lunes, 30 de septiembre de 2013

Trivium Klezmer: Vida, ritmo y humor



El pasado sábado 29, el Teatro Filarmónica de Oviedo acogió, dentro de la XIV Jornada Europea de Cultura Judía, un concierto del trío aragonés Trivium Klezmer, que a buen seguro que será recordado por todos los que llenamos el aforo del teatro durante mucho tiempo.


Manuel Franco (acordeón), Jorge Ramón (clarinete bajo) y Juan Luis Royo (clarinete soprano y requinto), son los integrantes de este grupo que hunde sus referencias musicales en el klezmer, la música folclórica de los judíos centroeuropeas, tratadas con un estilo absolutamente personal dejando un concierto lleno de ritmos vivos, de alegría, de pasión, de virtuosismo.



Y de mezcla también, porque los ritmos klezmer conviven en los instrumentos de Trivium Klezmer con el jazz, con el folclore aragonés, con el tango,  con ritmos balcánicos, todo empastado de una forma en la que todo fluye, todo convive y se enriquece uno a otro. Bandas sonoras del Violinista en el tejado, de La lista de Schindler (magnífico el tema con el que cerraron el concierto inspirado en esa película), adaptaciones de temas de Goran Bregovic o de las películas de Emir Kusturica, e incluso algún tema me recordó a Kroke, un grupo klezmer polaco del que me reconozco amante rendido.


Toda la buena música que nos regalaron a los asistentes estuvo salpicada de mucho sentido del humor, para dejar el ambiente cargado de alegría, de una pizca de melancolía y un montón de sentimiento para llenar un equipaje imprescindible para adentrarse en un viaje sonoro por el brillante Mediterráneo, por los bosques profundos de Centroeuropa y las estepas interminables de Rusia.

Entusiasmo y pasión contagiada al público que supo responder con idéntico entusiasmo a la propuesta que Trivium Klezmer puso encima del escenario. Esta fue su primera visita musical a Asturias, esperemos que haya más.


Nota el pie: Ya sólo faltan tres.

viernes, 27 de septiembre de 2013

The Bridge: El Puente hacia ninguna parte



Reconozco de antemano que tengo prejuicios negativos cuando escucho que Hollywood o cualquiera de las televisiones norteamericanas, preparar un remake de una historia de éxito, bien sea del cine clásico de los propios Estados Unidos o de alguna película o serie de televisión que haya tenido éxito en Europa.


A esa situación siempre me enfrento desde la actitud recelosa del “a ver qué crimen han cometido estos yanquis otra vez”, y con ese punto de vista me puse a ver la recién terminada (el último episodio se emitió el pasado día 26), The Bridge, remake de la magnífica Bron / Broen (El Puente) de la que ya me he ocupado en este mismo espacio.


Como ya he dicho otras veces en el blog, a veces me dejo llevar sin piedad a lomos de mi subjetividad y en este caso es lo que voy a hacer. Ya desde el minuto uno de The Bridge ya me dí cuenta de que el visionado de los 13 episodios iba a ser enormemente dificultoso y es que la pareja que forman la alemana Diane Kruger y el mexicano Damián Bichir, es absolutamente imposible. Hacía mucho tiempo que no veía a dos personajes tener menos química en pantalla que estos dos.


Probablemente condenados ambos a dar vida a unos personajes a los que se pretende dotar, supongo yo, de una profundidad psicológica que en ningún momento se llega a dar, y mucho menos si lo comparamos con las actuaciones que firman sus compañeros suecos y daneses en la serie original.


Con un espacio geográfico cargado de tanto dramatismo, sufrimiento, violencia y muerte, como es el que transcurre entre las ciudad mexicana de Ciudad Juárez, tristemente famosa por el femicidio, y la norteamericana de El Paso, la historia que nos dejan los guionistas carece totalmente de pulso, de agarre emocional, de algo que nos conmueva de alguna forma. Dicho sea esto en términos generales, porque sí es cierto que hay algunos momentos que tienen su impacto, pero son los menos.


