lunes, 18 de febrero de 2008

Stalingrado (Satlingrad, Joseph Vilsmaier, 1992) (y I)

“La muerte debería de ser siempre heroica, emocionante, fascinadora. En realidad, morid de hambre, de hielo, nada más que un hecho biológico como comer y beber. Caen como moscas y nadie piensa en ellos, nadie los entierra. Yacen por todas partes aquí alrededor, sin brazos, sin piernas, sin ojos, con el vientre desgarrado. Se debería rodar una película para hacer imposible ‘la más bella muerte del mundo’. Es una muerte bestial que luego un día será glorificada en frisos de granito con ‘guerreros moribundos’, con la cabeza o el brazo vendados” (Fragmento de una carta escrita por un soldado alemán en los últimos días de la batalla de Stalingrado)


Casi 50 años más tarde de que el anónimo soldado alemán escribiera esa carta, su compatriota, el realizador Joseph Vilsmaier, hizo realidad su petición y rodó una película en la que la muerte no tiene nada de heroico, siguiendo la peripecia de un pelotón de soldados desde que son reclamados de su descanso en la Riviera italiana, después de combatir sobre las ardientes arenas del norte de África, para desplazarse a la inmensidad heladora de Rusia, para participar en una de las batallas más decisivas de la Segunda Guerra Mundial.

Al principio se nos muestra una maquinaria perfectamente engrasada para la guerra, con soldados perfectamente uniformados y con oficiales para los que la disciplina es lo más importante, hasta el punto de negar una medalla a un soldado que no se presenta debidamente uniformado. Eso empezará a cambiar de forma radical con la llegada al frente del Este; allí ya no hay honor, ni guerra relámpago, ni disciplina, sólo terror, muerte y desolación.


En lo que fue la película alemana más cara de la historia hasta ese momento, Vilsmaier nos cuenta las vidas de unos personajes a los que les suponemos vidas corrientes, truncadas por la guerra. No son nazis, sólo soldados del ejército regular, la Werhmacht, que luchan por Alemania porque es lo que les han ordenado, y con el idealismo propio del que se siente invencible. Ideales que se van a quedar entre los escombros de Stalingrado, una ciudad fantasma en la que la muerte está a la vuelta de la próxima esquina, una muerte que adquiere innumerables formas porque puede llegar a lomos de una bala o un proyectil, de la mano del hambre, del frío o de la enfermedad, sobre un escenario propicio para que los Cuatro Jinetes del Apocalipsis cabalguen a sus anchas para cobrarse su mortal tributo.


La batalla se eterniza, se pelea casa por casa y el invierno llega con toda su dureza, mientras las esperanzas se difuminan, el cerco está completo y ya no hay salvación posible, abandonados a una suerte a la que algunos no se resignan pero que será la misma para todos. Una película cruda, dura y absolutamente necesaria, en la que el sinsentido de la guerra se pone de manifiesto con claridad, sin tapujos, sin sentimentalismos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Supongo que lo importante de esta película debe ser la crítica reflexiva sobre lo que supone de barbarie y atrocidad el hecho de matarse un@s a otr@s por cuestiones ideológicas o políticas, en una palabra, lo que es una gerra como vergüerza humana!!
Aunque personalmente este tipo de películas bélicas no me gustan nada.
Besos arco iris y hasta pronto ;-)

Alfredo dijo...

MILAGROS: Las buenas películas bélicas sirven para transmitirnos toda la brutalidad que provocan y como la sufren las personas independientemente del bando en el que están. Si después de ver una película como esta, alguien encuentra algo de heroico en una guerra, tiene un problema y de los gordos.

Un abrazo :))