viernes, 31 de octubre de 2008

Hace mucho que te quiero (Il y a longtemps que je t’aime, Philippe Claudel, 2008)




Un drama sobre ausencias. Precipitada definición que se me ocurre nada más terminar de ver esta ópera prima del escritor y guionista francés, Philippe Claudel. Y se me ocurre esta definición porque todos los personajes que aparecen en la película están ausentes bien de sí mismos, bien de lo que les rodea, y cada uno por una razón diferente.

Lo que nos cuenta Claudel es el drama de un doble reencuentro, el de Juliette (una más que espléndida Kristin Scott Thomas) con la vida cotidiana después de pasarse 15 años en la cárcel, y el de ésta con su hermana Léa (Elsa Zylberstein) a quien no ha visto en los últimos 15 años. Ese reencuentro, hecho en muchos momentos de silencios, provocará un cambio profundo en la vida de las dos, y en la de los que las rodean.


El director consigue que las casi dos horas de metraje no se nos hagan eternas, con un manejo magnifico de las dosis de información que le van llegando a un espectador que está todo el tiempo intentando adivinar el por qué de la estancia de Juliette en la cárcel, y que sufre con cada uno de sus silencios, con cada una de sus miradas perdidas, con la ausencia que emana de cada uno de sus gestos, todos milimetrados, concretos, reducidos a la mínima expresión pero por ello tremendamente expresivos.

Y es que los regresos no siempre son fáciles, y mucho menos recuperar eso que nos hace humanos, cuando el peso de la memoria se vuelve insufrible y una cárcel mucho más terrible que la que forman los muros y las rejas. Sólo un amigo de su hermana logrará adivinar, sin necesidad de palabras, el suplicio mudo en el que Juliette ha optado por recogerse.


Por la historia pasan un abuelo que no puede comunicarse con la palabra después de sufrir un derrame cerebral y que se pasa el día leyendo (los libros son otro protagonista fundamental) y sonriendo; una pareja de exiliados iraquíes; una madre afectada por el Alzheimer; dos niñas vietnamitas adoptadas; un capitán de policía que sueña con conocer el Orinoco…

Cada uno de ellos irá poniendo su granito de arena para que Juliette vaya recuperando su cuerpo, su vida, y consiga, por fin, romper la muralla autoimpuesta para romper los diques y lograr superar la última barrera que le impedía recuperar al menos un simulacro de normalidad. Y de eso trata la película, de la capacidad que tienen las mujeres para recuperarse, para renacer de sus cenizas “de apoyarnos y aguantar la vida miserable de los hombres. Tengo la impresión de que los hombres se rinden muy deprisa, pero no las mujeres”, tal y como afirma el propio director.

Pero, por sobre todas las cosas, lo que emerge del film es una emotiva historia de encuentros tras el horror, el recordatorio de la necesidad de abrirse al otro porque, cuántos años hace que lo dejó escrito John Donne, el hombre no es una isla. Véanla sin prisas y con la mirada límpida: es una de esas películas que nos hacen sentir mejores cuando salimos del cine” (Mirito Torreiro)

miércoles, 29 de octubre de 2008

Dejad de quererme (Deux jours à tuer, Jean Becker, 2008)


A lo largo de los 85 minutos que dura la película, su director (que también firma la magnífica Conversaciones con mi jardinero) le va largando al espectador una serie de directos al hígado, para dejarlo totalmente noqueado al final. Menos de hora y media para contarnos la historia de la dificultad de enfrentarse a momentos que cambian radicalmente las coordenadas vitales del personaje, Antoine, interpretado por un magnífico Alberto Dupontel, quien un día se decide a romper con la comodidad de su vida de publicista de éxito, felizmente casado y con dos hijos estupendos.

La película tiene un arranque delirante, con una reunión en la agencia de publicidad con un cliente fabricante de yogures, que nos arranca directamente la carcajada, para luego llevarnos a un momento de una gran ternura, y lanzarnos de lleno en las aguas de un drama que va in crescendo, y apenas aliviado por algunos momentos de comedia.


Como espectadores sufrimos con el cambio de actitud del protagonista, cuando vemos que se vuelve contra todo y contra todos, sin que terminemos de entender el por qué de esa actitud en un personaje que aparentemente lo tiene todo. Antoine descubre que en realidad su vida es una gran mentira, como la de todos sus presuntos amigos, a los que echa en cara toda su falsedad, con una actitud cínica y agresiva de la que no se libran ni su mujer ni sus hijos pequeños. Según va avanzando la película descubrimos los motivos que tiene para comportarse como lo hace, ya ahí ya no sabemos si comprenderlo o condenarlo, porque hay motivos para tomar cualquiera de las dos posturas.

