Personajes anónimos en paisajes solitarios, urbanos o rurales, en interiores o al aire libre, son algunas de las constantes que definen la obra de este pintor norteamericano que tanta influencia va a tener en otros artistas americanos contemporáneos, y que es fuente de inspiración para directores de cine (este arte también influirá en los encuadres de algunos de los cuadros de nuestro pintor) y escritores (enseguida se nos vienen a la memoria las historias de perdedores de Raymond Carver, por ejemplo), quienes han contribuido a convertir las pinturas de Hopper en auténticos iconos del siglo XX.
A pesar de hacer apenas tres viajes al viejo continente, uno de ellos al Museo del Prado para admirar a Velásquez, en sus inicios si es perceptible la huella de pintores como Rembrandt y Frans Hals, dos representantes claves del Barroco en los Países Bajos, especialmente en el uso que hace de determinados colores como los marrones, grises o negros. También el influjo del impresionismo de Manet será visible en sus primeras obras, con esas mujeres relajadas, casi lánguidas, tan caras a los pintores franceses del momento. Los contrastes de luces y sombras o la geometría marcada de sus edificios también tienen que ver con el movimiento impresionista.
Pinturas iniciales en las que ya aparece una de las constantes que marcarán la obra de Hopper, como es el tema del desnudo femenino, unas mujeres que irán evolucionando y adquiriendo una mayor carga psicológica con el paso del tiempo. Son mujeres que aparecen en interiores casi metafísicos, en ocasiones ejecutando acciones íntimas sin que tengan la percepción de estar siendo observadas por un espectador al que se le convierte en voyeur involuntario.
Un espectador que observa o espía, según se quiera, a unos personajes alienados, en interiores que ponen un triste escenario a unas vidas sin salida, sin esperanza, sin pasado ni futuro, anclados en un presente eterno teñido de tristeza, de melancolía, de preguntas que flotan en un aire sin embargo limpio, pero que alberga amenazas que no terminan de concretarse en nada, en tensión permanente. Cuando uno de los personajes de Hopper se asoma a una ventana no podemos por menos que temer que acabe arrojándose por ella.
A pesar de hacer apenas tres viajes al viejo continente, uno de ellos al Museo del Prado para admirar a Velásquez, en sus inicios si es perceptible la huella de pintores como Rembrandt y Frans Hals, dos representantes claves del Barroco en los Países Bajos, especialmente en el uso que hace de determinados colores como los marrones, grises o negros. También el influjo del impresionismo de Manet será visible en sus primeras obras, con esas mujeres relajadas, casi lánguidas, tan caras a los pintores franceses del momento. Los contrastes de luces y sombras o la geometría marcada de sus edificios también tienen que ver con el movimiento impresionista.
Pinturas iniciales en las que ya aparece una de las constantes que marcarán la obra de Hopper, como es el tema del desnudo femenino, unas mujeres que irán evolucionando y adquiriendo una mayor carga psicológica con el paso del tiempo. Son mujeres que aparecen en interiores casi metafísicos, en ocasiones ejecutando acciones íntimas sin que tengan la percepción de estar siendo observadas por un espectador al que se le convierte en voyeur involuntario.
Un espectador que observa o espía, según se quiera, a unos personajes alienados, en interiores que ponen un triste escenario a unas vidas sin salida, sin esperanza, sin pasado ni futuro, anclados en un presente eterno teñido de tristeza, de melancolía, de preguntas que flotan en un aire sin embargo limpio, pero que alberga amenazas que no terminan de concretarse en nada, en tensión permanente. Cuando uno de los personajes de Hopper se asoma a una ventana no podemos por menos que temer que acabe arrojándose por ella.
Exteriores urbanos de acusada geometría, de calles vacías, y neones que apenas si logran despejar las sombras, en bares desolados de largas barras en las que ninguna respuesta es posible, y la comunicación con el resto de noctámbulos es un idioma de signos sin sentido, rodeados como están de derrota.
Luces perdidas y frías, ponen un marco de soledad a vidas que se saben estériles, sin sentido, angustiadas en un mundo urbano individualista, de calles como laberintos sin minotauro ni hilo que seguir, ni cielos hacia los que escapar para dejar que las esperanzas se derritan al calor del sol.
