Esta obra se estrenó en el Teatro Eslava de Madrid, el 28 de septiembre de 1973, dirigida por José Luis Alonso y con un reparto formado por: María Asquerino (Jimena), José Bódalo (Alfonso VI), Armando Calvo (Minaya), Charo López (María), Margarita García Ortega (Constanza) y Estanis González (Obispo Jerónimo)
ALFONSO.- La Historia no se escribe con las manos lavadas. Todos hemos sufrido, y es eso, cabalmente, a lo que tú te niegas.
JIMENA.- Yo no he nacido rey. Ni hija de rey, que se castra en testamentos. He nacido mujer. ¡Y ya he sufrido! Ahora voy a comerme es un desván este cuscurro que me habéis dejado. Quiero roerlo antes de que se me caigan los dientes y no pueda.
ALFONSO.- ¡En un desván! Destápate los ojos... Mira la patria: ese lugar en que nacemos, ese río, esos árboles, con gente que habla como nosotros y que va a nuestro paso... La patria está muy por encima de nosotros y de nuestros mendrugos...
JIMENA.- ¡Déjame a mí de patrias! ¿Es que el Cid tuvo patria? Tú te pasaste la vida echándolo de ella: de Castilla, ese agujero donde son negras hasta las gallinas... ¿Es que el pueblo es la patria? ¿Qué has hecho con el pueblo? ¿Para qué lo has querido? ¿Deseó el pueblo de Castilla que tú fueras rey? ¿Te pidieron a ti los leoneses que los llevaras a morir a Golpejera? ¿Cuántos montones de cabezas le cortaron a tu pueblo los moros en Sagrajas?... Tú a ti te llamas patria; a tu voluntad, patria; a tu avaricia de poder, patria... ¡Déjame a mí de patrias! ¿No ves que estoy de vuelta de las grandes palabras? Las he mamado, Alfonso. Me he criado con ellas. He jugado con ellas, de niña, a la pelota... Apenas si he tenido marido, el que me diste, porque ya me lo diste con las grandes palabras. Y hubiera sido bueno, complaciente, tierno, ¿por qué no?; hubiera sido cariñoso y amante. Pero ¡ah!, no pudo ser: allí estaban, en medio siempre de los dos, esas grandes palabras... ¿Y mi hijo? Mi hijo se quedó muerto en mitad de un campo, con las grandes palabras por almohada... Estoy segura que al morirse dijo “madre” y no “patria”...
JERÓNIMO.- Dios sabe que has sufrido, hija mía. Dios te lo pagará.
JIMENA.- ¿Estáis viendo? Cuando decís Dios o cuando decís patria es que vais a pedir algo terrible. Vais a pedir la vida... Y sin la vida no hay ni Dios ni patria... Si ese Dios y esa patria no nos hacen felices, ¿de qué nos sirven? Con qué poca grandeza soléis usar esas grandes palabras... Las gastáis solamente en calderilla. Dios es para vosotros un contable que paga, parsimoniosamente, a denario por barba. Y la patria, esa boca oscura que devora los hijos a ritmo de charanga. ¡No! ¡No! ¡No quiero jugar más! ¡También ahora yo tengo mi gran palabra: amor! ¡Amo a Minaya! ¡Oídlo, amo a Minaya! No tengo yo más patria que Minaya. Amo a Minaya. Tan sólo con decirlo soy tan feliz que, para que me calle, tendríais que arrancarme la lengua. Y aun así, aun así, lo seguiría gritando con los ojos... ¡Amo a Minaya! ¿Oís? ¡Amo a Minaya! (El REY contenido hasta ahora a duras penas, se abalanza sobre ella y le tapa la boca con la mano duramente.)
ALFONSO.- (A todos.) Salid todos. Deprisa. (Lo hacen. A JIMENA.) Si das un grito más, diremos que estás loca... Te encerraré, Jimena. (Habla con cierto cansancio.) Sabes que a estas alturas de mi vida no me apetece correr riesgos inútiles... Ni un grito más o te encerraré. (La suelta.)
Jimena, aquí, sabe bien lo que quiere: ser ella misma. Minaya también lo sabe, pero es demasiado fiel a lo que ha muerto, y eso le impide transformar el futuro. La hija del Cid sostiene aún una fe que además le es rentable. Constanza será devota o venal, según los casos… En estas circunstancias, como suelo; el triunfo del poder político y el religioso es inevitable: a ambos los mueve sólo el deseo de seguir siendo poderes. Ellos “hacen” la Historia: Jimena se resigna a su papel de personaje con la dudosa esperanza de que, en un posible porvenir, alguien alcance la libertad que a ella le fue negada.
