lunes, 29 de julio de 2019

Richard Gerstl (Viena 1883-Viena 1908): En los albores del expresionismo

Retrato riendo.

Pensamos en la capital austriaca finisecular, todavía capital del Imperio Austrohúngaro, un joven de familia bien rebelde hasta el punto de ser expulsado de todas las instituciones educativas, creciendo en plena Sezession con Gustav Klimt como figura artística de referencia, amigo de Arnold Schönberg influyente compositor musical padre de la atonalidad, y de su esposa Mathilda, seis años mayor que él con la que tendrá un idilio hasta que el marido descubrió el pastel, retiró todo su apoyo al joven pintor y este, después de quemar parte de su obra, terminó suicidándose poniendo así fin a una corta pero muy intensa carrera artística que le llevará a las puertas del expresionismo.

La familia Schönberg (1908)

La agitación interior del artista es muy palpable en parte de una obra en la que los paisajes, los retratos y los interiores, al menos de las pinturas que se conservaron, son los tema fundamentales y dentro de cada uno de esos temas, podemos encontrarnos con visiones artísticas muy diferentes.

Mathilde Schönberg y su hija.

Así, vemos retratos de Schönberg y de su esposa e hija, que tienden al realismo, retratados en habitaciones interiores de su casa perfectamente reconocibles, y con una especial atención a unas miradas que parecen ver más allá del espectador, como si pudieran atravesar la materialidad de nuestros cuerpos y vagar por espacios vedados a los simples mortales. Miradas sin duda inquietantes.


Retrato de grupo (1908)

Otras veces, veremos como esos retratos se convierten en machas de color, en los que es prácticamente imposible adivinar los detalles de los rostros, convertidos en máscaras, casi al modo del belga Ensor, y además difuminadas, sobre cuerpos donde las ropas tiemblan, parecen desplazarse de un modo caprichoso y uno espera que en cualquier momento, toda la composición se venga abajo, todo se diluya.

Autorretrato (1901)

En sus autorretratos (se suicidó ante el espejo que había utilizado muchas veces para pintarse a sí mismo), lo mismo aparece como un ente blanquecino sobre un fondo azul oscuro, casi negro, imponiendo su figura y rodeado de una suerte de aura, quien sabe si como un mensaje pidiendo ser salvado de las sombras interiores que le acompañaban, mientras que otras veces ríe como un loco en un desvarío sobre un fondo de pinceladas cortas, rápidas, oscuras.

Lago Traunsee (1907)

Y los paisajes, unos en los que no parece descabellado pensar en la influencia de Van Gogh, en los que utiliza el color de una forma muy personal, muy valiente, unas veces con pinceladas largas, muy cargadas de color, que convierten la paz del lago Traunsee, en cuyas proximidades tenían su casa los Schönberg, en algo inquietante. Era 1907. Al año siguiente se destapará el romance, y Mathilda optará por seguir con su marido, y Gerstl por el suicidio.

Más información: Wikipedia, Xataka, Viena y yo, Richard Gerstl [en].

lunes, 22 de julio de 2019

La gran belleza (La grande bellezza, Paolo Sorrentino, 2013): El extraño ritual de la decadencia



Llevamos unos segundos de película cuando vemos a un turista suponemos que japonés, alejándose mientras su grupo sigue atentamente las explicaciones de una guía. El turista se asoma a la ciudad de Roma e incapaz de soportar tanta belleza se desploma, ¿simple desmayo? ¿fallecimiento? A nadie le importa, es un simple turista, uno más. “Los únicos habitantes de Roma son los turistas”, dice uno de los personajes en un momento determinado de la película.



Luego saltamos a una desenfrenada fiesta de cumpleaños, concretamente, del 65 cumpleaños de Jep Gambardella, al que da vida un inconmensurable, Toni Servillo, un personaje que en su juventud decidió convertirse en el alma de todas las fiestas de Roma, incluso con el poder para hundirlas. Lo mismo que fluyen las aguas del Tíber o las de ese mar que Jep ve en el techo de su habitación, su vida fue yendo por cenas, fiestas y demás saraos sociales donde se cruzan intelectuales, periodistas, vendedores de juguetes, mujeres socialmente comprometidas o no, de una alta sociedad tan vacua como sus vidas.


Es una película sobre la belleza, por lo tanto sobre lo efímero, sobre la nada que queda después de ese momento de extraordinaria belleza que vamos a recordar para siempre, y que muy bien puede valer por toda una vida. Eso es lo que da algún  resquicio de sentido a la vida de los personajes que van transcurriendo por la película, todos ellos náufragos de una juventud que ya fue y de una senectud que ahí está llamando a las puertas.


