lunes, 29 de diciembre de 2008

Queda prohibido

QUEDA PROHIBIDO !

Queda prohibido llorar sin aprender,

levantarte un día sin saber que hacer,

tener miedo a tus recuerdos.

Queda prohibido no sonreír a los problemas,

no luchar por lo que quieres,

abandonarlo todo por miedo,

no convertir en realidad tus sueños.

Queda prohibido no demostrar tu amor,

hacer que alguien pague tus deudas y el mal humor.

Queda prohibido dejar a tus amigos,

no intentar comprender lo que vivieron juntos,

llamarles solo cuando los necesitas.

Queda prohibido no ser tú ante la gente,

fingir ante las personas que no te importan,

hacerte el gracioso con tal de que te recuerden,

olvidar a toda la gente que te quiere.

Queda prohibido no hacer las cosas por ti mismo,

tener miedo a la vida y a sus compromisos,

no vivir cada día como si fuera un ultimo suspiro.

Queda prohibido echar a alguien de menos sin

alegrarte, olvidar sus ojos, su risa,

todo porque sus caminos han dejado de abrazarse,

olvidar su pasado y pagarlo con su presente.

Queda prohibido no intentar comprender a las personas,

pensar que sus vidas valen mas que la tuya,

no saber que cada uno tiene su camino y su dicha.

Queda prohibido no crear tu historia,

no tener un momento para la gente que te necesita,

no comprender que lo que la vida te da, también te lo quita.

Queda prohibido no buscar tu felicidad,

no vivir tu vida con una actitud positiva,

no pensar en que podemos ser mejores,

no sentir que sin ti este mundo no sería igual.

No cito el nombre del autor/a de esta composición porque no he podido confirmarlo. Algunos lo atribuyen a Pablo Neruda, pero esa autoría no me parece la adecuada, así que, de momento, permanece en el anonimato. Si en algún momento consigo esa información aquí la haré constar.

Según me hacen saber Leonor de Aquitania y Sonrisa de Luna, el autor de este poema sería Alfredo Cuervo Barrero. Dicho queda y gracias a las dos.

jueves, 25 de diciembre de 2008

Sarabeth Tucek, una voz única para el folk norteamericano



Sarabeth Tucek - Something for you (acoustic)

Con tan sólo 8 años metida en el mundo de la música, a sus 34 años Sarabeth Tucek se ha convertido en una de las voces más interesantes del folk salido de los Estados Unidos, aunque sus planes pasan por quedarse en Europa, concretamente en Londres, y dejar California, porque considera que en nuestro continente puede encontrar mejores condiciones para componer, y menciona específicamente, el hecho de que en Londres se pueden vivir los cambios de estación, algo que piensa que le puede dar un punto más interesante a sus composiciones.

Lo primero que destaca de Tucek es su voz, de esas que una vez oídas ya no se olvidan, y esa es la única forma que encuentro para intentar explicar la riqueza de matices que reúne, y que hacen que sea comparada con gente como Karen Dalton, Cat Power o Karen Carpenter.

“Empecé a hacer música porque había un chico que me gustaba, y yo le decía que sólo saldría con chicas que fueran músicos. Alguien me enseñó tres acordes a la guitarra y así salió Something for you”. Así explica Sarabeth Tucek sus inicios en la música a la edad de 26 años, y desde entonces no se ha separado de su guitarra. Con ello también logró superar un trauma musical de su infancia, cuando en un concierto de piano en Cuarto Grado, cometió un error al interpretar la partitura y se fue corriendo del escenario, y nunca más volvió a tocar un instrumento hasta los 26 años, tal y como ella misma ha contado en alguna ocasión. 



Sarabeth Tucek, Luther Russell and Peter Hayes

Su música está enraizada en la más profunda tradición del folk norteamericano, algo que no es extraño cuando sabemos que sus primeras inclinaciones musicales estaban relacionadas con Bob Dylan, Neil Young, Bruce Springsteen, además de Cat Stevens, Steve Reich, para luego pasar a la línea de The Clash, Rolling Stones y The Who y The Velvet Underground, y algo de todo eso se puede escuchar en sus discos.

Después de escucharla cantar a dúo con Bill Callahan en el disco Smog, el productor del disco, Luther Russell empezó a trabajar con Tucek en sus primeras maquetas, para luego enviárselas al productor Ethen Johns, y ambos compartieron la producción del primer disco de la cantante del barrio neoyorquino de Brooklyn. En 2006, los productores le enviaron el disco a Bob Dylan, y éste acabaría llamándola para que le taloneara en uno de sus conciertos, y ese fue un momento clave en el inicio de la carrera de la cantante que nos ocupa.