Como siempre, recurro a la participación de los espectadores: aspiro a que los que no se interesen por razones más hondas, se emocionen al menos ante la desventura de un amor prohibido. Quizá baste con eso.
Antonio Gala
JIMENA.- Yo no he nacido rey. Ni hija de rey, que se castra en testamentos. He nacido mujer. ¡Y ya he sufrido! Ahora voy a comerme es un desván este cuscurro que me habéis dejado. Quiero roerlo antes de que se me caigan los dientes y no pueda.
ALFONSO.- ¡En un desván! Destápate los ojos... Mira la patria: ese lugar en que nacemos, ese río, esos árboles, con gente que habla como nosotros y que va a nuestro paso... La patria está muy por encima de nosotros y de nuestros mendrugos...
JIMENA.- ¡Déjame a mí de patrias! ¿Es que el Cid tuvo patria? Tú te pasaste la vida echándolo de ella: de Castilla, ese agujero donde son negras hasta las gallinas... ¿Es que el pueblo es la patria? ¿Qué has hecho con el pueblo? ¿Para qué lo has querido? ¿Deseó el pueblo de Castilla que tú fueras rey? ¿Te pidieron a ti los leoneses que los llevaras a morir a Golpejera? ¿Cuántos montones de cabezas le cortaron a tu pueblo los moros en Sagrajas?... Tú a ti te llamas patria; a tu voluntad, patria; a tu avaricia de poder, patria... ¡Déjame a mí de patrias! ¿No ves que estoy de vuelta de las grandes palabras? Las he mamado, Alfonso. Me he criado con ellas. He jugado con ellas, de niña, a la pelota... Apenas si he tenido marido, el que me diste, porque ya me lo diste con las grandes palabras. Y hubiera sido bueno, complaciente, tierno, ¿por qué no?; hubiera sido cariñoso y amante. Pero ¡ah!, no pudo ser: allí estaban, en medio siempre de los dos, esas grandes palabras... ¿Y mi hijo? Mi hijo se quedó muerto en mitad de un campo, con las grandes palabras por almohada... Estoy segura que al morirse dijo “madre” y no “patria”...
JERÓNIMO.- Dios sabe que has sufrido, hija mía. Dios te lo pagará.
JIMENA.- ¿Estáis viendo? Cuando decís Dios o cuando decís patria es que vais a pedir algo terrible. Vais a pedir la vida... Y sin la vida no hay ni Dios ni patria... Si ese Dios y esa patria no nos hacen felices, ¿de qué nos sirven? Con qué poca grandeza soléis usar esas grandes palabras... Las gastáis solamente en calderilla. Dios es para vosotros un contable que paga, parsimoniosamente, a denario por barba. Y la patria, esa boca oscura que devora los hijos a ritmo de charanga. ¡No! ¡No! ¡No quiero jugar más! ¡También ahora yo tengo mi gran palabra: amor! ¡Amo a Minaya! ¡Oídlo, amo a Minaya! No tengo yo más patria que Minaya. Amo a Minaya. Tan sólo con decirlo soy tan feliz que, para que me calle, tendríais que arrancarme la lengua. Y aun así, aun así, lo seguiría gritando con los ojos... ¡Amo a Minaya! ¿Oís? ¡Amo a Minaya! (El REY contenido hasta ahora a duras penas, se abalanza sobre ella y le tapa la boca con la mano duramente.)
ALFONSO.- (A todos.) Salid todos. Deprisa. (Lo hacen. A JIMENA.) Si das un grito más, diremos que estás loca... Te encerraré, Jimena. (Habla con cierto cansancio.) Sabes que a estas alturas de mi vida no me apetece correr riesgos inútiles... Ni un grito más o te encerraré. (La suelta.)
Jimena, aquí, sabe bien lo que quiere: ser ella misma. Minaya también lo sabe, pero es demasiado fiel a lo que ha muerto, y eso le impide transformar el futuro. La hija del Cid sostiene aún una fe que además le es rentable. Constanza será devota o venal, según los casos… En estas circunstancias, como suelo; el triunfo del poder político y el religioso es inevitable: a ambos los mueve sólo el deseo de seguir siendo poderes. Ellos “hacen” la Historia: Jimena se resigna a su papel de personaje con la dudosa esperanza de que, en un posible porvenir, alguien alcance la libertad que a ella le fue negada.
Como siempre, recurro a la participación de los espectadores: aspiro a que los que no se interesen por razones más hondas, se emocionen al menos ante la desventura de un amor prohibido. Quizá baste con eso.
Antonio Gala
2 comentarios:
!Que buenos recuerdos!
Grandes, muy grandes.
Publicar un comentario