lunes, 31 de octubre de 2011

David Lynch. Crazy Clown Time

En una semana el director de cine David Lynch, sacará al mercado el que será su primer disco que lleva por título Crazy Clown Time. Aquí os dejo el video de adelanto de lo que será un disco a buen seguro muy en la línea creativa de Lynch, o sea, cualquier cosa menos convencional.

Algo más de información aquí.

domingo, 30 de octubre de 2011

Elena Asins (Madrid, 1940)


Cánones 64

“Por la coherencia de su trayectoria y la vitalidad, complejidad y variedad de un trabajo vinculado con la tradición constructiva de la vanguardia. Una labor caracterizada por una resolución formal, depurada y abierta a un amplio abanico de lenguajes y formatos -poesía concreta, dibujo, libro, escultura o video-, así como a ámbitos próximos a la música o la arquitectura. El empleo de la teoría de cálculo y los algoritmos para sus realizaciones artísticas hacen de Elena Asins una de las pioneras del arte asistido por ordenador en España.”

Esa es la justificación dada por el jurado del Premio Nacional de Artes Plásticas para otorgar el galardón a la artista Elena Asins, un galardón que se venía a unir a la Medalla de Oro al Mérito a las Bellas Artes que ya tenía desde 2006.

En todo caso se premió a una mujer adelantada a su tiempo cuando en los finales de los años 60 trasladó sus investigaciones artísticas hacia el campo de las formas salidas de fórmulas matemáticas, luego producidas a través de medios informáticos.

Cánones 22
Un territorio al que llega después de transitar por el camino de la pintura figurativa  y de formar parte de los grupos Castilla 63, Nueva Generación o la Cooperativa de Producción Artística y Artesana. En 1968 se producirá un hecho decisivo en la carrera artística de Asins, como es la participación en seminarios de Generación Automática de Formas Plásticas en el Centro de Cálculo de la Universidad Complutense de Madrid.

Dolmen 8 unidades
Sin título
“Elena Asins comienza explorando diversas opciones que van desde el arte óptico hasta la pintura monocroma —en línea con el suprematismo de Malévich—, tanteando e incorporando soportes no convencionales como el hilo de nylon o sencillas figuras de papel plegado. También utiliza procedimientos estandarizados de rotulación y mecanografiado, tipografías letraset, cintas dymo o composiciones realizadas con la máquina de escribir, para piezas más cercanas a la poesía concreta”, se explica en la Revista de Arte.

Una abstracción geométrica rigurosa apoyada en una paleta de negros, blancos y grises, los considerados como no colores, para un mundo en el que las matemáticas son el referente clave para unas obras que “son una continua exploración de formas plásticas con la poesía y la lingüística, la filosofía, la música o la arquitectura. Hay un juego también con el negro y el gris, con los que consigue ritmos y composiciones tan delicadas como contundentes”, según se dice en un artículo publicado en el periódico El País.

Tampoco hay que dejar de lado el conocimiento de las teorías lingüísticas de Noam Chomsky, con el que estudió en la Universidad de Columbia, de tal forma que sus obras “pueden entenderse como metáforas visuales que contienen siempre aquello que no es inteligible y que permanece como paréntesis o silencio en la teoría estructuralista” (cita extraída de la web del Museo Reina Sofía)

Fragmento de la memoria

domingo, 23 de octubre de 2011

Jacquès Prevert (1900-1977)


Desayuno


Echó café

en la taza.

Echó leche

en la taza de café.

Echó azúcar

en el café con leche.

Con la cucharilla

lo revolvió.

Bebió el café con leche.

Dejó la taza

sin hablarme.

Encendió un cigarrillo.

Hizo anillos
de humo.

Volcó la ceniza

en el cenicero
sin hablarme.

Sin mirarme

se puso de pie.

Se puso
el sombrero.

Se puso
el impermeable

porque llovía.

Se marchó
bajo la lluvia.

