martes, 28 de mayo de 2013

Andreu Alfaro: El escultor del espacio


Puerta de la Ilustración.
La noticia del fallecimiento de Andreu Alfaro (Valencia, 1929) que saltó a los medios de comunicación el pasado mes de diciembre de 2012, no tuvo en mi opinión, el eco que debería de haber tenido, toda vez que supuso la pérdida de una figura clave de la escultura contemporánea española, además de ser un artista de proyección internacional. Supongo, y lo digo así porque no lo puedo corroborar, que en el Comunidad Valenciana si haya tenido el tratamiento adecuado, por haber sido, además, el impulsor del Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM).

Dos rombos.

Un artista del cual es posible encontrar obra en las principales ciudades de España y en algunas de las europeas, especialmente en Alemania. Unas obras sutiles, de líneas claras, ligeras, casi como si quisieran pasar desapercibidas y quizás por eso, su presencia es mucho más evidente.

Generatrices.

Una presencia perfectamente integrada en el paisaje, en el espacio que las rodea incluso diría que en el aire que las acoge, porque todos ellos son elementos que terminan formando parte de la obra, de una escultura que se fija en el suelo al mismo tiempo que se proyecta hacia lo alto.

Homenaje a Jacinto Verdaguer.

Obras que parten del dibujo, disciplina con la que se introdujo en el mundo del arte, concretamente en el del diseño publicitario, una vez que logró convencer a su padre de que iba a ganarse la vida con el arte en lugar de seguir con el negocio carnicero familiar. Alguna vez Alfaro dijo que su Universidad había sido el matadero del que su familia traía la carne, y aquellos matarifes perfectos conocedores de la anatomía animal, fueron sus primeros maestros.

Ones.

Los andares escultóricos los empezó con pequeñas obras de alambre y latón, unas obras rápidas, casi inmediatas, que terminaron por dar paso al trabajo con planchas de metal. Eran los años 50 cuando se integró en el Grupo Parpalló, de raigambre constructivista.

Velas y vientos.

En los setenta fueron los desarrollos metálicos a través de la estructura de la generatriz, los que conformaron una parte muy sustancial de su obra con una serie de piezas desarrolladas a partir de barras metálicas ensambladas. En los años 80, ampliará la gama de materiales con la incorporación del hierro y de la piedra, para obras en las que se empieza a introducir la figuración y un contexto de reflexión acerca de elementos muy diversos como “el cuerpo humano, el Barroco, la figura de Goethe, el tiempo y la memoria, los kuroi”, tal y como se destaca en la necrológica publicada en el periódico La Vanguardia.

domingo, 26 de mayo de 2013

Rokia Traoré: “Ni pop, ni jazz, ni clásica, solo música contemporánea con instrumentos tradicionales”



De esa forma ha intentando RokiaTraoré (Belidougou, Malí, 1974) definir su propia música. Vemos que es una definición más por exclusión que por afirmación, y a la que habría que añadir que la propia Traoré reniega de la etiqueta de músicas del mundo, lo que no le impide reconocer que es una etiqueta que tiene su utilidad para que el público pueda situar su música en un cajón reconocible, un cajón que, por otra parte, acoge a músicas tan diversas que es inevitable pensar que se trata de una auténtico cajón de sastre en el que dar cabida a todo aquello que no tiene una ubicación clara.

Sea como fuere, la música de Rokia Traoré está muy determinada por la convivencia entre los ritmos y los instrumentos tradiciones de Malí, y la convivencia con estilos musicales occidentales. Una influencia esta última que fue calando en Traoré de la mano de los destinos diplomáticos de su padre en los Estados Unidos, Europa y también Oriente Medio.



Traoré en alguna ocasión se ha declarado seguidora de los Dire Straits, pero también del rockabilly, y en Bruselas llegará a formar parte de una banda de rap. Con todo ese bagaje decidió regresar a su país de origen y desde allí desarrollar su propio estilo musical que le ha dado el pasaporte para estar presente en los principales escenarios internacionales.

En la tribu bamana o bambara, a cuya nobleza pertenece la familia de Rokia Traoré, existe la costumbre de no tocar música en público salvo en bodas y algunas otras celebraciones importantes, mientras que el resto del tiempo el cultivo musical debe de permanecer de puertas para adentro. Traoré rompió con esa tradición al llevar la música de su país a todo el mundo.

Y no solo eso, sino que además ha conseguido llevar a cabo una fusión entre el laúd y el xilófono tradicionales africanos, con las guitarras acústicas y los acompañamientos más propios de las bandas occidentales hasta conformar un sonido muy contemporáneo, enormemente original y capaz de trasladar al globo la riqueza de matices de la música africana.



Traoré considera que no es una buena idea hablar de música maliense, sudafricana o etiope, al abogar por una etiqueta más amplia, más globalizadora, de música africana. “La música depende de la persona que la hace, y yo soy africana, pero de una generación con una nueva forma de percibir nuestro continente y nuestra música”.


Una mezcla muy original que quedó puesta muy de manifiesto cuando fue invitada a tomar parte en un espectáculo pensado para conmemorar el 250 aniversario del nacimiento de Mozart, al que convirtió en un griot, es decir, en un músico profesional africano trasladado en el tiempo hasta el siglo XIII, al momento en el que el imperio que gobernada Soundiata Keita estaba en su momento de esplendor.

El último trabajo discográfico que ha sacado a la venta es Beautiful Africa, un disco que vino a coincidir en el tiempo con la ofensiva que los radicales islámicos lanzaron en Malí. Al respecto del título del disco, la propia Traoré ha dicho que “nunca llamaría así a un disco si Malí no hubiera esta en esa situación, pero necesitaba escribir, salir de alguna forma del espíritu que me envolvía en ese momento”.