lunes, 8 de enero de 2007

El grito


Una de las obras de arte que más me han impactado y que aún lo sigue haciendo, es sin duda este cuadro del noruego Edvard Munch (1863-1944). Obra de enorme carga expresiva y que él mismo explicó en unas notas firmadas en 1892 durante una convalecencia en la ciudad francesa de Niza. Su autor recuerda el origen del cuadro: "Iba caminando con dos amigos por el paseo -el sol se ponía- el cielo se volvió de pronto rojo -yo me paré- cansado me apoyé en una baranda -sobre la ciudad y el fiordo azul oscuro no veía sino sangre y luces de fuego- mis amigos continuaban su marcha y yo seguía detenido en el mismo lugar temblando de miedo- y sentía que un alarido infinito penetraba toda la naturaleza".


Es una obra que nos pone delante de todos los miedos que nos atenazan como seres humanos, a los que se unen la sensación de soledad que se puede sentir en medio de un mundo que podemos, perfectamente, no comprender. Una naturaleza opresora y opresiva que parece llevar su grito a través de la corriente de agua hasta un cielo de color sangre.


Aunque Munch lo leería tiempo después de firmar esta obra esta pasaje del filósofo Soren Kierkegard reproduce una afinidad espiritual fundamental: "Es tanto el peso de mi alma que ningún pensamiento puede transportarla, y no hay alas capaces de elevarla a lo inmaterial. Si se conmueve, parece acariciar el suelo con sus alas como el vuelo de los pájaros cuando presienten la tormenta. En mi pecho anida una opresión, un temor que adivina un terremoto".

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