Sin decir palabra.

Sin mirarme.

Y me cubrí
la cara con las manos.
Y lloré.


El fusilado

Las flores los jardines las fuentes las sonrisas

Y la alegría de vivir

Un hombre está caído y bañado en su sangre

Los recuerdos las flores las fuentes los jardines
Los sueños infantiles

Un hombre está caído como un bulto sangriento

Las flores las fuentes los jardines los recuerdos

Y la alegría de vivir

Un hombre está caído como un niño dormido.



De "Histoires"

Versión de Aldo Pellegrini


El escolar perezoso



Dice no con la cabeza

pero dice sí con el corazón

dice sí a lo que quiere

dice no al profesor
está de pie
lo interrogan

le plantean todos los problemas

de pronto estalla en carcajadas

y borra todos
los números y las palabras

los datos y los nombres

las frases y las trampas

y sin cuidarse de la furia del maestro

ni de los gritos de los niños
prodigios
con tizas de todos los colores

sobre el pizarrón del infortunio
dibuja el rostro de la felicidad.



De "Paroles"

Versión de Aldo Pellegrini


Estos poemas y algunos otros en la web de amediavoz.

martes, 18 de octubre de 2011

Accidents Polipoètics: De la bombona de butano al minimalismo.


Cómete la sopa, cómete la sopa, cómete la sopa. Cásate con ella, cásate con ella, cásate con ella.

Esas dos frases repetidas machaconamente llevaban acompañándome desde hacía ya bastantes años, desde que una noche de un mes que no recuerdo las escuché en un programa que creo recordar que se llamaba Ars Sonora en Radio Clásica de Radio Nacional de España. Se me quedaron esas frases y el recuerdo de lo divertido que me habían parecido aquellos dos tipos que más que recitan disparaban palabras. Con lo que no conseguí quedarme fue con el nombre de aquel dúo.

Años más tarde, en la sección de cultura del Telediario de la 1 de TVE (no me pidan si era la edición de tarde o la de la noche que a tanto no llego), volvieron a sonar esas frases que me habían venido acompañando durante años. Ahora sí, lápiz y papel en mano tomé buena nota del nombre del dúo y por fin pude poner identidad a los autores de aquellas frases y que no era otra que la de Accidents Polipoètics. Y pude quedar en paz.



Detrás de ese nombre se ocultan o se desvelan, según se mire, las identidades de los catalanes Xavier Theros (Barcelona, 1963) y Rafael Metlikovez (Canovelles, 1964), juntos desde 1991 y en plena celebración de sus primeros 20 años de palabras convertidas (polipoesía es la etiqueta) en armas arrojadizas impulsadas por un negro sentido del humor (el único de los sentidos del humor posibles a mi entender), del que no se escapa ningún aspecto de la realidad cotidiana, desde esas frases machaconas paternas y maternas con las que hemos crecido, hasta el nacionalismo sea del tipo que sea, las convenciones sociales y cualquier otra cosa.


Desgraciadamente en este país cuando se habla de un recital poético la mayor parte de la gente todavía se asusta, porque eso se ha identificado con una actividad erudita, solo propia para intelectuales de chaquetas de pana y gafapastas, todo muy sobrio, contenido y solo accesible a intelectuales de altos vuelos.

Accidents Polipoètics son todo lo contrario, es poesía cercana, viva, de pie de calle, tanto que han hecho recitales en plena calle o en mercados de abastos, con espectáculos que han ido evolucionando hasta el minimalismo. Si en sus inicios, y así lo cuentan ellos mismos, salían al escenario con los textos serigrafiados en ladrillos que se rompían al final del espectáculo, o con botellas de butano al hombro, ahora lo hacen únicamente equipados con un tricornio, una bocina o cualquier otro elemento sencillo que les ayuda a transmitir la complejidad que se oculta detrás de una formulación aparentemente sencilla.