Mientras los jóvenes contemporáneos, o bien se refugian en la religión (ese colegio de monjas adolescentes) o en el desorden mental, náufragos también de esa nada inmensa de la que hablaba Ángel González, que les lleva al suicidio o a una creación artística pretendidamente intelectual pero que detrás de la fachada, de nuevo, se esconde una nada igualmente inmensa. 


Belleza hay a raudales en esta película, desde la música, hasta cada uno de los planos, los monumentos de Roma, la magnífica terraza con vistas al Anfiteatro en el que transcurre buena parte de la película, la forma tan elegante con la que Jep deja transcurrir una vida en la que ha dejado de crear, de sentir, a la que se enfrenta desde una hermosa lucidez.



Y Roma, esa ciudad eterna, decadente, un espacio urbano que es más un estado del alma, donde las palabras echan abajo máscaras de pretendida intelectualidad, de compromiso ciudadano impostado mientras se vive rodeado de criados, y se sale en televisión incluso los lunes, un día en el que ni siquiera los “camellos” salen a la calle, como señala Gambardella en uno de los mejores momentos de la película. Os dejo el vídeo por si alguien lo quiere ver.


Mientras tanto la cámara de Sorrentino nos lleva a ver Roma desde las alturas, a bajar al fondo de las criptas de las iglesias, a deambular por viejos pasillos oscuros llenos de esculturas clásicas, por interiores minimalistas, por la decadencia, por la desidia moral, por los caminos, en definitiva, de la vida.


jueves, 18 de julio de 2019

Dog Soldiers (Robert Stone, 1974, Malas Tierras 2019)


Estamos ante la primera novela que traza un paralelismo entre la guerra de Vietnam y las repercusiones que la misma generó en los Estados Unidos, concretamente en el estado de California, patria de los hippies y de los movimientos contraculturales y pacifistas nacidos precisamente al calor del conflicto desarrollado en el sudeste asiático, provocando un tormentoso y doloroso despertar en la sociedad norteamericana que ya no volverá a ser la misma.

Atrás van a quedar el sol y las flores ahogados ambos en la marea de drogas que asolaron a los soldados norteamericanos desplegados en Vietnam, un infierno insoportable como muy bien nos trasladó después del cine, que terminará por llegar al otro lado del océano hasta hacer entrar en crisis el tan traído y llevado sueño americano.

El protagonista es John Converse, un periodista de tercera y un escritor de cuarta, que ejerce como corresponsal de guerra en Saigón de una publicación comunista, dirigida por su suegro, y que busca su particular evasión de la realidad a través de la funesta idea de importar a los Estados Unidos tres kilos de heroína, y lograr así un buen dinero. Para ello involucra a un amigo suyo, marine, y a su mujer, que trabaja en un sórdido cine porno y, claro está, con semejantes ingredientes uno tiene claro que nada bueno puede salir de ahí.

- ¿Qué pasará mañana? preguntó.- ¿No lo pillas? Le puso un dedo en el vientre y lo deslizó hasta que la yema de los dedos le apretó los genitales. Acercó los labios a su oído -. Estamos muertos.

Si la selva asiática está llena de peligros de todo tipo, no lo está menos la selva urbana y desértica de los Estados Unidos, y si los soldados norteamericanos no saben qué es lo que se les ha perdido tan lejos de casa, sus compatriotas están igualmente desnortados, sin encontrar sentido a sus existencia mientras deambulan por calles tristes, moteles tétricos, con un falso Hollywood poniendo un brillo apagado, policías corruptos de un lado y otro de la frontera, y un mal oculto en todos los rincones que termina llegando incluso a aquellos refugios ocultos en montañas donde habitan náufragos de todas las resacas lisérgicas.

Al final, para un hombre como es debido, para un samurái, no hay demasiadas cosas que merezca la pena desear. Pero hay algunas. Y al final, si un hombre como es debido sigue necesitando una ilusión, elige la más valiosa y se compromete con ella. Esa ilusión podía consistir en esperar el día en que una mujer estuviera en sus manos. En estar con ella y estremecerse en el mismo momento. Si dejo esto, pensó, seré viejo: no quedarán más que fantasmas, resacas y dulces recuerdos. A la mierda, pensó, haz lo que sientas. Esta es la ola. Esta es la ola que debo montar hasta que se estrelle.

Probablemente a la misma velocidad con la que el ejército camina hacia la derrota, la sociedad norteamericana está también haciendo su propio camino de autodestrucción, a lomos de las drogas, el nihilismo y los excesos de todo tipo, haciendo estallar el colorido de los años 60 y convertirlo en un oscuro gris, casi negro, de los 70. Sin embargo, la novela también deja espacio al humor, con personajes que bien nos pueden recordar al Gordo y el Flaco, y situaciones francamente divertidas para una historia de regreso, una acción que nunca es fácil, de perdedores condenados a que todo les salga mal o casi.