Uno de los episodios no lo pude ver en televisión, así que me lo busqué en el océano de Internet y lo localicé en versión original subtitulada, y ahí me llevé una sorpresa que sí que no me esperaba, por negativa. Resulta que el actor mexicano en la versión original se le escucha hablar un inglés con acento norteamericano perfecto, mientras que su español está teñido de un acento también estadounidense que resulta tremendamente chocante. Del mismo modo, el doblaje al español con que se ha emitido por aquí es de meter miedo un rato largo.


En definitiva, fracaso total de la adaptación a tierras más soleadas de un drama teñido de gris nórdico, con un final especialmente chusco y que me vuelve a reafirmar en la profunda creencia de que para expresar sentimientos profundos no hace falta cargarse de muecas, ni dar unas voces de espanto. El histrionismo normalmente intenta enmascarar lo que falta de verdad.


Esta opinión totalmente subjetiva no coincide con la de algunos críticos televisivos de este país, que le vamos a hacer, ni al parecer con el criterio de la cadena norteamericana FX que ya ha anunciado una segunda temporada. En fin, es lo que hay.

Nota al pie: Ya solo faltan cuatro.

lunes, 16 de septiembre de 2013

Ilya y Emilia Kabakov: Con Rusia en el recuerdo


At the University, 1972.

Crecidos en plena era soviética, esta pareja de artistas se han convertido en los creadores rusos de mayor reconocimiento en occidente, en el caso de Ilya desde su primera salida más allá del telón de acero ya en la segunda mitad de los años 80, mientras que Emilia (Dnepropetrovsk, Ucrania, 1945), con una sólida formación musical y en filología hispánica, en los 70 salió en dirección a Israel y desde ahí saltaría a los Estados Unidos, e iniciar carrera como comisaria de arte y marchante, para luego trabajar con su marido desde 1988.

Wings.

Ilya (Dnepropetrovsk, Ucrania, 1933), empezó su carrera artística como ilustrador de libros infantiles, trabajo oficial detrás del cual escondía su trabajo más personal obligado a la clandestinidad al no coincidir con la pautas oficiales marcadas por el estado soviético para los artistas. Eso no impidió que Kabakov fuera aceptado en la Unión de Artistas Soviéticos lo que le aseguraba disfrutar de una serie de privilegios importantes.

Hand, 2009.

En los años 60 Kabakov y otros artistas considerados como disidentes, formaron lo que se conoció como el Grupo del Sretensky Boulevard, en el que se reunieron un grupo de artistas que se movían en el resbaladizo terreno del arte no oficial, tan resbaladizo que fueron muchos los artistas que terminaron en campos siberianos por no seguir los dictados del régimen.

Holidays nº 10, 1987.

En esa clandestinidad, Kabakov fue desarrollando sus propias ideas artísticas enraizadas en principio en el conceptualismo y lo que él mismo llamó “pinturas absurdas”, algunas de las cuales fueron publicadas en una revista checa en 1969.

Missing Threads, 1980.

Resumiendo mucho la trayectoria artística de Kabakov, diremos que sus obras toman como base elementos de la vida cotidiana vinculados en muchos casos, con la realidad soviética que vivió durante una gran parte de su vida, sobre los que tanto él como su esposa, dejan caer una fina lluvia de humor dando una nueva lectura a aquellos cuadros espantosos (para mí) del realismo socialista.

Ghosts in the Morning, 1918-1998.

Las obras firmadas por el matrimonio “hablan de las condiciones que se vivían en la Rusia post estalinista, pero también de una condición humana que es universal”, tal y como se puede leer en la web oficial de estos artistas. De hecho los temas que tocan tienen que ver con la utopía, la fantasía y los miedos y los anhelos que todos tenemos.

The Man Who Flew Into Space From His Apartment, 1985.

“La evasión era una idea central en la Rusia soviética, pero todavía sirve actualmente para cualquier ismo. Nosotros seguimos formulándonos la misma pregunta: ¿cómo ser mejores personas y, con ello, hacer de este un mundo mejor?”, porque “después de todo, no dejamos de ser personas culturalmente trasplantadas que luchamos por no perder nuestras raíces. Por eso, intentamos hacer que nuestra cultura sea internacionalmente conocida, que se entienda. Rusia es un sumidero, pero no deja de ser nuestro sumidero”.

Más información: Web oficial, Wikipedia, Ivorypress, Rusia Hoy.