El reencuentro con su padre, va a marcar el punto en el que empezamos a comprender los motivos del personaje para tomar la actitud que toma, y que vemos que no es muy distante a la que su progenitor tomó unos cuantos años antes, con el denominador común del miedo a enfrentarse a una situación dolorosa.


El guión, basado en la novela Deux tours à tuer de François d’Epenoux, nos va llevando hacia profundas reflexiones acerca de la realidad en la que nos encontramos inmersos, obligados a conseguir una serie de cosas que serán las que marquen si nuestra vida es un éxito o un fracaso, y de tanto perseguir espejismos nos olvidamos de vivir, metidos como estamos en una carrera hacia la futilidad.

Una película que se agarra a las entrañas, en la que el director va dosificando los golpes que nos lanza directamente al hígado, para que al final nos veamos obligados a tirar la toalla, y rendirnos con armas y bagajes a una historia que discurre sin alardes pero de una forma tremendamente efectiva.

Se nos olvida vivir y el tiempo pasa.

lunes, 27 de octubre de 2008

Epitafio de primavera. Víctor García Méndez

Y sin medida
amar
lo que más duele:
el daño de unos ojos
abiertos
a la vida,
el llanto de dos pieles
brillantes
entre la noche.

*****

Donde la tarde se desliza
lenta
sobre la acuosa latitud del mundo
y concentra en tus ojos
el gastado lenguaje de los hombres:
allí dejadme.

Y sobre el mármol frío de mi nombre
reverdezca por mayo

toda la esperanza

*****

Si estuvieras aquí,
pienso
al escribir
tu nombre,
qué sentido más amplio
cobraría la vida,
qué hora más plena
nos trajera
mañana.

Pero no estás
no está
sino
tu ausencia
púrpura sobre las cosas
y esa forma
cansada
de tus pupilas
frente al mundo.

*****

Con hilo de esperanza a tu tobillo
amarro
mi verso de cometa
donde ondea

lo felices que fuimos
con muy poco.

Víctor García Méndez, es un joven poeta de 24 años, que acaba de publicar, dentro de la Colección Hesperya de Poesía, su primer libro de poemas que lleva por título Epitafio de primavera. "Con 24 años, la patria de la infancia es cuanto tengo. Y a ella recurro para relatar un mundo ya extinto del que no pretendo ser reflejo ni voz objetiva: instalado para siempre en el cariño de los míos, en ese lugar salvado del tiempo y de tanta ausencia, os dejo, humanamente, mi poesía. Me basta así". Eso escribe el autor en la solapa del poemario.

Y en el prólogo Aurelio González Ovies deja escrito: "Víctor García Méndez, conciso lapicida de lo huidizo, de lo que es de carne, de lo relativo al humo, de nombres familiares, de ocasiones radiantes. Así es la letra de la supervivencia...

¿Escribiríamos tan terminantemente si no muriéramos?

viernes, 24 de octubre de 2008

El agujero de la avestruz (Ertza, 2007)

¿Qué podemos llegar a hacer por miedo? ¿Qué dosis de miedo es tolerable? ¿Cometemos atrocidades sólo por miedo? ¿Todo el que tiene miedo es necesariamente un cobarde? ¿El miedo nos paraliza o es un motor de nuestras acciones? ¿Porqué nos da miedo enamorarnos? ¿El miedo es creativo? ¿Podríamos vivir sin miedo? ¿Existe el miedo o nos lo inventamos?


Preguntas todas alrededor del miedo, y precisamente alrededor de eso crea el bailarín vasco Asier Zabaleta (Ertza) su espectáculo El agujero de la avestruz, que se pudo ver el pasado día 23, dentro de la programación Danza Gijón 08, en el teatro de la Escuela Superior de Arte Dramático.

Un espectáculo en el que los movimientos del cuerpo se ponen al servicio de una emoción tan primaria como es el miedo, ese fantasma que nos acompaña todos los días desde que nos levantamos hasta que nos dormimos, y que, a veces, se empeña en hacerse dueño de nuestros sueños. La angustia del ser humano contemporáneo, aturdido por los ruidos de la ciudad, vigilado permanentemente por sus propios congéneres. El bailarín se retuerce, lleva a su cuerpo a todas las posturas inestables posibles, se balancea, nos transmite la soledad más profunda, esa que sólo se siente cuando se está rodeado de otras personas, directamente extraños o que nosotros percibimos como extraños.

A la angustia le sustituye la sonrisa dura, cuando imita un número de musical de Broadway, mientras por las pantallas pasa el mensaje que nos dice que el miedo no existe, que el miedo nos lo inventamos. Pero ese breve y tenebroso optimismo, pronto deja paso de nuevo al sentimiento de pérdida de las referencias, y las palabras toman cuerpo de monólogo para dar voz a distintas voces que hablan del miedo, de lo que es, de lo que significa.