Reconocen influencias de Joan Brossa o Salvat Papasseit, los poetas de la Generación Beat, Gómez de la Serna o los recitales futuristas y dadaístas, junto con la de humoristas como Gila y Jardiel Poncela, la televisión, el pop y el mundo de la publicidad. Y si hablamos de colaboraciones hay están las que han hecho con Luis Auserón, Pascal Comelade o Jaume Sisa o las teatrales con La Fura dels Baus y Sol Picó.

 Denle play y escuchen, escuchen.


lunes, 17 de octubre de 2011

Elena Dorfman (Boston, Estados Unidos, 1965)

Después de pasarse más de dos décadas como fotógrafa de prensa, Elena Dorfman decidió dar un paso más allá y dedicarse a la fotografía artística. Eso fue en 2003, como dice Cheri Louise Turner, y dos años más tarde ya había conseguido el reconocimiento a su trabajo con la serie Still Lovers.

Una serie que no podía haber escogido un tema más llamativo que el de esas personas, hombres y mujeres, capaces de compartir sus vidas con muñecas hinchables, pero no unas muñecas cualquiera sino unas que únicamente se pueden comprar por Internet al precio de 6.000 dólares. Muñecas hiperrealistas hechas de encargo de tal forma que se pueden escoger todas sus características físicas.

Con esas fotografías, Dorfman entra de lleno en el terreno de lo emocional, de los motivos por los que esas personas deciden convertir a una muñeca en uno más de la familia y no solo por una razón de índole sexual, que también. Una exploración que “me obligó a reflexionar acerca del concepto que yo tenía del amor y qué es lo que a valorar un objeto, que viene a reemplazar de hecho a un ser humano, como algo real”, explica la propia Dorfman en su página web.


Esta fotógrafa huye de la tentación de juzgar a esas personas y eso se ve claramente en unas fotografías que buscan retratar la realidad cotidiana de esas personas, de ese matrimonio que tiene varias de esas muñecas escondidas en un rincón de la casa para que sus hijos no las encuentren, y nos deja unas escenas que tienen mucho de cotidiano y capaces de llenar el aire de cuestiones.


La construcción de la identidad en relación a los demás, esas personas inmersas en una cultura del manga, de los cómics, de las novelas ilustradas capaces de mimetizarse con sus héroes o personajes favoritos, son los sujetos a los que Dorfman retrata en otra de sus series más celebradas y que lleva el título de Fandomania.


Personas reconocibles en convenciones, exposiciones o festivales de las más diversas procedencias y unidas por el afán común de diseñar una identidad con los límites entre realidad y ficción diluidos. “El teatro del cosplay [vestirse como un personaje] no tiene fronteras, es impredecible, con final abierto. Incluye lo fantástico y lo mundano, la sexualidad aberrante y la inocente, personajes femeninos se convierten en guerreros samuráis o en brillantes científicos y personajes masculinos que, por arte de magia, se cambian de sexo”, tal y como se puede leer en aperture.org.


Figuras que coloca ante un fondo negro del cual parecen salir desde ese mundo de fantasía para hacerse fantasmagóricamente reales, de la misma manera que los personajes de su serie más reciente titulada The Pleasure Park, en la que se centra en el mundo de los jockeys y las carreras de caballos, una mirada particular a ese mundo de purasangres y de pequeños jinetes sometidos a toda clase de controles alimenticios para pesar lo menos posible y permitir que el caballo pueda correr más deprisa.


Una nueva exploración entre ficción y realidad al sacar a los personajes, caballo y jinete, de su contexto habitual de un hipódromo ofreciendo una visión nueva y chocante con esos caballos formidables con los ojos tapados para evitar que se asusten y creando una serie “directa, dramática y cautivadora”, según la definición de Cheri Louise.

martes, 11 de octubre de 2011

Uno Rojo división de choque (The Big Red One, Samuel Fuller, 1980)


Fallecido en 1997, Samuel Fuller fue un periodista que terminaría llegando al territorio del cine y de la producción televisiva, con un paso intermedio por la Segunda Guerra Mundial recorriendo los diferentes teatros de operaciones militares desde los desiertos de Túnez hasta las playas de Normandía.