Nota el pie: Ya solo faltan cinco.

jueves, 12 de septiembre de 2013

La obra fronteriza de Isaac Julien

Ten Thousand Waves, 2010.


De la misma manera que no se puede leer un libro solo con ver la portada, sino que hay que adentrarse en la laberinto de letras que le dan sentido, no se pueden entender las instalaciones o los trabajos cinematográficos del británico Isaac Julien (Londres, 1960).

Fantôme Afrique.

Para justificar esa afirmación inicial, un ejemplo. En Small Boats, un trabajo realizado en Sicilia, la protagonista se llama Adriana, en referencia al Mar Adriático, figura abandonada en una isla por Teseo de la misma manera que hoy llegan a las costas italianas que bañan ese mar los inmigrantes albaneses. Para contar su historia, Julien recurre a una superviviente de un viaje en el que murieron 90 personas que intentaban llegar a Italia desde la vecina Libia.

Small Boats.

Eso ya nos da una pista del cruce de culturas que se dan cita en las obras de Julien, unos trabajos que buscan romper barreras, que fusionan cine, música, danza, pintura, fotografía y escultura en un todo único, en una suerte de obra de arte total a partir de una narrativa visual muy potente.

Ten Thousand Waves, 2010.

Desde el punto de vista temático, Julien no se puede sustraer a su propia identidad sexual y étnica, de ahí que las cuestiones relacionadas con la identidad sexual, de clase social, estén siempre presentes en su obra, lo mismo que la memoria y el deseo. Las intersecciones entre la cultura blanca y negra, se dan cita en una trilogía formada por True North, Fantôme Afrique y Western Union: Small Boats.

True North, 2004.

En True North se trata de rescatar la historia del explorador Matthew Henson, de quien se piensa que pudo ser el primero en pisar el Polo Norte en 1909 junto con Peary. El hecho de que Henson fuera negro en una época en la que el racismo en los Estados Unidos todavía estaba muy exacerbado, hizo que su figura fuera relegada.

True North, 2004.

Fantôme Afrique plantea una dicotomía entre el ambiente urbano de la capita de Burkina Faso y los áridos espacios rurales del país, en los que la gente se limita a sobrevivir como puede.

True South, 2008.

En 2010 firmó Ten Thousand Waves, un trabajo sobre la antigua y la nueva China, cuyo punto de arranque fue la muerte de un grupo de inmigrantes chinos en las costas británicas. Viajó a la provincia de origen de esos náufragos para dibujar una historia en la que se dan la mano la mitología, con la diosa del mar que salva a un pescador de una muerte segura. 

Ten Thousand Waves.

Mitos antiguos y cultura contemporánea, aderezada con músicas que fusionan oriente y occidente, son los ingredientes de una obra transversal, tan mestiza como la historia de la humanidad.




Nota al pie: Ya solo faltan seis.

jueves, 5 de septiembre de 2013

Emmet Gowin: cercanías íntimas, distancias inmensas

Edith, Danville, Virginia, 1970.


Copio con rubor una frase de Antonio Muñoz Molina dedicada a las fotografías de nuestro protagonista de hoy, para dar forma al titular, y es que  me parece que ofrecen una descripción precisa y preciosa de las fotografías de Emmet Gowin, un artista con dos puntos fundamentales de sus instantáneas, uno es su propia familia especialmente su mujer y, el segundo, el paisaje.

Edith, Providence, Rhode Island, 1967.

El acercamiento que hace Gowin a estos dos temas es fundamentalmente el mismo, tal y como él mismo ha explicado alguna vez. Esa forma de acercarse al protagonista de sus fotografías tiene que ver con sacar a la luz esas conexiones ocultas que existen en el mundo real, esos momentos únicos que traslucen que más allá de lo que vemos hay un algo más que las obras de Gowin hacen visible.

Barry and Dwayne, Danville, Virginia, 1970.

Encontrar los por qués de cada fotografía, qué es lo que le motivó para hacer esa fotografía y no otra, es el camino que recorre el fotógrafo, es lo que da consistencia a su obra, al menos así lo piensa él mismo. Un camino planteado como un recorrido de autodescubrimiento, de análisis de los sentimientos que motivaron la fotografía, en una suerte de camino hacia su interior personal que sale a la luz en cada obra.

