió a tratar la figura entera con bronces de figuras femeninas y grupos de temática amorosa a los que imprime una particular fuerza plástica.”

Manzú hizo dos viajes a París, uno de un mes y del que tuvo que regresar acuciado por la falta de recursos para mantenerse, y un segundo en 1936 en el que conocerá las obras de Rodin, Maillol, Carpeaux y Rude. En indexarte se puede leer: “El período entre 1934 y 1936, marca el fin de la fase formativa de Manzú y se agrega a su experiencia el estudio a fondo de las obras de los artistas que estaban entre sus puntos de referencia. Este cambio de rumbo en Manzú, lo lleva a abandonar los esquemas arcaizantes, la rígida geometría de las verticales, volcándose hacia las suaves curvas, con movimientos sutiles. En este preciso momento, el artista comienza a crear pequeñas cabezas femeninas en bronce o en cera, máscaras y retratos.
Manzú en sus esculturas deja de lado todo elemento superfluo y se basa en el estímulo sentimental.”

En los años 60 se adentrará en el mundo de la escenografía operística diseñando obras de Stravinsky, Debussy, Wagner o Verdi, y en 1979 donó toda su colección al estado italiano, y su país regaló a la sede de la ONU en Nueva York su última obra de gran formato.

lunes, 11 de abril de 2011

Treme. Primera temporada (David Simon y Eric Overmyer, HBO)




Bajo el nombre del barrio negro de la ciudad de Nueva Orleans, el tandem de guionistas y el canal que nos regalaron The Wire, nos dejan ahora una nueva joya en forma de serie, Treme.

En 2005 el huracán Katrina golpeó con toda su fuerza de categoría 5 a la que es, probablemente, la ciudad más peculiar de los Estados Unidos. Esa ciudad en la que se dan la mano lo español, lo francés, lo anglosajón y lo nativo, en un crisol espectacular que tiene su máxima expresión en la música.

Tres meses después del huracán un grupo de personas busca rehacer sus vidas, recuperar ese mundo golpeado por la fuerza de la naturaleza primero y por la indiferencia de las administraciones, después. Un barrio roto, de casas destruidas, de vidas destrozadas, de desolación pero también de esperanza. Un lugar en el que la verdad puede llegar a ser una carga demasiado pesada, en el que todos siguen en estado de shock y en el que “follar es follar, pero la música es algo personal”, como le dicen a una de las protagonistas cuando le explica a una amiga que quiere irse a tocar con otros músicos y seguir manteniendo la relación sentimental.


Y ahí está la clave, en la música. La esperanza toma forma musical, casi habría que hablar más bien de músicas, porque por la serie desfilan desde la música cajun, al blues, el jazz y todos esos sonidos que han convertido a Nueva Orleans en la ciudad que es, con un ritmo de vida más parecido al mediterráneo que al propiamente anglosajón.

Música que acompaña todos los momentos de la vida, desde el nacimiento hasta la muerte, en un barrio en el que la música se asoma a todas las esquinas poniendo algo de luz en medio de la desolación, e Indian Red se convierte en una muestra de respeto impresionante. Las bandas de viento y percusión toman las calles, abren el Mardi Grass, y por Saint Joseph los desfiles de jefes indios acompañados por sus séquitos toman las calles sin luz.


En medio del sufrimiento, de la angustia, de la dureza de una vida cotidiana en la que conseguir tener agua, luz o un techo reparado se convierte en toda una odisea, ante la que no está permitido rendirse, aunque los hay que no pueden evitarlo y escapan de la ruina de sus viviendas y negocios, pero también de la propia ruina emocional provocada por el huracán.


Una serie que es una cita obligada para todos los amantes de la música de esa parte de los Estados Unidos, y por la que pasan músicos como Alain Toussaint, Kermit Ruffins, Cassandra Wilson o Elvis Costello por citar solo algunos. Si lo que hace especial a Nueva Orleans son esos momentos especiales que no se pueden vivir en ningún otro lugar de los Estados Unidos, Treme nos regala momentos musicales inolvidables.

Treme es otro claro ejemplo de que la buena televisión es absolutamente posible.

miércoles, 6 de abril de 2011

Cosmopoética

Desde hoy y hasta el día 10, Córdoba se viste de poesía gracias a Cosmopoética, un festival poético que nació con gente recitando sus obras por bares de la ciudad y que se ha convertido en una de las citas poéticas más interesantes del país. Aquí algunos de los poemas visuales que han sido premiados este año.





domingo, 3 de abril de 2011

Stacey Kent, la contadora de historias



La definición que utilizamos para dar título a este artículo la tomamos prestada de la que es una de las voces señeras del jazz ya desde hace unos años. Ella es la norteamericana Stacey Kent en cuya carrera musical el Viejo Continente ha sido fundamental. Y es que fue en Europa donde inició, casi por casualidad, su desarrollo profesional en la música, donde conoció a su marido, el saxofonista Jim Tomlinson, y donde ha visto reconocido su talento con diversos premios incluida la Orden de las Artes y de las Letras de Francia que le fue concedida en 2009.

Después de graduarse en su país, Stacey Kent viajó a Europa, como se puede leer en le biografía que incluye su página web oficial, para estudiar francés, italiano y alemán para alcanzar el master en literatura comparada. Sin embargo, mientras estaba de vacaciones en Oxford entraría en contacto con la Guildhall School of Music, en la que estudió durante un año, conocería al que se sería su marido y empezaría a vivir profesionalmente de la música cantando de forma regular en un local del Soho londinense.

Desde esas primeras actuaciones en público hasta llegar a su primer disco, Close your eyes (1997), empezó a poner las bases de su particular estilo tan valorado por la crítica que no falta quien la coloca a la altura de algunas de las grandes damas del jazz como pueden ser Billie Holliday o Ella Fitzgerald, cada una con su estilo, además de “cantar las palabras como lo hacía Nat Cole, de uno modo claro, limpio, y muchas veces como si se tratara de una conversación con un fraseo perfecto”, en palabras de Jay Livingston.



Los temas que interpreta Kent incluyen tanto versiones de canciones francesas como de estándares del jazz, la bossa nova, canciones en las que los sentimientos están a flor de piel, profundamente románticas y en las que, como ocurre en Breakfast on the morning tram (2007), quiere transmitir la idea de que “sin tristeza no puede existir la felicidad”, como ella misma ha dicho alguna vez. Un disco, este en el que incluye cuatro temas originales, incluido el que da título al disco, con letras escritas por el premio Nobel de Literatura, el japonés Kazuo Ishiguro.

La revista Bang & Olufsen, como se recoge en la web oficial de la cantante, ha escrito sobre la forma de cantar de Stacey Kent lo siguiente: “Su voz se convierte en ocasiones en un susurro, a veces en un murmullo, otras veces es una exclamación, pero independientemente del idioma o del estado de ánimo, los oyentes con frecuencia tienen la sensación de que la música de Stacey ha sido escrita únicamente para sus oídos”.

Ciertamente comparto esas palabras mientras escucho su voz y siento la necesidad de dedicarle toda mi atención, de pararme en medio de lo que esté haciendo para apreciar todos los matices que se van desgranando de su voz, magníficamente apoyada por los instrumentos para sacar lo mejor, lo más profundo del sentimiento, de la verdad de cada frase y que convierten a su música en algo ideal para escuchar con cualquier estado de ánimo, solo o en compañía.