Y mientras medio mundo mata al otro medio, por miedo, el otro medio está embarcado en una vorágine a ritmo de música de discoteca de drogas de diseño, enfrascado en su propia rutina sin salida, alienante, en la que ni el volumen de la música logra ahogar lo que llevamos en lo más profundo.

A pesar de toda la angustia, Asier Zabaleta deja un resquicio a la esperanza, esa que anida en nuestro corazón, y esa es la última imagen que se nos queda en la retina, un hombre que va al encuentro de un corazón que late con energía.

“Por miedo se deja de lado lo que verdaderamente se quiere hacer, para sustituirlo y conformarse con premios de consolación que rondan alrededor de lo deseado; … y a veces ni eso”

“Quiero retar al miedo. Al que nunca desaparece de mi vida y siempre reaparece con nuevos motivos, y con fuerzas renovadas, hasta hacerme sentir como si fuera un superhéroe que acaba de perder todos sus poderes. Al que marca los límites e mi permisividad, acotando y reduciendo considerablemente mi campo de actuación en la vida. Quiero retarlo y decirle que no me da miedo ¡Qué ironía!”

“Quiero rascar sobre ese parásito del ser humano; rascar hasta que sangre, aunque sepa que nunca me lo voy a arrancar de mi piel, y aunque sepa también, que de lo único que sirva sea para alimentarlo más y más. Quiero coger esa arma utilizada tanto por nosotros mismos como por los demás para manipular, incidir en decisiones ajenas y lograr objetivos personales y colectivos, para empuñarla hacia mí.” (Texto incluido en el programa del espectáculo)



(Este video no se corresponde con el espectáculo reseñado. No he encontrado otro y lo pongo como muestra del trabajo que lleva a cabo este bailarín)

miércoles, 22 de octubre de 2008

Poemas de la última noche de la tierra (Charles Bukowski)

Mi colega alemán

esta noche
estoy bebiendo Singha
-licor de malta de
Tailandia-
y escuchando a Wagner

me parece increíble que
no esté en la habitación
de al lado
o a la vuelta de la
esquina
o vivo
en alguna parte
esta noche

y lo está
desde luego
cuando me arrebata
este sonido
suyo

y los brazos
se me ponen
de piel
de gallina

y siento un
escalofrío

está aquí

ahora.

*************

Feliz cumpleaños

cuando Wagner era
ya viejo
dieron una fiesta de cumpleaños
en su
honor
y tocaron
un par de
piezas juveniles
y menores.

al acabar
preguntó:
“¿de quién son?

“de Usted”, le
dijeron.

“ah”, respondió.
“siempre lo había
sospechado: la muerte
también
tiene sus
ventajas”.

*********

ser mortal a veces vuelve
raro a
un hombre,
lo hace casi
inútil para el trabajo,
de lo más
detestable: alguien que no es lacayo de
la libre
empresa.

(Fragmento de Mendigar)

*************

y es que,
cuando se extingue
la luz de
los que
nos han ayudado
a resistir,
sentimos como un puñetazo
en el estómago:
fregonas, taxistas,
polis, enfermeras, ladrones
de bancos, curas,
pescadores, cocineros,
yóqueis y
demás,
malditos
seáis.

(Fragmento de La sensación que da)

**************

Dentro y fuera de lo oscuro

a mi mujer le gustan los cines, las palomitas de maíz y los refrescos, el
acomodarse en las butacas; encuentra en placer infantil en
ello y eso me hace feliz. pero yo, la verdad, yo debo de venir
de otro planeta, debo de haber sido topo en alguna vida
anterior, un ser que construye su madriguera y se esconde en soledad:
la gente apiñada en las butacas, tan cerca y tan lejos, me inspira
sentimientos desagradables; quizá sea estúpido, pero ahí
está; y luego
llega la oscuridad y después las
caras gigantescas y los cuerpos que se desplazan por la pantalla:
ellos hablan y nosotros
escuchamos

de cien películas hay una que no está mal, otra que es buena
y noventa y ocho que son pésimas.
la mayoría empiezan mal y continúan
peor;
si te resultan creíbles las acciones y los diálogos de los
personajes
es que eres capaz de creerte que las palomitas de maíz que te estás
comiendo
albergan también algún
significado
(bueno, puede que la gente vea tantas películas
que cuando por fin ve alguna que no es
tan mala como las demás la considera
magnífica. un Premio de la Academia significa que no hueles tan mal
como tu primo)

se acaba la película y ya vamos por la calle a coger
el coche; “bien”, dice mi mujer, “no es tan buena
como dicen”.
“no”, digo, “no lo es”
“aunque tiene partes buenas”, replica.
“sí”, contesto.

ya hemos llegado al coche, subimos y –yo conduzco-
salimos de aquel barrio; contemplamos la noche:
es hermosa.

