miércoles, 26 de diciembre de 2012

Manderlay (Lars von Trier, 2005)



Estados Unidos: tierra de oportunidades, es el título que el directo de cine danés ha dado a su trilogía formada por Dogville, Manderlay y Washington. Después de que una banda de gángsters arrasara el pueblo de Dogville, empieza un peregrinaje por los Estados Unidos buscando un nuevo territorio en el que asentarse, hasta que en ese viaje el grupo se detiene por casualidad ante la verja de una plantación en el estado de Alabama denominada Manderlay.


Ese es el arranque de esta película que sigue algunas de las claves que se vieron antes en Dogville, como es un escenario reducido a lo esencial, con las paredes de las casas pintadas en el suelo, con decorados muy teatrales y en el que la luz juega un papel fundamental.


Todo ello para dibujar un ambiente opresivo y opresor, con una mujer al borde de la muerta que dirige su plantación siguiendo los antiguos esquemas esclavistas abolidos por ley varias décadas antes. Estamos en los años 30 y Grace, una joven blanca idealista, después del fallecimiento de la propietaria de la plantación decide quedarse para introducir una nueva forma de hacer las cosas, de llevar en definitiva la democracia y la libertad a la comunidad.


Una comunidad en la que todos sus miembros están catalogados de una determinada manera que condiciona su trabajo y su vida, en un libro que se va a convertir en un objeto de discordia. El desarrollo de la historia nos introduce por los caminos de la reflexión política y social, sobre si la democracia es un sistema esencialmente justo o se basa en mecanismos como la violencia del estado o del que detenta el poder para su mantenimiento, o como desde occidente nos empeñamos en exportar, sin tener en cuenta los valores sociales y culturales de cada pueblo, nuestras ideas consideradas como superiores a cualquier precio y, en ocasiones, con resultados discutibles.


La comunidad de esclavos se transforma así en una comunidad de trabajadores responsables de su propio trabajo, una situación a la que no terminan de acostumbrarse después de toda una vida con una dueña que les decía lo que tenían que hacer, cómo y cuándo. Esta parte de la película se basa en una historia acaecida en Barbados en los años 30 del siglo XIX, cuando un grupo de personas que habían alcanzado la libertad se presentaron en su antigua plantación para pedir a su propietario volver a vivir como esclavos. La historia terminó con el propietario y su familia asesinados por sus antiguos esclavos.


Grace se ve atrapada en un mundo que se rige por sus propias leyes, en el que los esclavos quieren seguir siéndolo, y saldrán a relucir todas las miserias de los seres humanos y nadie se salva en un microcosmos en el que el aire de amenaza está siempre presente en el ambiente.

domingo, 23 de diciembre de 2012

In the loop (Armando Iannucci, 2009)



“La guerra es imprevisible”. Esa frase dicha por un ministro británico en un comparecencia ante los medios de comunicación, es el punto de arranque de una comedia frenética, acelerada, de continuos duelos dialécticos cargados de humor y de mala uva al mismo tiempo, capaz de levantar la carcajada en primera instancia pero que cuando se la deja reposar lo que se siente es un escalofrío.


Intentaré explicarme. Todos conocemos la farsa aquella de las armas de destrucción masiva sobre la que se justificó la segunda invasión de Iraq. Pues sobre eso ironiza Iannucci en esta película, en como dos gobiernos utilizando un informe falso a sabiendas montan todo un espectáculo mediático para llegar a justificar la intervención militar.


El trasiego de ministros entre la Gran Bretaña y los Estados Unidos, de militares y de diplomáticos de diversos pelajes, con unos haciendo todo lo posible por favorecer la intervención militar en medio de un pequeño grupo de pacifistas, entre los que destaca el protagonista de Los Soprano, James Gandolfini.


Rodada con cámara al hombro, In the loop no da ningún descanso al espectador que tiene que tener puestos los cinco sentidos para escuchar los ácidos diálogos, cargados de dobles sentidos, con referencias a series o películas siempre con un tono insultante, especialmente en el caso del personaje de Peter Capaldi, capaz de mostrar un arsenal dialéctico que deja pequeño al capitán Haddock de las historias de Tintín.


Cruelmente irónica, In the loop es una sátira vitriólica, inclemente, poderosa, capaz de deformar de forma grotesca la presunta seriedad con la que se toman las decisiones a nivel mundial, decisiones que Iannucci pone en manos de unos personajes que más parecen adolescentes en un patio de instituto, preocupados por ser populares, aceptados, y con un ego que no vacila en humillar al rival, al que piensa distinto, al que busca poner un poco de lucidez en un universo plagado de intrigas, con jugadores que juegan a varias bandas al mismo tiempo, y la mayoría buscando ser el personaje que se lleve el “honor” y la “gloria” de ser el iniciador de la guerra.


