miércoles, 28 de enero de 2015

Sonny Stitt: “Sólo pretendo que la gente sepa que el jazz es algo maravilloso”



Saxofonista en la línea de Charlie Parker y de Lester Young, Sony Stitt (Boston, 1924 – Washington, 1982), parecía predestinado para ser músico después de nacer en el seno de una familia en la que todos sus miembros tenían relación con la música, desde su padre compositor y profesor, su madre pianista, lo mismo que su hermano y sus hermanas cantantes. Así no es extraño que con siete años empezara a tocar el clarinete para luego pasarse, de forma definitiva al saxo tenor y alto, fundamentalmente, y también el barítono.

Estamos ante uno de los músicos más prolíficos de la historia con más de un centenar de grabaciones y un repertorio de unas 300 canciones, e infinidad de sesiones, tantas que de muchas perderá hasta el recuerdo. Eso no impidió que un crítico musical lo definiera como un “lobo solitario", por su devoción por el jazz y sus constantes giras.


Un músico que decía que el jazz era jazz, que no albergaba un sentimiento especial en relación a otras músicas, porque la parte espiritual siempre está presente, pero que sí se negaba con tozudez a olvidar que el origen del jazz estaba vinculado a la esclavitud, y aunque reconocía que había muchos músicos querían olvidar eso, Stitt siempre fue algo que tuvo presente.


Como muchos otros músicos tuvo problemas con la heroína y con el alcohol, y tal vez por ello dejó escrito: “Los músicos no somos unos pervertidos, consumidores de drogas, o caracteres difíciles, y espero que la gente comprenda que todos somos humanos, y hay errores que se pueden cometer. Pero cuando un hombre o una mujer que ha cometido un error, lo soluciona, hay que darle crédito”.


Con su música quería crear una sensación agradable, amigable, hasta para los gatos, teniendo claro que cada uno tiene su propia manera de interpretar y vivir la música, porque “no le puedes decir a nadie cómo tiene que vivir, cómo tiene que tocar, o qué es lo que tiene que sentir”.

A todo esto todavía no he dicho en qué estilo musical se enmarca Sony Stitt. Pues bien, decir que lo suyo, principalmente, era el bop, el hard bop y el soul jazz, aunque en sus grabaciones nos podemos encontrar con otros estilos, aunque menos representados que los que he citado. A lo largo de su carrera tocará, en los años 40, con la orquesta de Tiny Bradshaw, y en 1945, con la de Billy Eckstine, para luego unirse a figuras como Genne Ammons y Dexter Gordon, o Dizzy Gillespie, y, en una medida menor, con Miles Davis, entre otros.

Más información: Wikipedia [en], Verve Music, Sonny Stitt.

lunes, 26 de enero de 2015

Deadwood, Maquiavelo en el Oeste




Una ciudad real es la que da nombre a esta serie, cuyo arranque se sitúa después de la derrota del arrogante Custer y su Séptimo de Caballería, después del enésimo engaño del hombre blanco a las naciones indias, que tenían en las Montañas Negras (Black Hills) una zona sagrada, profanada de forma inmisericorde en cuanto se corrió la voz de la existencia de oro en sus ríos y entrañas. Eso provocó la ruptura del pacto con los indios, el inicio de una nueva guerra, y la llegada de un aluvión de aventureros, fulleros, comerciantes sin escrúpulos, asesinos varios y proxenetas de toda especie.


Todos ellos aparecen junto con personajes reales que también pisaron sus calles como Wild Bill Hickok, Wyatt Earp o Calamity Jane (Juanita Calamidad), a los que también se hace aparecer en la serie con mayor o menor importancia. Con todo se forma un barro del que sale en todo su sucio esplendor Deadwood, auténtico poblado sin ley, donde la vida no vale nada y un día estás muerto, tu cuerpo devorado por los cerdos del chino Wu, y tu memoria se deshace como un azucarillo.


Barro físico y barro moral en el se rebozan todos los personajes en mayor o en menor medida, porque incluso los más impolutos se verán obligados a chapotear como los demás, con la cabeza fuera, eso sí, pero inmersos en la decadencia moral de una ciudad en la que sólo impera la ley del cacique de turno. Eso hasta que se abre la puerta a la integración de la ciudad en uno de los estados, concretamente en Dakota del Sur, lo que hace aparecer a las sanguijuelas de la ciudad, de los ladrones de cuello blanco.


