martes, 31 de julio de 2007

Ángeles Caso

El arte es un privilegio del que sólo gozamos, entre las especies animales que nos acompañan en el dominio del planeta, los seres humanos, capaces -o culpables- desde la expulsión de Paraíso, de inventarnos una manera de existir que alcanza mucho más lejos, infinitamente más lejos, que la pura acción de sobrevivir, comer, refugiarse, reproducirse… Es una rara forma de comunicación, y lo es en tres sentidos diferentes y concéntricos, como círculos de tamaño creciente: comunicación hacia el interior de nosotros mismos, hacia los otros y hacia el universo. El artista –el músico, el poeta, el plástico, hasta el geómetra arquitecto- bucea dentro de su alma, y luego dentro del al alma de los otros, y luego aun dentro del alma del mundo, iluminando lo que le rodea con una lámpara débil y vacilante, dejándose en el esfuerzo los ojos. Y después lanza todo lo que ha encontrado ante los demás, lo expone ante los demás como una vía de conocimiento supremo, lo deposita a los pies de los otros, para que ellos extiendan por un momento las manos y las manos se toquen: toda la belleza y también todo el horror que forman parte de la vida. El artista trabaja con lo invisible: el aire, la luz, la oscuridad, el reflejo del cielo y el infierno, el misterio, la palabra cargada de sentido, el sinsentido, la perfección y la perversión, los sueños, las conexiones más profundas y secretas de nuestras secretas neuronas, el delgadísimo hilo que une el macrocosmos y el microcosmos… El arte le habla a eso que llamamos espíritu, y alimenta un ansia confusa que nunca está del todo satisfecha, pero que no tiene nada que ver con el hambre, el frío y la sed y el puro malestar o bienestar de la materia.

Extracto del artículo Cocinar en Kassel, publicado por Ángeles Caso en la revista Magazine.

viernes, 27 de julio de 2007

Ángel Petisme

Blowin’in the cierzo

Si Dylan fuese maño
sabría que no quedan respuestas en el viento,
que el viento aúlla como un perro rabioso,
y enloquece y gobierna a este pueblo;
sería sordo de narices y más seco
y marciano de lo que es. ¡Que ya le vale!
Hablaría del mar en todas sus baladas,
sabría que el desengaño
es el estadio natural del hombre,
y que para reírnos
tenemos que hacer daño,
como buenos somardas*.

Si Dylan fuese maño sería anarquista
y no tendría todos esos problemas con Dios;
iría más al grano y dejaría de enmarañarse
en cielos de diamante;
bebería hasta derrumbarse,
- sin quitarse la armónica de los labios -,
de ese cáliz amargo y saturnal…

Si Dylan fuese maño
no tendría donde caerse muerto,
nadie le grabaría esos discos tan duros
donde las cucarachas se tiran de los pelos,
el señor pandereta convoca al huracán,
y la tinta invisible
se hace charco de sangre.

Pero claro, si Dylan fuese maño
otro gallo nos cantaría
por estos secarrales del demonio,
y a lo mejor aparecíamos en los mapas de América,
(y no en los catalanes),
y alguien dinamitaba esas puertas del cielo
para que no nos diesen por el culo
del mundo.

Para salir del “cierzo tremens”
de la forma más digna – es decir como pueda –
maúllan en mis pozos los versos de otro Dylan*:

“Ando solo en una multitud de amores,
que la música salve los restos de la noche”.

*Somarda: socarrón, ironía que te abrasa por dentro.
*Dylan Thomas




Aragoneses 2

Cuentan que Buñuel en el 61,
cuando le dieron la Palma de Oro en Cannes
por Viridiana
volvió a Zaragoza y a Calanda unos días.

En el Paseo Independencia
un señor, al que Buñuel parecía conocer,
se paró a saludar diciéndole:
Don Luis, la última película suya,
Flojita, eh, flojica…

Salmones

Igual que los salmones que un día regresan
desde el mar al regato en que nacieron,
así yo rebobino días, fuegos, ciudades,
que moldearon mi rostro con su batir,
y voy como los cuerpos imantados
hacia la aurora de mi reino de polvo.

Y aunque sé que la burla y el rechinar de dientes
me esperan con sudarios al llegar,
sigo contracorriente, con los brazos en cruz,
rebobinando todos mis latidos.

Radiografía

La radiografía ha delatado mi debilidad.

Doctor, no es bueno que el hombre esté solo,
y todas las noches, en sueños me extirpo una costilla
para crear, a mi imagen y semejanza, a esa dulce mujer,
compañera de juegos, hueso de mis huesos y carne de mi carne,
que me tienda una mano al árbol de la vida,
y comiendo de él vivamos para siempre,
desnudos y sin tener que trabajar, en el Edén…

En vano. Porque en sueños, doctor, modelo mal el barro.

jueves, 26 de julio de 2007

Un lazareto

La posesión de la verdad no es menos peligrosa que la de dinamita o titadyne. La serie funciona así: posesión de la verdad-imposición de la verdad-violencia. De una vez por todas habría que dividir a la humanidad entre poseedores y no poseedores de la verdad. A los primeros podría dárseles un continente entero, rodeado de un cordón sanitario, para que allí diriman sus cuitas. El territorio estaría dividido en varios círculos concéntricos. En el núcleo irían los poseedores de verdad más radicales, como talibanes, etarras, ayatolás, dictadores marxista-leninistas, etcétera. En el último círculo irían los poseedores de verdad más benévolos, como los rectores del FMI y los de la Secretaría para la Doctrina de la Fe. Haciendo una buena criba, es posible que los poseedores de la verdad no sean tantos como parecen, y al final baste con darles una isla de mediano tamaño, a ser posible volcánica.