Las canciones de Tucek no son de las que causan una sacudida profunda, inmediata, sino que son como agua ligera que va calando poco a poco sin que nos demos cuenta hasta que estamos empapados hasta los huesos. Canciones que acarician nuestros oídos, unas veces frescas y otras profundas, y en las que nada distorsiona el mensaje, esas letras hechas para ser escuchadas, para dejarnos mecer por ellas en noches de soledad o de buena compañía, o mientras conducimos por carreteras vacías lejos de la humanidad, y en las que encontramos momentos de intensa poesía, que también se puede volver dura.

Cuando piensas que estás sólo en el mundo / Cuando piensas que nunca más te van a escuchar / Probablemente tienes razón, probablemente es cierto / Porque nadie se preocupa más de lo que lo haces tú. (Fragmento de la letra de Nobody cares, incluida en su disco titulado Sarabeth Tucek)



Sarabeth Tucek plays the Night and Day Cafe

domingo, 21 de diciembre de 2008

Los Espacios Ocultos de José Manuel Ballester

¿Se imaginan El arte de la pintura de Vermeer, el Paisaje nevado de Peter Brueghel el Joven, La Anunciación de Fra Angelico, el Nastagio degli Onestti II y el Nastagio degli Onesti III de Boticelli, El jardín de las delicias de El Bosco, El descanso en la huída a Egipto de Patinir, y el Paisaje con el embarco en Ostia de santa Paula Romama, de Claudio de Lorena, despojados de las figuras humanas que los pueblan?

Pues eso es lo que ha hecho el fotógrafo y pintor José Manuel Ballester (Madrid, 1960), como se pudo ver entre el 17 de sepiembre y el 23 de octubre, en la Galería Distrito Cuatro de la capital española, bajo el título de Espacios Ocultos.


Ballester nos deja solos ante los paisajes ahora despojados de toda figura humana, y eleva los elementos naturales o arquitectónicos a la categoría de protagonistas absolutos, y ante cada uno de ellos no podemos evitar tener sensaciones dispares. Así, el pueblo nevado de Brueghel se nos aparece como algo fantasmagórico pero al mismo tiempo cálido, porque el pueblo y el río helado ya sin patinadores, parece que están esperando pacientemente a que sus pobladores u otros nuevos, vuelvan a ocupar el paisaje, enciendan las chimeneas y todo se vuelva a llenar de vida, como si fuera un renacer primaveral. Una arquitectura que espera también la vemos en la versión deshumanizada que hace de La Anunciación.


En el caso de las obras de Boticelli, en uno de los casos observamos con cierta prevención un bosque que se abre en su centro para dirigir nuestra mirada hacia un horizonte acuático, y en el que parecemos sentir algo latente que no sabemos muy bien si es amenazador o no, sensación que se multiplica en la escena de un banquete que parece abandonado a toda prisa, y en el que sólo quedan algunos elementos encima de las mesas y unas tiendas vacías. Paisaje en el que parece haberse desarrollado algún acontecimiento violento que ha puesto un final abrupto a una celebración que ya era violenta en la versión original.


¿Qué les ha pasado al pintor y su modelo que daban vida a El arte de la pintura? ¿Por qué han interrumpido su labor? ¿Qué les ha pasado? Es desconcierto el que sentimos cuando nos enfrentamos a ese interior en el que el mobiliario se ha quedado solo, el cuadro inacabado, y la luz se queda como una protagonista fundamental, algo que también ocurre en las otras “interpretaciones” de Ballester.

La abigarrada composición de El jardín de las delicias, se ha convertido en frialdad, en vacío, lejos de aquellas masas de penitentes, que sufren por sus pecados. Ahora sólo tenemos paisaje casi de ciencia ficción, con un infierno noche iluminada por lejanos incendios, y paisajes con predominio de tonos verdes y azulados que chocan a una vista que se empeña en querer encontrar algo que no está a la vista.


