Probablemente Judy Chicago (Chicago, Estados Unidos, 1939), sea la
primera mujer artista a la que se haya etiquetado como artista feminista toda
vez que ella fue una de las primeras mujeres en reivindicar la historia de las
mujeres y el rechazo a esquemas culturales de raíz patriarcal construidos para
mantener a la mujer en una posición secundaria en relación al hombre. De hecho
esta artista va a ser la primera en desarrollar un programa de arte feminista
en los Estados Unidos, concretamente en la Universidad Estatal de California.
Ese es uno de los hitos en la carrera de una artista que ya a los tres
años recibía clases de dibujo y a los cinco tenía absolutamente claro que lo
que quería hacer en la vida era vivir del arte. Esa fue la motivación que la va
a llevar primero al Art Institute de Chicago y luego a la Universidad de UCLA.
La relación entre arte y política visible en la obra de Chicago a lo
largo de los años, tiene su punto de arranque en la figura de su padre, un
rabino de izquierdas, militante del Partido Comunista de los Estados Unidos, y
un hombre muy sensibilizado acerca de los derechos de la mujer y de los
trabajadores. Esa militancia política va a traer muchos problemas a la familia
en los años 40 y 50, especialmente durante la época del macartismo.
Otros momentos personales de especial intensidad emocional van a tener
su reflejo en las formas artísticas de Chicago. El primero será el
fallecimiento de su primer marido y, años más tarde, el de su hermano y madre.
Ya viuda, nuestra protagonista decidió dejar de utilizar el apellido familiar y
el de su marido, en una búsqueda de su identidad como mujer y como artista, más
allá de unas denominaciones que vienen dadas por herencia, por matrimonio y, en
última instancia, por convenciones sociales.
Después del fallecimiento de su marido, Chicago se embarcó en la
creación de una serie de obras de arte abstractas en las que es posible
reconocer órganos sexuales tanto masculinos como femeninos, tomando como motivación
los roles diferenciados según sexo y la construcción de las respectivas
identidades.
Ya en los años 70, cuando el movimiento feminista esté cogiendo auge,
Chicago trabajará durante varios años, concretamente entre 1974 y 1979, con la
ayuda de algunos cientos de voluntarios, en la impresionante The Dinner Party,
una reinterpretación de la Última Cena con un claro trasfondo feminista. Así,
utilizó una estructura de triángulo equilátero para la mesa, forma que remite a
la igualdad entre todos, además de remitir a las representaciones antiguas de
la vulva femenina.
La mesa está preparada para acoger a 39 comensales, todos ellos
mujeres, y cada una con un sitio reservado con su nombre. Se trata de nombres
de mujeres artistas, diosas, activistas y mártires. La mesa se apoya en una
base de azulejos pulidos en los que se escriben, con letras doradas, otros 999
nombres de mujeres. El hecho de colocar 13 comensales por lado tampoco es
casual, sino que alude por un lado al número de personas presentes en la Última
Cena y, por otro, al número que en la Edad Media se consideraba que formaban
parte de las comunidades de brujas.
La maternidad será otro de los temas a los que Chicago dedique otra de
sus obras de mayor relevancia. Se trata de The Birth Project (1980-1985), una
obra que busca exaltar el papel femenino de la maternidad negado en la creación
del mundo según la narración del Génesis, en el que se cuenta que Dios creó a
Adán de la nada, algo que Chicago considera como una negación del papel
fundamental que tiene la mujer en el desarrollo de la humanidad. Son en total
un centenar de paneles a través de los cuales explora la construcción del
concepto de lo masculino y como los roles de poder han afectado a los hombres.
Ese trabajo empezó a cobrar forma después del fallecimiento de su
hermano y de su madre, y se puede ver como un homenaje, un sentido recuerdo a
la figura materna y a la importancia simbólica y real que tenía y tiene la
maternidad en las sociedades tradicionales.
The Holocaust Project está formado por dieciséis obras de gran
formato, en las que, como es habitual en la obra de Judy Chicago se combinan
diferentes técnicas artísticas, supone la revisión de su pasado como judía, de
la historia de su pueblo, espacialmente de la Shoah, que es como los judíos
aluden a la barbarie de los campos de concentración nazis, y que Chicago
fusiona con la matanzas sufridas por los indios americanos a manos de los
blancos, la guerra de Vietnam, fusión que no fue bien comprendida por la
comunidad judía norteamericana, lo que no impide que estemos ante una obra
poderosa y de profundo significado.
De las primeras obras minimalistas, a las que entran en el terreno de
lo conceptual, las performances a las obras de gran formato en las que cabe la
pintura, la escultura, el dibujo, el grabado, la pintura china y otras técnicas
muy relacionadas con el papel tradicional de lo femenino como pueden ser la cerámica,
el tejido o el punto, lo que Judy Chicago pone de manifiesto es un compromiso
inquebrantable con sus ideas, con la defensa a ultranza de los derechos de las
mujeres.
En definitiva, se trata de estudiar y de conocer los roles de hombres
y de mujeres, conocer los mecanismos que se esconden detrás de esas
construcciones culturales para, desde ahí, crear una identidad propia femenina,
una teoría crítica con los modelos imperantes para hacer un camino que lleve a
las mujeres a superar esos roles y encontrar su verdadera personalidad, su auténtico
lugar en el mundo, en este caso a través del arte y del discurso ideológico,
simbólico y concreto subyacente en toda su obra.