Pedro de Silva

Publicado en el periódico La Nueva España el martes 24 de junio de 2007.

martes, 24 de julio de 2007

Fría noche mágica

Noches Mágicas. Poesía, danza y tango, nos dieron la mano para que nos dejáramos llevar, para cruzar la oscuridad sin tener miedo, cruzar senderos ocultos iluminados por una noche de luna tímida y lejana, arrullados por los sonidos del agua en medio del oasis verde.

Poesía pegada a la vida, áspera como la existencia, alegre a ratos en medio de la pradera regada de rocío y de frío. Escenario de voces de colores donde el señor de la noche siente golpes de mar, mientras un tranvía verde deja a un peatón solitario sobre un asfalto azul y gris y la lluvia provoca guerras incruentas de paraguas sobre la pradera. Dos voces, dos, diferentes, complementarias, poesía convertida en canción.

La aurora boreal vio llegar los cuerpos en una lejanía de agua, reflejos de plata oscura rotos por la barca del ángel negro llegando a la orilla de lo terrenal. Dos mundos opuestos, universos que no se mezclan, se rozan, se presienten, reales, perceptibles, vivos. Dibujos en el aire de la noche, en un quehacer distorsionador de dualidades que rompieron el azar de lo cotidiano con humor, con cariño, con la unión de unos cuerpos vestidos para el amor. Universos fundidos en una única realidad resumida en una duda de brevedad minimalista sin resolución posible.

La rionda vio como el siglo XX fue puro cambalache de amor y desamor, de amistad y de derrota, de humo y alcohol en lugares de moral displicente con Mozart y Piazzola caminando juntos de la mano de un tango elevado por volutas de humo y mecidos en un proceloso mar de músicas casi posibles. La promesa de volver cuando 20 años no son nada, transporta más allá de los océanos y de las culturas, y los cuerpos escapan mientras se funden. Y la noche sigue fría y a la luz de una tímida vela.

Y todo eso en el Jardín Botánico Atlántico de Gijón. Noche de frío y de magia.

miércoles, 18 de julio de 2007

Deseando amar (In the mood for love, Wong Kar-Wai, 2000)

Esos tiempos pasaron. Todo lo que había entonces desapareció.

El título original de esta delicada película es Fa yeung nin wa, es decir, La magnificencia de los años pasa como las flores. Un título que al igual que las citas del escritor Leu Yee-Chang que aparecen en la película y que recojo al inicio y al final de este comentario, nos desvela que el tiempo y su lento pero inexorable discurrir va a ser uno de los marcos en los que se desarrolle esta película de extrema y casi palpable sensibilidad hecha de pequeños detalles, de silencios, de miradas, de sutiles contactos físicos entre dos personajes que apenas si se hablan pero que se lo dicen todo. Belleza tan sutil y frágil como la de una flor.

El director nos muestra a través de elementos que no cambian (hay muchas escenas que son prácticamente idénticas, la música se repite constantemente, algunos de los escenarios…) una relación y unas vidas que, sin embargo, si cambian en lo que es una fusión que alcanza las más altas cimas de la belleza artística combinando maravillosamente la estética con la expresión contenida de unos sentimientos que van pasando de la solidaridad, a la amistad y, finalmente, a un amor que no puede ser.


Los protagonistas son Chow Mo-Wang (Tony Leung), periodista, y Li-Zhen (secretaria), a quienes la casualidad convierte en vecinos al mudarse a una pensión en la ciudad de Hong Kong en los años 60. Los dos están casados con personas que viajan mucho debido a su trabajo, el hecho de descubrir que sus respectivas parejas son amantes, les convertirá en camaradas a la fuerza, para pasar a la amistad y al amor. Parejas que se hurtan a un espectador que nunca las llegará a conocer, obligándole a fijarse exclusivamente en los dos protagonistas y en esa historia de callejones, de lluvia, de luces que más parece que arrojan oscuridad, de pasillos estrechos y ambientes, en definitiva, tan claustrofóbicos como la propia relación.

Una relación compleja y hasta cierto punto atormentada, en el ambiente opresivo de una pensión decadente en la que la soledad se palpa en las descarnadas paredes de las escaleras o de los pasillos, y en la que construir un secreto doloroso por contenido, donde crece una pasión que nunca llega al exhibicionismo ni al exceso, ni físico ni sentimental, porque los protagonistas nunca hablan con claridad de lo que les ocurre y cuando lo hacen siempre es por medio de miradas, pequeños gestos en ocasiones casi imperceptibles, de tal forma que somos los espectadores los que tenemos que terminar por dar forma a las piezas del rompecabezas para tener una idea clara de que es lo que está ocurriendo.


Los protagonistas “guardan silencio y eso es lo más importante”, dirá el director en una entrevista. Ellos callan mientras el secreto empieza a hacerse demasiado grande, hasta que los vecinos se empiezan a percatar de lo que ocurre y ellos intentan convencerse mutuamente de que su amor no puede ser, aunque en el fondo los dos desean que pueda serlo. Es precisamente ese ritmo contenido, la sensación de frustración que nos hace llegar el director, lo que hace que el espectador se identifique con la historia mucho más que esas otras historias condenadas a terminar bien, esos happy end que hacen que el espectador salga reconfortado de la sala pensando que el amor todo lo puede.