La idea de este trabajo, le vino a Ballester, tal y como él mismo reconoce, a través de un sueño que tuvo en el que se veía corriendo por un Museo del Prado en el que los cuadros se habían quedado sin los seres humanos que los habitan. Parece que este trabajo tendrá continuidad con Las meninas velazqueñas, o El tres de mayo de Goya, entre otras obras, y que más adelante hará lo mismo con obras de arte africanas o asiáticas.

viernes, 19 de diciembre de 2008

Luna de Avellaneda (Juan José Campanella, 2004)



Trailer


Película del mismo director de El mismo amor la misma lluvia o El hijo de la novia, en este caso nos vuelve a abrir una ventana para que nos asomemos a ella y nos encontremos con unas historias normales, cotidianas que les suceden a otros tipos tan normales que parecen vecinos nuestros. Personas que buscan una esperanza a la que aferrarse cuando ven que los marcos de sus frágiles existencias se empiezan a venir abajo y que luchan al límite de su debilidad en medio de una realidad difícil que no deja lugar a la esperanza.

Es, al mismo tiempo, un recorrido por la historia de un país que entró en el siglo XX lleno de esperanza, con un futuro prometedor por delante y que atrajo a inmigrantes de medio mundo, muchos de ellos españoles, que luego fundaron sus clubes particulares, y que poco a poco se fue deslizando por la pendiente de la corrupción y el desorden, hasta perder la lozanía de su juventud y convertirse en un país cansado, arrasado. Esta película también es la historia de un doble naufragio, el del país y el de la clase media que lo sustentaba.

Unos cuantos hombres y mujeres intentan salvar de la especulación un viejo club social, fundado por un gallego, don Aquiles (un genial José Luis López Vázquez), mientras les presionan para que lo vendan a un grupo de inversores que quieren instalar un casino. La apabullante lógica del capitalismo entra en conflicto con el romanticismo, con el empeño en mantener un pequeño oasis, lleno de goteras eso sí, en medio de un barrio industrial en decadencia absoluta.

De nuevo la pareja Darín y Blanco llenan la pantalla con una química muy poco frecuente, y dan vida a dos personajes que están deslizándose por la pendiente y que buscan un lugar al que asirse para recuperar a su mujer, en el primero de los casos, mientras que el segundo busca precisamente a una mujer que le rescate de su alcoholismo incipiente y ponga un poco de orden en su vida.

Así es casi imposible no sentirse identificado con esos personajes y con los secundarios que les rodean, y que forman un grupo de perdedores que intentan mantener unos valores de solidaridad, de lucha por un sueño en medio de un mundo que tiene tantas goteras como el tejado de su gimnasio. Aquí no caben los finales felices, ni el toque de corneta para que llegue el Séptimo de Caballería para volver a ponerlo todo en el orden correcto, pero también queda un resquicio para la esperanza, un último chispazo que genera una nueva corriente de ilusión. 


martes, 16 de diciembre de 2008

Marlene Dumas (Ciudad del Cabo, Sudáfrica, 1953)


Ponernos frente a una obra de esta sudafricana siempre es una experiencia desconcertante, porque uno no sabe muy bien a qué carta quedarse, qué interpretación personal dar a esos dibujos o esos óleos en los que la incertidumbre, la duda, la falta de referencias, nos toman literalmente por asalto, a pesar de que notamos la fuerte expresividad que emanan sus figuras humanas que le sirven para hablar de la sexualidad, la religión, la maternidad, la infancia, el racismo, entre otros muchos asuntos.

Nacida mujer, blanca, en Sudáfrica en unos años en los que el apartheid estaba en pleno apogeo, Marlene Dumas nunca llevó bien lo de pertenecer a una minoría opresora de la mayoría negra, y cuando se marche a Holanda a seguir con sus estudios artísticos, ese bagaje de culpabilidad lo llevará con ella, e irá aflorando de forma periódica en la producción de esta artista.


Será precisamente en el país europeo, donde empiece su carrera internacional con una pintura, óleos y dibujos fundamentalmente, enormemente emocional hasta el punto de entrar en terrenos más propios del expresionismo, con unos motivos que suele extraer de fotografías, bien tomadas por ella o extraídas de revistas y periódicos. Son imágenes de sus familiares, sus hijos, amantes, pero también sacadas del mundo de la pornografía, puestas al servicio de una forma de pintar que muestra una gran honradez y compromiso con aquellos temas que interesan y preocupan a Dumas, quien ataca con fuerza los tabúes que existen alrededor de algunos de ellos.

Cuando llega a Holanda, en 1976, lleva consigo un bagaje cultural influido, como no podía ser de otra forma, por lo africano, pero también por lo oriental, de tal forma que no es difícil encontrar en su obra referencias a lo japonés, tanto antiguo como contemporáneo. Empezará haciendo dibujos, colages y objetos, para luego concentrarse en el dibujo y el óleo, para conformar una obra que también le sirve para poner ante nosotros la sensación de sentirse una extraña que tenía en su país natal.