Nunca se me ha dado bien esto, pensó. Un enamorado, eso es lo que soy. Una pizca de algo en el vacío de todos, un punto de inflexión, algo a lo que agarrarse. Un hombre al que es fácil dejar atrás.

lunes, 15 de julio de 2019

Max Klinger (Leipzig, 1857- Grossjena, 1920): La obra total




Son muchos y muy variados los caminos por los que transitó el arte de este alemán, generalmente etiquetado como un artista simbolista, etiqueta que, como todas, no abarca de forma completa la totalidad de la obra de Max Klinger, cuyos postulados seguirán tiempo después otros artistas alemanes como Käthe Kollwitz o los propios expresionistas.




Y es que dependiendo del medio artístico elegido, los planteamientos estéticos variaban considerablemente en la obra de un Klinger, nacido en el seno de una familia de clase media, que transitó por la escultura, la pintura y el grabado. Una vez hechos sus primeros estudios en la Real Academia de Arte de Berlín allá por 1878, iniciará una serie de viajes por distintos países de Europa que le llevarán a conocer desde el arte de la antigua Grecia, al paisajismo inglés, los impresionistas franceses, y la obra de Goya en España, que tanta influencia va a tener en su trabajo como grabador.




Si sus primeros maestros fueron pintores realistas como Karl Gussov y Adolph von Menzel, Klinger irán más allá para dotar al realismo de sus obras de un contenido simbólico, en temas mitológicos y alegóricos que, en ocasiones, pecan de una frialdad acorde con los postulados estéticos que el propio artista definirá en un ensayo titulado Pintura y dibujo (1895), en el cual defendía que la pintura y la escultura policromada debían de excluir en su concepción factores emocionales que pudieran suponer algún tipo de interferencia en su representación.



Sin embargo, en sus grabados o estampas en blanco y negro, ahí sí abogaba por dejar paso a percepciones subjetivas de la realidad, lo que aumenta la carga emocional de esas obras y donde la representación objetiva se convertía en algo menos relevante. Una subjetividad que le alejaba del realismo social, aún cuando sí es cierto que en algunas de sus obras, como las que dedicó al mundo de la prostitución es posible ver una denuncia de la hipocresía burguesa construida alrededor de ese mundo.




De esa forma anticipa las cuestiones nucleares en la obra de otros artistas alemanes, como la propia Kollwitz, que ponen el acento en la pobreza, la violencia en general, y la sufrida por las mujeres, en particular, en obras de una gran fuerza expresiva.




La música será otra de las artes que tendrán influencia en la obra de Klinger, sobre todo de compositores como Schumann o Brahms, con la creación de obras capaces de sintetizar la música con la poesía o las artes visuales, en una suerte de obras de arte totales. 

miércoles, 10 de julio de 2019

Lovis Corinth (Tapiau [Gvardeysk], Prusia [hoy Rusia] 1858 – Zandvoort, Holanda, 1925): Del realismo al expresionismo

Morgensonne, 1910.

Estamos ante un pintor que recorrió, artísticamente hablando, dos de los grandes movimientos de las vanguardias de finales del siglo XIX y primeras décadas del XX, como son el impresionismo y el expresionismo, partiendo de un realismo aprendido en las academias de Königsberg y Munich, en las que daría sus primeros pasos en el aprendizaje de oficio de pintor, para luego pasar a la faceta de maestro, con la particularidad de que su primera alumna, Charlotte Berend, veinte años más joven que él, terminaría por ser su mujer y su musa de referencia convirtiéndola en protagonista de muchas de sus obras.

Mar, La Spezia, 1914. 

En 1884 inició un viaje que le llevará a Amberes y París, donde podrá conocer de primera mano la obra de los impresionistas y la pintura al aire libre que luego verán su reflejo en los paisajes de Corinth, además de adentrarse en los secretos de la pintura del desnudo que tanta relevancia tendrá en su obra.


Die Hexen, 1897.

Unos desnudos los de Corinth desprovistos de connotaciones heroicas, históricas o religiosas, que les dieran una coartada, pasando a ser desnudos que le permiten al artista profundizar en algunos de los temas más recurrentes de su obra, como son el amor, el sexo o la muerte, en los que se aprecian ecos claros de otros compatriotas suyos como Otto Dix, George Grosz o Ludwig Meidner.


Las Tres Gracias, 1904.

La figura de Jesucristo, papel en el que se llegó a retratar en alguna ocasión, será una de las fijaciones de Corinth, para reflejar, no la alegría por el sufrimiento que desemboca en la resurrección, el sufrimiento sin disimulos de un hombre sometido a una tortura intensa. Una forma de contar que le enmarca claramente como un pintor subversivo, decidido a romper los convencionalismos por medio de un estilo lleno de dramatismo y con un punto visionario. 