La belleza de un amor que se mece al ritmo de un Nat King Cole cantando Quizás, quizás, quizás, mientras el tiempo pasa inexorable para una historia de amor sin sexo pero no por ello menos apasionada.

Él recuerda esa época pasada como si mirase a través de un cristal cubierto de polvo, el pasado es algo que puede ver, pero no tocar. Y todo cuando ve está borroso y confuso.

martes, 17 de julio de 2007

Toli Morilla



Señor de la nueche

Señor compañeru. Señor de la nueche. / Fai que vuelva la cara / Quien nun quiso mirame. // Que los sos güeyos me gueten / Sosteníos y azules / Per detrás de la barra. // Que pregunte’l mio nome / Y s’arime mui sele / a pidime tabaco. // Si quier más quedar, / Fai que toos marchen / Y esti bar se despueble / Pa dexanos solos / Cola canción más lenta. // Si decide marchar, / Que la lluna disponga / La so lluz nel nuesu besu / Y que sepan les casi / Tamién dexanos solos. // Señor compañeru, Señor de la nueche / Fai que nun cante’l gallu / Que se retrase’l día // Y que duren les sombres / El tiempu necesariu. // El tiempo qu’ella tarde en decidise.

(Señor compañero, Señor de la noche. / Haz que vuelva su rostro / Quien no quiere mirarme / Que sus ojos me busquen / Sostenidos y azules / Por detrás de la barra // Que pregunte mi nombre / Y se acerque despacio / A pedirme tabaco // Si prefiere quedarse / Haz que todos se vayan / Y este bar se despueble / Para dejarnos solos / Con la canción más lenta // Si decide marcharse / Que la luna disponga / Su luz en nuestro beso / Y que las calles sepan / También dejarnos solos // Señor compañero, Señor de la noche / Haz que no cante el gallo / Que se retrase el día / Y que duren las sombras / El tiempo necesario // El tiempo que ella tarde en decidirse)

Luis García Montero. Cantar de brujería. XXVII Selmana de les Lletres.

Agua

Préstenme les casi moyaes / Les llargues avenides / Con árboles de fuera cayedizo / Préstenme les tiendes pequeñines / En peligru d’estinción / Los homes y muyeres / Que paseen solitarios / Mientres orbaya selemente / Y en silenciu / El cielo gris y les fontes cantarines / Les faroles que s’apaguen / Pa volver lluéu a prendese / Préstame como güelen les casi moyaes / Inda más en branu, inda más / Los paragües que lleva’l aire / -esto si que me presta- / El mar encabritáu / El riu onde nadie se baña dos veces / La xente que mira detrás de les ventanes / Minetras llueve, llueve, y nun para / Los páxaros entumbíos entre les rames / Y los autobuses en metá la truena / Préstame la paz / Después de la tormenta / La calma ya’l silenciu / De la tierra bautizao.

(Me gustan las calles mojadas / Las largas avenidas / Con árboles de hoja caduca / Me gustan las tiendas pequeñas / En peligro de extinción / Los hombres y mujeres / Que pasean solitarios / Mientras llovizna suavemente / Y en silencio / El cielo gris y las fuentes cantarinas / Las farolas que se apagan / Para volver pronto a encenderse / Me gusta como huelen las calles mojadas / Todavía más en verano, aún más / Los paraguas que lleva el aire / -esto si que me gusta- / El mar encabritado / El río donde naide se baña dos veces / La gente que mira detrás de las ventanas / Mientras llueve, llueve y no para / Los pájaros encorvados entre las ramas / Y los autobuses en mitad de la tormenta / La calma y el silencio / De la tierra bautizada)

Elías Veiga. Ed. Trabe. La tierra fonda.

Cuando naide lo ve

Sé que lo sabes / La vida ye infiel / Va dexando clavos / Espetaos en la piel / Cuando naide lo ve // Sé que la historia / Nun te recordará / Por eso guardo’l to nome / Nuna caxa de cristal / Cuando naide lo ve // Cuando naide lo ve / Ya nun sirve mentir // Se qu’esta nueche / Traerá llunes de fiel / Tolos deseyos / De Fausto nun pincel / Cuando naide lo ve // Tantu deseyu / Esmoleciendo’l to coral / Secando l’alma / Como la fonte que secó / Cuando naide lo ve.

(Sé que lo sabes / La vida es infiel / Va dejando clavos / Clavados en la piel / Cuando nadie lo ve // Sé que la historia / No te recordará / Por eso guardo tu nombre / En una caja de cristal / Cuando nadie lo ve // Cuando nadie lo ve / Ya no sirve mentir // Sé que esta noche / Traerá lunas de hiel / Todos los deseos / De Fausto en un pincel / Cuando nadie lo ve // Tanto deseo / Desasosegando tu corazón / Secando el alma / Como la fuente que secó / Cuando nadie lo ve)

Morilla.

Temas del disco Entropía: Midida del desorde d’un sistema. Medida de l’incertidume esistente nun mecigayu mensaxes de los que va recibise ún namás.
Tendencia natural que conduz al estropicio de les coses.