El mismo recorrido que traza Fuller para los fusileros de esa unidad de choque conocida como Uno Rojo y en la que combatió el propio Fuller. De ahí que las vivencias de los soldados se puedan entender como una suerte de autobiografía (incluso uno de los personajes tiene veleidades literarias y se considera como el alter ego del director) bélica.

Sobrevivir es la única gloria que se puede sacar de una guerra se repite en varias ocasiones a lo largo de la película. Una frase sarcástica, al mismo tiempo que real, capaz de encajar perfectamente en el tono cínico, surrealista y de humor negro con el que están teñidas muchas de las situaciones de la película.

Una historia circular que se inicia en la Primera Guerra Mundial al pie de un Cristo de madera sin ojos, en el que el personaje al que da vida Lee Marvin, casi muere a los pies de un caballo desbocado después de haber matado a un soldado alemán que quería rendirse mientras decía que la guerra había acabado. El cabo americano no se lo cree y lo mata.


El fina de la película intenta servir como una reparación de ese hecho con casi 30 años de retraso, pero eso ya no es posible, y es que cuando alguien ha pasado por una guerra son muchas las cosas que se le quedan dentro. Un film de aire antibélico en el que muchas de sus escenas transcurren en silencio y solo una voz en off nos da alguna información acerca de los soldados, de ese pelotón que está siempre en vanguardia y que, de vez en cuando, se cuestiona si lo que hace es simplemente matar o si habrán entrado de lleno en el terreno del asesinato.


Ya sabemos que en una guerra cabe todo excepto esas disquisiciones filosóficas, máxime cuando ni siquiera se sabe el nombre del soldado que acaba de morir a tu lado, y solo el pelotón es importante para asegurar la supervivencia de uno, el objetivo que todos comparten. De hecho el nombre del personaje de Lee Marvin solo lo conoceremos como “El sargento”.

No hay más, no importa, solo hay que matar para no morir y si eso equivale a tener que disparar sobre un compañero que tiene miedo para que se vuelva a poner en marcha, pues se hace y punto, porque está comprometiendo la supervivencia de los demás aunque sea al precio de su propia muerte.

Lo absurdo de la guerra se pone radicalmente de manifiesto en la escena del combate en el interior de un psiquiátrico, cuando uno de los internos, que tiene tras de sí una reproducción de la Última Cena de Leonardo da Vinci, empieza a disparar un arma mientras grita “estoy sano, estoy sano”.

Humor negro en escenas como la del parto en el interior de un tanque rodeado de muertos, y los condones utilizados como guantes; un francotirador que apenas es un niño que cuando es azotado cambia su vivas a Hitler por un grito desesperado llamando a su madre; o esos campesinos ya jubilados dispuestos a oponerse a los americanos con sus instrumentos agrícolas y a los que unos disparos al aire disuaden de forma inmediata.


Y el horror de descubrir los campos de exterminio, un horror que nos llega de una forma meridana a pesar de contárnoslo con una gran contención de medios, no hace falta que veamos montañas de cadáveres o cuerpos devorados por el hambre y el maltrato, basta con los ojos, con esas miradas perdidas en el miedo, y ese humo que sale de una chimenea. No hace falta más.

lunes, 10 de octubre de 2011

Agathe Snow (Córcega, Francia, 1976)


Aunque nacida en territorio insular francés, Agathe Snow es en todos los sentidos una nativa de Nueva York, ciudad en la que vive y desarrolla una carrera artística que, simplificando mucho, transcurre por los caminos de la performance. Y digo eso porque en su producción es fácil encontrarse con diversos medios de expresión e incluso con acciones no consideradas como obras de arte por ella misma.