El Nacimiento de Venus, 1923.

Los cuerpos y la carne, entendido esta última al modo de las escenas de matadero de Rembrandt, las fusiona Corinth en obras en las que aparecen unidos los desnudos con los esqueletos de los animales, en obras en las que nos parece estar oyendo, a través de una pintura ya sí plenamente expresionista, los gritos rompiendo nuestros oídos.


Mujer con lirios.

Posiblemente sea en sus paisajes en donde se muestre Corinth como más abiertamente impresionista, al menos en el concepto de pintura al aire libre, en la plasmación en el lienzo de un mismo paisaje en distintos momentos del día o en diferentes estaciones, obras en las que el color cobra una autonomía absoluta, donde las formas se difuminan y la pincelada se pone al servicio de la expresividad de la obra.

Eduard von Keyserling, 1900.

En sus retratos y autorretratos es donde mejor se percibe la evolución estilística del prusiano, con la particularidad de que todos los años en el momento de acercarse su cumpleaños tiene la costumbre de retratarse a sí mismo, una costumbre que no tiene parangón en la época. En 1911 sufrió una apoplejía que, sin embargo, no le impidió seguir pintando, momento a partir del cual la vertiente expresionista de su pintura será hegemónica.

Con todo ello no es para nada extraño que los nazis declararan su pintura como arte degenerado.

Más información: Wikipedia, Museo Thyssen, Museo de Orsay.

miércoles, 3 de julio de 2019

Leonardo Alenza y Nieto (Madrid 1807-1845): Tipismo romántico

La muerte de Daoiz en el parque de artillería de Monteleón (1835)

El pintor que seguramente más ironizó sobre el suicidio romántico que tan de moda se había puesto entre la juventud española de la época, no pudo escapar a un destino tan propio de los artistas del momento, como fue el fallecimiento, sin haber cumplido los 38 años de edad, por tuberculosis en medio de la mayor de las indigencias, hasta el punto de que tuvieron que ser sus amigos quienes costearan su enterramiento en un nicho, para evitar que su cuerpo fuera inhumado en una fosa común.


La azotaina (1830)

Un pintor que vivió una infancia en medio de la guerra contra las tropas napoleónicas, la posterior restauración fernandina y el reinado de Isabel II, pasando por la primera de las tres guerras carlistas.


El sacamuelas (1844)

Leonardo Alenza, nacido en el seno de una familia modesta, siguió una formación artística convencional con el paso por la Academia de San Fernando, primero en el estudio que la institución tenía en el convento de la Merced, y luego en la propia academia, donde tendrá como principales profesores a Cástor González Velázquez, Juan Antonio de Ribera o José de Madrazo, entre otros.


El triunfo de Baco (1844)

Lógicamente, sus primeras obras se atendrán a los estándares academicistas, con predominio de los temas de historia como se puede ver en su obra David con la Cabeza de Goliat o La muerte de Daoiz en el parque de artillería de Monteleón, por citar tan solo dos de ellos. Obras con las que perseguía, como se afirma en la reseña del Museo del Prado, “no solo el reconocimiento público de su arte, sino también alcanzar un puesto de prestigio en el entramado artístico, sin abandonar una clara postura de originalidad en cuanto al tratamiento iconográfico y estilístico de sus obras.”


Caballeros conversando en el Café Levante de Madrid (c. 1830)

También va a ser un destacado retratista, con una serie de obras en las que destaca el estudio psicológico de unos retratados que destacan sobre fondos de tonalidades oscuras y neutras, de tal forma que la atención del espectador no es distraída por nada para que concentre su mirada únicamente sobre el retratado.


El viático (1840)

La sólida formación como dibujante, que le va a llevar a ilustrar obras literarias y a publicar dibujos y grabados en revistas de la época, queda puesta de manifiesto en las estampas de género que terminarán por convertirse en la parte de su obra más conocida por el gran público. Son tipos del Madrid isabelino, muy inspiradas por las de Teniers y Woumermans, en escenas de viáticos, romerías, riñas, posadas, músicos, manolas, brujas; o tipos aislados como castañeras, aguadores, gitanas, mendigos, presidiarios, entre otros muchos.


En el garlito (c. 1835)

Una obra más irónica que satírica, deudora del último Goya, con un estilo rápido, desenvuelto, poniendo el acento en los aspectos más grotescos de las clases bajas de la capital de España que forman parte, por derecho propio, de eso que se conoció como veta brava del costumbrismo romántico, también cultivada por otros pintores del romanticismo español.

Sátira del suicidio romántico (c. 1839)