Además de un hito fundamental para Wayne, La diligencia es una obra maestra de la historia del western y, por extensión, del cine. En aquel año prebélico de 1939, Ford reunió en una diligencia acosada por los indios a un puñado de personajes absolutamente maravilloso, a los que nos presenta de una manera tan perfecta que ha quedado como ejemplo para las generaciones posteriores.
A Josiah Boone (Thomas Mitchell), al que apodan Doc, le expulsan de la ciudad por impago de la habitación que ocupa y que intuimos que también le sirve de consulta. Un personaje aficionado al alcohol al que la expulsión le parece menos grave cuando descubre que va a viajar acompañado por un viajante de whisky, Peacock (Donald Meek), a quien todos confunden con un predicador y que repite constantemente su apellido que todo el mundo pronuncia mal. Doc va en busca obligada de otra ciudad, mientras que Peacock está en camino hacia su casa, su mujer y sus cinco hijos.
La liga de mujeres estiradas encargada de velar por la moralidad del villorrio donde se inicia la acción, consideran indigna de respirar su mismo aire mortalmente aburrido, a Dallas, una chica obligada a sobrevivir después de la muerte de su familia, y cuyo único delito es querer seguir viviendo. Durante el viaje conocerá a Ringo, un joven huido de la cárcel, que comparte con ella infancia difícil después de la muerte de su padre y hermano a manos de tres hermanos pistoleros. Dallas y Ringo se cruzarán las miradas y se reconocerán de inmediato, son dos personas a las que el mundo repudia sin ninguna razón, dos personas de pasado turbulento cuya única esperanza es un futuro que compartir. Dos personas que huyen y que terminarán por encontrar lo que tanto anhelan.
Lucy Mallory (Louise Platt), es una educada mujer sureña de familia acomodada casada con un oficial de caballería, en lo que podemos pensar que es una tradición familiar, y que viaja al oeste para estar al lado de su marido cuando está a punto de dar a luz, lo que añadirá un punto más de tensión al desarrollo de la acción de la película. De su misma extracción social es Hatfield (John Carradine) un hijo díscolo de un juez de la misma ciudad de Lucy, cuyas familias comparten amistad, y que buscará convertirse en el defensor de la dama como una forma de expiar su pasado como jugador volviendo, por un momento, a sentirse un verdadero caballero.
El banquero Edmund Gatewood (Berton Churchill), es otro personaje que huye. En este caso, de la inspección de sus libros de cuentas acompañado, eso sí, de los 50.000 dólares de la nómina de los mineros, en lo que ve como una oportunidad de iniciar una nueva vida lejos de su esposa y de las absolutamente insoportables damas de la liga de la decencia, que forman un coro absolutamente gallináceo, con las que se ve obligado a compartir veladas que no tenemos ningún problema en imaginar como un suplicio sólo apto para los muy masoquistas.
El sheriff Curley (George Bancroft) se une a la expedición con la intención de detener a Ringo antes de que pueda llegar a enfrentarse con los asesinos de su padre y hermano, y hacerlo volver a la cárcel de la que se ha escapado. Finalmente, el bueno de Buck (Andy Devine), veterano conductor de diligencias que continúa trabajando para poder mantener a la amplia parentela de su mujer mexicana, termina de completar el fresco de personajes.
Todos ellos inician un viaje incierto hacia Lordsburg, punto de destino de la diligencia, cruzando un territorio en el que los indios capitaneados por el mítico Jerónimo se han vuelto a poner en pie de guerra. En esa situación límite todos se verán obligados a poner en común sus diferentes intereses, olvidarse de sus extracciones sociales y unirse en la aventura de salvar sus vidas ante el acoso de los indios. Aquellos que se consideran superiores a otros simplemente por su riqueza y educación, se verán obligados a aceptar la ayuda de aquellos a los que desprecian (un médico borracho, una chica de vida alegre, un pistolero) para defender sus vidas: la de la niña a cuyo parto ayudan un médico recién salido de una borrachera a base de litros de café, y una chica de moral dudosa (según las premisas de las autoconsideradas personas de buena moral) que se desvelará por cuidar de una niña inocente y de su estirada madre. La amabilidad derrota al esnobismo.
El dibujo de los personajes, las relaciones que se plantean entre ellos, y como las circunstancias van modificando ambos aspectos, además de la emoción que suscita el ataque de los apaches y la llegada del Séptimo de caballería en el último momento (en un recurso que luego se utilizará infinidad de veces), hacen de esta película un absoluto goce.
4 comentarios:
Hola.
Me gustan las peliculas que se desarrollan en espacios cerrados; es en esas circustancias cuando sacamos lo mejor y lo peor de nosotros mismos.
El plano en el que aparece Wayne por primera vez en la película es sencillamente magistral.
Mención especial para Thomas Michell, uno de los gradisimos secundarios del cine norteamericano.
Un saludo.
El casting de esta película creo que es un acierto total, ya que cada actor se acopla perfectamente al personaje que le toca defender, y la primera aparición de John Wayne sencillamente memorable.
Los espacios pequeños en los que se obliga a convivir a varias personas, es verdad que dan mucho juego. Ejemplos de ello pueden ser La soga, La huella (aquí con dos actores sencillamente geniales) o también Glen Garry Glen Rose, que se desarrolla casi totalmente en una oficina, por citar sólo algunas.
Saludos.
es un filme clasico, que sienta prece3entes a la hora de ver un genero muy desarrollado en sus años, pero que costado sea trebajado en la actualidad, un clasico por donde se lo mire
saludos
Clásico a todo lo largo y ancho de la palabra. Ford fue el gran maestro por lo que al western se refiere y una de las piedras angulares de la historia del cine.
Saludos desde este lejano norte.
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