martes, 12 de noviembre de 2013

Good Cop: Una serie que merecía una segunda temporada


¿Qué es lo que hace que un buen hombre empiece a cometer malas acciones?. Una pregunta interesante que alguno de los personajes de esta serie plantea en un momento determinado y que se convierte en la base fundamental sobre la que se asienta esta miniserie, otra vez cuatro capítulos, de la BBC con el actor Warren Brown (compañero de Idris Elba en Luther), y que por lo que sabemos no va a tener segunda temporada.


Esa falta de continuidad nos deja con muchas cuestiones abiertas al término de la primera y única temporada, pero, sin embargo, no lastra las cualidades de la serie rodada en la ciudad de Liverpool dando protagonismo al escalón más básico de la policía británica, esa que se enfrenta al delito sin armas.


Warren Brown nos deja una interpretación de esas difíciles de olvidar, una de esas en las que sin grandes aspavientos es capaz de hacernos llegar una multitud de sentimientos contrapuestos, desde los propios de un policía esforzado por hacer siempre lo correcto, hasta el hombre que no sabe como enfrentarse a un error amoroso del pasado y que se muestra inseguro en ese terreno.


Un policía que sufrirá un episodio violento al que asiste con dolorosa impotencia, ante el que se despertará aún más su necesidad de creer en la justicia, en saber que los buenos están ahí para proteger y servir, para llevar la tranquilidad a las casas de los que caminan por el lado correcto de la vida.


Las limitaciones del sistema legal de cualquier país democrático, serán una barrera que pondrá a prueba sus creencias, sus bases morales, toda vez que los afectados son personas cercanas, personas a las que quiere y a las que siente la necesidad de proteger.


En casa cuida de su padre enfermo que no puede salir a la calle y tiene en la literatura la única vía de escape, de la misma forma que la playa es para John Paul Rocksavage (nombre del personaje), el espacio en el que dejar salir sus frustraciones, una playa nebulosa en la que el horizonte está ocupado por unos fantasmales molinos eólicos ante los que uno no puede evitar pensar en los molinos quijotescos.


Y la noche, ese terreno en sombras por el que sacar a pasear el lado oscuro de cada uno, esa transformación maquiavélica de personas con un ritmo social determinado que pasan a ser otra cosa distinta amparados en las esquinas y los garajes que ocultan furgonetas macabras y en los que el drama llegará a su culmen.

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