La riqueza de la zona va a atraer a un pez muy gordo que amenaza con tragarse con sus fauces, y grupo de pistoleros mediante, a toda la ciudad, pero no sin una resistencia formada por antiguos enemigos ahora convertidos en aliados a la fuerza y, de repente, los personajes más amorales ahora no nos lo parecen tanto, e incluso empiezan a hacerse un hueco en las preferencias de un espectador que poco antes se estaba horrorizando con sus crímenes fríos, despiadados, sin ningún sentimiento de por medio.


Por la serie van pasando hombres y mujeres y sus vicios, sus lados oscuros, sus miserias, sus adicciones, en medio de unos diálogos fantásticos, una ambientación hecha a base de decorados de verdad y no de recreaciones por ordenador, con una pléyade de actores que rayan a un nivel muy alto, y con un desarrollo dramático que hace que perderse un minuto suponga perderse algo importante, porque estamos ante una serie que no da descanso al espectador, y que hubiera merecido un final mejor a sus tres espléndidas temporadas.


Tan buenas que no merecieron el cierre apresurado impuesto por la HBO, después de ver como la serie no lograba las audiencias que sin duda merecía, y de no cumplir con el compromiso de hacer una película, que pusiera el broche definitivo a uno de esos monumentos televisivos que nos hacen reafirmarnos en que otra televisión es posible.

miércoles, 21 de enero de 2015

José Luis Alvite o la estética de la derrota

Ayer me enteraba del fallecimiento de José Luis Alvite, una de esas plumas que cuando las lees ya no las puedes olvidar. Un gallego que nunca visitó los Estados Unidos, pero que sin embargo ha dejado una serie de relatos fantáticos ambientados en el Savoy, un antro de perdedores con aroma a cine negro clásico, y una prosa de ráfaga de ametralladora que, en ocasiones, obliga a parar la lectura, esbozar una sonrisa para poder asimilar unas metáforas demoledoras.

Por las mañanas trabajaba en un banco y por la tarde se dedicaba al periodismo, tanto en radio como en prensa escrita, mientras por las noches era un noctámbulo reconocido, hasta el punto de que muchas veces tenía que "madrugar antes de haberme acostado".

En su recuerdo os dejo el relato con el que abre el libro "Almas del nueve largo. Historias del Savoy", publicado por Ézaro Ediciones en 2007.

A la gente, la raza no se le suele mirar en la piel de la cara sino en el forro de los bolsillos.

Ahora que lo pienso, de los personajes del Savoy en muy contadas ocasiones se me ocurrió precisar su raza. Es una excepción el caso del ex boxeador Sony "Sweet" Sullivan, pero se da la curiosidad de que ni él mismo está seguro del color de su piel porque con las secuelas de su carrera en el ring olvidó por completo su pasado, así que si se pusiese los guantes, probablemente ni siquiera sabría que pertenece a la misma raza que Sammy Davis Jr. Del resto podemos intuir que son blancos los personajes cuyos apellidos delatan su origen italiano, como ocurre con Ernie Loquasto, Tonino Fiore o Jerry Mangano. Dice el columnista Chester Newman que a la gente la raza no se le suele mirar en la piel de la cara sino en el forro de los bolsillos, de modo que "nada blanquea tanto una mano negra como el jodido color del dinero". Según el viejo zorro del Clarion, "Si Leonardo Da Vinci pintase ahora 'La Última Cena', Cristo saldría sentado a la mesa con los Harlem Globe Trotters.

