“Los
estudios sobre el Holocausto y el genocidio coinciden en que los sistemas que
posibilitaron la matanza en masa no habrían podido funcionar sin la amplia
colaboración de la sociedad y, sin embargo, la historia del Holocausto ha
dejado a la mitad de la población fuera, como si la historia de las mujeres
ocurriera en otra parte. La dramática peripecia de estas mujeres pone de
manifiesto el lado más oscuro del activismo femenino. Muestra lo que puede
ocurrir cuando mujeres de orígenes y profesiones distintas se movilizan para la
guerra y consienten en el genocidio”. (Wendy Lower)
Esta
historiadora estadounidense refleja en Las arpías de Hitler un apartado de la
Segunda Guerra Mundial sobre la que todavía no se habían arrojado grandes dosis
de luz, y que no es otro que el papel que jugaron mujeres que no tendrían por
qué haberse visto envueltas en la matanza de judíos.
Ellas
no eran guardianas en los campos de concentración, no eran más que jóvenes
enfermeras, maestras, secretarias, esposas o amantes que tomaron la decisión
consciente de tomar parte activa, en ocasiones para horror de sus propios
compañeros varones, en uno de los episodios más inhumanos de la historia de la
humanidad.
Enfermeras
que en Alemania se habían entrenado para asesinar a los más vulnerables, a
niños con discapacidad física o intelectual, ancianos enfermos y, en fin,
cualquier persona que no siguiera el canon de la pureza de la raza aria.
Gaseados o mediante inyecciones letales, esos ángeles de la muerte llevaron
luego esa experiencia a hospitales del este de la Europa ocupada por los nazis,
para ejercer el mismo papel con soldados gravemente heridos, por ejemplo.
Maestras
responsables del adoctrinamiento de los niños arios, de inculcarles en sus
mentes el odio, el convencimiento de ser superiores y, por tanto, destinados a
decidir sobre la vida y la muerte de otros. Secretarias que pusieron toda su
eficiencia para el correcto funcionamiento de la maquinaria mortal y que
incluso decidían quiénes morían y quienes podían seguir respirando un poco más.
Esposas
y amantes convertidas en aves rapaces insensibles al sufrimiento y capaces de
robar y asesinar a sangre fría. Escalofriante el episodio de Erna Petri, capaz
de recoger en su casa a un grupo de niños judíos huidos de uno de aquellos trenes
de la muerte, darles de comer y como su marido no terminaba de llegar a casa,
sacarlos al campo y matarlos uno a uno de un disparo en la nuca. O Johanna
Altveter, que arrojó a los pies de su padre el cadáver del hijo al que acaba de
asesinar después de golpear su cabeza contra una pared.
Sólo
algunos ejemplos de jóvenes que se fueron a Polonia, Ucrania o Bielorrusia,
animadas por la propaganda nazi que las animaba a dirigirse al este, con el fin
de ganar méritos para poder así obtener mejores trabajos, mejores sueldos, al
mismo tiempo que vivían una aventura y colaboraban con el esfuerzo de guerra de
su país, de su dictador.
Muy
pocas de ellas llegaron a sentarse ante un tribunal y todavía menos fueron
condenadas, por un lado por la dificultad de encontrar supervivientes que las
reconocieran y, por otro, por una tendencia a disculpar los actos de unas
mujeres que no dudaron en culpar a sus maridos por los crímenes que ellas
mismas habían cometido, o en alegar que no tenían ningún conocimiento acerca de
lo que estaba pasando a su alrededor, incluso cuando sus maridos o amantes eran
actores directos y a los que acompañaban en sus redadas o en directamente en
las matanzas.
“Las
mujeres alemanas quedaron atrapadas en esa enmarañada red de justicia nacional
e internacional. ¿Qué fue de ellas? La respuesta más sencilla es que la mayoría
se libró de la acusación de asesinato” (Wendy Lower).
3 comentarios:
Atrocidad!!!
¿Qué fue de ellas?...Es imposible no pensar por unos minutos en esta pregunta.
Recuerdos,
un abrazo!.-
De aquel horror no tenían porque librarse las mujeres nazis.
Besito primero del año.
CALAMANDA: Pues según se dice en el libro, la mayoría fueron tratadas con benevolencia por los jueces alemanes y no sufrieron grandes penas y muchas salieron absueltas totalmente.
Un abrazo!
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NATALIA: Y no solo no se libraron sino que además fueron entusiastas partícipes, al menos un número muy importante de ellas.
Un beso!
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