De ahí que como decía al principio, la película deje un escalofrío una vez pasado el eco de la carcajada, porque a uno le da por pensar si las élites políticas mundiales no serán realmente así, como aparecen en la película, si se comportan de esa forma cuando están pisando las moquetas de las salas de reuniones, si en realidad no serán más marionetas mientras manejan nuestros hilos a su antojo pero sin ningún atisbo de criterio mínimamente racional.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Ruidos (Noise, Matthew Saville, 2007)


Acostumbrados como estamos a que una película que empieza con un asesinato en serie se convierte en un baño de sangre continuo hasta llegar a un final plagado de tiroteos, de acción desenfrenada y la muerte del “malo”, después de que el “bueno” haya pasado por un profundo sufrimiento psicológico, se agradece, y mucho, que un asesinato múltiple en un vagón de metro del que solo vemos en primera instancia, el resultado final, derive después de una historia de esas en las que parece que no pasa nada, pero en la que realmente pasan muchas cosas.

Una historia que se bifurca entre la joven que se ve cara a cara con el asesino múltiple que la deja escapar con vida sin que nadie se explique el por qué, y la de un policía que ve su vida marcada por un problema de salud que provoca una suerte de aislamiento social y personal, además de la incomprensión de sus superiores jerárquicos.

Una historia que yo veo relacionada con el miedo, el miedo de una sociedad que se ve amenazada por algo que no comprende, el miedo de la joven a que el asesino la localice, el miedo del policía por su salud. También con la soledad, la del policía en una caravana cumpliendo con un turno de noche que le pone en contacto con una galería de personajes peculiares, todos ellos presos, asimismo, de la soledad y, en algún caso, del alcohol y la violencia.


Es un mundo el que nos dibuja esta película, en la que el caos explota de forma repentina rompiendo la tranquilidad y lo insustancial de la existencia cotidiana de los personajes, un caos que se diluye en un final catárquico en el que por fin los personajes pueden encontrar algo de paz y la sociedad entra de nuevo en el camino de la rutina diaria.


Sin terminar de ser una gran película, si me parece una historia a la que merece la pena echarle un vistazo, y en la que además del trabajo del actor principal, Brendan Cowell, destaca con luz propia su fotografía tremendamente eficaz para dar a la película esa atmósfera tan especial que tiene, junto con una banda sonora igualmente destacable.

lunes, 17 de diciembre de 2012

Dave Brubeck, el jazzman al que quisieron convertir en veterinario



Hace tan solo unos días, el pasado 5 de diciembre, el mundo de la música veía como le dejaba una de esas figuras fundamentales, un músico que a lo largo de su vida intentó y consiguió, una unión tremendamente rica entre el jazz y la música clásica. Esta figura es la de Dave Brubeck, un músico genial que a pesar de no poder leer una sola nota musical, se convirtió en uno de los más grandes y ha dejado tras de sí una ingente obra musical con algunos estándares del jazz, pero también composiciones clásicas para cuartetos de cuerda, solos de piano, música para ballet y muchos más.


Nacido en Concord, cerca de San Francisco, California, en 1920, en el seno de una familia en la que los tres hermanos terminaron por convertirse en músicos profesionales, Brubeck empezó a los cuatro años a estudiar piano de la mano de su madre, una dedicación musical que a punto estuvo de romperse cuando unos años después, la familia se trasladó a un rancho y el trabajo en el campo vino a variar la rutina.

Eso no apartó a Brubeck de la música, y además de seguir adelante con su aprendizaje, empezó a tocar con algunas orquestas amenizando bailes durante el fin de semana. Su padre quería que su hijo se dedicara al rancho y que estudiara veterinaria y con esa intención de matriculó en la Universidad del Pacífico, hasta que en su primer año de universidad el profesor de Zoología le recomendó que para el año siguiente cruzara el edificio y se matriculara en los estudios de música al ver que su alumno estaba más inclinado hacia esa materia.

Afortunadamente siguió el consejo y llegó hasta su último año universitario sin que ninguno de sus profesores se percatara de que no podía leer las notas musicales, hasta que su profesor de piano se dio cuenta. La información le llegó al decano y este le comunicó a Brubeck que la Universidad no iba a permitir su graduación con el resto de sus compañeros. Eso generó un movimiento de protesta, ya que todos le consideraban como el alumno más talentoso, y finalmente, después de prometer que nunca se iba a dedicar a enseñar piano ni a poner en entredicho a la universidad, le concedieron el título.


Después de su boda con Iola, en 1942 se enroló en el ejército y en 1944 se tuvo que desplazar al continente europeo poco después del desembarco de Normandía, y ahí liderará a la banda The Wolfpack, una de las primeras bandas de música formada por blancos y negros.