“¿tienes hambre?”, pregunta.

“sí. ¿y tú?”

paramos en un semáforo. observo la luz roja.
sería capaz de comérmela: cualquier cosa, cualquier cosa
con tal de llenar el vacío; millones de dólares gastados para crear
algo que es peor que la vida real de
la mayoría de los seres vivos; nunca deberíamos sacar
entradas para el infierno.

el semáforo cambia y huimos
hacia adelante.

domingo, 19 de octubre de 2008

Planxty, un grupo mítico en el universo celta



Jolly Beggar (1980)

Cuando en 2004 la formación original de Planxty, esto es, Christy Moore, Liam O’Flynn, Andy Irvine y Dónal Lunny, volvieron a salir a los escenarios después de más de 20 años sin tocar en directo, fue como si la historia se volviera presente y os alrededor de 12.000 espectadores que se dieron cita en el Glór Irish Music Centre en el condado irlandés de Clare, volvieron a disfrutar de los sonidos mágicos que caracterizaron a este grupo desde sus inicios, y que le llevó a convertirse en el grupo que introdujo en el siglo XX a la música folk hasta dar forma a una influencia tan duradera que todavía hoy se puede rastrear.

Cuentan que en ese concierto se dieron cita tanto las generaciones de padres que conocieron los años de esplendor de Planxty, y sus hijos que no conocían al grupo más que por las grabaciones que habían escuchado. La influencia que llegó a tener Planxty se extendió fuera de las fronteras de las Islas Británicas, y, por lo que nos toca a este país, llegaron hasta muchos de los grupos gallegos y asturianos, fundamentalmente, que empezaron en los años 80 a colocar al folk en el panorama musical.

Los orígenes de Planxty están relacionados con un decepcionado Christy Moore, quien no estaba de acuerdo en como los productores ingleses trataban a la música tradicional irlandesa, por lo que decide regresar a su país para grabar un disco con un grupo de músicos escogidos ex profeso para esa grabación que se hizo en casa de su hermana. El título del disco Prosperous.



Raggle Taggle Gypsy / Give Me Your Hand


Ahí están los inicios del primer “súper grupo” irlandés, responsable de introducir una bocanada de aire fresco en el mundo del folk de la isla, apostando por un sonido acústico en unos años en los que se estaba imponiendo con toda su fuerza el sonido basado en instrumentos eléctricos y en el que el rock llegaba para arrasar con todo a su paso. Era el año 1970.

No fue sólo el sonido acústico, sino también el uso de instrumentos que hasta ese momento no se habían asomado a este panorama musical, como eran el bouzouki, la mandolina o la guitarra, que se vendrá a unir a la gaita, el violín, el tin whistle, para conseguir un sonido claramente distintivo. Los cuatro eran reputados músicos, y Manus Lunny y Moore ya se conocían de la escuela, y el primero se había enrolado en un buen número de grupos; Andy Irvine era un londinense que se había mudado a Dublín y que había desarrollado un intenso trabajo de recopilación de viejas canciones, además de ser un virtuoso de la mandolina; mientras que Liam O’Flynn era y sigue siendo uno de los más reputados gaiteros de Irlanda.

Después de ver la buena acogida que tanto crítica como público, dieron al disco de Christy Moore, se formaliza el grupo bajo el nombre de Planxty para iniciar una gira por Irlanda en 1971, que fue seguida por un público absolutamente entregado, según cuentan las crónicas. Eso les animó a grabar un primer disco, en 1973, al que dieron el mismo nombre del grupo, en el que ya quedaron fijadas con meridiana claridad las coordenadas musicales de Planxty. A ese disco le seguirían The well below the valley (1973), Cold blow and the rainy night (1974), The Planxty Collection (1976), After the break (1979), The woman I loved so well (1980), Words & Music (1983) y Live 2004 (2004).



Little Musgrave 2004

En la nueva sonoridad que aportó la banda a la escena folk irlandesa y británica, tuvo mucho que ver el interés de Andy Irvine por los ritmos procedentes del Este de Europa, a lo que se unió el repertorio tradicional con baladas que se remontaban ya al siglo XVII, que aportó Liam O’Flynn; la voz absolutamente fantástica de Christy, el bodhran de Dónal Lunny y la forma de tocar la mandolina y el bouzouki de Andy Irvine.

