Este artista es uno de los jóvenes de mayor proyección de los salidos del país helvético, aunque en su caso sigue viviendo y trabajando en su país natal al que en ocasiones se refiere como Heidiland. Y lo llama así porque ve a Suiza como una suerte de decorado bonito construido para atraer turistas.
Adam Jasper recuerda en un artículo que dedica a este artista, como el historiador Eric Hobsbawm en su libro The Invention of Tradition (La invención de la tradición, 1992), argumenta que muchos de los símbolos y rituales de esta Europa nuestra, incluso algunos de los que se consideran como más sagrados, no están realmente enraizados en el sustrato cultural del continente, sino que responden a las necesidades generadas con la industrialización o las migraciones masivas que tuvieron lugar a lo largo de los siglos XIX y XX.
Y eso lo enlaza Jasper con la obra de Carron, en la que muchas de sus obras juegan precisamente con ese concepto de creación de símbolos y signos externos que contribuyen a la construcción de la imagen de un país, tanto para sus nacionales como para los extranjeros. Una identidad nacional que, en realidad, estaría fundamentada en objetos “pseudoauténticos”, como los define Jasper.
A través de diferentes formulaciones artísticas (escultura, pintura, instalaciones, a veces con la inclusión del sonido), Carron toma esos objetos o símbolos, los saca de su contexto cultural y los convierte en otra cosa, en auténticos sustitutos de los objetos reales y sobre los que es posible discutir sobre su función, simbología, procedencia. Ahí el espectador se queda con una cierta sensación de decepción ante lo que está viendo, y que no es más que, probablemente, la decepción que el propio artista siente ante esa realidad ficticia.
Carron desarrolla, así, un discurso artístico en el que se confunden los orígenes, en el que nada termina de “ser auténtico pero tampoco kitsch, no son objetos fabricados industrialmente pero tampoco de forma manual, objetos que juegan con la ambigüedad, y con una iconografía del poder y la autoridad”.
Trabaja con nociones del apropiacionismo o del Pop Art, lo que le lleva a entrar en una corriente en la que conviven Marcel Duchamp, Andy Warhol o Eleine Sturtevant. Adam Jasper, en el artículo citado al principio, publicado en la edición digital de Frieze Magazine en mayo de 2007, se pregunta si Carron será un cínico, una pregunta que dice que no “puede ser respondida con precipitación. Su trabajo bloquea la posibilidad de catarsis a cada momento, e irradia un desencanto que es contagioso. Al mismo tiempo, la frustración que provoca en el espectador no es distinta a la frustración que él mismo experimenta: una auténtica exasperación por el vacío que existe en el corazón de la cultura contemporánea”.
2 comentarios:
Como simple espectador que soy de todas estas valiosas manifestaciones artísticas, creo que encontrar las raíces, la identidad en estado genuino, cada vez es más difícil, y tal vez una falacia(?) porque los aportes e intercambios culturales junto con la creatividad,la globalización, etc.etc. van mixturando las expresiones artísticas asi como el lenguaje vivo se va impregnando y perdiendo su pureza original. Pienso en la música de fusión y la intención de unir distintas expresiones culturales y un resultado nuevo y original, que el tiempo y el número de sus adeptos podrá hacer más permanente y en algún momento transformar en identidad de un grupo de gentes.
Bueno, sabés que a veces divago libremente (pero con un sincero interés por acercarme al arte) en tu espacio, porque así me nace y tú nos das esa libertad.
Un abrazo.
De hecho, como dice Carron, muchas de las cosas que hoy consideramos como auténticas señas de identidad de los pueblos o países, no son más que invenciones que hemos terminado por elevar a una categoría superior para crear un marco que nos haga sentir una ilusión de pertenencia a una comunidad.
Y como apuntas, son cuestiones que están en permanente cambio en la relación con los demás, y eso también modifica esas señas de identidad.
Besos!!
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