Medida del desorden de un sistema. Medida de la incertidumbre existente ante un conjunto de mensajes de los cuales se va a recibir uno solo.
Tendencia natural que conduce al deterioro de las cosas.


viernes, 13 de julio de 2007

Blas de Otero

Igual que vosotros

Desesperadamente busco y busco
un algo, qué sé yo qué, misterioso,
capaz de comprender esta agonía
que me hiela, no sé con qué, los ojos.

Desesperadamente, despertando
sombras que yacen, muertos que conozco,
simas de sueño, busco y busco un algo,
qué sé yo dónde, si supieseis cómo.

A veces me figuro que ya siento,
qué sé yo qué, que lo alzo ya y lo toco,
que tiene corazón y que está vivo,
no sé en qué sangre o red, como un pez rojo.

Desesperadamente, le retengo,
cierro el puño, apretando al aire sólo...
Desesperadamente, sigo y sigo
buscando, sin saber por qué, en lo hondo.

He levantado piedras frías, faldas
tibias, rosas, azules, de otros tonos,
y allí no había más que sombra y miedo,
no sé de qué, y un hueco silencioso.

alcé la frente al cielo: lo miré
y me quedé, ¡por qué oh Dios!, dudoso:
dudando entre quién sabe, si supiera
qué sé yo qué, de nada ya y de todo.

Desesperadamente, esa es la cosa.
Cada vez más sin causa y más absorto
qué sé yo en qué, sin qué, oh Dios, buscando
lo mismo, igual, oh hombres, que vosotros.

A la inmensa mayoría

Aquí tenéis, en cato y lama, al hombre
aquel que amó, vivió, murió por dentro
y un buen día bajó a la calle: entonces
comprendió: y rompió todos sus versos.

Así es, así fue. Salió una noche
echando espuma por los ojos, ebrio
de amor, huyendo sin saber adónde:
a donde el aire no apestase a muerto.

tiendas de paz, brizados pabellones,
eran sus brazos, como llama al aviento;
olas de sangre contra el pecho, enormes
olas de odio, ved, por todo el cuerpo.

¡Aquí! ¡Llegad! ¡Ay! Ángeles atroces
en vuelo horizontal cruzan el cielo;
horribles peces de metal recorren
las espaldas del mar, de puerto a puerto.

Yo doy todos mis versos por un hombre
en paz. Aquí tenéis, en carne y hueso,
mi última voluntad. Bilbao, a once
de abril, cincuenta y uno.

El mar

Lo primero que vieron mis ojos fue el mar: violentamente, como siempre estuvo el Cantábrico ante mí, airado, refunfuñando y dándome la razón a regañadientes.
Pasaron muchos árboles y meses y estaciones, al fin me hallé en el límite de Tarragona con el Mediterráneo, parado en el andén, mirándome a las manos, tan distinto de como lo vi en la guerra, tres veces más cruel y siempre mirándome, parado, a las manos.
Más tarde bajé a los mares de China, jadeantes de nocturno marfil, según hice constar en una angosta callejuela de Pekín. Sin más, salté hacia el Báltico, yo pisaba su lisa espalda de lámina indiscutiblemente fría, restos estalinistas, trizadas cruces nazis.
Ahora, esta tarde, golpean las olas en la memoria, olas redondas, locas, con coronas de tela, mientras el mar Caribe se abre a mi vista limpio como un cristal donde hubiese caído esa asquerosa mosca del consabido buque norteamericano.

jueves, 12 de julio de 2007

Fedra (Miguel de Unamuno)

Monólogo de Fedra

(Fedra está semitumbada a cierta distancia de una sombra inmóvil que se intuye, y que es la de Eustaquia. En algunos momentos, Fedra se dirigirá a ella, en otros la rechazará o simplemente hablará para sí.)

Ya veo acabarse esta tortura… No podía vivir más. Había creado un infierno. (Se incorpora.) Los dos enfrentados… Yo sé que ahora vendrá (Convulsa.) Pedro consentirá que venga a darme el último beso. Y él… ¿me perdonará? Vendrá… y ahora no quiero morir porque va a venir. (Crece en su inquietud.) Quiero estar con él, vivir con él, juntos… (Sobre la frase se irá derrumbando.) No en su cuarto, sobre su cama, donde he llorado su ausencia. (Pausa. Cambia a un tono grave de voz. Reflexiva.) El diablo te empuja, te envuelve y te hace gozar con tu desgracia. ¿Qué hacías tú llorando sobre el lecho vacío de tu hijo…? (Tras una pausa, nerviosa, mientras se retuerce los dedos de las manos.) No, el diablo me observa. Un diablo vigilante, al acecho, un diablo de la guarda… y yo le reconocí inmediatamente. (Suelta sus manos y se pone en pie.) Es ese terrible Marcelo. Me atravesaba con su mirada, lo sabía todo desde el principio, y jugaba a arrebatarme a mi hijo y a entregárselo… Hipólito. (Avanza con la mirada fija en la sombra de Eustaquia.) Y jugaba conmigo, con todos. Pero ahora ha terminado su juego. (Sin dejar de mirarla comienza a retroceder hasta dejarse caer sentada al final de la frase.) Un juego que yo sé, Eustaquia, conocías desde siempre, desde el principio del tiempo. (Tras una pausa deja caer su cuerpo.) Todo termina, Eustaquia…, y me corresponde a mí acabar la partida, con una última carta que pondré sobre la mesa… (Deja correr las manos sobre su rostro y cuello.) ¡Pero sólo cuando me lleve su beso, su último beso! Y esta carta que rompe el juego se la darás a Pedro. (Se incorpora.) ¿Lo prometes, lo juras Eustaquia? (Con la mirada perdida, su voz se debilita y su forma de decir adquiere un tono infantil. Suenan acompañando al texto las notas agudas de un piano que describen la melodía obsesiva de una caja de música.) Sólo así podré ser perdonada. Necesito que me perdonen. He sido una chiquilla… como una niña. Y quiero, Eustaquia, que todo sea como en mi niñez en aquel colegio de monjas. Y siento que me estoy haciendo niña… una niña que se ha portado mal… Y si me arrepiento se podrán abrazar padre e hijo sobre mi recuerdo…; e iré al cielo que imaginaba de colores azules y blancos…, y cuando llegue allí me mirarán todos, me rodearán lentamente…, y vendrá la Virgen y su Hijo… (Tras una breve pausa su voz se torna grave, y se pregunta extrañada.) ¿Mi hijo?... y me perdonarán todo, todo… (Otra vez una breve pausa. Su voz se va quebrando.) … hasta mi último crimen, el de mi muerte.

