domingo, 21 de marzo de 2010

Nalini Malani (Karachi, Pakistán, 1946)


“No me considero pintora. Para mi la pintura es como un teclado para el compositor. Me ayuda a soñar, para componer ideas que pueden funcionar en muy diversos ambientes”.

La artista que traigo aquí hoy, nace en Pakistán muy poco tiempo antes de que se produzca la traumática ruptura con India, momento en el que su familia se convierte en refugiada y pasa a instalarse en Calcuta. Una experiencia que va a marcar el devenir artístico de Nalini Malani, que tiene en las claves políticas y de defensa de la dignidad de la mujer, pilares que se repiten a lo largo de una trayectoria que se inició vinculada a la pintura y que ahora se extiende al mural, las instalaciones, proyecciones, los juegos de sombras e incluso el teatro.


Desde la ciudad de Bombay, en la que trabaja habitualmente, se ha convertido en una de las artistas indias de mayor proyección internacional desde los años 90. Una artista que pasó una larga temporada trabajando en París, y que con 12 años visitó Egipto junto con su madre, experiencia que reconoce que la ha marcado muy profundamente.

Con un pie en oriente y otro en occidente, con su obra, cualquiera que sea el medio que utilice para expresarse, tiene en la identidad femenina, en la necesidad de luchar por la identidad de sexo femenina en un país profundamente machista como es el suyo, una constante. De ahí que en su obra convivan mujeres arraigadas en la tradición occidental como es el caso de Medea o de la Alicia del País de las Maravillas, junto con otras como Sita, hija de la Madre Tierra Avni, o Mahadeviyaka, una joven del siglo XII que desafió a su comunidad y a su familia rechazando un matrimonio concertado para lo que usó la estratagema de decir que estaba casada con el dios Shiva.


Las influencias que se aprecian en la obra de Malini, tienen que ver, claro está, con le hinduismo, pero también como la tragedia griega y dramaturgos y poetas como Bertold Brecht, Samuel Beckett o Heiner Müller. Un universo que se combina en unas obras muy personales que transmiten preocupaciones que hacen que se las pueda relacionar con artistas occidentales como Nancy Spero o Kiki Smith.

Las mujeres que pueblan las obras de Malini, se nos aparecen dignas en su soledad, descontextualizadas en fondos que no tienen referencia alguna, sobre el que parecen flotar ingrávidas, sin nada a lo que agarrarse ni ningún punto de destino en ningún horizonte. Lo que consigue con ello es crear un imaginario de gran riqueza, que ignora las leyes de la perspectiva tomando como punto de partida la pintura tradicional de su país sobre cristal, que Malini lleva sobre superficies plásticas en las que conviven fábulas y mitos.


Figuras híbridas, con cierto aire carnavalesco convertidas en arquetipos, en señales que marcan un camino, una dirección, una advertencia acerca del daño que les estamos haciendo al planeta y, por extensión a nosotros mismos. Las explosiones nucleares sobre Hiroshima y Nagasaki, o la competencia nuclear entre India y Pakistán, también son puntos sobre los que se detiene la obra de Malini.

Después de la radiación de cientos de soles y la absoluta oscuridad que le sigue, parece que hay una especie de brillante semioscuridad en la que los espectros de la conciencia humana y los restos de la historia perviven con una fuerza inexplicable. Este espacio y tiempo transaccionales son el elemento en el que se mueve la obra de Malani” (Robert Storr)

2 comentarios:

casss dijo...

Impactante manifestación artística, reivindicativa en tantos sentidos.
Más allá de gusta o no gusta,
no deja de conmovernos su
mensaje.
Un fuerte abrazo.

Alfredo dijo...

Un ejemplo de la potencia creativa que ya lleva años generándose en la India y que está empezando a traspasar sus fronteras.

Buen finde!!