Que estos cuatro virtuosos se reunieran en un grupo, no supuso que dejaran de lado sus respectivas carreras musicales. Así, Christy siguió grabando discos en solitario, mientras que Dónal formará otro de los grupos legendarios salidos de la isla del trébol, The Bothy Band, y empezó a centrarse cada vez más en la producción. Liam, por su parte, mantuvo sus colaboraciones con importantes músicos. Andy se reunirá con Paul Brady para, con producción de Dónal, formar un dúo imprescindible en el folk irlandés. Algo más tarde, Christy y Dónal coincidirán en el grupo Moving Hearts.

Después de volver a reunirse en 2004, cada uno ha seguido, con mayor o menor intensidad, su relación con la música, disfrutando por derecho propio del lugar privilegiado que todos ellos ocupan en el Olimpo del folk.



Good Ship Kangaroo

miércoles, 15 de octubre de 2008

Robert Smithson (Nueva Jersey, 1938 – Texas, 1973)

Con la base puesta en algunos de los postulados del minimalismo y del povera, a finales de los años 60 surge una propuesta artística a la que se etiquetará rápidamente como land art o earthwork. En la propia etiqueta se recoge la base fundamental de esta corriente, que no es otra que la propia tierra, los paisajes naturales, la naturaleza en estado puro sobre la que interviene el artista en acciones que para unos no son más que agresiones al medio, mientras que para otros son grandes llamadas a la toma de conciencia sobre la degradación medioambiental provocada por el hombre.

Dejando de lado esa controversia, detrás de las obras de los artistas que se adscriben al land art, se esconde una fascinación por grandes construcciones megalíticas como Stonehenge, las estructuras del calendario indio y los pictogramas del desierto costero del Perú; una suerte de visión romántica del paisaje que coincide con la que tenían pintores decimonónicos como Friedrich o Constable, o incluso los jardines zen japoneses.

“No obstante, también existen algunos precursores directos. Ya en 1940, Isamu Noguchi, había abierto la vía con sus Playgrounds y sus Playmountains modulados en función de paisaje. El versátil emigrado de la Bauhaus, Herbert Bayer, había explorado las posibilidades del paisaje escultural en sus bocetos datados en 1947 (…)”, se dice en el libro Arte del siglo XX, editado por Taschen.

La formulación de este tipo de obras en las que el paisaje es elemento primordial, lógicamente, trajo un alejamiento de los lugares expositivos más habituales hasta ese momento, ya que las obras no se pueden trasladar a la sala de una galería o museo, además de alejarse de un espectador que no puede acceder, salvo invirtiendo una buena dosis de tiempo, a contemplar la obra in situ. De ahí, que estos artistas documenten con fotografías, bocetos y grabaciones cinematográficas para dejar constancia visual de todo el proceso y del resultado final, de tal forma que esos materiales se convertirán en obras de arte en sí mismas, con posibilidad de ser expuestas y apreciadas por el público.

Eso lo hará Robert Smithson, un artista paradigmático de este movimiento que falleció en un accidente de aviación cuando estaba sobre el espacio que iba a ocupar su obra Amarillo Ramp, quien a mediados de los años 60 estaba trabajando en sus series Photo-Markers (fotografía un lugar, revela esas fotos a gran tamaño para colocarlas en el espacio fotografiado, y volver a sacar imágenes del lugar) y sus Sites/Nonsites. El concepto del no lugar va a ser uno de los fundamentales en los trabajos de este artista: “Fotos y mapas documentan un lugar fuera de la galería y a menudo rodeado por minerales metalíferos, pedazos o rocas de minerales del emplazamiento original” (op.cit.)

La construcción de esas esculturas integradas en un paisaje al que modifican y, al mismo tiempo, convierten en algo artístico, exige la intervención de maquinaria pesada de todo tipo para generar unas obras que buscan exaltar a la propia naturaleza a la que dota de un contenido conceptual que antes no tenía o que por lo menos no estaba evidenciado, y que convierte a los propios agentes meteorológicos en agentes artísticos, ya que con su incidencia sobre la obra la modifican y la transforman de una forma caprichosa.

Smithson llegó al land art después de iniciar su formación artística como pintor en la neoyorquina Liga de estudiantes de Arte, para adentrarse por los caminos de la abstracción, hasta que en 1962 se empieza a interesar por la escultura hasta llegar a su obra más famosa como es la Spiral Jetty, en el Gran Lago Salado en el estado de Utah, un muelle en espiral que construyó en 1970. Esta obra, como todas las que se enmarcan en esta corriente, tiene un fuerte contenido conceptual que tiene que ver con la relación que el hombre plantea con el medio que le rodea, en una época de fuerte desarrollo industrial, y de las fuerzas capaces de transformar a esa naturaleza, y del lugar que ocupa el ser humano en relación a ese paisaje.