En 1946, ya liberado de las obligaciones militares, empezó a estudiar composición con el francés Darius Milhaud en Oakland, un compositor de una escuela experimental y muy influido por Stravinsky, y si por un lado había que estudiar composición, armonía y contrapunto desde una perspectiva de la música clásica, Milhaud animaba a sus alumnos a componer temas jazzísticos.

Con todo eso ya tenemos los componentes básicos, junto con el encuentro con el saxofonista Paul Desmond, del desarrollo musical de un Brubeck que llevó el jazz a las universidades con sus conciertos hasta que el jazz perdió la batalla de los más jóvenes ante el rock and roll. A Brubeck se le considera el primer músico moderno de jazz y el primero en vender un millón de copias de un disco de jazz, concretamente de su Time Out, publicado por Columbia en 1959.

Activo sobre los escenarios hasta el año 2010, mantuvo durante toda su vida un fuerte compromiso musical que le llevó a decir al periódico New York Times, tal y como recoge Iker Seisdedos en el artículo Dave Brubeck, pianista que popularizó el jazz: “Una de las razones por las que creo en esta música es que en ella la individualidad del hombre halla su camino a través del ritmo del corazón. Y ese latido retumba por igual en todas partes. Es lo primero que escuchas al nacer y el sonido con el que la vida te despide”.


domingo, 9 de diciembre de 2012

George Shaw, el tiempo que pasa


Ash. Wednesday 7 am (2004-2005)
Nacido en Coventry en 1966, George Shaw, ahora residente en Devon, tiene en las dos millas cuadradas en las que desarrolló su infancia y juventud su punto de inspiración fundamental para unas obras de paisajes urbanos que, si por un lado tienen un aire clásico, por otro están enraizadas en lo contemporáneo.

Landscape with Dog Shit Bin (2010)
El propio artista reconoce que muchas veces se queda sorprendido de ese aspecto clásico que pueden llegar a tener unas pinturas realizadas con el pigmento que los aficionados a las miniaturas utilizan para pintarlas, lo que da a sus cuadros ese aspecto de pintura antigua.

Scenes from The Passion. The Cop Shop (1999-2000)
Paisajes los de Shaw que no muestran preocupación por lo factores atmosféricos, sino que nos muestran paisajes urbanos de esos que podemos encontrarnos cualquiera en nuestro día a día, salvando las distancias y las formas de construir. Paisajes de la memoria, del recuerdo sobre los que podemos extrapolar nuestros propios paisajes, los colores, las sensaciones.

The Assumption (2010)
Barriadas obreras en las que se ven árboles solitarios que apenas si adornan un parque infantil en el que parece que hace mucho tiempo que no juega ningún niño, calles después de la lluvia, con una niebla capaz de difuminar los contornos más allá de una valla metálica, espacios traseros cruzados por graffitis inútiles.

The Time Machine (2010)
Lugares por los que no pasa nadie, en los que la ausencia de la figura humana nos lleva a suponerla, a intuirla detrás de esas ventanas débilmente iluminadas, de esas esquinas más allá de las cuales tiene que haber alguien, de esos caminos en el bosque sin huella humana por ningún lado. La ausencia de la presencia.

The Back Tahat Used To Be The Front (2008)
La sensación de tiempo que pasa, de vida y de muerte, de permanente cambio a pesar del estatismo, de que parece que en los cuadros de Shaw no pasa nada, está ahí presente, o al menos así lo siente el artista que reconoce haber heredado de su padre esa preocupación por el paso del tiempo, y el gusto por las películas de directores como Ken Loach o las sitcom británicas en las que los obreros son sus protagonistas.

Scenes from The Passion. The Way Home (1999)
Cuadros al modo de fotografías que ilustraran un libro de memorias, no en vano son los paisajes primigenios, esos en los que hizo sus primeros aprendizajes, se cogió la primera borrachera y tuvo una primera experiencia sexual, al modo de cualquier otra persona. De ahí la familiaridad que podemos llegar a sentir con esos paisajes aunque no sean los nuestros, pero que podrían haberlo sido si las circunstancias de nuestro nacimiento hubieran sido otras.

No Returns (2009)
Es la rendición al misterio de lo cotidiano reforzado con esos títulos de resonancias bíblicas, que elevan casi a la categoría de lo sublime lo que no son más que lugares en los que tal vez lo normal sea que no ocurra nada de especial mención, lugares en los que la rutina se ha impuesto y a los que Shaw saca de esa rutina para convertirlos en un escenario del recuerdo.

Más información: Channel 4, The Guardian, BBC, Art in America.