Una llamada telefónica. Dos palabras. Y estamos ante uno de los mejores finales de una serie que uno recuerda, a la altura de otro final inolvidable, por lo que a la ficción televisiva nórdica se refiere, como fue el del Forbrydelsen (The Killing), de cuyas tres temporada me ocupé en su momento aquí, aquí y aquí.
De la misma manera que pasó con Forbrydelsen que nos dejó un personaje femenino fantástico, otro tanto nos regala Bron / Broen, con Saga Noren a la que da vida una extraordinaria Sofia Helin, consiguiendo una interpretación de enorme altura donde con muy pocas cosas consigue transmitirnos ese inexcrutable mundo interior de Saga, una detective de la policía sueca con síndrome de asperger, lo que le impide mentir y sus arranques de sinceridad provocan momentos sonrojantes a la par que divertidos.
En esta cuarta y última temporada (para leer mis artículos sobre las anteriores tenéis los enlaces aquí, aquí y aquí), las policías de ambos países unidos por un puente que, por momentos, es uno más de los protagonistas de la serie, se enfrentan a una serie de asesinatos en serie, que, aún teniendo su interés, no son lo más importante de la trama argumental, que esta vez tiene su fuerte en las vidas de sus protagonistas, en sus zonas oscuras, en sus obsesiones, sus miedos, sus soledades, sus angustias.
Unas angustias que persiguen y alcanzan a todos desde diferentes caminos, tan desolados como los de esa urbanización en medio de la nada, repleta de días grises sobre un asfalto gris, y con personajes grises con ribetes negros que suponen una desazón cada vez que la acción se traslada a esa nada pretendidamente perfecta, pero que se olvida de las imperfecciones intrínsecas de los seres humanos, poco dados, al menos durante periodos significativos de tiempo, a la racionalidad.
Y las tragedias tanto criminales como personales van explotando, a veces de forma incontrolada, para que todo vaya tomando forma, los traumas del pasado se conviertan en un presente con sus aristas, pero asumible, todo termina más o menos encajando, mientras los cielos siguen sin dar tregua, con una monotonía grisácea rota tímidamente por unos tímidos rayos de sol que consiguen, a duras penas, que las nubes rotas se vuelvan al blanco, y cuando la luz gana terreno sabemos que lo bueno está ahí, llamando a la puerta despacio pero con firmeza.
Un nuevo día se abre camino y todo queda listo para un nuevo comienzo, la vida vuelve a dar otra oportunidad a nuestros personajes de los que nos despedimos, como lo hacemos de amigos a los que hemos conocido en un viaje, hemos compartido buenos y malos momentos con ellos y, al fin, toca decirles adiós y gracias.