miércoles, 14 de febrero de 2007

Los optimistas

Con ese engañoso título (Optimisti en serbio) firma el director Goran Paskaljevic la que es su última película hasta el momento. Y digo engañoso porque el propio director ha dicho en alguna ocasión que el punto de partida de esta película está en la frase de la obra de Voltaire Cándido que dice: "El optimismo es la manía de sostener, cuando todo va mal, que todo va bien".

Los optimistas es la película que cierra la trilogía formada por El polvorín y el Sueño de una noche de invierno, dedicadas a captar el estado de ánimo de la sociedad serbia de la postguerra balcánica. En el caso de Los optimistas, estrenada el pasado año, se trata de cinco historias sin un hilo narrativo común pero unidas por un hilo invisible y algunos elementos visibles como son el agua, una mesa de billar y un acordeonista.

Quinteto de historias de personas sencillas que se inicia en un pueblo inundado al que llega un peculiar personaje que promete darles esperanza por medio de la hipnosis. Los habitantes de la aldea desesperados creerán ver en él una parte de sus problemas hasta que la verdad se vuelve a imponer con crudeza y el mesías salvador pasará a ser otro falso mesías.

En la segunda, un mafioso, al que suponemos enriquecido con la guerra, reconvertido a empresario, si puede llamársele así, viola a la hija de uno de sus empleados y la familia, víctima incluida, tendrá que tragarse el orgullo para seguir con su triste existencia, en la que es la historia más amarga de las cinco. Sobrevivir es tan miserable que ya ni el orgullo es posible.

En la historia del niño genocida de animales, no podemos por menos que ver una metáfora de los genocidios acontecidos en las guerras balcánicas. La historia se desarrolla en un granja-matadero porcina, con un padre orgulloso de haber inculcado a su hijo la afición por matar cerdos hasta que observa como el niño se convierte en un auténtico genocida de todo tipo de animales a los que mata por el puro placer de hacerlo. El sabor de la sangre acabará incluso por afectar al médico que entra en contacto con él.

La narración del ludópata se inicia con un cortejo nupcial pasando por delante de una funeraria bautizada con el sugerente nombre de Eternitas. Allí está el difunto padre del protagonista esperando su entierro, el cual tendrá que ser modificado sobre la marcha, ya que su hijo ludópata, continuador de una saga familiar de varones nacidos bajo el signo de la mala suerte, se jugará los 2.000 euros de su entierro en las máquinas tragaperras de un particular Casino, mientras sueña con que una anciana sea su pasaporte para Las Vegas.

Finalmente, un viaje en autobús, guiado de nuevo por un gurú que promete curarles de todos los males con un baño en una charca milagrosa, se convertirá en una historia de desolación y autoengaño.

Todo ello conforma un panorama para nada optimista de la situación por la que está pasando la República de Serbia y Montenegro, después de la guerra de Bosnia y la de Kosovo, en un país dominado por buscavidas de diversa calaña y mafiosos de postguerra, mientras el resto de ciudadanos sobrevive como puede en una situación que les hace tremendamente vulnerables, y donde el verdadero optimismo apenas si tiene cabida en el mar proceloso de las ilusiones perdidas.

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