domingo, 4 de septiembre de 2011

La mirada invisible (Diego Lerman, 2010)

Corren los días previos a la guerra de las Malvinas, conflicto que llenó de dolor a los argentinos y que supuso el principio del fin de la dictadura y del regreso de la democracia. En esos días inciertos transcurre esta película basada en la novela Ciencias morales de Martin Kohan, galardonada con el Premio Herralde y editada en España por Anagrama.

La protagonista es Marita, una joven de 23 años preceptora en un colegio de Buenos Aires, un puesto que la convierte en una de las vigilantes de la ortodoxia, es decir, que los alumnos lleguen a sus aulas en formación militar, no tengan ninguna falta en su indumentaria y sigan la estricta disciplina que caracteriza al centro.

Un espacio opresor y opresivo, en el que predominan los colores grises, en el que se busca reprimir la individualidad de los alumnos ya que cualquier falta de disciplina se considera como una rendija abierta a la subversión.


Una magnífica Julieta Zylberberg da vida al personaje principal, una joven de 23 años que aún no ha conocido varón y que siente como su cuerpo nota los efectos de esa carencia. En su afán por ser esa mirada invisible fundamental en cualquier sistema represivo, llegará a esconderse en uno de los cubículos del servicio masculino para descubrir a algún fumador furtivo.


Encerrada en ese ambiente, Marita, que vive con su abuela y su madre enferma, entrará en contacto con su lado oscuro para empezar a experimentar unas sensaciones demasiado tiempo ahogadas. Debatida entre Biasutto, un cincuentón jefe de los preceptores, y un joven alumno, el espionaje al que somete a los jóvenes terminará derivando hacia lugares menos confesables.


Eso desde una interpretación en la que prima la contención, los silencios, las miradas para trasladarnos en todo momento la turbación que Marita siente ante la cercanía del alumno de sus desvelos o esa figura del adulto adusto, bien vestido y aparentemente fiable en su seriedad.


Marita sobre todo mira con profunda tristeza sin saber como canalizar eso que siente. La misma represión y obsesión en las que vivía la sociedad argentina de aquella época, seguramente nada diferentes a las que se vivieron en España durante 40 años, en la que las delaciones y las denuncias estaban a la orden del día, es el ambiente que se concentra en ese colegio al ritmo del himno nacional y de unos alumnos robotizados.


Algo oscuro, siniestro recorre esos pasillos desornamentados, esas aulas secas, duras, en una atmósfera opresiva en la que cualquier atisbo de humanidad (un beso en el pasillo, una pelea de adolescentes) genera un castigo inmediato. Tanta represión, en todos los sentidos solo puede tener un desenlace.

 

2 comentarios:

calamanda dijo...

Magnífica la "realización" o puesta en escena que nos haces de la película y bonitas fotografías que también hablan al mismo tiempo que tú...me gustaría mucho ver esa película.

Recuerdos.
Un beso.-

Alfredo dijo...

La peli es estupenda y te animaría a q la vieras. Merece la pena.

Un abrazo!!