“Se trata de un arte que busca continuamente el significado y la posibilidad de identidad personal, que atrae emocionalmente al espectador y le plantea un reto intelectual. La relación con el observador siempre está presente”. Eso dice Raimar Stange en el libro Mujeres Artistas de los siglos XX y XXI. Por un lado, Dumas toma fotografías, lo que supone captar una visión externa, objetiva, de lo que tiene delante, y eso luego lo lleva al estudio para darle forma de cuadro y convertir eso en un continente de la sensibilidad personal, en lo que podría ser un proceso de apropiación y transformación de una realidad preexistente.

Desde una gran simplicidad, Dumas dota a sus obras de un contenido misterioso, a veces, atemorizante, como si estuviera a punto de ocurrirles algo malo a sus personaje, con una pintura de una gran sinceridad, donde no hay nada que esconder. Otras veces, como en la serie The Cover Up, Dumas nos da su visión de la corrupción de la inocencia, de la explotación sexual de la infancia, un tema que no puede ser más que desasosegante. Niños a los que representa con cabezas fuera de la escala que les correspondería por su cuerpo, y es que la artista, como ella misma reconoce, no está interesada en una reproducción anatómica, sino que lo hace como lo hacen los niños en sus dibujos. Eso los dota de una apariencia extraterrestre, como si fueran visitantes de algún planeta desconocido, y eso lo lleva también al tema de la maternidad, al que no pinta como algo maravilloso, sino que lo lleva al terreno de lo aterrador.

“Sea cual sea el tema que trata Dumas, invariablemente evita un arte por el arte meramente superficial. En lugar de ello, representa imágenes sensuales, seductoras llenas de significado y abiertas a múltiples interpretaciones. Las ‘confusiones mentales’, como afirma la propia Dumas, son la reacción más positiva que podemos esperar”. (Raimar Stange)

lunes, 15 de diciembre de 2008

Origine (Sidi Larbi Cherkaoui)



El pasado sábado, entre asunto de trabajo y asunto de trabajo, uno se pudo tomar un breve paréntesis para ir hasta el teatro de la Laboral para ver el montaje de danza Origine, del coreógrafo belga, aunque de origen marroquí, Sidi Larbi Cherkaoui. Y mereció la pena.

La primera sensación es la de haber disfrutado de dos espectáculos por el precio de uno, ya que por un lado vimos a los bailarines y, por otro, disfrutamos de la música en directo del Ensemble Sarband, formado por la voz de Fadia Tomb El-hage; la voz y el arpa gótica de Miriam Andersen; y la percusión y el laud de Vladimir Ivanoff. Ellos interpretaron un amplio repertorio de temas medievales, dos de ellos españoles, con las que se acompañaba a los bailarines logrando una simbiosis maravillosa entre esos sones antiguos con la danza contemporánea. Absolutamente maravillosas las voces de las dos mujeres, que fue lo primero que nos hizo que las orejas se nos pusieran tiesas, permítaseme la expresión, y darnos cuenta de que sobre el escenario no iba a suceder cualquier cosa.

Después de los bailarines, cada uno de una esquina del mundo: una islandesa, un japonés, un sudafricano y una norteamericana, reunidos para hablar con sus cuerpos acerca de aquello que nos acerca, pero también de lo que nos separa, de soledad, de compañía, de unos tiempos modernos que nos han ido alejando del origen, de la tierra, de la vida misma, pero con un retazo final para la esperanza, materializada en una tecnología que al mismo tiempo que nos aleja, también nos acerca a los demás, que nos conecta con el mundo, con otras personas que compartimos este planeta al que damos en llamar Tierra, una imagen del cual cierra el espectáculo.

El programa del espectáculo dice: En Origine el coreógrafo Sidi Larbi Cherkaoui crea una atmósfera íntima con cuatro bailarines que dan forma a los cuatro puntos cardinales de una brújula.

A través del movimiento de los cuerpos se determinan las relaciones y las diferencias culturales existentes entre el norte y el sur, el este y el oeste. Cherkaoui trata de desgranar en origine temas clave de la sociedad de hoy como las divisiones y los puentes entre los límites culturales y geográficos; la soledad y la compasión.

