viernes, 28 de noviembre de 2008

Casa de muñecas (La sonrisa del lagarto)

Corría el año 1879 cuando en Copenhague se estrenaba la obra teatral Casa de muñecas, original de Henrik Ibsen. La obra se convirtió de forma inmediata en un objeto de polémica al contar la historia de Nora, una joven casada con un hombre de una cierta posición social que le aseguraba una vida cómoda. Sin embargo, una decisión que ella toma por amor se vuelve en su contra, y al no sentirse comprendida ni amada, decide romper con su vida cómoda y salir al mundo a volar por su cuenta. Eso en una más que conservadora sociedad decimonónica se entendió casi como una provocación.

Ahora el grupo La sonrisa del lagarto está circulando por los escenarios regionales su versión particular de esta obra, y que después de vista le encuentro un punto atractivo y original, con una escenografía que reproduce una jaula para pájaros en tono dorado en cuyo interior se desarrolla la historia de unos personajes atrapados en su jaula dorada particular.

La falta de la más mínima química entre los actores, hace que los espectadores no entremos nunca en los entresijos de la historia, y eso es especialmente palpable en los momentos que requieren una mayor intensidad dramática, unido a la evidente diferencia de edad entre la actriz que da vida a Nora y el actor que representa a su marido, Helmer, por más que lo intenten disimular con algo de spray blanco en pelo y barba. El encuentro entre Krogstad y Christine, dos personajes que se supone que años antes vivieron una intensa historia de amor que ninguno de los dos ha sido capaz de olvidar, también se mueve en una atmósfera de una frialdad que no contribuye a la credibilidad general.

La rapidez y facilidad con la que Nora cuenta su secreto más íntimo a Christine, una antigua amiga que se presenta en su casa con la intención de pedir trabajo a su marido, resulta cuando menos precipitada y bastante incomprensible, y esa no es la única ocasión en la que notamos que la historia corre más de la cuenta.

Por no hablar de la costumbre general que existe en nuestro país de gritar para mostrar enfado o un sentimiento especialmente intenso. Un ejemplo de esto podría ser la película Juana la Loca, en la que Pilar López de Ayala está insoportablemente gritona. A más volumen de voz no se transmite más sentimiento, más bien se crea una sensación de incredulidad en el espectador.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Esta obra me parece prodigiosa para la época en la que Ibsen la escribió, ya que la conducta de Nora anticipa ciertas pautas de la liberación de la mujer que se desarrollarán a lo largo del siglo XIX.
Aunque ciñéndome a tu exposición lo que si me parece lamentable es que en esta moderna puesta en escena de dicha obra, los actores no consigan comunicar bien al espectador esas emociones, climax escénico, etc. porque entonces todo se viene al traste y queda un malísimo sabor de boca.
Esperemos que tengas más suerte cuando elijas otra función con otro grupo de actores.
Te mandamos besos multicolores!!

Alfredo dijo...

Es cierto que es un texto muy interesante, y que una vez conocido uno se da cuenta de que en algunos aspectos todavía no se ha avanzando mucho por no decir nada.
La función fue una pena, pero a lo mejor otro día están más entonados.

Besos!!

Fuga dijo...

Nada nuevo bajo el sol, creo que caminamos en círculos.Y aguantaste hasta el final?, yo me hubiera ido, así de impulsiva soy, y gritona :-(, joooo, levanto la voz sin darme cuenta, es una mala costumbre que desterré en Barna y volví a pillar aquí, ( sabes que tenemos fama de gritones y grandonos/as).

Un " abrazucu pikiñín y suavín" psssssss

Alfredo dijo...

Salvo causa de fuerza muy mayor, no soy de los que se levanta y marcha, que me parece de mala educación, todo lo más al final me quedo sin aplaudir como forma de protesta. Es verdad, que por aquí no solemos tener cuidado con el volumen de voz, y reconozco que a mí también se me escapa a veces.

Ciao!! (así por lo bajini)