Luces perdidas y frías, ponen un marco de soledad a vidas que se saben estériles, sin sentido, angustiadas en un mundo urbano individualista, de calles como laberintos sin minotauro ni hilo que seguir, ni cielos hacia los que escapar para dejar que las esperanzas se derritan al calor del sol.
Son obras que se esconden, que notamos que nos ocultan algo a lo que no terminamos de llegar, que se nos pone en la punta de los dedos para escabullirse y dejarnos con una sensación de inseguridad, de poner en duda la fiabilidad de nuestros sentidos, para, después, hacérsenos dolorosamente presentes los gritos del silencio de los personajes que allí vemos, siempre pocos, casi como si nos estuvieran pidiendo auxilio, que pusiéramos fin a esa angustia, a ese profundo desasosiego vital, mientras miramos cara a cara a nuestra impotencia y no nos queda más que despedirnos con un gesto de culpable disculpa.
Ellos nos ponen cara a cara con nuestra propia soledad, con una sensación desesperada de ser dolorosamente conscientes de nuestra propia derrota en entornos fantasmagóricos, tristes, habitados por congéneres huidizos, desengañados, descreídos, sin un sitio al que ir y, lo que es peor, sin un sitio al que volver, porque Hopper nos legó unos seres sin horizontes, unidos, aún a su pesar, a un tedio infinito, y refugiados de soledades propias y ajenas, con una impotencia ante una vida que no tiene nada que ver con la luminosidad que a veces se cuela por sus ventanas.
Ellos nos ponen cara a cara con nuestra propia soledad, con una sensación desesperada de ser dolorosamente conscientes de nuestra propia derrota en entornos fantasmagóricos, tristes, habitados por congéneres huidizos, desengañados, descreídos, sin un sitio al que ir y, lo que es peor, sin un sitio al que volver, porque Hopper nos legó unos seres sin horizontes, unidos, aún a su pesar, a un tedio infinito, y refugiados de soledades propias y ajenas, con una impotencia ante una vida que no tiene nada que ver con la luminosidad que a veces se cuela por sus ventanas.
7 comentarios:
Espìa de mi más íntimo gesto cotidiano con el espacio que es mío.
Observador del gesto que ni siquiera mido para ser mostrado desde mi vanidad...
hermosas pinturas.
Bonitas palabras. Gracias por dejarlas aquí. Le pegan perfectamente a la línea que me he marcado en mi comentario.
Saludos!
A tu blog lo visito cuando tengo tiempo, no es una afirmación gratuita, sino expresión de la necesidad de calma para leer tus posts.
Confesarte, una vez más, que gracias a tí descubro más vetas de la riqueza del arte. Tu prosa es profunda y sabe transmitir con fidelidad aquello que las imágenes expresan.
Gracias, espero que sigas con el blog, para bien nuestro.
Me gusta Hopper. Sus cuadros son muy sugerentes. Pronto te metes en sus personajes y te inaginas todas su vida. Quizás sea esa la razón de que sea un pintor muy literario: su cuadros afectan nuestra imaginación.
Saludos
Hola Daniel. Me alegro de que venir por aquí te resulte placentero. Si de algo sirve tener conocimientos de algo, aunque sean limitados como es el caso, es para poder compartirlos, y el hecho de que haya gente que encuentre interesante pasarse por aquí, hace que esto valga más la pena.
Soy yo el que tengo que estar agradecido a todos aquellos que os pasais por aquí y que haceis que lo que escribo no quede en un limbo informático.
Natalia, coincido contigo en las evocaciones que despiertan las figuras de Hopper, tan interesantes para la literatura y el cine, influencia que también se da en sentido contrario en un proceso de retroalimentación.
Un abrazo para todos!
Hola.
Estupendo comentario sobre Hopper.Es uno de mis pintores favoritos. Cuantas veces he deseado ser uno de los personajes de "Halcones nocturnos"... descansar mi soledad en la barra de esa cafetería desolada, acompañado por su clientela habitual de sobrevivientes.
Un saludo.
Es un poco la sensación que tengo cuando escucho la canción El hombre del piano que tan bien interpreta Ana Belén, sobre ese pianista abandonado por una mujer al que algunos han visto llorar, mientras toca esa canción que sabe a derrota y a hiel.
Gracias. Un saludo.
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