Historias de hadas islandesas, el mundo de la robótica japonesa, el consumo americano, y el suelo africano. Cuatro elementos que se conectan y a la vez se van transformando por medio del quinto elemento, una muñeca de madera. Todo ello acompañado a lo largo de la obra por dos voces femeninas, una árabe y otra escandinava, cuyo repertorio se basa en las místicas canciones de Hildegard von Bingen.

Sidi Larbi Cherkaoui es bailarín y coreógrafo. Su pretensión de niño por dibujar la realidad hizo que comenzara a bailar y de este modo sus obras se convierten en cuentos en movimiento. El dibujo desaparece cuando el movimiento se termina. Cada trabajo de Cherkaoui es un puente entre diferentes mundos y culturas, siempre con un tema central: la igualdad de individuos, culturas, lenguas y modos de expresión.

viernes, 12 de diciembre de 2008

Agnès (Claudia Faci)


“Esta pieza es resultado de mi relación con los escritos de Chantal Maillard, utilizados como espejos en los que me intento reflejar y acabo por romper en mil pedazos descubriendo mi propio discurso. A lo largo de la pieza diálogo con textos de Chantal Maillard, extraídos de dos libros de esta autora: Filosofía en los días críticos y Diarios Indios, que cayeron en mis manos fertilizando la semilla de este proyecto”

Un espectáculo frágil sobre la fragilidad. No sé si la autora de este montaje, con cuyas palabras empiezo este comentario, estaría de acuerdo con esa definición que yo le otorgo porque no se me ocurre otra mejor. Frágil como una copa de champán que se cae al suelo y se hace añicos, frágil como la propia esencia humana, frágil como esa sonrisa detrás de la que nos escondemos en este mundo de apariencias.

Una mujer sola en una sala desangelada y fría de Laboral Centro de Arte y Creación Industrial (segundo de los tres espectáculos que componen el ciclo Mujeres Abandonadas en un Centro de Arte), nos recibe a los acordes del punk detrás de cuya dureza esconde su frágil existencia, a modo de caparazón que se irá dulcificando hasta llegar a cantar a Edith Piaf a capella, en un progresivo desnudo interior.

Habla consigo mismo y con nosotros, nos muestra su soledad, que también es la nuestra, su necesidad de que el vacío de alguien venga a compartir su propio vacío, la viva imagen de la tristeza, de la soledad, de la persona que se siente abandonada y que por eso se nos esconde y se nos muestra, entra y sale, se cambia de ropa y tiene frío, tanto real como metafórico.

Y encima dejamos que el amor se nos pudra en la nevera. Aplausos.

martes, 9 de diciembre de 2008

La jungla de asfalto (The asphalt jungle, John Huston, 1950)


La película que inaugura el subgénero de películas de atracos perfectos, que luego tanto éxito va a tener, es una de las obras maestras del cine salida de las manos de un director que para ese entonces ya había rodado joyas como El halcón maltés o Cayo Largo. Aquí, Huston se sumerge en las profundidades abisales de la gran ciudad, esas zonas en las que conviven toda clase de personas de pasado oscuro, presente incierto y que carecen absolutamente de futuro.

Película coral en la que todos los personajes tienen idéntica importancia, y cada uno de ellos magistralmente dibujado y con sus propias motivaciones para embarcarse en la aventura de perpetrar un atraco que pondrá fin a toda su mala suerte vital y les permitirá irse a sus particulares paraísos, ya sean la vuelta a los territorios de su infancia, o cruzar la frontera para disfrutar de las alegres mujeres mejicanas.


Huston dibuja los distintos perfiles de tal manera que el espectador comprende las razones por las que toman la decisión de seguir a Doc Erwin Riedenschneider (Sam Jaffe), un veterano ladrón recién salido de la cárcel, son perdedores que buscan cambiar su suerte con un golpe de fortuna. Pero si esos personajes terminan por despertar la simpatía del espectador, hay otros dos con los que sucede todo lo contrario, y son Jack (Tim Ryan), el policía corrupto y el abogado Alonzo Emmerich (Louis Calhern), arruinado por su afición a las amantes jóvenes (en este caso interpretada por Marilyn Monroe) y por la falta de pago por parte de sus acreedores. Personajes que deberían de representar la ley y el orden, pero que, sin embargo, forman parte de los bajos fondos con un cinismo y una violencia desagradables.

