La obra de Walker Evans (San
Luis, Missouri, 1903 – New Haven, Connecticut, 1975) no se entiende sin tener
en cuenta antes su pasión por la literatura, una pasión que le hizo viajar en
1922 hasta París para matricularse en la Sorbona y perseguir su sueño de
literato. Si bien no lo consiguió, la influencia de poetas franceses del siglo
XIX como Flaubert, unida a la que ya tenía de escritores de la talla de T. S.Eliot, D. H. Lawrence, o James Joyce, va a estar muy presente en el trabajo
fotográfico de Evans.
Y es que si bien no llegó a
alcanzar las cotas literarias que perseguía, sí se dio cuenta de que esas
ansias por contar historias podía hacerlo, y muy bien, a través de la
fotografía. Ya de niño era aficionado a coleccionar postales y a hacer
fotografías a los miembros de su familia. Inicios que luego enriquecerá al dar
una vigorosa estructura narrativa a unas imágenes capaces por sí solas de
contar la historia de sus protagonistas.
La naturalidad con la que Evans
se acerca al objeto fotográfico, esa falta de contenido ideológico, esa
frescura, esa ausencia de subjetividad, le terminarán por convertir en el padre
de la fotografía documental en los Estados Unidos, sobre todo gracias al
trabajo que hizo para la Farm Security Administration, organismo gubernamental
que contrató a varios fotógrafos para que tomaran imágenes propagandísticas que
destacaran los esfuerzos de la administración Roosevelt en los tiempos de la
Gran Depresión con las comunidades agrarias de la América profunda.
Sin embargo, Evans huyó de darle
ese contenido propagandístico, algo que le valió el despido del organismo
oficial, para dejar a cambio un poderoso retrato de las duras condiciones de
vida de unos agricultores y campesinos a los que la devastación el medio
natural había dejado sin nada. Imágenes que muy bien podrían haber salido de
Las uvas de la ira, de Faulkner, o de alguna de las canciones de Woody Guthrie.
Familias, iglesias, cementerios,
calles de pequeñas poblaciones ignoradas, la vida real de unas comunidades que
viven muy alejadas del relumbrón del american way of life, lejos de las luces
de las grandes ciudades. Pero también los habitantes de la gran ciudad tendrán
su hueco en el universo creativo de Evans, gracias a un conjunto de imágenes
tomadas con cámara oculta en los vagones del metro de Nueva York, centrándose
en captar las expresiones de los viajeros, hombres y mujeres de todas las
edades y condiciones que no son conscientes de que Evans estaba capturando su
alma.
Porque cuando más desnudos
estamos es cuando desnudamos nuestra alma, cuando estamos en un lugar en el que
creemos que nadie se está fijando en nosotros, cuando vamos tan relajados o tan
cansados, que aquello que realmente somos se asoma al balcón de nuestra identidad
sin que seamos conscientes de ello. En ese momento nos mostramos como los seres
vulnerables que somos, espléndidos en nuestra sinceridad sin máscaras, sin
imposturas, sin mentiras.
3 comentarios:
Espléndida entrada. Magnífico fotógrafo.
Un abrazo.
COmo siempre de total interés tu artículo. Algo que el fotógrafo aficionado desea lograr: captar, pintar, decir con imagenes.
un fuerte abrazo
Genial todo!!! Gracias
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