(A partir de esa frase se establece un diálogo entre las dos Fedras.)

Pero esto que has hecho Fedra es un pecado muy grande.
¡Es un sacrificio!...
Sacrificio hubiera sido decir la verdad, toda la verdad…
Sin muerte no hay sacrificio…
Pero la muerte es de Dios…
¡Dios me la ha mandado!...
Eso es una blasfemia, Fedra…

(Se levanta y avanza lentamente hacia la embocadura con la mirada cada vez más perdida.)

Él, el Hijo, se dejó también matar. Me perdonará… ¿verdad? Tengo mucho frío, Eustaquia, y se me cierran los ojos… Sólo veo colores azules y blancos… los del cielo. Llévame a la cama, Eustaquia, llévame. Pero antes de dormirme vendrá a darme el último beso, ¿verdad? Vendrá Hipólito y me dará un beso…

martes, 10 de julio de 2007

Frida Kahlo (1907-1954, Coyoacán, México)

"Por otra parte es la primera vez en la historia del arte que una mujer ha expresado con franqueza absoluta, descarnada y, podríamos decir, tranquilamente feroz, aquellos hechos generales y particulares que conciernen exclusivamente a la mujer" (Diego Rivera hablando acerca de la obra de Frida)

El pasado día 6 fue el centenario del nacimiento de Magdalena Carmen Frida Kahlo y Calderón, una mujer de vida torturada (intentará suicidarse varias veces) y elevada por méritos propios a ese olimpo de artistas absolutamente únicos, entre otras cosas, por ser autora de una obra en la que la sinceridad más absoluta es una seña de identidad primordial.

Su torturada existencia, se inició durante su niñez, cuando a causa de una polio que le dejará una malformación en un pie tuvo que pasar 9 meses postrada en una cama de hospital. A los 18 años, el autobús en el que viajaba tuvo un accidente con un tranvía, a resultas del cual Frida sufrió heridas gravísimas que obligaron a implantarle una varilla metálica, para paliar las fracturas que tenía de columna, pelvis y piernas. Un mes de hospital y otros 9 meses con un corsé de escayola, y unos dolores que la acompañarían el resto de su vida.

Ahí fue donde dio comienzo su relación con el arte, ya que aprovechó su internamiento hospitalario para hacer sus primeros dibujos y pinturas, primero sobre el accidente y luego sobre sí misma ("Me pinto a mi misma porque estoy a menudo sola, y porque soy la persona a la que mejor conozco"). Corría el año 1925 y el dolor la llevará a retratarse a sí misma atravesada por clavos, llevando un collar de espinas o con cortes en el cuerpo que nos hacen llegar una sensación de un dolor que está más allá de las palabras ("Mi pintura lleva un mensaje de dolor. Ha completado toda mi vida").

En 1929, contraerá matrimonio con el idolatrado muralista Diego Rivera, también miembro, como ella, del partido comunista, para formar un matrimonio tumultuoso que terminaría en un divorcio, para volver a casarse un año más después. Un matrimonio que estuvo plagado de infidelidades por ambas partes.



La pintura de Frida es una pintura de testimonio, de lucha contra lo que la oprimía, de un ser poseedor de una enorme fuerza, rebelde, que encontró en la pintura algo a lo que asirse en los momentos difíciles y poder seguir luchando. Para ello utilizará un estilo realista y aunque el gurú del surrealismo, André Breton, la incluyera en la nómina de los surrealistas, Frida nunca terminó de identificarse con esa etiqueta ("No sabía que era surrealista hasta que André Breton vino a México y me lo dijo"). Serían Breton y Marcel Duchamp quienes la ayudaron a exponer su obra en Estados Unidos y en Europa.

En cierto sentido, la obra de Frida tiene fuertes conexiones telúricas, con las tradiciones más antiguas de México, muy pegada a su tierra y a sus tradiciones, que conocía bien gracias a que su padre la había introducido en el mundo de la arqueología y del arte de su país. Elementos de las creencias precolombinas que luego se fusionaran con el cristianismo para dar lugar a una simbiosis enriquecedora. La conexión que tenía con la fauna, las tradiciones y sus habitantes hizo que en alguna ocasión se la llegara a definir como "la más mexicana de los mexicanos". Eso la llevaba a vestirse con vestidos coloristas, adornándose con aretes coloniales, collares de jade como los precolombinos, y se peinaba con esmero con peinetas y flores.