Entre esas últimas incluye acciones por medio de las cuales la artista y un grupo de personas que la acompañan, invaden una casa y organizan una comida en ocasiones con un menú que toma como referencia alguno de los países invadido por los Estados Unidos a lo largo de la historia. La cocinera es la propia Snow vestida para la ocasión con un vestido de novia. Acciones bautizadas como Feed the Troops (Alimentar a las tropas) o War Series (Series de guerra).

La presencia de grupos de personas, frecuentemente activadoras de la obra producida por Snow, es una constante en una artista que si por un lado elabora un discurso de tintes apocalípticos, por otro lado nos hace ver la existencia de vías de salvación a través de la acción comunitaria.


En esa línea creó una performance para la inauguración de la galería de James Fuentes en Nueva York, para la que diseñó un recorrido para un grupo de unas 25 personas que la acompañaron en un trayecto que les llevaría hasta una puerta trasera de la galería y entrar en una instalación que quería ser el vientre de una ballena. Se trataba de un momento postapocalíptico en el que Manhattan era asolado por una potente inundación y ese grupo de personas se convertían así en lo supervivientes y en los protagonistas de una acción que duró tres días.


Instalaciones acompañadas por pequeños ex votos diríamos, pequeñas esculturas realizadas con materiales de desecho de nuestras sociedades recogidos por Snow por las calles, con los que quiere lanzar un mensaje de esperanza: quién sabe si esos objetos que hoy rechazamos pueden llegar un día a ser tan valiosos como una obra de arte.


Su obra trata de “grupos y comunidades, unos pocos amigos que celebran, viven, beben, bailan y lo hacen todo juntos”, según escribe Christopher Bollen. En esa frase apunta a otra de las acciones organizadas por Snow de vez en cuando y que son los maratones de baile, en los que anima a los participantes a bailar mientras el cuerpo aguante. “Eso es lo que me gusta del baile, la exigencia de resistencia. Puedes romper tus barreras. Cambias, te disuelves, te descompones”, le dice la artista a Bollen.


Una parte de la inspiración para algunos de los mensajes que Snow lanza con su arte, le llegó después de los atentados de las Torres Gemelas y la reacción de muchas personas que se lanzaron a la calle a celebrar que estaban vivos y ese ambiente de celebración comunitaria unidad a una narrativa del colapso, de decadencia moral y de desorientación personal, son claves para comprender la obra de Agathe Snow.

miércoles, 5 de octubre de 2011

El Refugio (Le Refuge, François Ozon, 2009)


Mi primera experiencia con el cine de este director francés al que se ha adjetivado como el Almodóvar francés, el Varda masculino o el Chaplin de la no comedia, no ha podido ser más triste y eso a pesar de que esta película obtuvo el Premio Especial del Jurado en el Festival de San Sebastián en 2009.

La verdad es que uno no sabe si enfadarse con el director por haber despachado una película tan lánguida o sumergirse en esa misma languidez y lamentar la hora y media que se ha empleado en ver un drama que no termina de ser un drama ni una historia de amor, ni ninguna otra cosa. Vamos, una nada inmensa que diría el poeta.

El inicio sin embargo no es malo. Una pareja joven comparte chutes de heroína en un lujoso piso parisino semi vacío. Esa parte si tiene pulso, si nos hace llegar lo dramático de una situación que desembocará a la mañana siguiente con el fallecimiento de Louis y con Moose en coma. A partir de ahí se acabó: ni el anuncio a la joven yonki de que está embarazada, ni el funeral, ni el cara a cara con su “suegra” que le dice que la familia no ve bien que el fallecido vaya a tener descendencia, ni nada de nada tiene la vida necesaria para hacer que el espectador se involucre con los personajes.


Ella se termina retirando a un pueblecito muy mono del País Vasco Francés (se ve un letrero de una herriko taberna), con un paisaje espléndido y una playa que va a servir para que en su arena y en sus aguas, los personajes se reencuentren a sí mismos, aunque nunca tengamos la sensación de que se han llegado a perder en algún momento.