Una historia intensa, profundamente realista, adaptación de una novela de W. R. Burnett, que nos conduce por los páramos desolados de una ciudad que oculta debajo de su piel una jungla que se rige por otras reglas diferentes, y en la que reina un pesimismo igual de desolador que hace imposible que todos esos personajes tengan el final feliz con el que sueñan, y que se ve truncado por elementos casi banales pero que sumados terminarán por convertirse en fundamentales.

Son personajes que buscan desesperadamente encontrarse consigo mismos, obligados a construir una identidad a base de retazos, de recuerdos de años mejores, que no terminan de encontrar su lugar en una libertad que no es tal, convertidos en auténticas marionetas del destino a los que la redención les está absolutamente vetada.

sábado, 6 de diciembre de 2008

Kinkan shonen (La semilla de Kumquat. Sankai Juku)



La compañía japonesa Sankai Juku (Taller de a montaña y el mar) que dirige Ushio Amagatsu, trajo a Gijón el pasado día 3, el que fue su primer montaje estrenado en el año 1978, titulado Kinkan shonen. Un espectáculo que toma como base la danza contemporánea japonesa, el butoh, una forma nacida del dolor que dejó en el pueblo nipón las consecuencias de las explosiones de las dos bombas atómicas que asolaron el país en 1945.

De ese dolor, del silencio que se extendió después de las bombas, del sentimiento de rabia contenida, de esa tristeza que inundó el alma del Japón, nació el butoh, y eso fue lo que vimos los espectadores que casi llenamos el patio de butacas del teatro de la Universidad Laboral. Amagatsu, que forma parte de la segunda generación de maestros del butoh, trajo este espectáculo a Europa en 1978 y ahí empezará una relación con nuestro continente iniciando un movimiento de flujo y reflujo entre los dos continentes. De hecho, Amagatsu prepara sus espectáculos en Japón pero siempre los estrena en París.

Kinkan shonen es un montaje que nos habla del nacimiento, de la vida y del fin inexorable que es la muerte, temas recurrentes en la producción de un coreógrafo que siempre trabaja con bailarines masculinos, para lo que utiliza todo tipo de músicas al servicio de una expresividad corporal extraordinaria, que coloca a los cuerpos en toda suerte de posiciones, pero todas ellas de un caudal de belleza ciertamente estremecedor, a veces incluso despojadas de todo apoyo musical, para que con sus cuerpos dibujen sobre el espacio y floten sobre ese silencio que nos hace a los espectadores más conscientes del sentimiento que se esconde detrás de cada uno de los movimientos que sirven de vehículo para sacar al exterior el mundo interior de los bailarines.

Eso también genera una historia imposible de seguir de una forma racional, ya que carecemos de los elementos de conocimiento suficientes para adentrarnos en el universo personal de Amagatsu, pero que, por otro lado, da una enorme libertad al espectador para sentir la obra, para olvidarse de buscar argumento y entrar de lleno en el terreno del goce estético y, por qué no, que cada uno vuelque su imaginario personal sobre lo que está viendo, de tal forma que halla tantas interpretaciones posibles como espectadores. No hay mensajes unívocos, sino que nos invita a construir nuestro propio universo.

(En los dos enlaces podéis encontrar otro par de vídeos del espectáculo)

martes, 2 de diciembre de 2008

Soldado que huye (Laura Casielles)

Acaricio la cabeza del perro del hortelano
Huele un poco a tristeza entre tomates.
Apuesto conmigo misma:
"si muerde, me quedo".

Y el perro del hortelano ladra, ladra, ladra,
igual que si le fuera la vida en ello.

*****

Caballos de bambú, ciruelas verdes,
reapareces y pienso
en la primera vez que te quise,
flautas de palo, perros de lanas.
Gominolas los viernes, canciones-canica.

Ahora es el tiempo de las manzanas mordidas,
caballos de piedra.
Y nada es tan sencillo como jugar,
caballos de lana,
fruta de huesos.

*****

Urge que entiendas que lo que urge
no es la noche sino el despertar:

ese momento entre el sueño y la vigilia
tan en tierra de nadie que de él
no cabe duda.

*****

La belleza marca el límite de lo que podemos franquear.
Y te fuiste.

*****

Veni, vidi, vici,
pero,
en pleno fragor de la batalla
un sutil soplo de silencio me reveló
que todo estaba perdido.

Todos estos poemas están contenidos en el primer libro que publica Laura Casielles (Oviedo, 1986), estudiante de Filosofía y Periodismo en la Complutense de Madrid. El libro es el segundo de la Colección Hesperya de Poesía, después de Epitafio de primavera, de Víctor García Méndez. La presentación se hizo el viernes 28 en el club de Prensa del periódico La Nueva España.

