miércoles, 14 de noviembre de 2007

Conversaciones con mi jardinero (Dialogue avec mon jardinier, Jean Becker, 2006)


En esta película, el francés Jean Becker, nos ofrece una película extremadamente sencilla y compleja al mismo tiempo. Sencilla porque la base son las conversaciones que mantienen el pintor (Daniel Auteuil) y el jardinero (Jean-Pierre Darrousin), y que giran alrededor de la vida, la muerte, la naturaleza, el arte, el tiempo. Conversaciones aparentemente banales, pero en las que se ocultan muchas grandes verdades, un fino sentido del humor que a veces estalla en carcajadas, miedos, derrotas, luchas, y muchas pequeñas cosas que van, poco a poco, desbrozando un camino de sencillez por el que transitar para ir descubriendo esas cosas que forman nuestro día a día cotidiano.

Es la historia del reencuentro de dos antiguos compañeros de escuela, a los que la vida ha colocado en sitios diametralmente opuestos, pero que luego vuelve a reunir en el punto de partida. El pintor regresa desde París al pueblo de su infancia, a la casa paterna, en busca de inspiración para su arte y de calma para su corazón. El jardinero acude en respuesta a un anuncio, para levantar un huerto que terminará por convertirse en su propia obra de arte.

La pintura y la horticultura se dan la mano, como dos formas distintas de creación por la mano del hombre, y entre lechuga y lechuga y brochazo y brochazo, vamos a ir descubriendo, sin prisas pero sin que la historia decaiga en ningún momento, casi al ritmo del crecimiento de los vegetales, la ingenuidad y la sabiduría que se ocultan detrás de un personaje (basado en una persona real) que tiene claro lo que quiere, lo que necesita para ser feliz, que comprende de una forma muy profunda algunas de las verdades fundamentales de nuestra existencia.

Sus palabras contrastan vivamente con las que se utilizan en la gran ciudad, un mundo, especialmente el relacionado con el arte, en el que las palabras están despojadas de sentido, de significado, de verdad, y se utilizan para esconder la ignorancia, para decir que lo negro en realidad no es de ese color, sino que lo que se ve es el no blanco.

La película, como los cuadros de paisaje del pintor, tiene algo de impresionista, ya que se esfuerza por captar esos pequeños momentos irrepetibles, esas sombras y luces que sólo son posibles en un momento concreto del día, en medio de un paisaje que sólo cambia cuando sobre él se posa la mano del hombre para poner orden en lo que aparentemente es un caos. Así, el arte del pintor se transformará para encontrar en las pequeñas cosas la fuente fundamental de su inspiración, y con ello logrará poner calma en medio de una crisis vital marcada por una mujer que le pide el divorcio, mientras no es capaz de mantener una relación fluida con su hija.

Después del jardinero todo habrá cambiado.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Por tus referencias acerca de esta película de 2006, estoy bastante atraída tanto por el argumento, como por los paisajes, cuadros, efectos fotográficos, etc. que me da la impresión, tienen que estar bastante bien.
Te agradezco mucho esa recomendación de esa novela: Querido Mijael del israelí Amos Oz, que por supuesto ya me has dejado con la intriga para leerla.
Un fuerte abrazo!!

Alfredo dijo...

Es una película que calificaría de sencillamente hermosa. Es para ver, paladear y luego pensarla. No cae en la pedantería como a veces les ocurre a los franceses, que cuando se ponen trascendentes se curran cada ladrillo que asusta.

Del libro colgaré pronto mi comentario, y ya me dirás que te pareció.

Un beso y buen fin de semana!!

nonasushi dijo...

Aquí no me la han estrenado y eso que les gusta el cine francés. Mi hermano me la ha recomendado. Esperaré.
Saludos

Alfredo dijo...

Me sumo a la recomendación de tu hermano, Nonasushi. Una película en la que pasan pocas y muhas cosas la mismo tiempo.

Un saludo!