jueves, 26 de abril de 2007

Tamara de Lempicka (Moscú 1895 - Cuernavaca 1977)

Tamara de Lempicka es uno de esos personajes que apuraron hasta el fondo los llamados "felices 20" y los prebélicos años 30. Nacida a finales del siglo XIX en el seno de una familia adinerada, parece ser que en Moscú aunque ella siempre afirmó haber nacido en Varsovia (probablemente debido al fuerte sentimiento anticomunista que tuvo durante toda su vida), tuvo una vida de esas que no pasan desapercibidas.

Su familia estaba acostumbrada a vivir entre San Petersburgo, Moscú y Mónaco, y estaba formada por una madre polaca y un rico judío ruso. Con 9 años su abuelo se la llevó durante varios meses a recorrer Italia, donde visitó todos los grandes museos y conoció, a tan temprana edad, a los maestros del Renacimiento italiano que tanta influencia tendrán después en su propia pintura.

Se casa con un joven y guapo abogado, Tadeusz Lempicki, que es detenido en el transcurso de la Revolución Rusa, mientras ella escapa a Finlandia desde donde, gracias a la mediación del cónsul sueco (quien parece que la ayudó a cambio de favores sexuales), consigue su liberación. Una primera para en Dinamarca para asentarse posteriormente en París, una ciudad llena de exiliados de la revolución.
Aunque parece que la vida disoluta de Tamara ya había empezado en Dinamarca, fue en París donde alcanzaría su máximo apogeo. Allí, rodeada de antiguos marqueses, condes, grandes duques y magnates de toda índole, se dedicó a una vida de desenfreno en todos los órdenes. Sexo bisexual (en unos años en los que Greta Garbo o Marlene Dietrich eran dos conocidas bisexuales y en los que el lesbianismo era una práctica extendida entre la alta sociedad) y también oscuro, mercenario con prostitutas y marineros que bajaba a buscar a los bajos fondos de los muelles de la capital, para luego pintar compulsivamente hasta el amanecer. Todo ello aderezado con alcohol y cocaína y fiestas con sirvientes desnudos en su casa en los Estados Unidos.

Un ritmo de vida caro, y con un marido que al parecer le pegaba en ocasiones y que se negaba a trabajar, que la impulsaron, por consejo de su hermana, a convertir el dibujo, hasta entonces mero pasatiempo, en un trabajo para lo que empezó estudios artísticos con André Lothe, en el París en el que están trabajando gentes como Picasso, Gris, Derain o Matisse, por citar sólo algunos. Muy pronto sus obras empezaron a tener acogida entre los miembros de la sociedad en la que se movía, lo que le hizo ganar dinero, y también gastarlo para no tener que cambiar su estilo de vida, aunque si de amantes.

Será precisamente en la década que va entre 1925 y 1935 cuando Tamara de Lempicka haga lo mejor de su obra, ya que a partir de ese momento su pintura se quedará muy lejos de los nuevos cánones estéticos contemporáneos a los que intentará sumarse pero con nulo éxito. Una pintura que se enmarca dentro de los postulados de un Art Decó, un estilo que no sólo es decorativo, figurativo pero que también ha asimilado ya algunos postulados del cubismo y de otros movimientos que estaban empezando a despuntar por esos años.

Es una pintura reflejo de una época muy determinada, que ella vivió con toda su intensidad, un mundo elitista, exquisito, moderno, de lujo y voluptuosidad, totalmente mundano si se quiere. Con ello genera una pintura que es fácilmente reconocible a un primer golpe de vista, con volúmenes geométricos, colores llamativos, y unos fondos de perspectiva cubista. Son imágenes casi publicitarias, que tienen algo de cinematográfico con un aire a las películas de Fritz Lang.

"Mi obra es un autorretrato permanente", llegará a decir. Serán precisamente retratos los que formen una buena parte de su obra, desde su autorretrato en un Bugatti, en el que hace un guiño a los futuristas italianos, hasta retratos de su hija, de la duquesa de la Salle o de André Guide.

Son retratos en los que el modelo raramente mantiene una relación visual con el espectador, y se muestran ausentes, como fuera del mundo, por encima de la plebe, en una galaxia lejana que poco tiene que ver con la del común de los mortales en una actitud que podríamos considerar elitista. Les gusta sentirse admirados pero desde la distancia.

Los desnudos son otra parte importante de su producción, mostrando unos cuerpos carnales, unos desnudos atractivos en los que la lujuria es algo que flota en el ambiente, y en los que utiliza el color con buena técnica.

La última extravagancia de esta artista que pasó sus últimos años en la localidad mexicana de Cuernavaca, acompañada por el pintor azteca Víctor Contreras, que había conocido a Tamara en el París de 1958, fue la de que un helicóptero arrojara sus cenizas (murió con casi 82 años) al interior del volcán Popocatéptl.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Fascinate la vida de esta artista, verdad? hace poco vi el reportaje en la televisión y me gustó saber de esta persona.

Una mujer que plasmaba como tantos artistas su vida en el lienzo, pero de una manera muy peculiar...y muy suya; creo que también como todos los artistas.

En fin, Madonna, tiene un cuadro de Tamara...por algo será.

Besos de colores.

Millones de ellos,

** MARÍA **

Alfredo dijo...

Es una aritsta muy apreciada por los artistas de Hollywood, y son varios los que tienen obra suya. Una vida que tiene puntos de contacto con la de otros artistas (pintores, actores, cantantes), y es que la genialidad, aunque yo no creo que Tamara fuera un genio de la pintura, suele ir acompañada de ciertas dosis de extravagancia.

Gracias por tu paso por aquí.

Un saludo!