domingo, 5 de junio de 2011

Louise Nevelson (Kiev, Ucrania, 1899 – Nueva York, Estados Unidos, 1988)


El hecho de que su padrea abandonara su país de origen en 1902 para buscar mejor fortuna en los Estados Unidos, mientras su familia permanecía en Ucrania, hizo que Louise pasara algún tiempo recluida en un silencio seguramente opresor. Al conocer ese dato no puedo evitar preguntarme si eso no tendrá algo que ver en el desarrollo artístico posterior de esta mujer.

Algo de ese silencio de infancia, luego la familia se reunirá felizmente en el estado de Maine, cree uno ver en las peculiares esculturas de Nevelson formadas a partir de elementos encontrados a los que reubica en esculturas ensambladas, muchas veces pintadas de negro, y ante las que es posible percibir que uno se encuentra ante un mundo interior que ahora cobra forma, crece hasta alcanzar, en algunos casos, una escala monumental, hasta el punto de que las hay que pudieran ser transitables.


Un mundo absolutamente personal en negro, oro o blanco, imaginativo tal vez crecido durante esos prolongados silencios en la absolutamente gélida Ucrania invernal o angustiosamente cálida durante los veranos, fruto de los rigores de un clima continental.

Esto que no deja de ser una afirmación basada en la duda más absoluta y echando mano de una asociación de ideas casi al borde del surrealismo, me sirve para introducir a Louise Nevelson, la única mujer a la que se incluyó entre los primeros expresionistas abstractos, lo que no impidió que su obra no fuera reconocida hasta años más tarde que la de sus colegas únicamente por su condición de mujer. Sin embargo, su potencia creativa la llevaría a colocarse como una de las figuras seminales de la escultura contemporánea norteamericana.


Una mujer a la que su talento artístico le costara su matrimonio con un naviero que no veía bien que su esposa estudiara arte, danza y teatro en los finales de los años 20 y primeros 30. Ya divorciada, viajará a Alemania para aprender del pintor alemán Hans Hofmann, además de trabajar en la elaboración de decorados para el cine tanto en Alemania como en Austria.

El rechazo frontal de las autoridades nazis a cualquier cosa que oliera a arte contemporáneo y su condición de judía, aconsejaron que saliera del país con cierta precipitación, para terminar regresando a los Estados Unidos e iniciar el desarrollo de su carrera artística. Ahí se inicia su interés por los objetos encontrados, a la manera duchampiana, que la ayudarán a configurar su propio camino artístico alejado en muchas ocasiones de los movimientos predominantes en cada momento.


Dice Verónica Volkow en su artículo Louise Nevelson y la memoria del negro, que a su regreso a los Estados Unidos trabajará con Diego Rivera en el mural de la New Worker’s School, y que en 1945 y 1950 hará sendos viajes a México que la hacen “descubrir la escultura precolombina, que confirmará su búsqueda de una escultura definida en términos de estructura orgánica y medio ambiente”.

Acerca de la obra de Nevelson, Volkow también afirma que “en un momento dado pretendió abolir la diferencia entre la pintura y la escultura, y reducir el color al monocromatismo, es quizá la que mayor valor ha tenido que darle a los mínimos matices”, y cita una frase de la misma artista que nos sirve de colofón a este artículo. "Yo quería darle simplemente una estructura a las sombras; ahora quiero darle, estructura y permanencia al reflejo".

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