Edith, Chincoteague Island, Virginia, 1967.

“No es una cuestión de si el trabajo es original o no, sino sobre el origen del mismo. Identificarte de una forma muy personal con lo que haces supone aceptar la responsabilidad de lo que haces”, resume Gowin antes de explicar que “el gran cambio ocurrió cuando empecé a viajar, el mismo año en el que murieron tres familiares. La familia estaba cambiando, y en ese momento empecé a hacer esos paisajes simbólicos”.

Mining Exploration, Utah, 1988.

Tanto cuando coloca a su familia en el centro de su obra, como cuando lo hace con el paisaje, Gowin traza una suerte de cartografía, una sentimental y otra física de paisajes que están en permanente cambio bien por la mano del ser humano, bien por mano de la propia naturaleza. Y es que el ser humano sin el paisaje no se entiende.

Nancy, Danville, Virginia, 1969.

Son paisajes transformados por erupciones volcánicas, por explosiones nucleares, por explotaciones mineras, por vigorosas tormentas, en unas fotografías que mantienen un equilibrio fantástico entre la belleza visual y la devastación, la transformación dramática por causas naturales o no.

Nancy and Dwaye, Danville, Virginia, 1970.

“¿Cómo puedes descubrir los valores que se esconden en las cosas que ya has hecho?” “Nada realmente importante se ha descubierto de una forma intencionada”. Esta vez secuestro las palabras del propio Gowin para cerrar el artículo.


Nota al pie: Ya solo faltan 7.

domingo, 1 de septiembre de 2013

Música zar, un ritmo milenario en peligro.



Las dificultades políticas y sociales por las que está atravesando Egipto, están poniendo contra las cuerdas al zar, una música milenaria antaño extendida por todo el Cuerno de África, y que ahora apenas si cultivan 25 personas en todo el país de los faraones y con un único local que la programa regularmente en El Cairo. Se trata de la sala Makan, el auténtico oasis para el zar.

Las convulsiones políticas se han venido a unir a la tradicional presión del islamismo radical hacia toda aquella manifestación cultural tachada de no seguir al pie de la letra los postulados del Corán. En este caso, por la relación que tiene la música zar con milenarios rituales animistas tan extendidos por el África negra, y por el poder que otorga a las mujeres.

Y es que son ellas las auténticas protagonistas de esos rituales y de cultivar y mantener un estilo musical en el que los hombres tienen un papel muy secundario o incluso no tienen ninguno en absoluto. Unos rituales pensados para mantener no solo la paz de espíritu de los músicos y los espectadores, sino también para contribuir a mantener la armonía y la paz en las comunidades.



Las creencias ancestrales de esa zona del continente africano, señalan que los humanos llevamos dentro unos espíritus que se manifiestan por medio de la enfermedad, de ahí que los rituales zar tengan un componente también curativo. A pesar de la importancia que pueda tener ese componente, seguramente es mucho más importante el hecho de ofrecer a las mujeres una válvula de escape en medio de unos corsés sociales que les imponen unos roles muy determinados y de los que no pueden salirse.

La música y el baile que lleva añadido, generan unos rituales que tienen mucho de catártico, de hecho es normal que los intérpretes acaben desplomados en el suelo en pleno proceso de trance, y proporcionen a las mujeres espacios de libertad de expresión. Sabido es que las interpretaciones rigoristas del Islam prohíben a las mujeres cantar y bailar.



En este caso, son las mujeres las intérpretes de unas canciones también compuestas por ellas, en las que además del árabe se intercalan palabras procedentes de antiguos idiomas ya olvidados y cuyo significado se ha perdido hace mucho tiempo.

La parte instrumental está formada por percusiones, la flauta, una especie de platillos que responden al nombre de gaza y un tipo de arpa cuyas representaciones aparecen ya en los frescos de las tumbas faraónicas.

Ahora mismo, los orígenes del zar son una incógnita de la misma forma que lo es su futuro oprimido entre los autoproclamados guardianes de las esencias y una modernidad inmisericorde en cuyos altares se quema todo aquello que suene a tradición, sin llegar a comprender que si hemos llegado hasta aquí ha sido gracias a la suma de todo lo anterior.


Nota al pie: Ya solo faltan 8.