El hecho de no poder ser madre fue otro de los traumas que tuvo que aprender a sobrellevar y que reflejará en su pintura, como en alguno de los que pintó durante su estancia en Estados Unidos acompañando a Rivera. Frida además de profundizar en su dolor, en su sufrimiento, lo hizo también en las tradiciones ancestrales del pueblo mexicano.

Las imágenes que crea Frida nacen de lo más profundo, del interior de una identidad en cuestión, imágenes interiores que toman realidades exteriores para hacerse cuadros con los que hacernos llegar ese mensaje absolutamente personal, para mostrarnos su alma, para exorcizar, si ello fuera posible, el dolor tanto físico como emocional. Todo ello con una enorme serenidad y sinceridad, sin aspavientos ni elementos que distraigan la intensidad de un mensaje que nace de un dolor particular para convertirse en un asunto universal.

"Nunca he pintado sueños. He retratado mi realidad"

lunes, 9 de julio de 2007

Cabaret

Bienvenidos al Kit Kat Klub. Eso fue lo que cantaron desde las tablas del ovetense teatro Campoamor, el elenco que dio vida al musical Cabaret (dos funciones diarias, cuatro días) con algo más de tres años de recorrido en Madrid, en una adaptación del original puesto en pie por Rob Marshall (Chicago, Memorias de una geisha) y Sam Mendes (American Beauty).

Ocho funciones para transportarnos al Berlín de entreguerras, al ambiente del cabaret, esos lugares llenos de humo y alcohol, lugares de moral incierta, de fronteras siempre un poco más allá de lo que a la burguesía dominante le hubiera gustado, lo que les daba un aire a reducto de libertad donde ir a sentir como los cimientos de las propias convicciones morales se resquebrajaban, porque no eran lugares para morales pacatas.

Música, diversión, provocación en un universo reducido convertido en válvula de escape en los difíciles años 20 de una Alemania rota por la Primera Guerra Mundial, acuciada por el paro y la crisis económica, que se convirtieron en excelentes caldos de cultivo para la ideología nazi, la cual, al fin y a la postre, vendría a acabar con ese espíritu de libertad y transgresión. Años 30 después de los cuales ya nada volvería a ser lo mismo en nuestro torturado continente.

Lugares para olvidar, lugares en los que los problemas cotidianos no tienen cabida, problemas que el ambiguo maestro de ceremonias del Kit Kat Klub, Emcee (interpretado por un excelente Víctor Masán), invita a todos los espectadores a dejar en la calle, donde nos seguirán esperando a la salida, pero ahora se trata de disfrutar, de romper la cotidianidad que nos ahoga, dar rienda suelta a los instintos y a la imaginación.

Un musical (poco que ver con la película del mismo título que dirigió Bob Fosse) que nos lleva del club a la pensión en la que se aloja Cliff (un flojo Jesús Cabrero) y donde vivirá su historia de amor con Sally Bowles (magnífica Marta Ribera), una de las chicas del club; historia que irá en paralelo a la que mantendrán los maduros Schneider (Patricia Clark) y un frutero judío llamado Schultz (Paco Lahoz). Dos historias de amor que compartirán devenir con el Kit Kat Club, un devenir imposible por las circunstancias históricas del momento.

Emcee será quien nos conduzca a todos, actores y espectadores, por los vericuetos del musical, interactuando con el público (en algunos casos poco receptivo), recorriendo el pasillo central del teatro, manejándolo todo, casi como si de un actor de marionetas se tratara, un personaje de naturaleza masculina y femenina al mismo tiempo, a medio camino de los dos mundos.

Mundo que va a cambiar radicalmente con la subida al poder de los nazis, y en el que ya no tendrán cabida ni el amor ni el cabaret. La niebla se cierne sobre el escenario y el fantasma de una represión que cabalgará con todos los pendones al viento a todo lo largo y ancho del continente durante muchos años.

Después de dos horas y media (entreacto incluido) y 20 números musicales sólo nos queda abandonar el oasis y agradecer (en ese sentido el público de la sesión del viernes 6 a las 22:30 horas fue bastante tacaño) el momento de disfrute antes de salir a la calle y reencontrarnos con nuestras preocupaciones cotidianas, porque pase lo que pase, el espectáculo debe continuar. Bienvenidos al cabaret del mundo.

jueves, 5 de julio de 2007

Un argumento sobre la belleza (Susan Sontag)

La belleza, al parecer, es inmutable, al menos cuando se encarna –se fija- en forma de arte, porque en el arte la belleza como idea, una idea eterna, toma cuerpo mejor. La belleza (si se opta por emplear la palabra de ese modo) es profunda, no superficial; oculta, a veces, más que evidente; consoladora, no perturbadora; indestructible, como en el arte, más efímera, como en la naturaleza. La belleza, de la clase que se estipula enaltecedora, perdura.