"Es un libro que habra de despedidas, de viajes, de ritos iniciáticos, y de la búsqueda de un modo de llamar al mundo". Así lo definió el profesor de la Universidad de Valladolid, Javier García Rodríguez, quien también dijo que "trae más preguntas que respuestas". La presentación contó con la presencia del cantautor Alfredo González, que fue jalonando el recital de la autora con algunos de sus temas acompañado al piano.

lunes, 1 de diciembre de 2008

Derrumbe (Ricardo Menéndez Salmón)

Disparó y la cabeza rebotó y vio cómo los ojos se nutrían por última vez de un sorbo de luz y cómo luego se iban tiñendo de sombras –sombras en las que pudo ver su propio reflejo con el brazo aún extendido- y cómo finalmente se apagaban igual que una estrella lejana que parpadea con inusitada fuerza antes de extinguirse para siempre concentrando en ese último brillo todo lo que un día fue: su esplendor, su mérito, su excelencia: la asombrosa y asombrada evidencia de haber sentido, de haber gozado, de haber reído: de haber sido.

Colgó. Se sentó. Saboreó su café. Se quemó la lengua. Maldijo sin palabras. La niña lo miró, rió como un gnomo y se abandonó entre sus brazos. Manila sintió que aquella carne era sólo un atajo para continuar vivo. Las lágrimas le atenazaron la garganta y, enterrando la cara en el pelo de su pequeña, lloró todas las cosas que la noche previa no se habían atrevido a nacer.

Al contemplar la desnudez de su mujer, Manila sintió el temor a que ella lo abandonara en el cielo de la boca, como el garfio de un carnicero. Le sucedía siempre. Bastaba que pensase en su vientre, que cinco años después conservaba todavía una leve cicatriz de la cesárea, para que comprendiera que un día ella podría dejar de amarlo, escapar de su lado buscar el consuelo de otras manos. Y ese pensamiento resultaba infinitamente más doloroso que la propia muerte. Imaginar esa cicatriz en los ojos de otro hombre, o recluida en el espejo donde un extraño se afeitaba, se le antojaba la auténtica experiencia del infierno.

Aquel día en que todo empezó a cobrar forma, el mismo en que decidieron hacer del terror una disciplina, deambularon de un lado para otro malgastando tiempo y energía, aplazando el momento de regresar a sus hogares donde nada faltaba y donde, sin embargo, como ellos mismos insinuarían más tarde en el primero de sus vídeos, todo era contingente: teléfonos inalámbricos, tabaqueras de cedro, reproducciones de Chagall: bisutería del alma y del cuerpo.

Asumiendo lo profundo de semejante paradoja, Humberto pensó que no importaba de qué te hicieras socio y mucho menos cuánto costase. Uno se hacía socio de Universo Temático para olvidar que no pertenecer a Universo Temático era un problema. Carecer de dinero para pagar la cuota de Universo Temático no era el obstáculo: el obstáculo era no pertenecer a ninguna sociedad privada, a ningún club de élite, a ninguna logia conspirativa. (En realidad, se dijo a sí mismo, no existían personas que desearan la libertad. Las personas adquirían compromisos con toda la rapidez posible. Era una forma, acaso la única, de garantizar la inmortalidad)

Y en su sonrisa de dentífrico, en su blanca inocencia de virgen que asomaba al regazo de la vida con el esplendor de una afrodita de la era del nailon, fue como si Valdivia ya pudiera adivinar el implacable rostro de la gran bestia mostrando su cadavérico señuelo, la voz de la sangre y la tiniebla, el perro carnicero que, huesos adentro, a todos habitaba y consumía.

Al principio fue un ruido sordo, amortiguado, no muy distinto al que alguien que comienza a despertar escucharía al paso de un camión de gran tonelaje; luego, durante un instante sobrecogedor, pues el oído comprendió que no era tanto una cesación del ruido como el anticipo de su expansión lo que estaba escuchando, transcurrió una pausa, un hiato que enmascaraba una especie de succión, como si el tiempo, suspenso en torno a un momentáneo agujero negro, hubiera dejado de latir; y de pronto llegó el fragor, un sonido difícil de describir, mestizo, heteróclito, bastardo, un sonido que no provenía de nada natural, fuera tierra, mar o viento, sino que era la expresión misma del ruido bruto, la quintaesencia del ruido en tanto que sinónimo de la devastación.