Paisaje que otras veces es el de la ruina industrial, de edificios, canteras y otros lugares abandonados, y que también van a ser objeto de su interés artístico. Eso obliga al artista a salir de su estudio y trabajar al aire libre, como habían hecho en el XIX los pintores de la Escuela de Barbizon por ejemplo, abandonando el estudio y entrar en comunión con la naturaleza con un espíritu que tiene algo de romántico, como decía más arriba.

Smithson se plantea el problema del lugar, del espacio que va a convertir en obra de arte, muchas de las cuales tienen un componente subterráneo, en un pensamiento que está muy influido, entre otras cosas, por las obras de Borges. Las propuestas que nos plantea Smithson tienen poco de esperanzadoras: “No hay salida, ningún camino a la utopía, ningún más allá en términos de espacios expositivos. Comprendo que es algo inevitable; un ir hacia los bordes, hacia la quebradura, lo antrópico. Pero incluso eso tiene límites”, en palabras del propio Smithson.

lunes, 13 de octubre de 2008

Robert Delaunay (París, 1885 – Montpellier, 1947)


“El contraste simultáneo asegura el dinamismo de los colores y su construcción en el cuadro; es el medio más poderoso para expresar la realidad” 

Pintor francés que pasó por muchos de los movimientos de la vanguardia europea de inicios del siglo XX, para llegar a ser uno de los precursores de la abstracción, trabajando de forma muy imbricada con su mujer, la rusa Sonia Terk Delaunay, hasta el punto de que, en muchas ocasiones, es difícil saber si estamos ante la obra de uno o de otro. 

Sus inicios tuvieron que ver con el impresionismo a la manera de Seurat, pintor que junto con Signac fueron los máximos representantes del puntillismo, una variante del impresionismo caracterizada por el uso de puntos de color que se funden en la retina del espectador para conseguir la impresión cromática de las obras, siguiendo las nuevas teorías de Chevreul sobre el contraste simultáneo de los colores. Delaunay tendría luego una breve etapa fauvista, hasta llegar a un momento de intenso colorido con fundamento en el cubismo analítico.


La obra de madurez de este artista, se definen por el fuerte colorismo con el dota a sus cuadros, en los que explora nuevos conceptos estéticos, algunos de ellos derivados de su interés por la leyes constructivas que se utilizaron en la construcción de la arquitectura del Gótico. Algo que se observará en uno de sus temas más visitados como es la Torre Eiffel, a la que pintó desde multitud de puntos de vista. Fue en el año 1909 cuando Delaunay empieza a pintar la torre, dotándola de un gran dinamismo al superponer en la superficie plana del lienzo distintas vistas de un elemento que impone su actitud hierática sobre el horizonte de la ciudad. Delaunay capta perfectamente el espíritu dinámico que representa una torre ejemplo de las técnicas ingenieriles más punteras del momento.

Con esta serie, el artista empieza a devolver el protagonismo al color, algo que había negado el cubismo analítico, en cuadros que se convertirán en auténticos estallidos de color, elemento que utiliza para componer sus obras alejándose de los presupuestos analíticos mucho más racionales.


Delaunay da protagonismo principal al color, materia sobre la que investigó mucho, hasta alcanzar una luminosidad que antes no se había visto en el mundo del arte. Logró plasmar el dinamismo con la simple superposición de colores complementarios: rojo-verde, azul-naranja- amarillo-violeta. Así fue articulando un estilo que el poeta Apollinaire acabará definiendo como Orfismo, aunque Delaunay prefería llamarlo Simultaneísmo.

Independientemente del nombre que se le de, lo que queda claro es que se trata de un estilo optimismo, brillante, plagado de elementos que reflejan el progreso de la técnica (torres, aeroplanos, globos aerostáticos…) y todo lleno de luz. Destacables son sus Cuadros de ventanas, en los que utiliza una paleta luminosa y de una gran riqueza, y que le acabarán llevando hasta la abstracción con sus Formas circulares, en las que el color es el único tema. Las ventanas de Delaunay introducen en el cuadro todo el dinamismo de la vida de la capital francesa, y que sólo con la mirada se puede apreciar en toda su intensidad. Sus Formas circulares emparentan con los postulados futuristas, por lo que tienen de representación del dinamismo del movimiento.


Después volvería a la senda figurativa, para, en sus últimos años de vida, y parece que por influencia de su esposa, la geometría volverá a enseñorearse de sus cuadros, en unas obras más ornamentales.

“Un cuadro elaborado de acuerdo con las leyes de esta organización es un microcosmos a los ritmos el macrocosmos”.

viernes, 10 de octubre de 2008

Banksy


“Hay un elefante en la habitación. Hay un problema sobre el cual nunca hablamos. El hecho es que la vida no se está volviendo más justa y que 1.7 mil millones de personas no acceden a agua potable y 2 mil millones viven por debajo de la línea de pobreza. Para colmo, cada día, cientos de personas se enferman por artistas idiotas que muestran sus obras y dicen que el mundo anda muy mal pero no hacen nada al respecto. ¿Alguien desea una copa de vino gratis?”