El pianista Larry Williams es un negro con la contención de un blanco. Quiero decir que es un tipo sedentario y poco expresivo que solo se hace notar en las fotos oscuras cuando le convencen para que sonría como si fuese a resucitar. Es conocida la pasión que muchos negros sienten por la extravagancia, lo que explica que se vistan de manera tan llamativa, con el cuello de la camisa montado sobre las solapas del traje y las manos tan adornadas que a veces les ocurre como a Winie Hardy, al que las joyas le pesan más que la pistola y cada vez que dispara es como si el crimen lo estuviese cometiendo una rondalla. No es así Larry Williams. A Larry es como si lo que le sucede en el corazón no le ocurriese en su cara. Solo por su repertorio se puede intuir su estado de ánimo. De él escribió Chester Newman que "en el rostro del pianista de Savoy la felicidad resulta tan extraña como una buena noticia escrita en la tapia de un cementerio". No es así el caso de Winnie Hardy. A Winnie le pierde su estilo distendido y hablador. Es corpulento y decidido pero son pocos los jefes del hampa que confían en él porque Winnie Hardy es uno de esos tipos que incluso parecen incapaces de guardar el secreto de su propia muerte. Cada uno a su estilo, ambos son gente entrañable, Winnie porque podría sonreír con al excusa de un derrame cerebral, y el bueno de Larry, porque es íntimo y personal y porque sé que controla la sed como si temiese que el agua pudiese dañarle para siempre su delicada dentadura de azúcar. "Sweet" Sullivan es un personaje intermedio. Es negro pero da la sensación de ignorarlo. Dicen que los golpes le hicieron olvidar su pasado y su raza, aunque su cara tiene tan poco contraste, que tendría que sudar para verse las facciones en el espejo. ¡Joder!, el bueno de Sony se comporta sin raza, embaucado por el ambiguo sopor del castigo, como si los golpes del boxeo, ¡Dios santo!, le hubiesen transformado en un incoloro personaje de la radio.

lunes, 19 de enero de 2015

Charles Sheeler: el artista del preciosismo


Classic Landscape, 1931

Pintura y fotografía son las dos manifestaciones artísticas elegidas por Charles Sheeler (Filadelfia, 1883 – Dobbs Ferry, Nueva York, 1965), para dar salida a sus inquietudes expresivas, y lo hizo de tal forma que no siempre es fácil saber dónde empieza la fotografía y dónde lo hace la pintura.

Ballet Mechanique.

Si en el aspecto fotográfico sus inicios fueron autodidactas, en el campo de la pintura lo fueron por la vía académica en su cuidad natal. Con sus compañeros hará un primer viaje a Europa en 1904-1905, para recorrer España y los Países Bajos, lo que despertará su interés por los maestros españoles como Velázquez, El Greco o Goya, además de los maestros holandeses. En un segundo viaje, en 1909, el punto de atención serán los italianos Giotto o Piero della Francesca, un artista éste último que se considera como una de las grandes influencias en el arte de Sheeler.

River Rouge Plant, 1932.

El norteamericano conocerá la importante muestra del Armory Show que en 1913, llevará a los Estados Unidos lo mejor de la vanguardia europea, algo después de haberse iniciado como fotógrafo, un camino en el que fue animado por el propio  Alfred Stieglitz, quien vio en la forma de mirar de Sheeler sus propios postulados artísticos.

Doylestown House. The Stove, 1917.

Fotografías primero de entornos naturales seguidos de los entornos urbanos, mientras la fábricas, el maquinismo, la fascinación por las grandes factorías se convertían en un auténtico icono en su obra, también en la pictórica, con una mirada basada en el verismo, en la traslación de la realidad tal cual la había visto, de ahí que utilizara fotografías como base de sus cuadros. Incluso, durante una parte de su obra, planteaba los cuadros como si fueran obras arquitectónicas, con el trazado de planos previos para luego construir la escena en el lienzo, siempre dejando de lado cualquier intento de simbolismo o de interpretación personal, sólo la realidad, la pura visualidad.

Water, 1945.

Durante un periodo de cinco años, entre 1926 y 1931, se centró en la fotografía de moda como freelance, trabajando para revistas como Vogue o Vanity Fair, y en los cincuenta consolida su estilo distintivo, con esos paisajes urbanos e industriales, convertidos en escenas complejas, en las que conviven distintos puntos de vista por superposición, al modo de fotomontajes fotográficos, una técnica que había empezado a utilizar en los años 40, y traspasando al lienzo de forma directa varias de esas composiciones fotográficas.

Bucks County Barn, 1923.


Una apoplejía en 1959 le impidió seguir con su carrera artística, al menos desde el punto de vista productivo, hasta su fallecimiento en 1965.