Tras descender la loma, contempló rostros fatigados por la falta de sueño y el impacto del miedo. Parecía gente regresada de una fiesta, atrozmente cansada y con la mente en blanco. Saludó aquí y allá, un poco despótico, como si todo aquel dolor le fuera ajeno, levantando la barbilla como un príncipe entre sus súbditos. Algunos fumaban; otros escupían y masticaban fruta; unos pocos miraban a lo lejos. Las mujeres se habían reunido en grupos y con la puntera de sus zapatillas hacían agujeros en el suelo, como cuando se aguarda por un coche fúnebre. Unos días antes, en la cola del supermercado o en la ventanilla del banco, se mostraban altivos, cómplices, dueños de su orgullo. Hoy sólo tenían miedo. Pero era difícil saber cuál de ellos era el simulacro y cuál era el real.

Manila se vio como un sheriff abriendo la puerta de un automóvil, dando un salto hacia el futuro para salvar su cinematográfico pellejo. Tintineó la espuela de su cabalgadura por ensalmo reconvertida en llave metálica. Acalló el alboroto de los relinchos, envenenó los sabrosos pastos, masacró la cabaña equina de Nevada a cambio de un árbol de levas. Canjeó sus muebles de caoba, el ocre de sus ranchos y la furia de sus reses por avenidas alquitranadas y horizontes de macadán. Dio esquinazo a los cazarrecompensas, sus voces roncas de tanto aullar un perruno gripo de espanto y guerra que venía a rebotar contra la seriedad del frigorífico, la gravedad del extractor de humos, el hermetismo del lavavajillas en que su huída se contenía, pluralmente resuelta. Y a través del retrovisor, no sin sincera añoraza, descubrió a las prostitutas que no habían recibido salario alguno por sus cuerpos gozados; algo avejentadas, como ubres secas, de pie soñando junto a la placa de vitrocerámica, últimas presencias de una senda que abandonaba.

-Vera -dijo.

Y Vera calló como si jamás hubiese existido su voz, el contexto en que se hallaban, la lengua dentro de la garganta de su padre; calló como si Valdivia no fuese un pedazo de vida, una fracción de folclore, un empeño verbalizador; calló como si Valdivia representase un episodio imposible de interpretar, un guarismo equívoco, un estado del alma indigno de contemplarse, una palabra nunca caligrafiada, nunca pronunciada, jamás forjada por intelecto alguno.

-Vera –repitio una, diez, quinientas veces mientras desandaba las estancias de su pánico y regresaba al coche.

Y la palabra palpitó en la tráquea, resbaló de sus labios, se acomodó sobre el pecho, circunvaló el volante, acarició el diámetro de cuero, se congeló de frío en el frío térmico del parabrisas, en el frío secuencial de su brevedad, en el frío tamaño de su elocuencia.

Y fue como si a un hombre le hubiesen arrebatado la esperanza.

Cualquier esperanza.

A sus pies, del velero que, para solaz de los turistas, recorría varias veces al día el trayecto entre el islote de Cutis y las playas artificiales, ganadas con piquetas, grúas y dragas a aquella lengua de roca viva, descendía una mujer. Valdivia la vio bajar pausada y morosa, rotunda a medida que apuraba los metros de escala: rojizo el cabello, crema el holgado vestido, sandalias de color limón. De pronto deseó fumar el viento, desaparecer por un instante, abarcar el mundo desde un satélite espacial. Le hubiera gustado congelarla allí: en la distancia, perfecta y unívoca que la armonía terrestre parecía exigir, en el terco pinchazo facial, en el ladrido de un perro a la caza de un pájaro misterioso.

Avanzó sensual en su pereza, en el dibujo de los muslos contra el viento. Cuántas cosas cabían en aquella mujer, pensó Valdivia. Cuántos grabados y músicas no agotarían uno solo de sus gestos. Y cómo sonreía con ternura al hombre que la aguardaba, cómo llevaba la pena, una pena que era puntual memoria de los dos, en el generoso tamaño de su boca, como un caramelo intacto.

La mujer se acercó al hombre que la esperaba y se detuvo. Valdivia la miró con emoción. La duración del viaje brillaba en el salitre de sus cabellos. Llegaba sumergida en el viento. Era una novia, una esposa, una maga escapando a través de un jirón de brisa.

El trigémino de Valdivia ardía cuando los amantes se besaron, cuando el mar se frotó contra los muslos y las lenguas se mencionaron su nostalgia.