Ese texto se les entregó a los famosos invitados que acudieron a una exposición que Banksy organizó en la ciudad de Los Ángeles, y a la que acudieron famosos como Angelina Jolie, Brand Pitt, Jude Law o Keanu Reeves, entre otros. Texto que está muy en consonancia con el espíritu iconoclasta, ácido, mordaz y crítico que anima os grafitis de este artista callejero de dudosa personalidad. Y digo dudosa, porque a pesar de que el rotativo británico The Mail on Sunday publicó un artículo en el que afirmaba que detrás de el seudónimo de Banksy se ocultaba Robin Gunningham, eso todavía no ha podido ser contrastado al ciento por ciento.


Varón blanco, rubio, de unos 35 años. Eso que parece más una descripción policial de un sospechoso de algún delito, es lo que se tiene claro en relación a este escurridizo mago del grafiti, del que sólo se sabe con seguridad que nació y se formó en Bristol, una ciudad en la que los grafiteros parece que son legión, y en muchas de cuyas paredes han aparecido algunas de las obras más celebradas de Banksy, quien en alguna ocasión ha afirmado respecto a su anonimato que “solamente trato de hacer bien mis cuadros; no estoy aquí para mostrar mi imagen”.

Cuando dio el salto al grafiti artístico, su primer tema parece que fueron las ratas, unos animales que aparecen mucho en sus obras, y que escuchaban música, grababan con cámaras a los paseantes, bailaban, volaban, se preguntan ¿Dónde está Hollywood? escrito con letras rojas que gotean como si fueran sangre… que aparecían en buzones, alcantarillas, pomos de puertas, saliendo de las aceras y un sin fin más de lugares, poniendo de manifiesto su desacuerdo con ciertas prohibiciones. Porque si algo tiene el arte de Banksy es un espíritu contestatario muy fuerte. Un 11 de septiembre logró colocar un muñeco hinchable que representaba a un preso de Guantánamo (traje naranja, capucha y manos esposadas) en el parte de atracciones de Disneylandia.

Un soldado apunta su fusil mientras un niño a su espalda se prepara para hacer explotar una bolsa de papel, una niña que cachea a un militar, un guardia real orinando contra una pared, dos bobies besándose, un marido cornudo que busca por la ventana al amante de su mujer que está colgado de la mano del marco de la ventana, un tigre que se escapa de su jaula de códigos de barras, pájaros que atacan cámaras de seguridad, una Gioconda equipada con un bazoka… son algunos de los esténciles (grafitis ejecutados con una plantilla) que ha ido dejando detrás de sí Banksy, quien parece que utiliza la noche para dejar su huella en los muros de la ciudad, ya tiene obra además de en Bristol y Londres, en Barcelona o Los Ángeles.


Muy sonada fue la sustitución que hizo de 500 copias del disco que publicó Paris Hilton, para lo que contó con la colaboración del DJ Danger Mouse, para componer tres canciones con la voz de la propia Paris a la que le hacían preguntarse ¿Para qué sirvo?, ¿Qué hecho yo? y ¿Por qué soy famosa?, además de cambiar las fotos de la portada del disco y del libreto interior.

Tampoco los museos se ha librado de las acciones de este “gamberro”, como le definen algunos, y ha logrado colgar algunas de sus obras en algunos de los más importantes museos del mundo como la Tate Modern, el MOMA, o el Museo Británico, entre otros. En éste último en una muestra de arte antiguo, colocó una especie de pintura rupestre en la que se veía a un humano rodeado de fieras mientras empujaba un carrito de supermercado, mientras que en el MOMA colgó un cuadro titulado Tienes unos ojos hermosos, en el que se representaba a una mujer vestida de época y llevando puesta una máscara antigás.


Banksy también es criticado por artistas antisistema y le acusan de haberse vendido al mercado, ya que sus obras se están empezando a cotizar en las subastas a precios elevados, y porque trabaja para grandes multinacionales como Puma o MTV, al mismo tiempo que colabora con organizaciones como Greenpeace o deja una de sus obras en una institución de protección a la infancia que le pidió uno de sus dibujos.

