domingo, 12 de julio de 2009

Medianoche en el jardín del bien y del mal (Midnight in the garden of good and evil, Clint Eastwood, 1997)


En esa ocasión el cineasta norteamericano toma como base el libro de no ficción del mismo título, firmado por John Berendt, en la que cuenta su visión de la sociedad sureña de la ciudad de Savannah, en el estado de Georgia, y de un famoso asesinato que allí se vivió.

Así Eastwood coloca a un periodista neoyorquino de la revista Campo y Ciudad, John Kelso (John Cusack), en plenas navidades, con la misión de escribir un artículo de 500 palabras sobre la fiesta que convoca todos los años el nuevo rico James Williams (Kevin Spacey). Un personaje que ha hecho su fortuna gracias a la restauración y venta de antiguos inmuebles de la ciudad, uno de los cuales es su propia residencia por la que pasa lo más granado de la sociedad de Savannah, y que tiene una gran pasión por coleccionar antigüedades.


Cuando se produzca un asesinato, Kelso se encontrará inmerso en una sociedad que valora por encima de todo las apariencias, y en la que el chismorreo es el pasatiempo favorito de un mundo pequeño, acostumbrado a mirarse el ombligo, y a tolerar ciertos comportamientos sexuales siempre y cuando no sean muy evidentes. El periodista ve la oportunidad de escribir un libro y empieza a entrar en contacto con algunos de los peculiares personajes que componen el caleidoscopio humano de Savannah: un hombre que pasea a un perro imaginario, un ex abogado que organiza fiestas en casas que sus ocupantes han dejado a su cargo, una anciana conocedora de los secretos del vudú, un simpático travesti que intentará seducir al periodista a toda costa…


El ritmo de la película transcurre como la propia vida en la Savannah histórica, esa que parece anclada en el siglo XVIII o XIX, sin prisas, de una forma reposada que nos permite empaparnos del ambiente social, de esa ambigüedad que flota en el ambiente acerca de si Williams ha sido o no el asesino. Reposo que también llega a la crítica que se deja caer, sin ser en ningún caso demoledora, sobre la hipocresía de unas posturas conservadoras que sólo se fijan en mantener unas apariencias que obligan a meter debajo de la alfombra determinados comportamientos conocidos por todos pero a los que no se quiere ver la cara.


Un sur en el que además de personas adineradas de educación exquisita, hay una corriente telúrica que entra de lleno en la superstición que tiene que ver con el vudú, práctica de la que tendremos algunas pinceladas de la mano de una indigente capaz de saberlo todo de uno con sólo mirarle a la cara, y que pone un toque de humor lo mismo que Lady Chablis, que son los personajes que meten aire fresco en el ambiente provinciano de Savannah.

En definitiva, una película que viaja por terrenos tan amables y faltos de preocupación como por los que se mueve la alta sociedad de una ciudad que conserva el encanto lento y denso de un pasado de piratas, ahora revestidos con un barniz de buenos modales.

4 comentarios:

ABEL HURTADO dijo...

Hola Alfredo. Excelente tu crónica. Este film es de mis preferidos por la forma en que dirige Eastwood la atmósfera sureña, y por la comunión que hace el jazzista Joshua Redman con esa atmósfera. El estuvo a cargo del diseño del soundtrack del film, y el duo Eastwood-Redwood es
único al integrar imagen ,guión realización y música .En mi blog tengo una entrada al film, pero desde el enfoque del Jazz. Un abrazo: Comodoro

Alfredo dijo...

Es larga la relación que tiene Eastwood con el jazz, y casi todas sus películas tienen bandas sonoras más que estimables, y digo casi todas porque la de Banderas de nuestros padres me parece flojilla. A Eastwood se le nota que es un enamorado del jazz.

Me pasaré a ver tu comentario sobre esta película.

Saludos!!

balamgo dijo...

Intentaré ver la peli. El post de recomendación es muy bueno.
Un saludo.

Alfredo dijo...

Sin ser la mejor película de Eastwood, creo que merece la pena pararse a echarle un vistazo.

Ya me contarás.

Saludos!!