A medida que la posición relativista en asuntos culturales ejercía mayor presión en las antiguas valoraciones, las definiciones de belleza –las descripciones de su esencia- se vaciaron más. La belleza ya no podía ser algo tan positivo como la armonía. Para Valéry, la naturaleza de la belleza es que no puede definirse; la belleza es precisamente “lo inefable”.

Lo que había sido una virtud del concepto se convirtió en su lastre. La belleza, que antaño había parecido vulnerable por demasiado general, laxa, porosa, se reveló –por el contrario- demasiado excluyente. La discriminación, antaño una facultad positiva (equivalente a juicio refinado, criterios exigentes, rigor), se volvió negativa: significó prejuicio, intolerancia, ceguera ante las virtudes de lo que no era idéntico a sí mismo.

El uso prolongado de “lo interesante” en cuanto criterio de valor ha debilitado, de modo inevitable, su mordacidad transgresora. Lo que queda de la insolencia de antaño radica sobre todo en su desdén hacia las consecuencias de las acciones y de los juicios. En cuanto a la verdad de la atribución: eso ni siquiera se tiene en cuenta. Algo se califica de interesante precisamente para no tener que comprometer un juicio sobre la belleza (o la bondad). Lo interesante es sobre todo en la actualidad un concepto consumista, propenso a ampliar su dominio: cuantas más cosas se vuelvan interesantes, más crece el mercado. Lo aburrido –entendido como una ausencia, un vacío- implica su antídoto: las afirmaciones promiscuas y vacías de lo interesante. Su peculiar modo no concluyente de vivir la realidad.
A fin de enriquecer esta deficitaria perspectiva de nuestras vivencias, se debería aceptar una noción plena de aburrimiento: la depresión, la ira (desesperación reprimida). Entonces se podría comenzar a trabajar en pro de una noción plena de lo interesante. Pero esa calidad de vivencia –de sentimiento- es probable que no se quiera ya denominarla interesante.

La belleza es parte de la historia de la idealización, que a su vez es parte de la historia de la consolación. Pero la belleza acaso no siempre consuele. La belleza del rostro y el cuerpo atormenta, subyuga; esa belleza es imperiosa. Tanto la belleza humana y la belleza creada (el arte) suscitan la fantasía de la posesión. Nuestro modelo de lo desinteresado proviene de la belleza de la naturaleza; una naturaleza distante, descomunal, imposeíble.
De una carta escrita por un soldado alemán que montaba guardia en el invierno ruso a finales de diciembre de 1942:
“La Navidad más bella que había visto nunca, compuesta íntegramente de emociones desinteresadas y desprovista de todo ribete de oropel. Yo estaba solo bajo un enorme cielo estrellado, y recuerdo que una lágrima rodaba por mi mejilla helada, no era una lágrima de dolor ni de alegría, sino de la emoción creada por una vivencia intensa…”
A diferencia de la belleza, a menudo frágil y efímera, la capacidad para sentirse abrumado por la belleza tiene un vigor asombroso y sobrevive entre las más rigurosas distracciones. Incluso la guerra, aún la perspectiva de una muerte segura, no pueden suprimirla.

Una feliz consecuencia de esta comprensión, si de comprensión se trata: la belleza recobra su solidez, su naturaleza inevitable, como juicio necesario para dar sentido a gran parte de las energías, afinidades y admiraciones propias; y las nociones usurpadoras parecen ridículas.
Imagínese la afirmación: “Este crepúsculo es interesante”.

Fragmentos extraídos del ensayo Un argumento sobre la belleza, recogido en el libro póstumo de Susan Sontag, Al mismo tiempo (ensayos y conferencias), editado en España por Mondadori en 2007.

miércoles, 4 de julio de 2007

Río profundo (Shusaku Endo, 1923-1996)

Hoy toca recordar esta novela novela del japonés Shusaku Endo, considerado como uno de los novelistas contemporáneos más relevantes de aquel archipiélago asiático, y al que Graham Green colocaba en la lista de los escritores más importantes del siglo XX.

La novela podemos dividirla en dos partes. En la primera nos presenta a cuatro de los personajes, tres hombres y una mujer, para que sepamos de donde vienen y que es lo que les obsesiona a cada uno de ellos, mientras que en la segunda, el autor los hace coincidir, con un quinto hombre, en un viaje organizado a la India, lugar que, por lo que nos cuenta Endo, parece un lugar frecuentado por los turistas japoneses.

Allí, concretamente a las orillas del Ganges, río de vida y de muerte, los personajes se enfrentarán a sus miedos y obsesiones, pero con el denominador común de búsqueda de algo que la vida les arrebató.

El amor, la muerte, la religión y la guerra, son los elementos motivadores de los distintos personajes, cuyo viaje coincide con el magnicidio de la primera ministra de la India, Indira Gandhi, a manos de dos de sus guardaespaldas de etnia sijh. En ese panorama convulso, cada personaje irá conjurando sus fantasmas en la medida de sus posibilidades, emprendiendo el viaje más difícil de cuantos son posibles: el viaje hacia los infiernos particulares de cada uno.

Endo fue un escritor con una visión peculiar al compaginar el hecho de ser japonés con el de ser católico, algo realmente difícil de encontrar en un país en el que menos del 1% de la población practica esa religión. En los años 50, se traslada a Francia para estudiar literatura cristiana. En su obra se pueden encontrar temas recurrentes que tienen que ver con su experiencia vital, con el sentimiento de sentirse extrajero, sus estancias en el hospital y su lucha contra la tuberculosis, experiencias que marcaron el devenir vital de Endo.

