lunes, 28 de junio de 2010

Ronald Bladen (Vancouver, Canadá, 1918-1988)


Como el monolito de 2001 Una odisea del espacio, magnífico ejemplo de escultura minimalista, las obras de Ronald Bladen también tienen ese algo más intangible, eso que no sabemos definir con palabras pero cuya presencia notamos y nos produce esa ligera inquietud que tenemos ante lo desconocido, ante algo que parece una puerta entreabierta hacia otra dimensión.

Sin embargo para llegar hasta las obras que han hecho que el nombre de Bladen entrara por derecho propio en el Olimpo de los artistas más reconocidos, primero pasó, en los finales de los 50 y primeros 60, por una pintura que tenía mucho que ver con el expresionismo abstracto para luego abandonar ese camino y adentrarse por la espesura de la escultura para convertirse en uno de los padres del minimalismo.


Eso no quiere decir que en su obra se haya producido una ruptura radical entre un momento y otro, sino que se puede detectar una suerte de continuidad de fondo, “espiritual” como ha sido definida por algún crítico norteamericano, y que hace que el propio Bladen se considerara a sí mismo como un “romántico”, un artista a la búsqueda de lo sublime en su obra.

Junto con Barnett Newman y Tony Smith, participará en 1967 en una exposición que tuvo lugar en la Corcoran Gallery of Art de Washington D.C., a la que se tituló Scale as Content, y que resultó ser una muestra absolutamente fundamental para el desarrollo de la escultura minimalista. En esa exposición ya quedaron puestos de manifiesto algunos de los puntos clave de una obra que consigue tener una sencilla solidez, podríamos decir, que da una fuerte presencia a unas esculturas en las que es fácil encontrarse con líneas diagonales, a diferencia de otros contemporáneos suyos que prefieren los ángulos rectos, lo que consigue dar sensación de movimiento.


Un movimiento que no sabemos si es resultado de una acción anterior o si está esperando a que se den las circunstancias favorables para iniciarse. Sensación que no es sinónimo de inestabilidad, sino que tiene más que ver con la captura metálica de un momento concreto, con la esencia del movimiento más que con el movimiento en sí mismo. Y es que si algo busca Bladen con su obra es la “presencia”, como él mismo dijo en alguna ocasión.


Presencia, esencia, simplicidad, ligereza, son todas cosas apreciables con claridad en unas esculturas que, como el monolito de 2010 Una odisea del espacio, parece que llevan ahí todo el tiempo, mostrándonos con claridad lo pequeños que somos como seres humanos, nuestra propia fragilidad, al mismo tiempo que nos sugieren que hay otras dimensiones posibles de figuras abstractas capaces de escribir en el espacio fragmentos de poemas cuyos versos sólo nosotros, y sólo de forma individual, podemos recitar.


En definitiva, esculturas que congelan en el aire un momento, un instante fugaz transmutado en definitivo, capaces de hacernos sentir la presencia de algo humano, de algo figurativo pero que no termina de ser ni una cosa ni la otra. Sólo, y no es poco, una puerta entreabierta y vemos luz.

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