Moose recibirá allí a Paul, hermano de Louis, guapo y homosexual que desarrollará una relación con un joven del pueblo y, después de una noche alcohólica, con la propia Moose, en un juego de amor capaz de superar las barreras de las preferencias sexuales, o algo así.


La llegada de Paul hace que el universo de la chica se llene, como por arte de magia, de luz mientras la cosa transcurre hacia no se sabe dónde de la mano de unos actores condenados a lidiar con una historia sin aristas que no puede provocar más que unas interpretaciones planas, perdidas y ausentes hasta el punto que al espectador le termina importando un pimiento lo que ocurre en la pantalla. Al menos esa es la sensación que tuve.


Sin embargo, no faltan defensores de esta película y así Diego Batlle, en el periódico argentino La Nación, dice que se trata de una “película pequeña y directa, hecha con nobleza y sin ambigüedades. A corazón abierto”.


Con todo y con ello yo estoy más cerca de Julio Rodríguez Chico cuando escribe en La Butaca: “Su falta de hondura y su militancia ideológica pesan demasiado, y dejan al espectador con la superficial sensación de no saber qué sentía o qué pensaba esa madre antes de descubrir que no estaba preparada. Al final, parece que hemos asistido a un drama desinflado de unas cuantas madres prefabricadas y de sustitutos artificiosos, donde la emoción buscada no llega ni por la tragedia de la muerte ni por la belleza de la vida.”

domingo, 2 de octubre de 2011

Luther, segunda temporada


Después de una mini temporada de seis capítulos, la BBC rodó la segunda temporada de esta serie protagonizada por Idris Elba, el inolvidable Stringer Bell de The Wire, en este caso formada por dos capítulos de dos horas repartidos en cuatro episodios. La buena noticia para los aficionados a la serie es que la BBC ya ha anunciado que rodará una tercera temporada aunque no ha dicho de cuantos capítulos constará.

En esta segunda temporada, el inspector jefe John Luther vuelve a la carga para ocuparse de una unidad policial especializada en crímenes especialmente violentos y de asesinatos en serie. Así tendrá por delante a un misterioso asesino enmascarado que juega con el miedo de las personas, y unos más que particulares jugadores de rol.

Si por sí mismas esas dos historias crean un clímax de tensión más que notable, la peripecia personal de John Luther no viene sino a aumentarla, de tal forma que el espectador raramente tiene un momento de descanso. Luther vuelve a transitar por esas calles de Londres en las que las que parece que nunca luce el sol y la maldad se mueve entre las sombras de una oscuridad decimonónica o se desarrolla en el interior de luminosos espacios contemporáneos.


Y siempre la claustrofobia, esa que sufre Alice Morgan, inquietante y magnífica encarnación de un mal incapaz de empatizar con el sufrimiento de los demás; e incluso la claustrofobia interior de Luther, un personaje obsesivo, que va un lado a otro de la línea roja de la legalidad o de lo que la sociedad considera ético y lo que no, con las manos en los bolsillos de los pantalones y ese gesto cansado de alguien que no puede librarse de esa ecuación que dice que cada acción provoca su reacción.


Una de las particularidades de esta serie es que el espectador conoce prácticamente desde el principio quien es el asesino, y el guión se fija entonces en los métodos que utiliza Luther para atraparlo, un Luther al que le pesa el mundo y su particular talento para meterse en la mente del asesino y que le lleva a tomar actitudes incomprensibles, a veces, para sus compañeros. Una cosa así como a medio camino entre Sherlock Holmes y Colombo, como ha señalado el creador de la serie, Neil Cross.


Y es que si el mal discurre siempre por caminos intrincados, el bien a veces tampoco discurre por las autopistas, y para ayudar a alguien a veces hay que mancharse las manos lo que no significa que se tenga que ser corrupto.