“Estábamos poniendo 'SIEMPRE LLEGA TARDE' en el vagón de pasajeros de un tren. De repente llegó la policía y salimos corriendo. Pero yo me arañé con las espinas de un arbusto y no me dio tiempo a llegar a nuestro coche. Mis amigos se fueron. Yo me escondí debajo de un camión de basura. El motor estaba a la altura de mi cara: un hilillo de aceite se filtraba y me caía en la cabeza. Estuve así durante una hora, mientras oía a los polis andando por los raíles, buscándonos. Decidí cambiar de táctica o dejarlo: tenía que tardar menos tiempo en pintar. Entonces vi que el tanque del motor del camión tenía letras pintadas con una plantilla. Yo podía hacer lo mismo con letras mucho más grandes”.

miércoles, 8 de octubre de 2008

Mario Merz (Milán, 1925, Turín, 2003)

“Si no hubiera nada no se podría crear algo; pero no hay que pensar que crear algo es tapar un agujero, ¡el vacío no es un agujero, una ausencia!, es la posibilidad de crear.”


¿Qué hacer? Una pregunta sencilla en su formulación pero cuya respuesta se nos antoja ciertamente compleja. Una interrogación de apenas dos palabras, que esconde debajo de ella un mensaje que se puede entender desde cualquier punto de vista (social, político, sobre nuestra forma de ser y de actuar…). Esa es la pregunta que subyace en la obra del italiano Mario Merz, que pasa por ser uno, si no el más, de los genuinos representantes de una corriente artística englobada en la etiqueta de Arte Povera. Así la bautizó el crítico alemán Germano Celant, y en ella incluyó, además del propio Merz, a su mujer, Marisa, Giovanni Anselmo, Janis Kounellis, Pistoletto, Zorio, Penone y algún otro.

Un grupo heterogéneo en sus formulaciones artísticas, y que compartían una base en el uso de materiales pobres, desechados por una frenética sociedad de consumo y a los que estos artistas dotan de significado artístico y, si se quiere, de un contenido crítico hacia esa sociedad que los desprecia, que los considera deleznables y los convierte en elementos contaminantes. Al mismo tiempo, estos artistas utilizan como vehículos de comunicación formas que tienen poco que ver con las tradicionales, como podían ser el cuadro o la escultura y el dibujo, al mismo tiempo que buscan que su arte salga a la calle, entre en contacto directo con el espectador fuera de los espacios sacralizados para ello como son los museos y las galerías.


Centrándonos en Mario Merz, su llegada al mundo del arte estuvo relacionada con su detención en los momentos finales de la Segunda Guerra Mundial, después de que decidiera abandonar la facultad de medicina para unirse a un grupo de resistentes antifascistas llamado Giustizia e Libertà. Ese le llevó a la cárcel y será precisamente ahí cando empiece a dibujar casi de forma compulsiva, sobre cualquier tipo de superficie que tuviera a mano.

Pasado el conflicto, Merz inicia un camino experimental en el que empieza a utilizar elementos biológicos, con la intención de transmitir un mensaje de raíz ecologista. En la década siguiente, es decir, en los 60, empieza a atravesar objetos con luces de neón, con lo que conseguía dotarlos de un aura de la que carecían antes de caer en manos del artista, y que les da un aire trascendente, casi místico, colocándonos delante de unas obras en las que no es posible encontrar certeza alguna, y esto será otra de las claves de este artista italiano.


En 1968 Merz hace su primer iglú, en lo que terminó por convertirse en la pieza por excelencia de su producción y que le hizo conocido por el gran público. “Hice el iglú —declaró— porque quería abandonar el plano; además, el iglú era interesan te como idea de espacio absoluto en sí mismo, ya que no es moldeado, sino que es una semiesfera apoyada en la tierra. Y por último, al iglú se sumó el trabajo de escritura, que me pareció tan importante que quise que fuera una escritura estática, como puede ser darle forma de escritura al neón.” (Cita extraída del artículo Vuelta al mundo en 80 iglús, publicado por Daniel Molina en el diario argentino Clarín)

Con esos iglús, Merz está en el arranque del fenómeno de las instalaciones, y para construirlos utiliza un armazón metálico recubierto con diferentes tipos de materiales, como pueden ser el barro, el lodo, el vidrio, la madera u otros. Junto a ellos, y escritas con luces de neón, coloca frases co mensajes de carácter político. El iglú pone en comunicación dos espacios, el interior que tiene una connotación protectora, y el exterior, que es donde el hombre se convierte en un ser social y, por lo tanto, político. Otras veces intenta hacer llegar su mensaje o una metáfora conceptual, por medio de las matemáticas, por medio de la fórmula Fibonacci de progresión matemática.

“En el iglú no existen ángulos , no hay salientes, no hay líneas rectas. Es una casa pero al mismo tiempo es un lugar casi mágico que infunde un sentido de protección y que ciertamente despierta también sensaciones religiosas evocando de manera muy evidente la forma de la cúpula de las iglesias... En el iglú es como si el arte y la vida se fusionaran en una forma única. La única escultura posible es una auténtica casa”.