Enfrenta con cierta frecuencia a sus personajes con problemas morales de difícil solución, enfrentados a complejas decisiones que suelen provocar resultados totalmente inesperados y que les marcaran de una forma profunda y, a veces, dramática.

Su primera gran novela, Silencio, tiene como argumento la llegada de los jesuitas a las islas del Japón en los siglos XVI y XVII.

martes, 3 de julio de 2007

Anillos para una dama (Antonio Gala)

Esta obra se estrenó en el Teatro Eslava de Madrid, el 28 de septiembre de 1973, dirigida por José Luis Alonso y con un reparto formado por: María Asquerino (Jimena), José Bódalo (Alfonso VI), Armando Calvo (Minaya), Charo López (María), Margarita García Ortega (Constanza) y Estanis González (Obispo Jerónimo)

ALFONSO.- La Historia no se escribe con las manos lavadas. Todos hemos sufrido, y es eso, cabalmente, a lo que tú te niegas.

JIMENA.- Yo no he nacido rey. Ni hija de rey, que se castra en testamentos. He nacido mujer. ¡Y ya he sufrido! Ahora voy a comerme es un desván este cuscurro que me habéis dejado. Quiero roerlo antes de que se me caigan los dientes y no pueda.

ALFONSO.- ¡En un desván! Destápate los ojos... Mira la patria: ese lugar en que nacemos, ese río, esos árboles, con gente que habla como nosotros y que va a nuestro paso... La patria está muy por encima de nosotros y de nuestros mendrugos...

JIMENA.- ¡Déjame a mí de patrias! ¿Es que el Cid tuvo patria? Tú te pasaste la vida echándolo de ella: de Castilla, ese agujero donde son negras hasta las gallinas... ¿Es que el pueblo es la patria? ¿Qué has hecho con el pueblo? ¿Para qué lo has querido? ¿Deseó el pueblo de Castilla que tú fueras rey? ¿Te pidieron a ti los leoneses que los llevaras a morir a Golpejera? ¿Cuántos montones de cabezas le cortaron a tu pueblo los moros en Sagrajas?... Tú a ti te llamas patria; a tu voluntad, patria; a tu avaricia de poder, patria... ¡Déjame a mí de patrias! ¿No ves que estoy de vuelta de las grandes palabras? Las he mamado, Alfonso. Me he criado con ellas. He jugado con ellas, de niña, a la pelota... Apenas si he tenido marido, el que me diste, porque ya me lo diste con las grandes palabras. Y hubiera sido bueno, complaciente, tierno, ¿por qué no?; hubiera sido cariñoso y amante. Pero ¡ah!, no pudo ser: allí estaban, en medio siempre de los dos, esas grandes palabras... ¿Y mi hijo? Mi hijo se quedó muerto en mitad de un campo, con las grandes palabras por almohada... Estoy segura que al morirse dijo “madre” y no “patria”...

JERÓNIMO.- Dios sabe que has sufrido, hija mía. Dios te lo pagará.

JIMENA.- ¿Estáis viendo? Cuando decís Dios o cuando decís patria es que vais a pedir algo terrible. Vais a pedir la vida... Y sin la vida no hay ni Dios ni patria... Si ese Dios y esa patria no nos hacen felices, ¿de qué nos sirven? Con qué poca grandeza soléis usar esas grandes palabras... Las gastáis solamente en calderilla. Dios es para vosotros un contable que paga, parsimoniosamente, a denario por barba. Y la patria, esa boca oscura que devora los hijos a ritmo de charanga. ¡No! ¡No! ¡No quiero jugar más! ¡También ahora yo tengo mi gran palabra: amor! ¡Amo a Minaya! ¡Oídlo, amo a Minaya! No tengo yo más patria que Minaya. Amo a Minaya. Tan sólo con decirlo soy tan feliz que, para que me calle, tendríais que arrancarme la lengua. Y aun así, aun así, lo seguiría gritando con los ojos... ¡Amo a Minaya! ¿Oís? ¡Amo a Minaya! (El REY contenido hasta ahora a duras penas, se abalanza sobre ella y le tapa la boca con la mano duramente.)

ALFONSO.- (A todos.) Salid todos. Deprisa. (Lo hacen. A JIMENA.) Si das un grito más, diremos que estás loca... Te encerraré, Jimena. (Habla con cierto cansancio.) Sabes que a estas alturas de mi vida no me apetece correr riesgos inútiles... Ni un grito más o te encerraré. (La suelta.)

Jimena, aquí, sabe bien lo que quiere: ser ella misma. Minaya también lo sabe, pero es demasiado fiel a lo que ha muerto, y eso le impide transformar el futuro. La hija del Cid sostiene aún una fe que además le es rentable. Constanza será devota o venal, según los casos… En estas circunstancias, como suelo; el triunfo del poder político y el religioso es inevitable: a ambos los mueve sólo el deseo de seguir siendo poderes. Ellos “hacen” la Historia: Jimena se resigna a su papel de personaje con la dudosa esperanza de que, en un posible porvenir, alguien alcance la libertad que a ella le fue negada.

Como siempre, recurro a la participación de los espectadores: aspiro a que los que no se interesen por razones más hondas, se emocionen al menos ante la desventura de un amor prohibido. Quizá baste con eso.

Antonio Gala